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No, no. Te estaba tomando el pelo.

Todos vivieron felices y comieron perdices.

En serio.

CODA I:

Primera persona

Hola, internet.

No hay una manera adecuada de empezar esto, así que permitidme saltar al meollo del asunto.

Resulta que soy guionista de una serie de televisión, trabajo para una de las cadenas más importantes y acabo de descubrir que la gente que he creado (y a la que he ido matando a razón de una por episodio) son personas de verdad. Ahora sufro de miedo a la página en blanco, estoy bloqueado, no sé cómo resolverlo, y si no se me ocurre pronto una solución me despedirán. Ayudadme.

Acabo de pasar veinte minutos leyendo el último párrafo, sintiéndome como un gilipollas. Dejad que separe los elementos que lo componen para explicarme un poco mejor.

«Hola, internet»: Habréis visto la viñeta cómica del New Yorker donde un perro habla con otro perro junto a un ordenador y dice: «En internet nadie sabe si eres un perro». ¿Os suena? Vale, pues esto es algo así.

No, no soy un perro. Pero sí, necesito el anonimato. Porque, joder, atención a lo que he escrito más arriba. No se trata de algo que puedas contarle al primero que pasa. Pero ¿en internet? ¿Anónimamente? Todo vale.

«Soy guionista…»: De verdad que lo soy. Llevo años trabajando en la serie, la cual ha tenido el éxito necesario para mantenerse en antena varias temporadas. En este momento no quiero entrar en detalles al respecto porque recordad que quiero mantener cierto anonimato para solucionarlo. Baste decir que no ganará ninguno de los Emmy que se otorga a las principales categorías, lo que no quita que sea la clase de serie que tú, mi querida internet, probablemente sigas. Y que en el mundo real tenga una página en IMDB. Y bastante larga. Pues eso.

«Acabo de descubrir que la gente que he creado son personas de verdad»: Sí, lo sé. Lo sé. ¿Acaso no he escrito «joder» hace un par de párrafos? ¿No creéis que sé hasta qué punto parece que lo haya dicho un chalado, un borracho? Lo sé. Os aseguro que soy perfectamente consciente de ello. Si no creyera que es una burrada escribiría sobre ello en mi propio blog (si tuviera uno, que no lo hago porque trabajo en una serie de televisión de las de episodio semanal, y quién tiene tiempo para más), y encontraría el modo de hacerlo en plan Whitley Strieber. No quiero eso. Eso es un estilo de vida. De tipo estrafalario con gorrito de papel de plata que le larga la murga en un podcast. No quiero eso. Tan sólo quiero volver a concentrarme en mi escritura.

Pero la gente que escribo en los guiones existe. Lo sé porque he tenido ocasión de conocerlos, lo juro por Dios, en carne y hueso. Existen hasta el punto en que podría alargar la mano y tocarlos. Y siempre que mato a uno en mis guiones mueren de verdad. Para mí no es más que escribir palabras en una página. Pero ellos caen por un precipicio, o mueren aplastados por un vehículo, o devorados por un oso o lo que sea (no son más que ejemplos, lo anterior no corresponde necesariamente a cómo he ido matando a la gente).

Pensadlo bien. Pensad en lo que eso supone. Que me basta con escribir «A Bob lo devoran unos tejones» en un guión para que en algún rincón del universo a un pobre desgraciado que se llama Bob lo acaben de perseguir unos roedores muselinos. Claro que suena gracioso escrito así. Pero ¿y si fueras Bob? Menuda putada, porque en un abrir y cerrar de ojos estarías muerto, y todo gracias a mí. Lo que explica la siguiente parte:

«Miedo a la página en blanco»: ¿Sabéis una cosa? Nunca había entendido lo que era el miedo a la página en blanco. El bloqueo del escritor. ¿Escribes como de costumbre, y de pronto no puedes porque tu novia ha roto contigo? Pero qué coño, tío, si es el momento ideal para escribir. No parece que tengas nada mejor que hacer por la noche. ¿Tienes dificultades para dar con la siguiente escena? Haz que explote algo. Estás acabado. ¿Te angustia pensar en el lugar que ocupas en el universo? Supéralo. Sí, eres un gusano insignificante en el gran esquema de las cosas. Pero eres el gusano insignificante que se gana la vida con esa mierda, lo que significa que no tienes que levantar cajas pesadas ni pianos, o preguntar a la gente si quieren patatas con el bistec. Supéralo y vuelve al tajo.

En un día ideal me basta con seis horas para terminar un primer esbozo. ¿Está bien? Bueno, no es Shakespeare, claro que Shakespeare también escribió Tito Andrónico, así que ya me diréis. Seis horas, un guión, un buen día. Y debo deciros que, como escritor, he tenido unos cuantos días buenos.

Pero ahora tengo ese miedo a la página en blanco y no puedo escribir un guión porque, me cago en la puta, resulta que mato gente cuando lo hago. Si queréis mi opinión no está mal como excusa para bloquearse. ¿Que la novia te deja? Sigue adelante. ¿Que te basta con darle a la tecla para que muera gente? Quizá puedas tomarte un respiro. Yo me lo he tomado. Ahora me siento delante del ordenador portátil, con el programa Final Draft cargado, y me paso las horas contemplando la pantalla.

«Me despedirán»: Mi trabajo consiste en escribir guiones. Ahora no escribo guiones. Si no empiezo de nuevo a escribir guiones, y pronto, no habrá ninguna razón para mantenerme en nómina. He podido colgarme un poco porque tenía uno guardado en la nevera antes de que me pasara esto, lo que me da una semana de margen. No es mucho tiempo, así que comprenderéis que esté nervioso.

«Ayudadme»: Es que necesito ayuda. No es algo que pueda hablar con la gente que conozco. Porque, bueno, es una puta locura. No puedo permitirme que lo sepan las personas con las que trabajo, u otros escritores que conozco, la mayoría de los cuales están sin empleo y estarían encantados de bailar un zapateado sobre mi cadáver para sustituirme en el puesto. Creo que ya no tengo huevos. Los trabajos como éste no caen de los árboles. Pero tengo que hablar con alguien al respecto, porque no tengo la menor idea de qué hacer al respecto. Necesito cierta perspectiva ajena a mi cabeza.

Y es aquí donde entráis vosotros, internet. Tenéis perspectiva. Y apuesto a que algunos hasta estáis lo bastante aburridos para ayudar a un tío cualquiera, que pide en internet ayuda por cualquier cosa ridícula. Después de todo qué otra cosa podríais hacer, ¿jugar al Angrybirds?

Bueno, ¿qué me decís, internet?

Vuestro,

ESCRITOR ANÓNIMO

La buena noticia es que según parece hay gente leyéndome. La mala es que la gente hace preguntas en lugar de, ya sabéis, ayudarme. Pero cuando publicas anónimamente en internet que los personajes que has inventado se han vuelto personas de carne y hueso supongo que no tienes más remedio que aclarar antes algunas dudas. Estupendo. Así que para quienes podáis necesitarlo, voy a hacer un repaso de las preguntas habituales que he recibido hasta el momento. Voy a parafrasear algunas para evitar repetir preguntas y comentarios.

Tío, ¿lo dices en serio?

Tío, lo digo en serio. No estoy fumado (aunque estarlo es más divertido), no me lo estoy inventando (si lo estuviera inventando alguien me pagaría por hacerlo), y no estoy loco (también estar loco sería más divertido). Esto es real.

¿De veras?

Sí.

¿De verdad?

Sí.

No, en serio.

Cierra el pico. Siguiente pregunta.

¿Por qué no lo has hablado con tu psicólogo?

Porque en contra de la creencia popular, no todos los escritores de Los Ángeles visitamos a un profesional desde que vinimos al mundo. Todas mis neurosis son manejables (o al menos lo fueron). Supongo que podría visitar a uno, pero menuda primera sesión iba a darle, ¿no?, y no estoy muy convencido de poder salir de la consulta sin que me seden y me internen en una granja rara. Llamadme paranoico.

¿Esto no se parece un poco al argumento de esa película… Más extraño que la ficción?

¿Quizá? ¿Es la peli de Will Ferrell donde interpreta a un personaje del libro de alguien? Sé que podría comprobarlo en IMDB, pero ahora mismo me da pereza. A excepción de eso yo soy el escritor, no el personaje. Así que quizá el concepto coincida, pero existen diferencias.

Pero mirad, aun así yo no he dicho que lo que me estuviese pasando fuera ciento por ciento original. Por ejemplo, ahí tenéis La rosa púrpura del Cairo, donde algunos personajes franqueaban la barrera de la pantalla. También están los libros de Jasper Fforde en los que todos los personajes pertenecen a la literatura y a los cuentos clásicos. O los libros de Denise Hogan, donde siempre está discutiendo con sus personajes y, a veces, no la escuchan y se entrometen en el hilo argumental. A mi madre le encantan. Ah, y El último gran héroe, por el amor de Dios. ¿La habéis visto? ¿Sí? Vaya, lo siento.

También está ese insignificante pero revelador detalle de que todos sean ficticios, y que esto me esté pasando de verdad. Como ya he dicho, hay una sutil diferencia. Pero es importante. No se trata de que esto sea o no original. Sólo quiero resolverlo.

Eh, ¿tu serie es [insertar título aquí]?

Amigos, ¿qué parte de «necesito el anonimato» no entendéis? Aunque lo acertarais yo no lo confirmaría. ¿Queréis una pista? De acuerdo. Esto no es Rockefeller Plaza. Ni yo soy Tina Fey. Mmm… Tina Fey.

Igualmente:

Sabrás que en los tiempos que corren internet distingue si eres o no un perro, ¿verdad?

Sí, pero este perro abrió esta cuenta de blog utilizando una dirección de correo electrónico creada a tal efecto y navega por internet con el nombre de Tor.

¿Por qué no te limitas a escribir guiones donde no muera gente?

Verás, podría hacerlo, pero entonces sucederían dos cosas:

1. Entrego el guión y los productores dicen: «Oye, hay que subir un poco el nivel en esta escena. Mata a alguien». Y entonces tengo que matar a alguien en el guión, o lo hace un coguionista, o uno de los productores mete mano en el texto sin decir ni pío, o el director se carga a un personaje por la cara durante el rodaje y alguien acaba muriendo de todos modos.

2. Aunque no mate a nadie tiene que haber drama, y en una serie como la mía, por lo general el drama supone que si alguien no muere acaba mutilado o sufre una enfermedad que lo convierte en una pústula con patas. Admitámoslo, convertir un personaje en una pústula es preferible a matarlo, pero sigue siendo algo incómodo para ellos, y yo no dejo de ser el causante de todo. Por tanto sigo sintiéndome culpable.

Créeme, nada me gustaría más que entregar guiones en que los personajes se pasen las horas tumbados a la bartola, comiendo chocolatinas y manteniendo catárticas relaciones sexuales durante horas (excepto por los espacios destinados a los anunciantes, para mayor gloria del capitalismo). Creo que a nuestra audiencia tampoco le importaría, ¡sería inspirador y educativo! Pero no es esa clase de serie, y la competencia entre las cadenas de cable es terrible.

Básicamente tengo que escribir cosas como las que escribimos para nuestra serie. Si no lo hago, me quedo sin empleo. No quiero quedarme sin trabajo.

Comprenderás que si lo que dices es cierto, ¡las ramificaciones existenciales son asombrosas!

Por supuesto, esta mierda es impresionante. Podría tirarme horas hablando de ello, pero claro, también me está jodiendo la rutina diaria de manera sustancial. ¿Sabes cómo es? Es como levantarse una mañana, salir y encontrar un Tyrannosaurus rex en mitad del patio, mirándote. Durante los primeros cinco segundos, te sorprenderá tener delante a un dinosaurio de verdad. Y luego echarás correr como un poseso, porque para un Tyrannosaurus rex eres alimento comestible, un aperitivo crujiente.

¿Tienes un Tyrannosaurus rex en mitad del patio?

No.

Mierda.

Eso no me ayuda nada.

Pues para alguien que dice tener miedo a la página en blanco estás escribiendo mucho.

Sí, pero esto no es escribir de verdad, ¿no te parece? Aquí no estoy haciendo nada creativo. Tan sólo respondo a comentarios y pido ayuda. Los blogs están bien y eso, pero lo que necesito realmente es escribir guiones. Y ahora mismo no puedo hacerlo. La parte creativa de mi cerebro está completamente anulada. A eso se debe el miedo a la página en blanco.

Has mencionado que usabas Final Draft. ¿Has pensando que tal vez tu software sea el problema? Yo uso Scrivener. ¡Podrías probarlo!

Guau, ¿de veras? Tío, si alguien tuviera un infarto delante de tus narices, ¿aprovecharías la ocasión para hablar sobre tu asombrosa dieta baja en colesterol? Porque eso sería increíble.

El software no es un problema. El problema es que cada vez que escribo alguien muere. Si de verdad quieres ayudarme, no sugieras una marca concreta de aspersor después de que la casa se haya prendido fuego. Ve a por una manguera.

Y en relación con esto:

Creo en todo lo que dices y pienso que tendríamos que vernos para hablarlo con detenimiento, posiblemente en mi guarida secreta del sótano de casa de mi madre, que es donde vivo.

Vaya, tío. Otro motivo para permanecer en el anonimato, ¿no te parece?

Así que ahora que hemos ventilado la sesión de preguntas y respuestas, ¿alguien puede ayudarme? ¿Por favor?

EA

Por fin una buena idea en la sección de comentarios, a la que voy a responder ampliamente.

En tu última entrada mencionaste algunas películas y libros en los que la línea entre el creador y la creación se había fracturado (o, al menos, difuminado) de algún modo. ¿Has considerado que quizá las personas que escribieron esas películas y libros podrían haber tenido experiencias similares a la tuya? Es posible que las hayan tenido, y que no hayan hablado al respecto por la misma razón por la que intentas mantener el anonimato, es decir, que parece una absoluta locura. Pero si recurrieses a ellos y resulta que vuestras experiencias coinciden, hablarían contigo confidencialmente. El hecho de que seas un guionista de cierta relevancia podría evitar que huyeran corriendo presa del terror, al menos al principio.

Ese «al menos al principio» es un buen detalle, gracias. Y me alegro de que pienses equivocadamente que un guionista que trabaja para una serie semanal que se emite en un canal de pago del montón tiene cierta credibilidad. Me alegra el corazón.

Pero para responder a tu pregunta, no, no se me había ocurrido en absoluto porque, bueno, es una locura, ¿no te parece? Y vivimos en el mundo realmente real, donde cosas como éstas no suceden. Pero por otro lado me está pasando a mí, y, sin querer ofenderme a mí mismo, yo no soy nada especial, ni como escritor ni como ser humano.

Así que: tengo que admitir que es muy posible que lo que me ha pasado le haya pasado a otros. Y si les ha pasado a otros, entonces es totalmente posible que hayan encontrado el modo de superarlo sin que eso suponga dejar de escribir. Y es el objetivo. Y ahora tengo un plan: Contactar con esos escritores y averiguar si tienen una experiencia secreta como la mía.

Lo que suena perfectamente razonable hasta que piensas en lo que supone. Para darte una idea, permíteme presentarte una obra rápida, en un solo acto, titulada Escritor Anónimo expone su situación a alguien que no está en internet:

ESCRITOR ANÓNIMO

¡Hola! Me han visitado los personajes de mis guiones para informarme de que mato a alguien de carne y hueso cada vez que escribo una escena de acción. ¿Te ha pasado esto alguna vez?

OTRO ESCRITOR

¡Hola, Escritor Anónimo! En una mano tengo una orden de alejamiento; en la otra tengo un aturdidor. ¿A cuál quieres que te presente antes?

Sí, no veo por qué iba a torcerse un plan tan perfecto.

Pero por otro lado no tengo uno mejor, ¿verdad? Así que esto es lo que pienso hacer:

Elaborar una lista de escritores cuyos personajes rompan la barrera de la realidad de un modo u otro.

Ponerme en contacto con ellos para averiguar si han basado su historia en su experiencia en el mundo real, sin que dé la impresión de que soy puto psicópata.

¡Aprovecharme! Vale, quizá no pueda decirse así, pero si su obra se basa en su experiencia en el mundo real, preguntarles cómo han logrado seguir escribiendo.

Y ahora me retiro a redactar una presentación que no suene demasiado escalofriante. Deseadme suerte.

EA.

Tíos, ahora en serio. Dejad de intentar adivinar para qué serie trabajo. No voy a decíroslo. Porque no quiero que me despidan. Que es lo que pasa cuando las personas como yo hablan con personas como vosotros, o sea, internet. Y sobre todo cuando la gente como yo asegura que sus personajes han cobrado vida y les hablan. Sé que vosotros lo estáis pasando en grande jugando a las adivinanzas, pero, por favor… Tened piedad conmigo. Os prometo que cuando esto termine, si todo se resuelve, os lo diré. Pongamos que dentro de cinco años. O cuando gane un Emmy. Lo que sea que suceda primero (apuesto que lo de los cinco años).

¿De acuerdo? Vale. Gracias.

Hola, internet. Queréis que os ponga al día. Pues allá vamos. He identificado algunos sujetos creativos que han escrito historias similares a mi situación, incluyendo las que he mencionado con anterioridad: Woody Allen, por La rosa púrpura del Cairo, Jasper Fforde, Zak Penn y Adam Leff (El último gran héroe), Zach Helm (Más extraño que la ficción), y Denise Hogan. Aquí el plan consiste en acercarme a ellos en busca de consejo creativo, para que al menos no piensen de buenas a primeras que estoy como una cabra, y después preguntarles muy sutilmente si lo que han escrito guarda alguna relación con experiencias que hayan podido tener en la vida real. Ya veremos si alguien pica.

Y, para anticiparme a algunas de vuestras manos alzadas, sí, compartiré con vosotros las respuestas, después de retirar aquellos detalles que puedan delatar la identidad de sus responsables. Eh, no me miréis así. ¿Recordáis aquello del anonimato en lo que tanto insisto? Sí. Si doy demasiados detalles acabaré saliendo de mi armario particular (es un armario encantador; huele a pino y a desesperación). Aunque por otro lado, como habéis sido de tanta ayuda, supongo que os debo el teneros al corriente de mis progresos.

Además, para evitar equívocos al respecto, espero de veras que las respuestas sean: «Vaya, estás más loco de lo habitual entre la gente que me escribe, seguro que te convence la medicación antipsicótica que voy a sugerirte». Porque así es como respondería yo si algo parecido apareciera en mi bandeja de entrada. De hecho, así es como yo he respondido. Ni os imagináis la cantidad de locuras que te envían cuando eres guionista de una serie de televisión de éxito. O quizá sí lo hagáis. Hoy en día la locura circula por un sinfín de canales.

(insertar pausa para enviar emails)

Enviados. Ahora veamos cuánto tiempo pasa hasta que responda alguien. ¿Queréis que hagamos apuestas?

EA.

Vaya, no han perdido el tiempo. La primera respuesta. Correo electrónico citado a continuación.

XXX XXXX vía gmail.com mostrar detalles 16.33 (hace 0 minutos)

Querido Escritor Anónimo:

Hola, soy XXX XXXXX, ayudante de XXXXX XXXXX. Hemos recibido su pregunta y queríamos saber si se trata de una especie de proyecto creativo o de entrevista que está haciendo para una revista o periódico de gran tirada. Por favor, hágamelo saber.

Mi respuesta:

Hola, XXX XXXXXX. No, no es para ningún periódico, revista o blog (bueno, podría ser para mi blog particular). Se trata más bien de algo que pregunto para informarme. Gracias y dígame si XXXXX XXXXX tiene tiempo para hablarlo. Me sería muy útil.

La respuesta del ayudante:

Desgraciadamente, XXXXX XXXXX no tiene tiempo disponible. Gracias por su interés y buena suerte con su proyecto.

Traducción: Esa locura suya estaría bien si fuera para la revista People, o puede incluso que para Us, pero si se trata de un proyecto personal no queremos tener nada que ver con él.

Suspiro. Hubo un tiempo en que las locuras de un freelance se respetaban en esta ciudad. Creo que fue a principios de los años ochenta. Por aquel entonces, David Lee Roth meaba whisky en los conciertos. O eso he oído. Yo entonces tenía seis años.

Uno menos, quedan cinco…

EA.

Nueva respuesta. De hecho ésta es increíble.

Para: Escritor Anónimo

De: XXXXX X XXXX, Esq., socio, XXXX, XXXXX, XXX y XXXXX

Querido señor Anónimo:

Su pregunta enviada por email a XXXXX XXXXXX nos fue reenviada a su vez por su ayudante, igual que cualquier otra comunicación que pueda parecerles motivo de preocupación. El señor XXXXXX valora considerablemente su intimidad, y su email le pareció muy perturbador, tanto por su contenido como por el hecho de que llegara de forma no solicitada a su dirección de correo electrónico particular.

En este momento, nuestro cliente ha decidido no empeorar la situación solicitando al Departamento de Policía de XXXXXXX que investigue su email y a usted. Sin embargo, le pedimos que no intente nunca más ponerse en contacto con nuestro cliente de ningún modo. En caso contrario, remitiríamos toda la correspondencia tanto al Departamento de Policía de XXXXXXX como al FBI, con la consiguiente denuncia para obtener una orden de alejamiento. No necesito decirle que de semejante petición se haría eco de inmediato la prensa, lo que supondría un fuerte golpe para su carrera como guionista en XXXXXXXXXX.

Con la confianza de que ésta sea la última vez que sepamos de usted. Atentamente,

XXXXX X XXXX, Esq., socio, XXXX, XXXXX, XXX y XXXXX

Guau.

Para que quede constancia, el email que envié no empezaba precisamente diciendo: «Querido XXXXX, anoche, mientras estaba junto a tu cama, mirando cómo dormías…» De veras que no. Lo juro.

O esta persona recibe más emails por parte de chalados de lo habitual de gente dispuesta a disfrazarse de gato y esperar su llegada a la puerta de su casa, o se ha asustado por un motivo completamente distinto. Hmm.

¿Vale la pena que el FBI se involucre en esto para poder averiguarlo?

No. No, no la vale.

Aún no, al menos. Sigo sintiendo curiosidad.

Y ahora estoy conteniendo las ganas que tengo de disfrazarme del gato de esta persona y esperarlo a la puerta de su casa. Pero aún es temprano, y es día laborable. Quizá después de unos gin-tonics…

EA.

De los comentarios:

No estoy del todo convencido de que hayas visto a tus personajes convertidos en personas de carne y hueso, pero como alguien que sufre de miedo a la página en blanco continuamente, me parece asombroso que seas capaz de bromear de ese modo acerca de tu situación, tal como haces en esta página web, sobre todo cuando tu empleo pende de un hilo. Yo en tu lugar me habría orinado encima.

Ay, confía en mí, lo estoy. De veras que lo estoy. Se han agotado las existencias de pañales en el supermercado Pivilions que tengo más cerca. Voy a comprarlos de noche, para evitar que me vean los vecinos. Y cuando los uso los pongo en la basura del de al lado para que nadie piense que son míos. No es algo que me haga sentir orgulloso. Ni seco.

Voy a confiarte un pequeño secreto, internet: Parte de la razón de que esté escribiendo este blog en este preciso momento consiste en evitar caer presa de un pánico abyecto. La última vez que pasé una semana sin escribir algo creativo fue cuando estaba en la universidad y me tiré seis horas en un hospital porque había ingerido comida en mal estado. (Comida del comedor para estudiantes. No siempre es la más fresca. No fui el único. Durante el resto del año apodaron a mi dormitorio el Palacio del Vómito. Pero estoy divagando). Incluso entonces, cuando pensé que iba a sacar los intestinos por la boca, planeaba historias y ponía mentalmente a prueba los diálogos. Ahora mismo intento esbozar una historia o pensar en la trama de un guión, y no hay más que un muro enorme en mi cerebro. Simplemente. No. Puedo. Escribir.

Nunca me había pasado. Estoy absolutamente aterrado de que éste sea el final, de que mi depósito creativo se haya quedado sin gasolina, y de que a partir de aquí no me queden más que residuos y algún que otro empleo de profesor en un anexo de la escuela de guionistas. O sea, por Dios, pegadme un puto tiro. Me aterra tanto que en este momento sólo puedo pensar en dos cosas:

1. Prepararme un cóctel especial de anticongelante y oxicontina, y después darme un largo baño acompañado por la tostadora.

2. Escribir en este blog como si fuera un tratamiento de metadona.

Una de estas opciones impide que alguien me encuentre convertido en un cadáver hinchado al cabo de una semana. Adivinad de cuál se trata.

Respecto a lo de bromear… Veréis. A los doce años me explotó el apéndice, y cuando me llevaban hecho un trapo a quirófano, pregunté al doctor: «¿Cómo afectará esto a mi manera de tocar el piano?», y él respondió, «No te preocupes, podrás seguir tocando el piano», y yo dije: «¡Estupendo porque antes no sabía hacerlo!»

Fue entonces cuando me acercaron la mascarilla para dormirme.

Todo esto viene a que seguía bromeando incluso cuando estaba a punto de morir debido a una inminente peritonitis. Aún derrumbado seguía al pie del cañón. (De hecho, como dijo mi padre en la sala de observación: «Con todas las bromas del mundo que pudiste hacer en ese momento, y ésa es la que escoges. Tú no eres hijo mío». Mi padre se tomaba las bromas muy en serio).

Resumiendo todo lo anterior: Si escribiera de un modo que indicase hasta qué punto estoy cagado de miedo en este momento, ya habríais salido por patas. Y probablemente yo hubiese ido a suicidarme. Creo que es preferible bromear.

¿Y vosotros?

EA.

Eh, parece que hacemos progresos. A continuación el correo electrónico que recibí del siguiente contacto de mi lista:

Querido Escritor Anónimo:

Su email me tiene intrigado a varios niveles. De hecho, existen ciertas coincidencias entre lo que sucede en mis libros y lo que me pasa en la vida real. Su astuta ambigüedad a la hora de formular preguntas me sugiere que usted podría experimentar algunas de esas coincidencias.

Resulta que mañana viajo a Los Ángeles a reunirme con mi agente cinematográfico para hablar de un proyecto que presentamos a XXXXXXXX Studios. Cuando haya terminado de hacerle la pelota a los miembros de la industria, será un placer reunirme con usted para charlar. Me alojo en XXX XXXX XXXXXXX; reunámonos en el bar a eso de las cinco, si le va bien.

Atentamente,

XXXXXX XXXXXX

Esto suena vagamente prometedor. Ahora lo único que tengo que hacer es evitar explotar de nerviosismo durante las próximas veinticuatro horas, más o menos. Por suerte mañana tengo reuniones todo el día. Y sí, nótese que he dicho «por suerte», porque cuantas más reuniones tenga en el trabajo, menos se preguntará la gente acerca de los guiones que se supone que tendría que estar escribiendo. Cada vez me cuesta más escurrir el bulto. Sugerí a otro de los guionistas que colaborásemos en un guión, que él esbozara la trama y el primer borrador. Puedo hacer esas cosas porque yo soy el veterano. Puedo hacerlo sin sentirme culpable porque me debe dinero. Pongo en duda mi moralidad. Aunque en este momento, no tanto como lo hubiese hecho en otras circunstancias.

Con un poco de suerte, la persona con la que me reuniré mañana podrá decirme algo que me resulte útil. Las reuniones y aprovecharme de los subordinados me servirán para matar el tiempo.

De acuerdo. Me he visto con la otra escritora. Se trata de Denise Hogan. Y con tal de describiros nuestra conversación voy a emplear un formato con el que estoy familiarizado.

INT. CAFETERÍA - MESA EN UN RINCÓN - DÍA

Hay dos personas sentadas a una mesa, delante de un café, con los restos de un par de magdalenas en sendos platos. Son ESCRITOR ANÓNIMO y DENISE HOGAN. Llevan una hora hablando mientras ESCRITOR ANÓNIMO describía con detalle su crisis a DENISE.

DENISE

Esa situación en la que está metido es muy interesante.

ESCRITOR ANÓNIMO

«Interesante» no es la palabra que yo utilizaría. Tal vez «jodida».

DENISE

Sí, eso también serviría.

EA

Pero todo esto también le ha pasado a usted, ¿verdad? Cuando escribe a los personajes de sus novelas, siempre discuten con usted e ignoran los planes que ha trazado para la trama y se dedican a hacer de las suyas. Ése es su estilo. Usted lo escribe como si sucediera de verdad.

DENISE

(con suavidad) Bueno, creo que antes debemos definir ciertos términos.

EA

(echándose hacia atrás) ¿Definir ciertos términos? Eso suena a otra manera de decir: «No, no me pasa de ese modo, loco de remate».

DENISE

(derrotada) Escritor Anónimo, ¿puedo ser honesta con usted?

EA

¿Teniendo en cuenta que llevo una hora dándole la tabarra? Claro, adelante, se lo ruego.

DENISE

Estoy aquí porque he leído su blog.

EA

Yo no tengo blog.

DENISE

No lo firma con su nombre real. Pero tiene uno con el nombre de Escritor Anónimo.

EA

(se encoge de hombros) Oh oh. Mierda.

DENISE

(junta las manos) Relájese. No me propongo delatarle.

EA

¡Mierda! (se levanta, se plantea marcharse, rebulle unos instantes, se sienta de nuevo) ¿Cómo lo encontró?

DENISE

¿Cómo encuentra alguien con ego cualquier cosa en internet? Programé una alerta en Google ligada a mi nombre.

EA

(se pasa la mano por el pelo) El puto Google.

DENISE

Abrí la página para ver si se trataba de un ensayo sobre escritores que trascienden la cuarta pared, y entonces vi de qué iba en realidad el blog. Lo incluí en mi lista de blogs a seguir. Sabía que iba a ponerse en contacto conmigo antes de que me enviase el email.

EA

O sea, que no ha venido a reunirse con su agente cinematográfico.

DENISE

Bueno, no. He almorzado hoy con él, y hablamos acerca de ese proyecto con la Paramount. Pero lo llamé después de recibir su correo electrónico y le dije que pasaría por aquí. No se preocupe que no le he puesto al corriente del motivo de mi visita.

EA

Así que sus personajes no están vivos ni hablan con usted.

DENISE

Aparte de lo que es habitual cuando un escritor menciona que sus personajes cobran vida, no.

EA

Estupendo. (Se levanta de nuevo). Gracias por hacerme perder buena parte del día. Ha sido un placer conocerla.

DENISE

Pero es que usted y yo tenemos algo en común.

EA

¿Además de haber perdido la tarde?

DENISE

(molesta) Mire, no he venido a echar un vistazo de cerca a un chalado en acción. Para eso ya tengo a mi primer marido. He venido porque creo entender su situación mejor de lo que usted piensa. Yo también estoy bloqueada. Mucho.

EA

¿Hasta qué punto?

DENISE

Más de un año. ¿Le parece bastante malo?

EA

Quizá.

DENISE

Creo poder ayudarle con el suyo. Porque independientemente de que crea de verdad o no que sus personajes son reales, mi propio bloqueo se acerca al punto en el que está usted ahora.

EA

Si no cree lo que digo, no veo cómo su situación puede parecerse a la mía.

DENISE

Porque ambos tenemos personajes que nos asustan.

EA

(recuesta la espalda, cansado) Continúe.

DENISE

Por las razones que sean, teme matar o hacer daño a sus personajes, y eso lo está bloqueando. En mi caso, tenía personajes a quienes no podía empujar a ninguna situación crítica. Los llevaba a un punto crítico en mis historias, pero cuando llegaba el momento de que ellos apretaran el gatillo, que hicieran algo significativo, era incapaz de hacerlo. Luego ideaba maneras distintas de sacarlos de aquellos agujeros que me había pasado capítulos enteros excavando. Mi manera de llevar el asunto no era precisamente óptima. Finalmente me quedé congelada por completo. Sencillamente no podía escribir.

EA

Pero todo eso tiene que ver con us…

DENISE

Espere, no he terminado. Finalmente, un día estaba sentada delante de mi ordenador portátil, sin hacer nada con mis personajes. Tecleé que uno de ellos se volvía hacia mí y me decía: «¿Por qué no tomas una decisión de una puta vez? ¿No? Estupendo. Entonces yo lo haré». Y de pronto hizo algo que no esperaba, que ni siquiera quería que hiciera, y cuando lo hizo, fue como si un aluvión de posibilidades superara la presa de mi bloqueo, de mi miedo. Mi personaje hizo lo que yo temía que haría.

EA

¿El qué?

DENISE

Ejercer el libre albedrío. Hacer cosas que, aunque a la larga resultaron un desastre para el personaje, supuso al menos hacer algo.

EA

Ejercer el libro albedrío no supone un problema para mis personajes, créame.

DENISE

No he dicho que lo fuera. Pero mis personajes también hacían otra cosa. Se rebelaban contra algo.

EA

¿Cómo?

DENISE

Mi propia manera nefasta de escribir. No hacía por mis personajes lo que ellos necesitaban que yo hiciera: ser lo bastante valiente en mi escritura para dotarlos de interés. Así que ellos se encargaron de hacerlo. Y por ellos me refiero a mí, o a una parte de mi cerebro de escritora con la que no había estado dispuesta a conectar antes. Tal vez también usted deba hacerlo.

EA

Un momento. ¿Acaba de decir que soy un escritor pésimo?

DENISE

Yo no he dicho que sea un pésimo escritor.

EA

Bien.

DENISE

Pero he estado viendo su serie. La mayoría de los guiones son terribles.

EA

(levanta ambas manos) Venga, vamos.

DENISE

(pisando a EA) ¡Y lo peor es que nada justifica que lo sean!

EA

(se inclina hacia delante) ¿Escribe guiones? ¿Sabe lo duro que es trabajar con fechas de entrega semanales para una serie de televisión?

DENISE

No, pero usted sí. Permítame preguntarle una cosa: ¿De veras cree que se está esforzando? Recuerde que sigo su blog. He leído que está escurriendo el bulto para justificar la calidad de su aportación, por mucho que se dé palmaditas en la espalda por la velocidad a la que hace sus entregas.

EA

Esto no tiene nada que ver con el motivo de mi bloqueo.

DENISE

¿No? Yo estuve bloqueada porque sabía que estaba escribiendo mal, y no tenía el coraje para solucionarlo. Usted sabe que su escritura es lamentable, pero se ha buscado una excusa para justificarlo. Quizá ese bloqueo le está diciendo que esa excusa ya no sirve.

EA

¡Joder, no estoy bloqueado porque esté escribiendo mal! ¡Estoy bloqueado porque no quiero que muera nadie más!

DENISE

(asiente) Creo que ésa es su nueva excusa, sí.

EA

(de nuevo se pone en pie) Antes creía estar perdiendo el tiempo. Ahora tengo la certeza. Muchas gracias. Me aseguraré de no incluir su nombre cuando transcriba esto en el blog.

DENISE

De hecho, si va a incluir nuestra conversación en el blog, utilice mi nombre real. Y luego pregunte a sus lectores si lo que le he dicho tiene sentido. Dijo querer su ayuda. Quiero ver si realmente está interesado en ella.

ESCRITOR ANÓNIMO SE ALEJA CAMINANDO

Y así es cómo he perdido completamente la tarde de hoy, escuchando a una mujer, que pensaba que me sería de ayuda, diciéndome que soy un mal escritor… Bueno, un momento, no un mal escritor, sino que lo que hago es pésimo. Porque existe una diferencia en ese matiz.

Y no, nunca he dicho que lo que escribo para la serie sea malo. Dije que no era una obra de Shakespeare. Dije que no es un material digno de un Emmy. No es lo mismo que decir que es malo. Creo ser lo bastante honesto cuando hablo de mí mismo como para admitir que escribo basura. Pero no conservas un puesto de guionista durante años si no sabes escribir, o si lo que escribes es una bazofia. Creedme, uno tiene que demostrar un nivel mínimo de competencia. Tengo un título en cinematografía por la Universidad de Carolina del Sur. No los reparten como en una tómbola. Ya me gustaría que lo hicieran. No hubiese tenido pendientes de pago durante seis años todos aquellos préstamos de estudios hasta que logré darme el primer respiro. Pero no, no los regalan.

A lo que voy. Que te jodan, Denise Hogan. Conste que no soy tu divertimento angelino. Acudí a ti con un problema de verdad, y tu solución consistió en ciscarte en mí y en mi trabajo. Gracias te sean dadas por ello. Algún día te devolveré el favor.

Entretanto, disfruta de cómo internet se entera de hasta qué punto me has «ayudado» hoy. Estoy seguro de que les encantará.

EA.

Acabo de colgar el teléfono móvil a una reportera de Gawker. Me ha dicho que han supuesto que yo era Escritor Anónimo gracias a lo que he estado escribiendo aquí, como por ejemplo que mi serie se emitía en una cadena privada, que duraba una hora, que lleva varias temporadas en antena, que se trata de una serie donde muere mucha gente, que fui alumno de la Universidad de Carolina del Sur y que obtuve mi primer trabajo serio en el negocio seis años después de graduarme.

Y también porque en cuanto mencioné a Denise Hogan acudieron a Facebook para hacer una búsqueda de imágenes de su nombre y encontraron una fotografía con fecha de hoy donde aparece ella en una cafetería de Burbank, sentada con un tipo que se me parece. La instantánea la tomó un fan de ella con el iPhone. No se atrevió a acercarse a Denise porque estaba muy nerviosa, aunque no lo bastante, según parece, para no subir la puta foto a una red social que cuenta con la mitad del planeta Tierra conectada a ella.

De modo que ésa es la historia, y Gawker va a publicarla como dentro de veinte minutos. La cotilla de la reportera de Gawker quería saber si yo tenía algo que añadir al respecto. Claro, por supuesto que tengo algo que decir. Allá va.

Joder.

Eso es todo.

Y ahora voy a pasar las horas que me quedan como escritor de Crónicas Intrépidas haciendo lo que probablemente tendría que haber hecho en el momento en que se desató toda esta mierda: sentarme en el sofá con una botella de Jim Beam y emborracharme a conciencia.

Gracias, internet. Esta aventurilla ha resultado ser muy reveladora.

Con cariño,

Un Escritor que Según Parece No es tan Anónimo

Querido internet:

Primero, ando resacoso y vosotros sois demasiado listos. Así que suavizad el tono.

Ah, un momento, eso es algo que puedo solucionar por mis propios medios. Aguardad.

Así. Mucho mejor.

En segundo lugar, ha pasado algo importante. Tengo que compartirlo con vosotros.

Y para compartirlo con vosotros, tengo que volver a escribir como si trabajase en un guión. Confiad en mí.

EXTERIOR - ERIAL QUE SE EXTIENDE HASTA EL HORIZONTE - POSIBLEMENTE DE DÍA

ESCRITOR ANÓNIMO (Qué coño, después de todo la mitad de internet probablemente ya lo sepa): NICK WEINSTEIN entra en la llanura, con las manos en la cabeza, torciendo el gesto. Hay OTRO HOMBRE a su lado, de rodillas. A cierta distancia a su espalda hay un gentío compuesto por personas que, como el HOMBRE que está junto a NICK, llevan puestas guerreras rojas.

HOMBRE

Por fin.

NICK

(mira a su alrededor) De acuerdo, me rindo. ¿Dónde estoy?

HOMBRE

Es una llanura pelada sin nada a destacar y que se extiende hasta ninguna parte. Una metáfora perfecta del interior de tu propio cerebro, Nick.

NICK

(mira al HOMBRE) Me resultas vagamente familiar.

HOMBRE

(sonríe) Debería. Tú me mataste. De hecho no fue hace muchos episodios.

NICK

(permanece boquiabierto un instante) Finn, ¿verdad?

FINN

Correcto. ¿Y recuerdas cómo me mataste?

NICK

Explosión de cabeza.

FINN

De nuevo en la diana.

NICK

Aunque no fue tu cabeza.

FINN

No, otra. Pero yo estaba en medio.

(se levanta, señala al gentío, a un hombre en particular)

Ése de ahí es el tipo al que le explotó la cabeza. ¡Saluda, Jer! (JER saluda. NICK responde al saludo con cautela)

NICK

(se pone en pie, también algo vacilante, mirando) Pues su cabeza tiene buen aspecto para haber explotado.

FINN

Supusimos que te resultaría más fácil si no nos vieras a todos tal como acabamos cuando nos mataste. Jer no tendría cabeza, yo presentaría graves quemaduras, otros estarían mutilados, parcialmente devorados, tendrían la piel y la carne derretidas en los huesos debido a las terribles enfermedades que los desfiguraron. Ya sabes. Un asco. Pensamos que eso te distraería.

NICK

Gracias.

FINN

De nada.

NICK

Doy por sentado que esto no puede ser real y que estoy soñando.

FINN

Es un sueño. Lo cual no quiere decir que no sea real.

NICK

(se rasca la cabeza) Eso es demasiado profundo para mi actual estado de sobriedad, Finn.

FINN

A ver si esto te sirve: Es real y tiene lugar en un sueño, porque ¿de qué otra manera ibas a hablar con un muerto?

NICK

¿Por qué quieres hablar conmigo?

FINN

Porque queremos pedirte algo.

NICK

Ya he dejado de matar gente. Tengo miedo a la página en blanco por culpa vuestra. Y estoy a punto de perder mi trabajo por culpa de mi bloqueo.

FINN

Estás bloqueado, sí. Pero nosotros no tenemos la culpa. Directamente no, al menos.

NICK

El bloqueo es mío. Creo saber a qué se debe.

FINN

Yo no he dicho que no sepas a qué se debe. Pero eres incapaz de admitir qué lo motiva.

NICK

No te lo tomes como algo personal, Finn, pero empiezo a cansarme de tu interpretación del Maestro Yoda.

FINN

De acuerdo. Entonces voy a expresarlo de este modo: ¿Te acuerdas de Denise Hogan? Pues tiene razón.

NICK

(levanta ambas manos) Incluso en mi propio cerebro esto es lo que obtengo.

FINN

Eres un escritor decente, Nick. Pero eres un vago (señala al gentío). La mayoría de nosotros ha muerto por ese motivo.

NICK

Vamos, hombre, eso no es justo. Estás muerto porque es una serie de acción. En las series de acción muere gente. Es uno de los motivos para llamarlas así.

FINN

(mira a NICK, luego señala a un rostro que asoma entre el gentío) ¡Tú! ¿Cuál fue el motivo de tu muerte?

CAMISA ROJA #1

¡Tiburón de hielo!

FINN

(volviéndose hacia NICK) En serio, ¿un tiburón de hielo? ¿Qué sentido biológico tiene eso? (se vuelve hacia el gentío) ¿Alguien más ha sido devorado por un animal espacial?

CAMISA ROJA #2

¡Cangrejos pornácicos!

CAMISA ROJA #3

¡Un tejón gigante de Tau Ceti!

CAMISA ROJA #4

¡Gusanos terrestres borgovianos!

NICK

(a CAMISA ROJA #4)¡Yo no escribí ese episodio!

(a FINN) En serio, ésos no son míos. Todo el mundo me culpa por ellos.

FINN

Eso se debe a que eres el guionista más veterano de la serie, Nick. Podrías haber llamado la atención de tu equipo acerca de ese recurso manido de los ataques por parte de animales, los escribieras tú o no.

NICK

Es una serie semanal de ciencia ficción…

FINN

Es una serie semanal de ciencia ficción, pero muchas de las series que se emiten semanalmente no son basura, Nick. Incluidas las de ciencia ficción. Muchas de las series de ciencia ficción al menos intentan ir más allá de mantenerse en antena. Tú recurres a la periodicidad y al género a modo de excusa (se vuelve hacia el gentío). ¿Cuántos de vosotros moristeis en las cubiertas seis a doce? (Se alzan docenas de brazos. FINN se vuelve de nuevo hacia NICK, en busca de una respuesta).

NICK

La nave necesita sufrir daños. En la serie tiene que haber drama.

FINN

De acuerdo. La nave necesita sufrir daños. Eso no significa que haya que arrojar al espacio a cualquier pobre desgraciado cada vez que eso suceda. Tal vez, después de la primera docena de veces que pasó, la Unión Universal tendría que haber ordenado a sus ingenieros que preparasen las naves para prevenirlo.

NICK

Mira, lo entiendo, Finn. No os hace ninguna gracia haber muerto. A mí tampoco. ¡Es por eso por lo que estoy bloqueado!

FINN

No lo pillas. Ninguno de nosotros se siente molesto por estar muerto.

CAMISA ROJA #4

¡Yo sí!

FINN

(a CAMISA ROJA #4) ¡Ahora no, Davis! (se vuelve hacia NICK) A ninguno de nosotros, exceptuando a Davis, le molesta estar muerto. La muerte es algo que pasa. Le pasa a todo el mundo. Va a pasarte a ti. Lo que nos molesta es que nuestras muertes hayan sido completamente inútiles. Cuando nos mataste, Nick, nuestras muertes no aportaron nada a la historia. No es más que un efecto dramático sin importancia destinado a los espectadores antes del primer parón publicitario, algo que olvidan antes de que termine el primer anuncio de Doritos. Nuestras vidas tenían significado, Nick, al menos para nosotros. Y tú nos diste una muerte idiota. Muertes absurdas, sin sentido.

NICK

Esas muertes sin sentido se dan continuamente, Finn. La gente resbala en el baño y se rompe el cráneo en el inodoro, da un paso al frente ante un autobús o sale a hacer footing y lo devora un león. La vida es así.

FINN

Así es la vida, Nick. Pero, al menos que tú sepas, nadie escribe la tuya. La nuestra sí. Y eres tú quien lo hace. Y cuando morimos en la serie es porque tú nos has matado. Todo el mundo muere, pero nosotros morimos de la manera que tú decidiste que íbamos a hacerlo. Y hasta el momento has decidido que muramos porque resulta más fácil que escribir una escena dramática cuya respuesta se justifique en el texto escrito. Y tú lo sabes, Nick.

NICK

Yo no…

FINN

Sí, Nick. Tú. Estamos muertos. No tenemos tiempo que perder con bobadas. Así que admítelo. Admite lo que está pasando en tu cabeza.

NICK

(se sienta, aturdido) Vale. De acuerdo. Muy bien. Escribí mi último guión, el que empleamos para enviar a todos de vuelta, y recuerdo que pensé: «Vaya, esta vez no hemos tenido que matar a nadie.» Entonces me puse a pensar que para ellos eran muertes reales. Muertes reales para personas reales. Y entonces me puse a pensar en todas las formas estúpidas de las que me había servido para matar a la gente. Las muertes no eran estúpidas de por sí, todo a su alrededor lo era. Motivos absurdos para poner a la gente en situaciones de las que sólo podían salir escaldados. Coincidencias ridículas. Giros del argumento sacados de la manga. Todos esos truquillos que los demás guionistas y yo utilizamos porque podemos y porque nadie nos lo echa en cara. Entonces fui a emborracharme…

FINN

(asiente) Y cuando te despertaste y te pusiste a escribir no salió nada.

NICK

Creía que se debía a que no quería matar a nadie. A que no quería ser responsable de sus muertes.

FINN

(se arrodilla de nuevo) Lo que te reconcome es el hecho de saber que no actuabas de forma responsable cuando orquestaste sus muertes. Aunque no las hubieras escrito, todos nosotros hubiésemos muerto algún día. Eso es un hecho. Creo que eres consciente de ello.

NICK

Y os di muertes lamentables cuando podría haberos escrito muertes mejores.

FINN

Sí. No eres la Muerte con su guadaña, Nick. Eres un general. A veces los generales envían a la muerte a sus soldados. Con un poco de suerte no actúan de forma estúpida.

NICK

(se vuelve hacia el gentío) Quieres, queréis, que escriba mejores muertes.

FINN

Claro. Aunque no estaría mal que fuesen menos. Pero mejores, sí. Nosotros ya estamos muertos, así que es demasiado tarde. Pero todos tenemos gente que nos preocupa entre los que siguen con vida, personas que algún día podrían acabar a merced de vuestras plumas, si queréis expresarlo de ese modo. Pensamos que se merecen algo mejor. Y ahora tú también lo piensas.

NICK

Das por sentado que conservaré el puesto después de lo sucedido.

FINN

(se pone de nuevo en pie) No vas a tener problemas. Limítate a decir que explorabas la frontera entre la ficción y la performance interactiva en las redes sociales. Es una meta excusa de lo más resultona, y, de todos modos, nadie va a creer que tus personajes hayan cobrado vida de pronto. A lo sumo, la gente pensará que te has comportado como un gilipollas. Claro que ya hay gente que te considera un gilipollas.

NICK

Gracias.

FINN

Eh, ya te lo advertí. Estoy muerto, así que no tengo tiempo para bobadas. Ahora vuelve a quedarte inconsciente y despierta, pero hazlo de verdad. Luego te acercas a tu ordenador. Intenta escribir. Intenta escribir mejor. Y deja de pensar tanto. Acabarás teniendo ideas equivocadas.

NICK asiente, luego pierde el conocimiento. FINN y sus compañeros vestidos con camisa roja desaparecen (supongo).

Después me desperté.

Y seguidamente fui a encender el ordenador portátil.

A continuación escribí treinta páginas del mejor jodido guión que había escrito para la serie.

Luego perdí la conciencia porque seguía ebrio.

Y ahora que vuelvo a estar despierto, y con resaca, escribo esto porque puedo volver a escribir.

Y aquí es donde pongo punto y final a este blog. Ha servido a su propósito porque me ha permitido superar mi miedo a la página en blanco. Ahora tengo guiones que escribir y guionistas que supervisar, y una serie a la que reintegrarme. Ha llegado la hora de regresar.

Algunos habéis preguntado si todo esto no era más que un montaje. ¿He llegado alguna vez a estar bloqueado, o no ha sido más que un ejercicio creativo, el proyecto personal y extraño de alguien que escribe demasiadas páginas acerca de perdedores, explosiones y alienígenas? ¿De veras mis personajes han cobrado vida?

Bueno, pensadlo detenidamente. Mi oficio es la ficción. Mi oficio es la ciencia ficción. Me paso el tiempo inventando cosas raras. ¿Cuál es la explicación más lógica en un caso como éste: más ficción, o que todo lo del blog sea real y me haya pasado de verdad?

Ya sabéis cuál es la respuesta más lógica.

Ahora tenéis que preguntaros si creéis en ello.

Pensadlo y hacédmelo saber.

Hasta entonces, adiós internet.

Nick Weinstein, guionista jefe

Crónicas intrépidas

CODA II:

Segunda persona

Habréis oído contar que la gente que ha sufrido accidentes terribles por lo general no los recuerdan, dicen que el accidente les afecta la memoria a corto plazo, pero tú recuerdas perfectamente el tuyo. Recuerdas la lluvia que volvió resbaladizo el asfalto, y cómo circulabas con los cinco sentidos debido a ello. Recuerdas al BMW saltándoselo en rojo, y ver al conductor con el teléfono móvil, gritando, y sabías que no gritaba por tu causa, porque sencillamente ni siquiera había mirado en tu dirección y no había visto tu moto hasta que su guardabarros se te llevó por delante.

Recuerdas haber saltado por los aires, y, por un fugaz instante, disfrutar de la sensación, al menos hasta que tuviste tiempo suficiente para procesar lo que acababa de suceder y sumergirte en el baño frío como hielo del miedo, antes de caer sobre el asfalto con el casco por delante. Sentiste cómo se te retorcía el cuerpo de formas que el cuerpo humano no debería hacerlo, y oíste cosas que se quebraban en tu interior, que estallaban como pompas de jabón, que se rompían y estallaban como se supone que no deben hacerlo. Sentiste que el visor del casco se desprendía y que el asfalto rascaba la fibra de vidrio y la fibra de carbono o cualquiera que sea el material del que está hecho el casco, todo a un centímetro de tu rostro.

Retorcimiento, estallido, fractura, rascada y de pronto silencio, y entonces todo tu mundo es cuanto alcanzas a ver a través del casco destrozado, principalmente el asfalto. Dos pensamientos ocupaban tu mente en ese momento: uno, el hecho de que debías estar en pleno estado de shock, porque no sentías el menor dolor; dos, que dado el ruido que hizo tu cuello, tenías la sospecha de que tu cuerpo había caído de tal modo que tus piernas estaban como arrebujadas debajo de ti, y el culo miraba directo al cielo. El hecho de que tu cerebro estuviese más preocupado por la posición del trasero que por tu capacidad en general de sentir cualquier cosa sólo sirvió para confirmar tu teoría de que te hallabas inmerso en un estado de shock.

Entonces oíste una voz que te gritaba. Era el conductor del BMW, rabioso por el estado en que había quedado el guardabarros del coche. Intentaste mirarlo, pero como eras incapaz de mover la cabeza tan sólo pudiste echar un vistazo a los zapatos. Eran de cuero negro, de esos que suelen llevar las personas conscientes de su posición, alguien que quiere aparentar y que trabaja en la industria del entretenimiento. Aunque a decir verdad no sólo eran los zapatos los que revelaban eso, también estaba el hecho de que el muy gilipollas se hubiese saltado el semáforo en rojo mientras voceaba por teléfono y que luego la tomase contigo por haber tenido el valor de rallarle el coche.

Te preguntaste brevemente si el muy idiota podía conocer a tu padre antes de que tus heridas finalmente pudieran contigo y todo se desenfocara ante tus ojos. Las palabras del agente gritón, o el abogado, o lo que fuera, se adelgazaron hasta convertirse en un murmullo que poco a poco fue volviéndose más suave y relajante a medida que transcurría el tiempo.

Así fue tu accidente. Lo recuerdas con lo que ahora consideras que es un nivel de detalle aterrador. Lo tienes tan claro en la cabeza como un episodio atrasado de una de las series de televisión de tu padre, conservado en alta definición en un disco Blu-ray. En este punto incluso has añadido una pista con comentarios; hablas a solas mientras lo repasas mentalmente, la motocicleta, el BMW, el conductor (que resulta que sí era un abogado del sector del entretenimiento, a quien sentenciaron a dos años de prisión en la cárcel del condado y a trescientas horas de servicio a la comunidad por su tercera infracción de las leyes de California por conducir mientras hablaba por teléfono móvil) y tu breve vuelo parabólico desde la moto hasta el asfalto. No podías recordarlo con mayor claridad.

Lo que no puedes recordar es lo que sucedió a continuación, ni cómo despertaste, tendido en la cama, completamente vestido, sin un solo rasguño, al cabo de unas semanas.

Eso es algo que empieza a preocuparte.

* * *

—Tienes amnesia —te dijo tu padre cuando le hablaste por primera vez al respecto—. Acostumbra a pasar después de un accidente. Cuando tenía siete años sufrí un accidente de automóvil. No recuerdo nada de lo que pasó. Estaba en el coche, íbamos a visitar a tu abuela, y de pronto me vi en una cama de hospital, enyesado, y con mi madre de pie a mi lado con un recipiente de tres litros de helado.

—Tú te despertaste al día siguiente —contestaste a tu padre—. Yo tuve el accidente hace semanas, pero tan sólo llevo unos días despierto.

—Eso no es verdad —respondió tu padre—. Despertaste antes. Lo hiciste, y hablaste y mantuviste conversaciones. Lo que pasa es que no recuerdas haberlo hecho.

—A eso me refiero —aceptaste—. Esto no es como quedarse inconsciente después de sufrir un accidente. Hablamos de perder la memoria semanas después de lo sucedido.

—Pero es que al caer lo hiciste sobre la cabeza —te recordó tu padre—. Caíste sobre la cabeza después de salir disparado a más de sesenta kilómetros por hora. Aún en el mejor de los casos, como puede considerarse el tuyo, eso va a causarte daños graves, Matthew. No me sorprende que hayas perdido una parte de tus recuerdos.

—No una parte, papá —dijiste—. No recuerdo nada de lo que pasó desde el accidente hasta que desperté y os vi a mamá, Candace, Rennie y a ti de pie a mi lado.

—Ya te lo he dicho. Te desmayaste —dijo tu padre—. Estábamos preocupados.

—Así que me desmayo y luego me despierto sin un solo recuerdo de lo sucedido en las últimas semanas —contestaste—. Entenderás que todo esto pueda preocuparme.

—¿Quieres que te pida una resonancia magnética? —preguntó tu padre—. Puedo hacerlo. Pedir a los médicos que busquen posibles daños adicionales en el cerebro.

—Creo que eso es buena idea, ¿tú no? —dijiste—. Mira, papá, no quiero que me tomes por un paranoico por ello, pero me preocupa haber perdido semanas de mi vida. Quiero asegurarme de que no volveré a olvidar nada. No es nada agradable despertar y tener un agujero enorme en la memoria.

—Claro, Matt, lo entiendo perfectamente —razonó tu padre—. Hablaré con Brenda para que se encargue de ello en seguida. ¿Te parece bien?

—Perfecto —respondiste.

—Pero mientras tanto no quiero que te preocupes mucho por ello —insistió tu padre—. Los médicos nos dijeron que probablemente sufrirías un par de episodios como éste, así que podemos considerarlo normal.

—Yo no lo llamaría normal —objetaste.

—Me refiero en el contexto de un accidente de moto —dijo tu padre—. Es decir, normal en la medida de las circunstancias.

—No se me ocurren circunstancias peores —contestó tu padre, que hizo aquello que había estado haciendo los dos últimos días, o sea, dar la impresión de estar a punto de perder las riendas y echarse a llorar como una magdalena.

* * *

Mientras esperas a que empiece la resonancia magnética, repasas el guión que te han dado de un episodio de Crónicas intrépidas. Para ti la buena noticia es que tu personaje representa un papel crucial en lo que sucede. La mala es que no tienes líneas de diálogo, que te pasas todo el episodio tumbado en una camilla, fingiendo estar inconsciente.

—Eso no es verdad —dijo Nick Weinstein después de que le señalaras ese hecho. Se había acercado a casa con las revisiones, un detalle que tenías la sospecha de que el jefe de guionistas de la serie no reservaba a los demás extras—. Mira —pasó el guión hasta alcanzar las últimas páginas—. A partir de aquí estás consciente.

—«El tripulante Hester abre los ojos y mira a su alrededor» —leíste el texto del guión.

—No dirás que te pasas todo el episodio inconsciente —protestó Weinstein.

—Si tú lo dices.

—Sé que no es gran cosa, pero no quería darte demasiado trabajo en el primer episodio que ruedas después de la recuperación.

«Pues lo has conseguido», te dijiste, repasando el guión en la sala de espera de la sala de resonancias magnéticas, releyendo las escenas en las que no haces más que permanecer tumbado. El episodio estaba lleno de escenas de acción. El teniente Kerensky en particular chupaba cámara a destajo, pilotando una lanzadera y atravesando corredores entre explosiones, mientras a su alrededor los de la camisa roja caían aplastados por los escombros, aunque, tratándose del Intrepid, todo resultaba menos coherente de lo habitual, que ya es decir. A Weinstein no se le dan mal los diálogos y mantener el ritmo, pero ni él ni ninguno de los miembros de su equipo parecen demasiado interesados en urdir una trama que tenga cara y ojos. Tenías la fuerte sospecha de que si supieras más acerca del género de la ciencia ficción televisiva, probablemente serías capaz de reconocer todas las escenas que Weinstein y sus colegas habían copiado descaradamente de otras series.

«Ya, pero te ha pagado la universidad», te decía otra parte del cerebro. «Por no mencionar esta resonancia magnética.»

«De acuerdo», pensaste. Pero no es poco razonable querer que el negocio familiar se dedique a hacer algo que vaya más allá del producto de entretenimiento para descerebrados, algo que pudiese distinguirse de cualquier otro producto de entretenimiento para descerebrados. Si eso es todo cuanto hace tu familia, daría lo mismo que se dedicara a la fabricación de perchas de plástico.

—¿Matthew Paulson? —preguntó el técnico encargado de supervisar la resonancia. Tú levantaste la mirada—. Todo listo.

Entras en la sala donde se encuentra la maquinaria de la resonancia magnética, y el técnico te muestra donde puedes cambiarte y dejar la ropa y los efectos personales. No puede haber nada metálico en la sala de la resonancia. Te desnudas, te pones la prenda sanitaria y luego accedes a la sala, mientras el técnico echa un vistazo a tu información.

—Muy bien, veo que ya ha estado aquí antes, así que ya sabe cómo funciona, ¿verdad? —preguntó el técnico.

—De hecho, no recuerdo haber pasado por aquí —dijiste—. A eso se debe mi visita.

El técnico volvió a repasar la información, algo sonrojado.

—Lo siento —se disculpó—. No suelo comportarme como un idiota.

—¿Cuándo fue la última vez que estuve aquí? —preguntaste.

—Hará algo más de una semana —respondió el técnico, arrugando el entrecejo y consultando de nuevo la información—. Bueno, quizá —añadió al cabo de unos instantes—, creo que su información podría haberse mezclado con la de otro paciente.

—¿Qué le hace pensar eso? —preguntaste.

El técnico levantó la vista para mirarte.

—Permítame no responder a esa pregunta —dijo—. Si hemos mezclado historiales, y creo que así ha sido, no quiero jugarme el cuello por compartir información que pertenezca a otro paciente.

—De acuerdo —aceptaste—. Pero si se trata de mi información, hágamelo saber.

—Por supuesto —dijo el técnico—. Después de todo es su información. Pero por ahora concentrémonos en esta sesión.

Así las cosas, te hizo un gesto para que te tumbaras en la camilla, antes de introducir tu cabeza y tu cuerpo en el tubo claustrofóbico.

* * *

—Entonces, ¿qué crees que estaba buscando ese técnico? —te preguntó Sandra mientras almorzabais en P. F. Chang.

No era tu lugar favorito, pero ella siempre había sentido debilidad por él por motivos que eres incapaz de entender, y tú aún sientes debilidad por ella. Te reuniste con ella frente al restaurante la primera vez que os visteis desde el accidente, y ella lloró en tu hombro y te abrazó antes de apartarse y darte una bofetada medio en broma en la cara por no haberla llamado antes. Luego entrasteis en el templo de la cocina fusión.

—No lo sé —dijiste—. Quería echarle un vistazo, pero después de la prueba me pidió que me vistiera y me dijo que me llamarían para darme los resultados. Luego se marchó antes de terminar de ponerme los pantalones.

—Pero fuera lo que fuese no era bueno —contestó Sandra.

—Fuera lo que fuese, no creo que coincidiera con el hecho de que camine y hable —dijiste—. Al menos hace una semana.

—No es inusual que se produzcan errores en los informes médicos —dijo Sandra—. Mi bufete obtiene una buena tajada gracias a ello. —Era estudiante de primer año en la facultad de Derecho en UCLA y trabajaba de becaria en uno de esos bufetes que se especializaban en demandas del sector médico.

—Tal vez —dijiste.

—¿Qué pasa? —preguntó Sandra tras pasarse un minuto mirándote a la cara—. No pensarás que tus padres te están mintiendo.

—¿Tú recuerdas algo al respecto? —preguntaste—. Me refiero a mí después del accidente.

—Tus padres no dejaron que ninguno de nosotros te visitásemos —respondió Sandra, cuya expresión se puso tensa, como solía sucederle cuando se mordía la lengua por temor a decir algo que luego podría lamentar—. Ni siquiera nos llamaron —añadió tras unos instantes—. Yo me enteré porque Khamal me reenvió por Facebook la noticia publicada en L. A. Times.

—¿La prensa publicó la noticia? —preguntaste, sorprendido.

—Sí —afirmó Sandra—. No una noticia sobre ti, sino sobre el gilipollas que se saltó el semáforo. Es socio en Wickcomb Lassen Jenkins y Bing, una asesoría externa en materia legal que trabaja para la mitad de los estudios de la ciudad.

—Tengo que encontrar ese artículo —dijiste.

—Te lo enviaré —prometió Sandra.

—Gracias.

—Me molesta haberme enterado de que habías sufrido un accidente grave a través de Los Angeles Times —dijo Sandra—. Creo que me merezco algo mejor.

—A mi madre no le caes muy bien después de que me rompiste el corazón —contestaste.

—Eso fue cuando íbamos al instituto —dijo Sandra—. Y lo superaste. Muy rápido, a decir verdad, porque al cabo de una semana no le quitabas las zarpas de encima a Jenna.

—Quizá —dijiste.

El contencioso Jenna, asunto peliagudo por excelencia.

—En fin —dijo Sandra—. Aunque ni tu padre ni ella me llamaran, podrían haber hablado con Naren. Es uno de tus mejores amigos. O con Kel, o con Gwen. Y cuando nos enteramos, no nos dejaron verte. Dijeron que no querían que te viéramos en ese estado.

—¿De veras te dijeron eso? —preguntaste.

Sandra guardó silencio unos instantes.

—No lo expresaron así, pero bastaba con leer entre líneas —reconoció—. No querían que te visitáramos estando así. No querían que pudiéramos recordarte de ese modo. Naren fue quien más los presionó, ¿sabes? Amenazó con volver de Princeton y acampar a la puerta de tu casa hasta que le dejasen visitarte. Entonces mejoraste.

Sonreíste, recordando la conversación que habíais tenido ambos cuando lo llamaste para decirle que te encontrabas mejor. Entonces dejaste de sonreír.

—No tiene ningún sentido —dijiste.

—Concretamente, ¿qué? —quiso saber Sandra.

—Mi padre me dijo que me había recuperado y llevaba unos días despierto antes de recuperar la memoria —explicaste—. Me dijo que me había comportado con normalidad todo ese tiempo.

—Muy bien.

—Entonces, ¿por qué no te llamé? Cuando estoy en la ciudad hablamos o nos vemos todas las semanas. ¿Por qué no me puse en contacto con Naren? Hablo con él cada dos días. ¿Por qué no actualicé el estado de Facebook o publiqué algo? ¿Por qué no le dije a nadie que me encontraba bien? Es lo primero que hice cuando recuperé la memoria.

Sandra abrió la boca para responder, pero la cerró, pensando en lo que acababas de decir.

—Tienes razón —dijo, al cabo—. No tiene sentido. Podrías haber llamado, o enviado un mensaje, aunque sólo fuese porque cualquiera de nosotros te habríamos matado de no hacerlo.

—Exacto —confirmaste.

—Así que crees que tus padres te están mintiendo —dijo Sandra.

—Quizá.

—Y piensas que de algún modo esto guarda relación con tu información médica, donde figura alguna anomalía —propuso Sandra.

—Quizá —repetiste.

—¿De qué crees que se trata?

—No tengo ni idea.

—Sabrás que por ley tienes derecho a consultar tus propios informes médicos —le informó Sandra—. Si crees que pueda tratarse de algo médico, ése es el punto de partida más obvio.

—¿Cuánto me llevará?

—¿Si acudes al hospital y los solicitas? Te harán rellenar una petición y luego la archivarán en una bandeja donde pasará varios días antes de que alguien te cite para entregarte una copia de tus informes —respondió Sandra—. Los cuales podrían o no serte de ayuda de un modo significativo.

—Estás sonriendo, así que doy por sentado que existe una opción B —dijiste a Sandra.

Sandra, que en efecto sonreía, tomó el teléfono, hizo una llamada, y habló con tono alegre y entusiasta con quienquiera que estuviese al otro lado de la línea, alguien a quien mencionó tu nombre. Sólo hizo una pausa para preguntarte cómo se llamaba el hospital. Al cabo de uno o dos minutos más, colgó.

—¿Con quién hablabas? —preguntaste.

—A veces el bufete donde hago de becaria necesita obtener información con mayor rapidez de lo que nos permitiría hacerlo un procedimiento legal —explicó Sandra—. He llamado al tipo que se encarga de esos asuntos. Tiene gente en todos los hospitales desde Escondido hasta Santa Cruz. A la hora de cenar tendrás tu informe.

—¿Cómo conoces a ese tipo? —preguntaste.

—¿Que cómo? ¿Acaso crees que pillarán a un socio del bufete con su número de teléfono en la agenda de contactos? —preguntó Sandra—. Recae en el becario ocuparse de esas cosas. De este modo, si por lo que sea el bufete se ve comprometido, siempre puede apelar a la denegabilidad pausible. Culpar al estúpido estudiante de derecho superambicioso. Es brillante.

—Excepto para ti, si pillan a ese tipo —señalaste.

Sandra se encogió de hombros.

—Sobreviviré —dijo.

Eso te recuerda que su padre vendió su empresa de software a Microsoft a finales de los años noventa por 3600 millones de dólares, obteniendo ganancias antes de que detonase la burbuja de las tecnológicas y las punto com. En cierto modo, para ella la facultad de Derecho es como cultivar una afición.

Sandra reparó en la peculiar expresión de tu rostro.

—¿Qué pasa? —preguntó, sonriendo.

—Nada —contestaste—. Pensaba en el inmerecido estilo de vida de los ricachones y los pastosos.

—Pues será mejor que te incluyas entre ellos, señor. He cambiado de carrera ocho veces en la universidad y sigo sin saber lo que quiero hacer con mi vida de pobre capullo —replicó Sandra—. No me alegro tanto de verte sano y salvo como para no asesinarte.

—Lo haré —prometiste.

—Tú siempre has sido el peor de los nuestros —señaló Sandra—. Yo sólo he cambiado de carrera cuatro veces.

—Y luego te tomaste un par de años libres antes de empezar a estudiar en la facultad de Derecho —dijiste.

—Fundé una empresa —repuso Sandra—. Papá se sintió muy orgulloso de mí.

No dijiste nada, sonriente.

—Vale, de acuerdo. Fundé una empresa con la inversión de mi padre y sus amistades, y luego me nombré su representante mientras los demás se encargaban de sacar adelante el trabajo —añadió Sandra—. Espero que ahora estés satisfecho.

—Lo estoy —contestaste.

—Pero al menos hice algo —insistió Sandra—. Y ahora también. Graduarte no te ha hecho ningún favor. Sólo por el hecho de que no vayas a hacer nada de provecho con tu vida no significa que nunca debas hacer nada en la vida. Ambos conocemos gente así. Y no es bonito.

—Es cierto.

—¿Y ahora sabes qué vas a hacer en la vida? —preguntó Sandra.

—En primer lugar me propongo averiguar qué me está pasando —dijiste—. Hasta que logre hacerlo, no tendré la sensación de haber recuperado mi vida. De hecho, ni siquiera tengo la sensación de estar hablando de mi vida.

* * *

Te plantas delante del espejo, desnudo, no porque seas narcisista, sino porque estás muerto de miedo. La pantalla del iPad muestra los informes de tu accidente de automóvil. Los informes incluyen fotografías tuyas, en el hospital, mientras te preparaban para entrar en quirófano, y las fotografías que tomaron de tu cerebro cuando te hubieron estabilizado.

La lista de las cosas que estaban rotas, rasgadas o destrozadas en el interior de tu cuerpo parecen extraídas de un examen de anatomía del instituto. Las imágenes de tu cuerpo parecen las de un maniquí que los de la cuadrilla de efectos de especiales que trabaja para tu padre ha extendido en el suelo como preparativo para la filmación de una de esas películas de terror de aficionados que rodaba de chaval. Es imposible, dado el modo en que estuviste a punto morir y lo que tuvieron que hacerte para mantenerte con vida, que tu cuerpo deba, en este momento, ser poco más que un conjunto de cicatrices, rasguños y costras amontonadas en una cama con tubos y/o catéteres introducidos en todos los orificios imaginables.

Estás ante el espejo, desnudo. Y no tienes un solo rasguño.

Claro que hay algunas cosillas. La cicatriz del dorso de la mano izquierda, que conmemora el momento en que a los trece años la inercia te arrojó sobre el manillar de la bicicleta. O la quemadura pequeña, casi imperceptible, situada bajo el labio inferior, de cuando a los dieciséis te inclinaste para besar a Jenna Fischmann en el preciso instante en que ella se llevó el cigarrillo a los labios. La incisión diminuta que te dejó la apendicectomía laparoscópica hace dieciocho meses; tienes que inclinarte y apartar el vello púbico para verla. Todos los pequeños registros de los daños relativamente mínimos que has infligido a tu cuerpo con anterioridad al accidente permanecen en su lugar para que repares en ellos.

No hay nada relativo al accidente. Nada en absoluto.

Las abrasiones que rascaron la piel de buena parte del brazo derecho. La cicatriz que señalaría el lugar donde la tibia asomó por la superficie de la pierna izquierda: desaparecida. Los rasguños por encima y por debajo del abdomen donde las costillas, llevadas al límite, se fracturaron hasta romper el músculo y los vasos sanguíneos del interior de tu cuerpo. Ni un atisbo, era como si nunca hubieran existido.

Te pasaste casi una hora delante del espejo, repasando con la mirada los informes médicos en busca de detalles específicos de los daños, antes de volver la vista hacia el espejo a ver si encontrabas un indicio de lo que habías leído. No había nada. Tienes esa salud inmaculada que sólo alguien de veintipocos años puede tener. Es como si el accidente nunca se hubiese producido, o, al menos, como si nunca te hubiese pasado a ti.

Tomaste el iPad para apagarlo, esforzándote por no poner en pantalla las imágenes de tu última resonancia magnética, incluida la nota manuscrita del técnico, que rezaba: «¿En serio? Pero qué coño», porque la desconexión entre los resultados de la anterior serie de resonancias y la actual es como la que muestran las playas españolas con la Costa Este de Estados Unidos. La anterior resonancia magnética indicaba que el futuro tan sólo te reservaba el papel de donante de órganos. La actual resonancia muestra un cerebro perfectamente sano en un cuerpo que goza de una salud envidiable.

Existe una palabra para definir algo así.

«Imposible», te dijiste, contemplándote en el espejo, porque dudabas que a esas alturas nadie más pudiese decirte nada parecido. «Es una puta locura.»

Miraste a tu alrededor, intentando ver con los ojos de un extraño. Es más espacioso que el primer apartamento que suele tener la gente, y hay toda clase de recuerdos de los últimos años repartidos por el cuarto, en ocasiones relacionados con los diversos cambios de estudios que adoptaste mientras intentabas decidir qué hacer de provecho en la vida. En el escritorio descansa el ordenador portátil que compraste principalmente para escribir guiones, pero que acabaste utilizando para actualizar tu estado en Facebook y leer cosas sobre tus amigos. En la librería, una pila de libros sobre antropología sirven a modo de testamento de unos estudios que incluso mientras los estabas realizando sabías que no pondrías en práctica en toda tu vida; una táctica para matar el tiempo y evitar enfrentarte al hecho de que no tenías ni puta idea de qué hacer con tu vida.

En la mesilla de noche está la Nikon DSLR que te regaló tu madre cuando dijiste que estabas planteándote dedicarte a la fotografía. La utilizaste durante una semana, y luego la dejaste en la estantería, donde se quedó acumulando polvo. A su lado, el guión de Crónicas intrépidas, prueba de lo último a lo que te dedicas, a poner un pie en el mundo de la actuación para ver si eso puede ser lo tuyo.

No lo es, como pasó con la escritura de guiones, la antropología y la fotografía. Y ya lo sabías antes de meterte. Como con el resto de las cosas, sin embargo, habría un período que mediaría entre el momento en que descubriste el hecho y el momento en que pudiste abandonarlo con elegancia. Con la antropología fue cuando recibiste el título. Con la escritura de guiones fue una reunión con un agente que te concedió veinte minutos de su tiempo por hacerle un favor a tu padre. Con la actuación será rodar este episodio, despedirse y volver a ese cuarto, a ver si se te ocurre qué hacer a continuación.

Te volviste hacia el espejo para contemplarte una vez más, desnudo, sin mácula, y para preguntarte si hubieses sido más útil para el mundo como donante de órganos que como estás ahora, con una salud perfecta, perfectamente cómodo y perfectamente inútil.

* * *

Tendido en la camilla del decorado de Crónicas intrépidas, a la espera de que la cuadrilla cambiase de lado para rodar otra toma, sentiste una creciente inquietud. Una parte se debía a tu maquillaje, el cual tenía por objeto dotarte de palidez, una película de sudor y los rasguños de rigor, lo cual exigía la constante aplicación de una sustancia de glicerina que hacía que te sintieras como si te aplicaran periódicamente un lubricante personal. Otra parte de esa incomodad se debía a los dos actores que no te quitaban ojo.

Uno de ellos era un extra, como tú, un tipo llamado Brian Abnett a quien por lo general ignorabas porque sabías que todo el mundo estaba al tanto de que eras el hijo del productor de la serie y existe cierto tipo de actor de poca monta a quien le encantaría convertirse en amigo tuyo con miras a que eso pudiese beneficiarlo en su carrera, a obtener trabajo simplemente por formar parte de tu séquito. Sabías qué pretendía y no era algo que estuvieras dispuesto a fomentar.

Pero el otro era Marc Corey, una de las estrellas de la serie. Se llevaba de maravilla con tu padre, por tanto su carrera no necesitaba el empujón de nadie, y a juzgar por lo que tú sabías de él a través de Gawker, TMZ y algún que otro comentario pasajero de tu padre, no parecía que fuese la clase de persona que perdería parte de su precioso tiempo frecuentando tu compañía. Así que el hecho de que no te quitase los ojos de encima se te antojaba desconcertante.

Te pasaste varias horas actuando como un paciente en coma mientras Corey y un puñado de extras te llevaban en camilla durante el ataque simulado a una lanzadera y te hacían circular por diversos decorados de pasillos hasta alcanzar la enfermería, donde otro puñado de extras, vestidos con uniforme de personal médico, fingía aplicarte agujas espaciales e inspeccionarte con artilugios como si pretendieran diagnosticar tu estado. De vez en cuando medio abriste un ojo para ver si Abnett o Corey seguían mirándote fijamente. Y uno, o el otro, siempre estaba pendiente de ti. En la única escena en la que debías actuar abriste los ojos como si acabaras de despertar tras un largo período de inconsciencia. En esa ocasión ambos te miraban con los ojos muy abiertos. Se suponía que era eso lo que debían hacer, según el guión, lo cual no impidió que te plantearas la posibilidad de que ambos estuviesen planeando ligar contigo en cuanto terminase el rodaje.

Por fin acabó el rodaje y te libraste del maquillaje, lo cual puso punto y final para siempre a tu carrera de actor. A la salida viste a Abnett y Corey charlando. Por alguna razón que no pudiste explicarte, cambiaste el rumbo para acercarte a ellos.

—Matt —te saludó Marc al verte.

—¿Qué pasa? —preguntaste con un tono que dejaba claro que no se trataba de una frase dicha a modo de saludo.

—¿A qué te refieres? —preguntó Marc.

—Os habéis pasado todo el día mirándome —dijiste.

—Cómo no —contestó Brian Abnett—. Interpretabas a un personaje en coma. Nos hemos pasado todo el día llevándote en camilla de un lado a otro, lo cual nos exigía estar pendientes de ti.

—No me mientas —dijiste a Abnett—. Dime qué pasa.

Marc abrió la boca para decir algo, pero la cerró y se volvió hacia Abnett.

—Yo sigo teniendo que trabajar aquí mañana —dijo.

Abnett esbozó una sonrisa torcida.

—Así que soy yo el que hará esta vez de camisa roja —dedujo, dirigiéndose a Marc.

—No se trata de eso —dijo Marc—. Pero tiene que saberlo.

—No, si estoy de acuerdo —respondió Abnett. A continuación dio una palmada a Marc en el hombro—. Yo me encargo de esto, Marc.

—Gracias —dijo Marc, volviéndose hacia ti—. Me alegro de verte, Matt. De veras. —Y se alejó caminando a buen paso.

—No tengo ni idea de qué va todo esto —dijiste a Abnett cuando Marc se marchó—. Hasta hoy nunca hubiera imaginado que Marc fuera consciente siquiera de mi existencia.

—¿Cómo te encuentras, Matt? —preguntó Abnett sin responder a tu comentario.

—¿A qué te refieres? —preguntaste.

—Creo que sabes a qué me refiero —dijo Abnett—. ¿Te encuentras bien? ¿Saludable? ¿Como si fueras un hombre nuevo?

Experimentaste un frío repentino al escuchar ese comentario.

—Lo sabes —aseguraste.

—Sí —afirmó Abnett—. Y ahora sé que tú también lo sabes. O, al menos, que sabes algo.

—No creo saber tanto como tú —dijiste.

Abnett te miró a los ojos.

—No, probablemente no. En cuyo caso, creo que ambos tendríamos que salir de aquí para ir a algún lugar donde nos den una copa. Tal vez más de una.

* * *

Esa noche regresaste tarde a tu cuarto, y te quedaste de pie en mitad de él, buscando algo. Buscando el mensaje que te habían dejado.

—Hester te dejó un mensaje —te había revelado Abnett después de explicarte todo lo demás que había pasado, todas aquellas cosas absolutamente inverosímiles—. No sé dónde está porque no me lo dijo. Se lo dijo a Kerensky, que se lo confió a Marc, que me lo dijo a mí. Según Marc está en algún lugar de tu cuarto, en un sitio donde tú podrías encontrarlo, pero nadie más, un lugar donde no mirarías a menos que estuvieses buscándolo.

—¿Por qué tuvo que hacerlo de ese modo? —habías preguntado a Abnett.

—No sé. Quizá imaginó que había una posibilidad de que cayeras en la cuenta. Y si no lo hacías, ¿qué sentido tendría contártelo? Probablemente no te lo ibas a creer. Yo apenas lo hago, y eso que conocí al mío. Te confieso que eso sí fue raro. Tú no llegaste a conocer al tuyo. Así que no me extrañaría que lo pusieras en duda.

No lo pusiste en duda. Tenías la prueba física de ello. Te tenías a ti mismo.

Acudiste en primer lugar al ordenador, repasaste las carpetas en busca de documentos que tuvieran títulos que no recordases haberles dado. Cuando no encontraste ninguno, reordenaste las carpetas para que pudieras buscar archivos creados desde que tuviste el accidente. No había ninguno. Comprobaste los mensajes electrónicos enviados desde tu cuenta. Ninguno. Tu página de Facebook estaba atestada de mensajes de amigos del instituto y de la universidad que se habían enterado de que te habías recuperado del accidente. Nada escrito por ti, o nuevas imágenes subidas a tus álbumes. Ni rastro de un mensaje que pudieras haberte escrito.

Te levantaste del escritorio y te diste la vuelta, repasando el cuarto. Te acercaste a la librería. Allí tomaste los diarios en blanco que habías comprado la vez que decidiste convertirte en guionista para escribir tus pensamientos y aprovecharlos más adelante a la hora de elaborar tus obras maestras. Los repasaste. Estaban tan vacíos como antes. Los devolviste a la librería y luego barriste con la mirada los anuarios del instituto. Se alzó una nube de polvo en la estantería, y los abriste en busca de nuevas anotaciones entre las que había en su interior. No había ninguna. Los devolviste al estante, y al hacerlo reparaste en otro lugar de la librería donde el hueco que había dejado la ausencia de polvo no tenía el dibujo de un libro.

Pasaste un minuto mirando esa sombra, y luego te diste la vuelta, caminando hasta la mesilla de noche para recoger la cámara. Abriste la ranura donde se introduce la tarjeta de memoria, que extrajiste de su interior, la llevaste al ordenador y abriste la carpeta que contenía las fotografías, disponiéndolas de forma que pudieses ver los archivos ordenados por fecha.

Había tres nuevos archivos desde la fecha del accidente: una fotografía y dos nuevos archivos de video.

La fotografía pertenecía a las piernas y los pies de alguien. Sonreíste al verla. En el primer video, alguien barría el cuarto con la cámara, moviéndola de un lado a otro como si intentara averiguar cómo funcionaba.

El tercer video era de ti. En él aparecía tu rostro, y a continuación algunos movimientos bruscos cuando dejaste la cámara y la ajustaste para mantenerte en cuadro. Estabas sentado. Tardaba uno o dos segundos en enfocarse automáticamente, y entonces la imagen de ti mismo aparecía con nitidez.

—Hola, Matthew —dijiste—. Soy Jasper Hester. Soy tú. En cierto modo. Llevo un par de días con tu familia, hablando con ellos sobre ti, y me han contado que llevas un año sin utilizar esta cámara, así que me ha dado por pensar que sería el lugar perfecto para dejarte un mensaje. Si despiertas y sigues adelante con tu vida, entonces nunca lo encontrarás y no habrá problema. Pero si encuentras este video, supongo que será porque lo has estado buscando.

»Si lo estás buscando, imagino que ha sucedido una de las cosas siguientes: O bien te has dado cuenta de que hay algo raro en todo esto y nadie te dice nada al respecto, o bien te lo han contado y no te lo crees. Si se trata de lo primero, entonces no, no estás loco ni has sufrido una especie de raro brote psicótico. Tampoco te ha dado un ataque. Sufriste un fuerte trauma cerebral, pero no con el cuerpo donde estás ahora, así que no te preocupes por eso. Tampoco sufres de amnesia. No tienes ningún recuerdo de esto porque no eres tú quien lo está haciendo. Supongo que eso es fácil de entender.

»Si te han contado lo sucedido y no te lo crees, con un poco de suerte bastará con esto para convencerte. Y si no lo logro, bueno, entonces no sé qué más puedo decirte. Cree lo que quieras. Pero entretanto dame un minuto de tu tiempo.

En el video, Hester, que no eres tú pero también es, se peina con la mano y aparta la mirada, intentando decidir cómo continuar.

—Bueno, esto es lo que quiero decir. Creo que existo porque tú existes. De algún modo, de un modo que ni siquiera realmente puedo empezar a explicar de forma que tenga sentido, creo que pasó algo el día que pediste a tu padre si podía darte un papel en la serie. Sucedió algo que supuso que en el universo donde yo vivo los eventos se adaptasen de forma que pasara lo que pasase yo naciera y llevara una vida en la que tú pudieras tomar parte, representándome como si yo fuera un personaje ficticio. No sé cómo funciona ni el porqué, pero lo hace. Simplemente lo hace.

»Nuestras vidas están entrelazadas porque de algún modo somos la misma persona, sólo que a un universo y a algunos siglos de distancia. Y debido a ello creo poder formularte la siguiente pregunta.

»Sinceramente, Matthew, ¿qué coño estamos haciendo con nuestras vidas?

»He estado hablando con tu familia sobre ti, ¿sabes? Te quieren. Todos ellos te quieren. Te quieren y cuando tuviste el accidente fue como si alguien les hubiese hundido un cuchillo en el corazón. Es asombroso ver hasta qué punto te quieren. Pero, e insisto que esto puedo decírtelo porque tú eres yo, también quieren que te pongas las pilas. Hablan de la de cosas que te interesan, y cómo están esperando a que encuentres aquello que te permita desarrollar todo tu potencial, y lo que yo oigo es todo lo que no dicen: que tienes que crecer.

»Lo sé porque en cierto modo soy como tú. Claro que lo soy, porque soy tú. Llevo años pasando de una cosa a otra, Matthew. Me enrolé en la Armada de la Unión Universal no porque la vocación me empujase a hacerlo, sino porque no sabía qué hacer con mi vida. Supuse que mientras no lo supiera podía ver el universo. Pero incluso entonces siempre he hecho lo mínimo para cumplir expediente. No tenía mucho sentido ir más allá.

»No estaba mal. Para serte sincero me creía bastante listo. Me salía con la mía a mi manera. Pero entonces llego aquí y te veo, tan tieso y con todos esos tubos que salen de todas las partes de tu cuerpo. Y comprendí que no estaba haciendo nada de provecho. Igual que tú. Tú naciste, hiciste el burro un rato, tuviste un accidente de motocicleta y estiraste la pata, y así es cómo se cuenta tu historia. No ganas si te pasas la vida sin haber hecho nada.

»Matthew, si estás mirando esto ahora es porque uno de nosotros finalmente ha hecho algo útil con esta vida. Soy yo. Yo he decidido salvar la tuya. He intercambiado mi cuerpo con el tuyo porque creo que si funciona supondrá que yo sobreviviré en mi mundo en tu cuerpo deteriorado, y tú sobrevivirás en mi cuerpo. Si me equivoco y ambos morimos, o si tú sobrevives y yo muero, entonces habré muerto intentando salvarte. Y sí, para mí eso es una putada, pero mi esperanza de vida gracias a la serie de tu padre no era gran cosa para empezar. Y teniendo en cuenta las circunstancias, era una de las mejores formas en que podía morir.

»Pero voy a compartir un secreto contigo. Creo que esto va a funcionar. No me preguntes por qué. Qué coño, no me preguntes por qué respecto a nada que tenga que ver con todo esto. Pero creo que lo hará. Si lo hace, tan sólo hay una cosa que quiero pedirte. Que hagas algo. Deja de perder el tiempo. Deja de pasar de una cosa a otra hasta que te aburras. Deja de esperar a que llegue la gran cosa. Es una tontería, estás perdiendo el tiempo. Casi has perdido todo el tiempo del que disponías. Has tenido suerte de que yo anduviera por ahí, aunque tengo la sensación de que esta clase de cosas no le pasan a uno dos veces.

»Yo voy a hacer lo mismo. Voy a dejar de perder el tiempo, Matthew. Nuestras vidas son arbitrarias y absurdas, pero si logro esto, si yo y mis amigos del Intrepid nos salimos con las nuestra, entonces habremos logrado algo que nadie más en nuestro universo logra: la oportunidad de labrar nuestro propio destino. Voy a aprovechar la ocasión. Aún no sé cómo. Pero no pienso desperdiciarla.

»Tú tampoco la desaproveches, Matthew. No espero que sepas qué hacer con tu vida en este momento. Pero sí confío en que lo averiguarás. Creo que es justo que te pida esto, teniendo en cuenta las circunstancias.

»Bienvenido a tu nueva vida, Matthew. Procura no echarla a perder.

Hester extendió el brazo y apagó la cámara.

Tú cerraste la ventana del reproductor de video, seguida por la tapa del ordenador portátil, y te volviste para mirar a tu padre, de pie bajo el dintel de la puerta.

—No es amnesia —dijo.

Tenía el rostro bañado en lágrimas.

—Lo sé.

* * *

CODA III:

Tercera persona

Samantha Martínez se sienta a su ordenador y mira un video corto de una mujer que podría ser ella leyendo un libro en una playa. Es la luna de miel de la mujer, el camarógrafo es su marido, que utiliza una cámara que ambos han recibido como regalo de bodas. El contenido del video es absolutamente irrelevante: un minuto de la cámara acercándose a la mujer, que levanta la vista desde el libro, sonríe, intenta ignorar a la cámara durante varios segundos y luego deja el libro y mira de nuevo al objetivo. Lo que podría ser el muelle de Santa Mónica, o una imitación del mismo, se perfila no muy lejos en el encuadre.

—Deja ese trasto y ven a bañarte conmigo —dice la mujer al cámara.

—Alguien nos la robará —dice su marido, fuera de cuadro.

—Pues que nos la roben —contesta ella—. No hay más que un video mío leyendo un libro. Tú te quedas con el original.

—Eso es verdad —asiente el marido.

La mujer se levanta, deja caer el libro, se ajusta el bikini y mira de nuevo a su marido.

—¿Vienes?

—Ahora mismo voy —responde él—. Ve corriendo a la orilla. Si alguien nos roba la cámara, quiero que sepan lo que se pierden.

—Burro —responde la mujer.

Durante un minuto la cámara mira hacia otro lado mientras ella se acerca al marido para besarlo. A continuación el video recupera el encuadre y la cámara la sigue mientras ella corre hacia la orilla. Cuando alcanza el agua, se da la vuelta y hace un gesto para que el marido se reúna con ella. La cámara se apaga.

Samantha Martínez mira el video tres veces más antes de levantarse, coger las llaves del coche y salir por la puerta principal de su casa.

* * *

—Samantha —dice su hermana, Eleanor, mientras la saluda con la mano para llamar su atención—. Ya estás haciendo eso otra vez.

—Lo siento —se disculpa Samantha—. ¿A qué te refieres?

—A eso —dice Eleanor—. A eso que haces cuando, sin importar lo que te digan los demás, tú pones los ojos de vidrio y miras por la ventana.

—No estaba mirando por la ventana —contesta Samantha.

—Pero estabas muy lejos —dijo Eleanor—. Lo de mirar por la ventana no constituye realmente una parte importante de eso.

Ambas están sentadas en el P. F. Chang de Burbank, vacío a primera hora de la tarde, a excepción de una pareja de jóvenes que ocupa uno de los reservados del extremo opuesto del restaurante. Eleanor y Samantha se sientan a una mesa próxima a la hilera de ventanas que miran al amplio aparcamiento de un centro comercial.

De hecho, Samantha no mira por la ventana, sino a la pareja que conversa. A pesar de la distancia, distingue que no son pareja, aunque tal vez lo fueron en tiempos, y Samantha repara en que al menos al joven no le importaría que volvieran a serlo. Se inclina sobre ella de forma casi imperceptible mientras permanecen sentados, como dándole a entender que él estaría dispuesto. La joven no repara en ello, por el momento; Samantha se pregunta si lo hará, y si el joven se lo dará a entender algún día con mayor claridad.

—Samantha —insiste Eleanor.

—Lo siento —dice Samantha, que vuelca su atención en su hermana—. Lo siento de veras, E. Últimamente no sé dónde tengo la cabeza.

Eleanor se vuelve para mirar a su espalda y repara en la pareja del reservado.

—¿Los conoces? —pregunta.

—No —responde Samantha—. Tan sólo observo su lenguaje corporal. Él es el que está más enamorado.

—Ah. —Eleanor se vuelve hacia Samantha—. Quizá debas acercarte para decirle que deje de perder el tiempo.

—No está perdiendo el tiempo —dice Samantha—. Lo que pasa es que aún no le ha dicho a ella hasta qué punto es importante para él. Si interviniera sería para decirle eso. Que no se lo callara. La vida es demasiado corta.

Extrañada, Eleanor se queda mirando a su hermana.

—¿Te encuentras bien, Sam? —pregunta.

—Estoy perfectamente —asegura Samantha.

—Porque lo que acabas de decir es la clase de cosas que dice un personaje salido de una película de ésas que ponen los domingos por la tarde cuando descubre que tiene cáncer —dice Eleanor.

Samantha ríe al escuchar eso.

—No tengo cáncer, E —contesta—. Te lo juro.

Eleanor sonríe.

—Entonces, ¿se puede saber qué te pasa?

—Es difícil de explicar.

—Nuestro camarero se lo está tomando con calma —dice Eleanor—. Tienes todo el tiempo del mundo.

—Alguien me ha enviado un paquete —cuenta Samantha—. Son fotos, videos y cartas de amor de un marido a su mujer. He estado echándoles un vistazo.

—Pero ¿eso es legal? —pregunta Eleanor.

—No creo que debas preocuparte por ello.

—¿Por qué iban a enviarte ese paquete?

—Pensaron que podría significar algo para mí.

—¿Las cartas de amor de una pareja a la que no conoces?

—No son desconocidos —responde Samantha, pronunciando las palabras poco a poco—. Tiene sentido que me las hayan enviado. Ha sido algo complicado.

—Tengo la impresión de que te estás callando un montón de detalles —dice Eleanor.

—Ya te dije que era difícil de explicar.

—¿Cómo ha sido eso de repasar la correspondencia de otra pareja? —pregunta Eleanor.

—Triste. Eran felices, y de pronto esa felicidad les fue arrebatada.

—Entonces al menos al principio fueron felices.

—¿Nunca te preguntas cómo podría haber sido tu vida? —Samantha cambia ligeramente de tema—. Si las cosas hubiesen sucedido de otra manera, si hubieras tenido otro trabajo, o un marido distinto, otros hijos, ¿no te preguntas cómo podría haber sido? ¿Crees que tal vez hubieras sido más feliz? Y si pudieras ver esa otra vida, ¿cómo te habrías sentido?

—Demasiada filosofía de golpe —contesta Eleanor, cuando por fin el camarero aparece para servirles las ensaladas—. Nunca me pregunto cómo podría haber sido mi vida. Tengo un empleo estupendo, Branden es un buen chico y la mayoría de los días no deseo estrangular a Lou. Mi hermana pequeña me preocupa a veces, pero eso es lo peor que me pasa.

—Conociste a Lou en Pomona —dice Samantha, mencionando el alma mater de su hermana—. Pero recuerdo que lanzaste al aire una moneda para escoger universidad. Si la moneda hubiese caído del otro lado, habrías estudiado en Wesleyan. Nunca hubieras conocido a Lou. No te habrías casado con él ni habrías tenido a Brandon. Lanzas una moneda al aire y todo en tu vida sucede de otra manera.

—Supongo que sí —asiente Eleanor, cortando la ensalada.

—Puede que haya otra versión de ti ahí fuera —dice Samantha—. Para ella la moneda cayó del otro lado. Va por ahí, llevando tu otra vida. ¿Y si pudieras atisbar esa otra vida? ¿Cómo te sentirías?

Eleanor mastica un bocado de ensalada y señala con el tenedor a su hermana.

—Respecto a esa moneda… —dice—. Hice trampa. Mamá quería que fuese a Wesleyan, pero yo no. Le hacía mucha ilusión la idea de que dos generaciones de nuestra familia estudiasen allí. Yo siempre quise ir a Pomona, pero mamá no dejó de insistirme para incluir a Wesleyan en la ecuación. Al final le dije que lanzaría una moneda para decidirlo. No importaba de qué lado cayera esa moneda, porque de todos modos hubiese escogido Pomona. Monté el numerito para hacerla feliz.

—Hay otros lugares que tu vida podría haber cambiado —dice Samantha—. Podrías haber llevado otras vidas.

—Pero no fue así —responde Eleanor—. Y no, no lo hago. Vivo la vida que vivo, y es la única que tengo. No hay nadie más en el universo que viva mis vidas alternativas, y aunque lo hubiese no me preocuparía por ellos porque aún tengo mi vida que vivir aquí y ahora. En mi vida tengo a Lou y a Branden, y soy feliz. No me preocupo por cómo podrían haber sido las cosas. Tal vez sea falta de imaginación por mi parte. Por otro lado, me impide estar llorando todo el rato.

Samantha sonríe de nuevo.

—Yo no lloro todo el rato —contesta.

—Sí lo haces —asegura Eleanor—. O te muestras sensiblera, que es una versión socialmente más aceptable. Suena como si el hecho de ver los videos caseros de esa pareja hace que te preguntes si son más felices que tú.

—No lo son —dice Samantha—. Ella está muerta.

* * *

Una carta de Margaret Jenkins dirigida a su esposo Adam:

Cariño: Te quiero. Siento que estés decepcionado. Sé que el Viking debía regresar a la Tierra a tiempo de nuestro aniversario, pero no tengo ningún control sobre nuestras misiones, incluyendo las de emergencia, como ésta. Esto formaba parte del trato cuando te casaste con la tripulante de una nave de la Doble U. Eras consciente de ello. Lo hablamos. No me gusta estar separada de ti más de lo que pueda gustarte a ti, pero también me gusta lo que hago. Cuando me propusiste matrimonio, dijiste que esto sería algo a lo que tendrías que acostumbrarte. Te pido que recuerdes que dijiste que tendrías que acostumbrarte a convivir con ello. También dijiste que considerarías la posibilidad de enrolarte en la Armada. He preguntado a la capitana Feist sobre el proceso de aceptación de candidatos en virtud de sus habilidades especiales, y me ha dicho que la Armada necesita gente con tu experiencia en sistemas informáticos. También me ha dicho que si llevas a cabo el entrenamiento acelerado y te destinan a una nave, la Doble U se encargará de cubrir los préstamos que obtuviste para llevar a cabo tus estudios. Una losa menos que pesaría sobre nuestras cabezas. La capitana también me dice que sospecha que el próximo año se abrirá una vacante en el Viking para un especialista de sistemas. No garantiza nada, pero vale la pena probar y la Doble U siempre hace un esfuerzo para destinar a la misma nave a las parejas casadas. Lo considera positivo para la moral. Sé que sería positivo para mi moral. La monogamia es una mierda cuando no puedes ejercer el privilegio. Sé que tú opinas lo mismo. Te quiero. Pienso en ti. Te quiero. Siento no poder estar ahí contigo. Te quiero. Me gustaría estar contigo. Te quiero. Me gustaría que estuvieras aquí conmigo. Te quiero. Quizá puedas estarlo. Te quiero. Piénsalo. Te quiero. Ah, y te quiero.

Con (todo mi) amor,

M.

* * *

Para aplacar a Eleanor, que se siente más preocupada por su hermana a medida que da vueltas y más vueltas a la conversación mantenida en P. F. Chang, Samantha inicia una serie de citas a ciegas, escogidas supuestamente al azar por Eleanor.

Las citas no salen bien.

La primera cita es con un responsable de inversiones que se pasa el rato justificando el comportamiento de los banqueros durante la crisis económica de 2008, y que únicamente interrumpe su discurso para responder a los mensajes que recibe de correo electrónico urgentes, entre comillas, o eso asegura él, enviados por socios de Sídney y Tokio. Se ausenta sin el teléfono para ir al servicio; Samantha abre la parte posterior y desajusta la batería de forma que no haga contacto. Su cita, rabiosa por el hecho de que el teléfono haya dejado de funcionar inexplicablemente, se marcha, demorándose lo suficiente para preguntar a Samantha si le importaría que pagaran a medias, antes de salir pitando en busca de una tienda de Verizon.

La segunda cita la tiene con un profesor de lengua inglesa de ciclo superior oriundo de Glendale, que además es aspirante a guionista y que ha aceptado la cita porque Eleanor apuntó que Samantha podría conservar algunos contactos en Crónicas intrépidas, una de las series donde trabajó como extra. Cuando Samantha explica que tan sólo hizo de extra, que de eso hace años ya, y que había obtenido el papel gracias a un director de casting y no por mediación de contactos personales, el profesor guarda silencio durante varios minutos y luego pide a Samantha que lea de todos modos el guión para darle su opinión. Ella lo hace, en silencio, mientras les sirven la cena. Es terrible. Pero por pena Samantha le miente.

La tercera cita la tiene con un hombre tan aburrido que Samantha no recuerda absolutamente nada sobre él para cuando alcanza el coche.

La cuarta cita es con una mujer bisexual, compañera de trabajo de Eleanor, cuyo género su hermana le había ocultado refiriéndose a ella por el nombre de «Chris». Chris se muestra de buen humor cuando Samantha le aclara la situación, y ambas disfrutan de una cena agradable. Después de la cena, Samantha llama a su hermana para preguntarle en qué estaba pensando.

—Cariño, hace tanto tiempo desde que tuviste la última relación que pensé que quizá había algo que no me estabas contando —se defiende Eleanor.

Su quinta cita es un bicho raro. Samantha se marcha antes de que sirvan los entrantes.

La sexta cita es con un tipo llamado Bryan cuyo aspecto decente encaja con su amabilidad, atención y su carácter encantador, a pesar de lo cual Samantha comprende que no siente el menor interés por ella. Cuando Samantha se lo dice, él se ríe.

—Lo siento —se excusa—. Esperaba que no fuese tan obvio.

—No pasa nada —dice Samantha—. Pero ¿por qué has aceptado la cita?

—Conoces a tu hermana, ¿verdad? —responde Bryan—. Al cabo de cinco minutos me pareció más fácil aceptar que buscar excusas para negarme. Y ella insistía en que eras muy agradable, y en eso acertaba, por cierto.

—Gracias —responde Samantha, que lo observa en silencio durante unos segundos—. Eres viudo —dice, finalmente.

—Ah, Eleanor te lo contó. —Toma un sorbo de vino.

—No —contesta Samantha—. Lo he supuesto.

—Entonces Eleanor tendría que habértelo dicho. Perdona que no lo hiciera.

—No es culpa tuya —dice Samantha—. Hace dos semanas a Eleanor se le olvidó mencionar que me había concertado una cita con una mujer, así que no es tan raro que no me haya dicho que eras viudo.

Ambos ríen ante aquel comentario.

—Creo que tal vez deberías despedir a tu hermana como casamentera —opina Bryan.

—¿Cuánto hace? —pregunta Samantha—. Me refiero a cuánto hace que eres viudo.

Bryan asiente para dar a entender que sabe de qué habla.

—Dieciocho meses —responde—. Fue un infarto. Corría media maratón, tropezó y murió en el hospital. Los médicos me dijeron que los vasos sanguíneos de su cerebro habían sido muy delgados toda su vida y que escogieron ese momento para ceder. Tenía treinta y cuatro años.

—Lo siento —dice Samantha.

—Yo también —responde Bryan, que toma otro sorbito de vino—. Un año tras la muerte de Jen, mis amigos empezaron a preguntarme si estaba preparado para acudir a citas. No se me ocurrió ningún motivo para decir que no. Entonces acudo a las citas y caigo en la cuenta de que no quiero tener nada que ver con ellas. No te ofendas —se apresura a decir—. No es culpa tuya. Soy yo.

—No me ofendo —dice Samantha—. Es el amor.

—Eso es lo gracioso —continúa Bryan, que de pronto se muestra más animado que en el resto de la velada y, sospecha Samantha, más que lo ha estado en mucho tiempo—. No fue amor, al menos al principio. O no lo fue para mí. Jen solía decir que supo que sería suyo desde que me vio por primera vez, pero yo no lo supe. Cuando nos conocimos ni siquiera me gustaba mucho.

—¿Por qué no?

—Era una mandona —cuenta Bryan, sonriendo—. No le importaba decirte cualquier cosa que se le pasara por la cabeza, aunque no quisieras saber su opinión. Honestamente, tampoco me pareció muy atractiva. Desde luego no era la clase de mujer que yo creía que fuese mi tipo.

—Pero cambiaste de opinión —dice Samantha.

—No puedo explicarlo —admite Bryan—. Bueno, eso no es cierto. Sí puedo. Jen decidió que yo era un proyecto a largo plazo e invirtió su tiempo. Y de pronto lo siguiente que sé es que estoy bajo la chuppah, preguntándome cómo coño había llegado allí. Pero para entonces estaba enamorado. Y eso es cuanto puedo decir. Como he dicho, no puedo explicármelo.

—Pues suena estupendo —reconoce Samantha.

—Y lo fue —dice Bryan, que termina el vino.

—¿Crees que es así como funciona? —pregunta Samantha—. ¿Que sólo existe una persona a la que amar?

—No lo sé —contesta Bryan—. ¿Por cada uno de nosotros? No lo creo. La gente enfoca el amor de formas muy distintas. Creo que hay quienes son capaces de amar a alguien, y luego, si se muere, pueden amar a otra persona. Fui padrino en la boda de un amigo de la universidad cuya esposa falleció, y luego, al cabo de cinco años, lo vi casarse muy feliz con otra mujer. En ambas ocasiones vi cómo lloraba de alegría. Así que no, no creo que lo que preguntas se aplique a todo el mundo, pero sí creo que lo hace en mi caso.

—Me alegro de que lo hayas tenido —dice Samantha.

—Yo también —asegura él—. Me hubiese gustado haberlo disfrutarlo durante más tiempo, eso es todo. —Deja la copa de vino, con la que ha estado jugueteando todo el rato—. Lo siento, Samantha —añade—. Acabo de hacer eso de hablarle a mi cita de cuánto quiero a mi mujer. No quería comportarme como un viudo contigo.

—No me importa —dice Samantha—. Me pasa a menudo.

* * *

—No puedo creer que aún tengas esa cámara —dice Margaret a su marido, de nuevo tras la lente.

Caminan por los corredores del Intrepid. Acaban de asignarlos juntos a bordo.

—Fue un regalo de bodas —contesta él—. De tío Will. Me mataría si me desprendiera de ella.

—No tienes que desprenderte de ella —dice Margaret—. Yo podría fingir que ha sufrido un accidente.

—Me asombra que hagas semejante sugerencia —responde su marido.

Margaret frena el paso.

—Ya hemos llegado —dice—. Ésta es nuestra cabina de casados. Donde pasaremos el resto de nuestro matrimonio viviendo felices a bordo de esta nave.

—La próxima vez procura decirlo sin tanto sarcasmo —le pide su marido.

—Y tú procura no roncar —le advierte Margaret, que abre la puerta y barre con la mano la estancia a modo de bienvenida—. Usted primero, señor Documentador.

Su marido franquea la puerta y gira a su alrededor para mostrar a la cámara todo el lugar, y no tarda nada en hacerlo.

—Es mayor que nuestra cabina a bordo del Viking —dice.

—Hay cuartos de escoba mayores que nuestra cabina del Viking —señala Margaret.

—Sí, pero éste es casi tan grande como dos cuartos de escoba juntos —asegura su marido.

Margaret cierra la puerta y mira a su esposo.

—¿Cuándo tienes que personarte en xenobiología? —pregunta.

—Tendría que hacerlo de inmediato —responde su marido.

—Eso no es lo que te he preguntado.

—¿Qué estás tramando?

—Algo que no vas a poder documentar —responde Margaret.

* * *

—¿Has venido a confesarte? —pregunta el padre Neil.

Samantha ríe a pesar de querer evitarlo.

—No creo que pueda confesarme contigo en serio —dice.

—Ése es el problema de acudir a un sacerdote con quien solías salir en el instituto —señala el padre Neil.

—Entonces no eras sacerdote.

Ambos están sentados en uno de los bancos situados a la entrada de la iglesia de Saint Finbar.

—Bueno, si decides que necesitas confesarte, házmelo saber —dice Neil—. Prometo no contarlo. De hecho, ése es uno de los requisitos.

—Lo sé —responde Samantha.

—Entonces, ¿por qué querías verme? —pregunta Neil—. Ojo, conste que no me quejo.

—¿Es posible que tengamos otras vidas?

—¿Cómo? ¿Te refieres a la reencarnación? ¿Y preguntas por la doctrina católica o por alguna otra?

—No sé muy bien cómo describirlo —explica Samantha—. No creo que se trate exactamente de la reencarnación. —Arruga el entrecejo—. No sé si existe una forma de describirlo que no suene totalmente ridícula.

—Suele pensarse que los teólogos mantuvieron sesudos debates acerca de cuántos ángeles podían bailar en la cabeza de un alfiler —dice Neil—. Por tanto, no creo que tu pregunta sea ridícula.

—¿Llegaron a averiguar cuántos ángeles podían bailar en la cabeza de un alfiler? —pregunta Samantha.

—En realidad no llegaron a tomárselo en serio —asegura Neil—. Es una especie de mito. Y aunque no lo fuese, la respuesta sería la siguiente: Tantos como necesitara Dios. ¿Cuál es tu pregunta, Sam?

—Supón que existe una mujer que es como un personaje de ficción, pero es real —propone Samantha, levantando la cabeza cuando ve que el padre Neil se dispone a hacerle una pregunta—. No preguntes cómo, no lo sé. Limítate a aceptar que es tal y como te la describo. Ahora supón que esa mujer está basada en alguien que pertenece a nuestro mundo real… Que tiene el mismo aspecto, la misma voz, que a juzgar por su aspecto ambas podrían ser la misma persona. La primera mujer no existiría sin tener a la segunda mujer de modelo. ¿Son ambas la misma persona? ¿Ambas comparten la misma alma?

Neil arruga el entrecejo y Samantha lo recuerda cuando tenía dieciséis años, lo cual la empuja a contener de nuevo la risa.

—La primera mujer está basada en la segunda mujer, pero ¿sin ser un clon? —pregunta—. Me refiero a si no recurren a material genético de una para hacer a la otra.

—No lo creo, no —responde Samantha.

—Pero ¿definitivamente la primera mujer está hecha de la segunda mujer de un modo inefable? —pregunta Neil.

—Sí.

—No voy a pedir detalles de cómo se logra algo así —dice Neil—. Voy a tomarlo como un acto de fe.

—Gracias —contesta Samantha.

—No puedo hablar en nombre del conjunto de la Iglesia Católica, pero mi opinión es que no, que no son una misma alma —concluye Neil—. Es una simplificación, pero la Iglesia nos enseña que aquellas cosas que tienen de por sí el potencial de convertirse en seres humanos poseen alma propia. Si hicieras un clon de ti misma, ese clon no serías tú, igual que dos gemelas idénticas no son una misma persona. Cada una de ellas concibe sus propios pensamientos y experiencias personales y es más que la suma de sus genes. Son personas independientes y poseen alma propia.

—¿Crees que en el caso de ella sería lo mismo? —pregunta Samantha.

Neil mira con extrañeza a Samantha, pero responde a la pregunta.

—Creo que sí. Esta otra persona posee sus propios recuerdos y experiencias, ¿verdad?

Samantha asiente.

—Si tiene su propia vida, posee alma propia. La relación que describes se parece a la que existe entre un niño y su gemelo idéntico: basado en otro pero sólo basado, no una repetición exacta.

—¿Y si están separadas por el tiempo? —pregunta Samantha—. ¿Se consideraría entonces una reencarnación?

—No si eres católico —contesta Neil—. Nuestra doctrina no lo permite. No sé cómo lo considerarían los demás credos. Pero tal como tú lo describes, no parece que una reencarnación sea estrictamente necesaria. La mujer es una persona independiente, sin importar cómo quieras definirla.

—Vale, de acuerdo —dice Samantha.

—Recuerda que sólo se trata de mi opinión —advierte Neil—. Si quieres una versión oficial, tendré que recurrir al papa. Eso podría llevarme un tiempo.

Samantha sonríe.

—No te molestes —dice—. Lo que dices tiene sentido. Gracias, Neil.

—De nada —responde Neil—. ¿Te importa si te pregunto a qué viene todo esto?

—Es complicado.

—Eso parece —dice Neil—. Suena como si te estuvieras documentando para escribir una historia de ciencia ficción.

—Es algo parecido, sí —acepta Samantha.

* * *

Cariño: ¡Bienvenido a Cinqueria! Sé que Collins te tiene muy ocupado con un proyecto, así que no te veré hasta que vayamos a la superficie para las negociaciones. Formo parte del equipo de seguridad del capitán, quien confía que las cosas procedan de manera aburrida y carente de sucesos. No esperes más de lo que te retenga Collins. Nos veremos mañana. Besos y más besos,

M.

P. D.: Besos.

P. P. D.: Más besos.

* * *

Samantha compra una impresora, se gasta un par de cientos de dólares en tinta, e imprime las cartas y las fotografías de la colección que le fue entregada hace un mes. El proyector original había desaparecido misteriosamente tal como le habían prometido, convertido en un montón de polvo que terminó por evaporarse en cuestión de una hora. Antes de que eso sucediera, Samantha recurrió a su cámara digital para tomar una fotografía de todos y cada uno de los documentos, y también grabó en video todas las películas que le habían entregado. Conserva los archivos digitales tanto en la tarjeta de memoria de la cámara como en el disco duro. Imprime los documentos con un propósito totalmente distinto.

Al terminar ha impreso una resma de papel, cada hoja muestra una carta o una fotografía de Margaret Jenkins. No es toda la vida de Margaret, pero es una representación de la vida que ella compartió con su marido, una representación de una vida vivida en el amor y con amor.

Samantha recoge la resma de papel, camina hasta la trituradora de papel portátil que compró e introduce todas y cada una de las hojas en la máquina, una tras otra. Reúne los restos de papel y los lleva al pequeño patio trasero; una vez allí los deposita en un cubo de la basura metálico de pequeño tamaño que también ha comprado a tal efecto. Se asegura de introducir el papel de modo que el conjunto no quede del todo compacto, enciende una cerilla larga y la aplica en la parte superior, asegurándose de que el papel prenda. Cuando lo logra, Samantha tapa el cubo de la basura dejando una ranura para que entre el oxígeno mientras los jirones de humo surgen del interior.

El papel arde hasta reducirse a ceniza. Samantha abre la tapa, vierte un cubo de arena de playa en su interior, apagando las brasas que puedan quedar. Samantha regresa al interior de la casa para coger una cuchara de madera en la cocina y la utiliza para remover la arena, que mezcla con las cenizas. Al cabo de unos minutos, Samantha levanta el cubo de la basura y vierte con cuidado la mezcla de ceniza y arena en el cubo. Lo tapa, lo introduce en el coche y conduce en dirección a Santa Mónica.

* * *

Hola: No sé cómo llamarte. No sé si leerás algún día esto o si, aunque puedas hacerlo, te lo creerás. Pero voy a escribir como si fueras a leerlo y creerlo. No tendría sentido hacerlo de otro modo. Tú eres la razón de que haya habido alegría en mi vida. No lo sabías, cómo ibas a hacerlo, pero eso no significa que no sea cierto. Es verdad porque sin ti la mujer que fue mi esposa no habría sido quien fue ni lo que fue para mí. Tú la representaste en tu mundo, como actriz, durante lo que creo que fue un breve período de tiempo, tan breve que es posible que ni siquiera recuerdes que representaste su papel. Pero en ese breve período de tiempo le diste la vida. Y donde yo estoy, ella compartió esa vida conmigo y me dio algo por lo que vivir. Cuando dejó de vivir, yo también dejé de hacerlo. Dejé de vivir durante años. Quiero empezar de nuevo a vivir. Sé que ella querría que empezase a vivir otra vez. Para lograrlo debo devolvértela. Aquí la tienes. Me gustaría que hubieses tenido ocasión de conocerla. Hubiera querido que hubieses hablado con ella, reído con ella y haberla querido como yo lo hice. Ahora es imposible. Pero al menos puedo mostrarte lo que ella significó para mí, y cómo fue su vida conmigo y cómo las compartimos. No te conozco y nunca lo haré. Pero debo creer que una parte inmensa de quien fue mi mujer proviene de ti, que vive en ti incluso ahora. Mi mujer ha desaparecido, pero saber que tú vives me proporciona cierto consuelo. Espero que lo que fue bueno para ella, las cosas que amé de ella, vivan también en ti. Espero que en tu vida disfrutes del amor que ella tuvo en la suya. Tengo que creer que así es, o al menos que puede serlo. Podría decir más, pero creo que la mejor manera de explicarlo todo consiste sencillamente en explicártelo. Así que aquí está. Aquí la tienes. Mi mujer se llamaba Margaret Elizabeth Jenkins. Gracias por dármela, por el tiempo que compartí con ella. Ahora vuelve a ser tuya.

Con amor,

Adam Jenkins

* * *

Samantha Martínez se encuentra de pie en el océano. El agua le llega a la altura de los tobillos. No está demasiado lejos de Santa Mónica, y vierte los restos de la vida de Margaret Jenkins en el lugar donde llegaría el día que disfrutó de su luna de miel. No se apresura en la labor, se toma su tiempo entre puñado y puñado de ceniza y arena para recordar las palabras de Margaret, y su vida y su amor, para interiorizarlas y permitir que se conviertan en una parte de su vida, ya sea por primera vez o de nuevo.

Cuando termina, se da la vuelta y camina hasta la playa, momento en que repara en la presencia de un hombre allí. Sonríe y camina hacia él.

—Estabas extendiendo cenizas —dice él, no con tono interrogativo, sino como quien constata un hecho.

—Sí —afirma Samantha.

—¿De quién?

—De mi hermana —responde Samantha—. En cierto modo.

—¿En cierto modo?

—Es complicado.

—Te acompaño en el sentimiento —responde el hombre.

—Gracias —dice Samantha—. Tuvo una buena vida. Me alegra haber formado parte de ella.

—Probablemente esto sea lo peor que puedo decirte en este preciso momento, pero te juro que me resultas familiar —dice el hombre.

—Tú también me suenas de algo —contesta Samantha.

—Te prometo que esto no es una frase hecha, pero ¿eres actriz? —pregunta él.

—Lo fui.

—¿Trabajaste alguna vez en Crónicas intrépidas?

—Una vez.

—No vas a creértelo, pero creo que yo interpretaba el papel de tu marido —afirma el hombre.

—Lo sé.

—¿Te acuerdas? —pregunta el hombre.

—No —dice Samantha—. Pero sé qué aspecto tenía su marido.

El hombre le tiende la mano.

—Soy Nick Weinstein —se presenta.

—Hola, Nick —dice Samantha, estrechándola—. Samantha.

—Es un placer conocerte —responde Nick—. De nuevo, quiero decir.

—Sí —dice Samantha—. Nick, estaba pensando en comer algo. ¿Te gustaría acompañarme?

Nick sonríe.

—Claro que me gustaría, sí —contesta.

Ambos remontan la playa.

—Menuda coincidencia —interviene Nick al cabo de unos segundos—. Que los dos nos hayamos encontrado aquí.

Samantha sonríe de nuevo y se abraza a Nick mientras caminan.