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Charles Paulson abrió la puerta que daba a la sala de reuniones donde los cinco esperaban sentados, y entró seguido por otro hombre.

—Disculpen la espera —se disculpó, señalando a continuación al desconocido—. Querían ver al jefe de guionistas de la serie, y aquí lo tienen. Les presentó a Nick Weinstein. Le he explicado lo que pasa.

—Hola —dijo Weinstein, mirando a los cinco—. Vaya, veo que Charles no bromeaba.

—Esto sí es raro —intervino Hester, rompiendo el silencio de cuatro de los cinco, que estaban boquiabiertos.

—¿Qué tiene de raro? —preguntó Weinstein.

—Señor Weinstein, ¿alguna vez trabajó de extra en la serie? —preguntó Dahl.

—Una vez, hace unas temporadas —respondió el guionista—. Necesitábamos a alguien de relleno para una escena de funeral. Yo estaba en el estudio. Me pusieron un traje y me dijeron que pusiera cara de tristeza. ¿Por?

—Conocemos al hombre a quien interpretó —dijo Dahl—. Se llama Jenkins.

—¿De veras? —preguntó Weinstein, sonriendo—. ¿Cómo es?

—Se mantiene al margen de los demás, está deprimido y nunca ha superado la pérdida de su mujer —contestó Duvall.

—Ah. —Weinstein dejó de sonreír—. Lo siento.

—Aunque usted se cuida más —dijo Hanson para animarlo.

—Probablemente sea la primera vez que alguien hace un comentario así acerca de mí —dijo Weinstein, señalándose la barba.

—Bueno, usted dijo que había algo que quería hablar con Nick y conmigo —dijo Paulson a Dahl.

—Así es. Por favor, siéntense —dijo Dahl.

—¿Quién es Jenkins? —susurró Kerensky a Dahl, mientras Paulson y Weinstein tomaban asiento.

—Luego te lo cuento.

—Bueno —contestó Paulson, que no podía evitar mirar de vez en cuando a Hester.

—Señor Paulson, señor Weinstein, existe una razón para que hayamos viajado en el tiempo —dijo Dahl—. Hemos venido a convencerles de que cancelen la serie.

—¿Cómo? —preguntó Weinstein—. ¿Por qué?

—Porque de otro modo moriremos —dijo Dahl—. Señor Weinstein, cuando matan a un extra en uno de sus guiones, el actor que interpreta al extra abandona el decorado en busca del almuerzo. Pero donde estamos nosotros, esa persona sigue muerta. Y muere gente casi cada episodio.

—No en todos los episodios —respondió Weinstein.

—Jimmy —dijo Dahl.

—Hasta la fecha, Crónicas intrépidas cuenta con ciento veintiocho episodios repartidos en seis temporadas —dijo Hanson—. Uno o más miembros de la tripulación del Intrepid ha muerto en noventa y seis de esos episodios. En ciento doce episodios la muerte constituye el motivo principal de uno u otro modo. Han matado al menos a cuatrocientos tripulantes del Intrepid en lo que va de serie, y si añadimos los episodios en que aparecen otras naves destruidas o planetas atacados o infestados de enfermedades, la cuenta total de muertes asciende a millones.

—Sin contar las muertes de los enemigos —apuntó Dahl.

—No, porque ésas aumentarían la cuenta exponencialmente —dijo Hanson.

—Todas esas muertes no son culpa mía —protestó Weinstein.

—Pero usted las escribió —repuso Duvall.

—Yo no las escribí todas —dijo Weinstein—. No soy el único guionista en nómina.

—Usted es el jefe de guionistas —aseguró Hester—. Todos los guiones tienen que contar con su aprobación.

—No se trata de achacarle estas muertes —advirtió Dahl—. ¿Cómo iba a saberlo? Desde su punto de vista escribe ficción. Desde nuestro punto de vista, sin embargo, todo esto es real.

—¿Cómo puede explicarse algo así? —preguntó Weinstein—. ¿Cómo afecta a su realidad todo lo que ellos escriben? No tiene ningún sentido.

Hester resopló.

—Bienvenidos a nuestras vidas —dijo.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Weinstein, volviéndose hacia Hester.

—¿Cree que nuestras vidas tienen algún sentido? —preguntó el joven—. Nos tienen viviendo en un universo donde hay robots asesinos con arpones que patrullan por estaciones espaciales, porque, claro, tener por ahí sueltos robots asesinos capaces de lanzar arpones tiene todo el sentido del mundo.

—O tiburones de hielo —dijo Duvall.

—O gusanos terrestres borgovianos —añadió Hanson.

Weinstein levantó un dedo.

—Yo no fui responsable de esos gusanos —dijo—. Pasé dos semanas de baja debido a una gripe. El guionista que firmó ese guión es muy aficionado a Dune. A mi vuelta era demasiado tarde para cambiar las cosas. Los herederos de Herbert nos dieron una buena colleja por eso.

—Nos adentramos en un agujero negro para llegar aquí —explicó Hester, hundiendo el pulgar en Kerensky—. Y tuvimos que secuestrar a este pobre capullo para asegurarnos de que funcionaría, porque es uno de los protagonistas de la serie y no moriría fuera de pantalla. Piénsenlo, a su alrededor la física altera sus normas.

—Eso no impide que cada dos por tres esté encajando una buena paliza —dijo Kerensky—. Solía preguntarme por qué no dejaban de pasarme esas cosas. Ahora lo sé porque al menos uno de sus protagonistas está concebido para sufrir. Menuda mierda.

—Incluso han hecho que se cure muy rápido para poder volver a zurrarle —dijo Duvall—. Y ahora que lo pienso me parece muy cruel.

—Y está eso de la Caja —añadió Hanson, señalando a Dahl.

—¿La Caja? —preguntó Weinstein, mirando al alférez.

—Siempre que incluyen hechos científicos en la serie, lo resolvemos introduciendo el problema en la Caja, y luego, cuando resulta apropiado desde una perspectiva dramática, arroja una respuesta —explicó Dahl.

—Nuestros guiones no contemplan ninguna caja —dijo Weinstein, confundido.

—Pero sí hechos científicos inexactos —repuso Dahl—. Continuamente. Por eso existe esa Caja.

—¿Le enseñaron ciencia en la escuela? —preguntó Hester—. Es una pregunta que siempre me hago.

—Fui a un instituto occidental —respondió el guionista—. Imparte clases de ciencia realmente buenas.

—Claro, pero ¿asistió usted a ellas? —preguntó Duvall—. Porque debo decirle que nuestro universo está hecho un lío.

—Otras series de ciencia ficción contaban con asesores y consultores científicos —apuntó Hanson.

—Es ciencia ficción —dijo Weinstein—: La segunda parte de ese nombre también es importante.

—Pero ustedes hacen mala ciencia ficción —respondió Hester—. Y nosotros tenemos que vivir en ella.

—Vamos, vamos —dijo Dahl, interrumpiendo de nuevo a los presentes—. Procuremos no apartarnos de nuestro objetivo.

—¿Cuál es el objetivo? —preguntó Paulson—. Han dicho que tenían una idea que querían comentar, y hasta el momento lo único que estoy oyendo es una lluvia de críticas y quejas dirigidas a mi jefe de guionistas.

—No puedo evitar ponerme a la defensiva —se quejó Weinstein.

—No —dijo Dahl—. Insisto: ¿cómo iban a saberlo? Pero ahora ya saben de dónde procedemos, y por qué hemos venido para que cancelen la serie.

Paulson abrió la boca al oír eso, probablemente para objetar y ofrecer una serie de motivos que lo imposibilitaban. Dahl levantó la mano para interrumpir las objeciones.

—Ahora que estamos aquí, sé que no se podrá cancelar la serie. De todos modos era un empeño desesperado. Y ahora no quiero que termine la serie, porque puedo ver una manera de que todo redunde en nuestro beneficio. En beneficio mutuo, tanto el suyo como el nuestro.

—Explíquese —se interesó Paulson.

—Charles, su hijo está en coma —dijo Dahl.

—Sí —contestó Paulson.

—No hay ninguna posibilidad de que salga de esta —dijo Dahl.

—No —confirmó Paulson al cabo de unos instantes, mirando a su alrededor con una humedad sospechosa en los ojos—. No.

—No mencionaste nada al respecto —dijo Weinstein—. Pensaba que aún había esperanzas.

—No —confirmó Paulson—. El doctor Lo me dijo ayer que las pruebas muestran que las funciones cerebrales siguen deteriorándose, y que en este momento son las máquinas las que lo mantienen con vida. Estamos esperando a reunir a la familia para poder despedirnos. Entonces lo desconectaremos de las máquinas. —Miró a Hester, que permaneció sentado en silencio, y luego se volvió de nuevo hacia Dahl—. A menos que usted tenga una idea mejor.

—La tengo —dijo Dahl—. Charles, creo que podemos salvar a su hijo.

* * *

—Dígame cómo —pidió Paulson.

—Vamos a llevárnoslo —dijo Dahl—. De vuelta al Intrepid. Allí podemos curarle. Allí tenemos la tecnología necesaria para hacerlo. E incluso si no podemos —añadió, señalando a Weinstein—, tenemos la narrativa. El señor Weinstein escribe un episodio en el que Hester resulta herido, pero sobrevive y lo llevan a la enfermería para que lo curen. Y eso es lo que sucede. Hester sobrevive. Su hijo sobrevive.

—Llevarlo a la serie —dijo Paulson—. Ése es su plan.

—Ésa es la idea —confirmó Dahl—. Más o menos.

—Más o menos —dijo Paulson, ceñudo.

—Existen algunos aspectos lógicos —explicó Dahl—. Tantos como algunos que son, a falta de una palabra mejor, teleológicos.

—¿Cómo por ejemplo? —preguntó el productor.

Dahl se volvió hacia Weinstein, que también arrugaba el entrecejo.

—Supongo que a usted se le ocurren en este momento unos cuantos.

—Claro —confirmó Weinstein, señalando a Hester—. El primero es que habrá dos como él en su universo.

—Puede encontrar una excusa que lo justifique —dijo Paulson.

—Sí, podría —respondió Weinstein—. Sería un follón y no tendría sentido.

—¿Es ése el problema?

—Dos como él en su universo significa que no habrá ninguno aquí —dijo Weinstein, ignorando la pregunta de Hester—. Tú diste ese papel a tu hijo aquí. Si todos se van, no habrá nadie aquí que represente ese papel.

—Se lo asignaremos a otro actor —dijo Paulson—. A alguien que se parezca a Matthew.

—Pero entonces el problema es a cuál de los… —Weinstein miró a Hester.

—Hester —dijo.

—A cuál de los Hester afectará lo que le suceda a quien lo represente en la serie —concluyó Weinstein—. Aparte de eso, y soy el primero que admite no tener ni idea de cómo funciona esta especie de vudú, pero si yo me propusiera intentarlo, no usaría un Hester sustituto, porque quién sabe cómo podría eso afectar al proceso curativo de su hijo. Podría acabar no siendo la misma persona.

—Exacto, razón por la cual ofrecemos la siguiente solución —explicó Dahl.

—Yo me quedo aquí —dijo Hester.

—Así que usted se queda aquí, fingiendo ser mi hijo —dijo Paulson—. Su recuperación es milagrosa, y entonces emitimos el episodio en que usted interpreta a mi hijo y logramos que se recupere.

—Más o menos —confirmó Hester.

—¿A qué vienen tantos «más o menos»? —soltó Paulson—. ¿Cuál es el problema?

Dahl miró de nuevo a Weinstein.

—Dígaselo.

—Mierda —exclamó el guionista, irguiendo la espalda—, tiene que ver con eso de los átomos, ¿verdad?

—¿Eso de los átomos? —preguntó Paulson—. ¿Qué es eso de los átomos?

Weinstein se llevó las manos a la cabeza.

—Qué estúpido —se dijo a sí mismo—. Charles, cuando escribimos el episodio en el que Abernathy y los demás viajaban atrás en el tiempo, hicimos eso en que sólo podían permanecer aquí seis días antes de que los átomos recuperasen su posición actual en la línea temporal.

—No tengo ni idea de lo que me hablas, Nick —dijo Paulson—. Explícamelo como si fuese un ser humano normal, anda.

—Se refiere a que si permanecemos seis días en esta línea temporal, moriremos —explicó Dahl—. Y ya hemos alcanzado el tercer día.

—También significa que si Matthew viaja a su línea temporal, tan sólo dispone de seis días antes de que le pase lo mismo —añadió Weinstein.

—¡Qué idea más absurda! —explotó Paulson ante Weinstein—. ¿Por qué coño se os ocurrió hacer eso?

Weinstein mostró las palmas de las manos adoptando una postura defensiva.

—¿Cómo se supone que iba a saber que llegaría el día en que tendríamos que tener esta conversación? —preguntó—. Por Dios, Charles, tan sólo intentábamos terminar el guión del jodido episodio. Necesitábamos un motivo para que la expedición se atuviese a un calendario. En ese momento tenía sentido.

—Bueno, pues cambiadlo —propuso Paulson—. Nueva regla: La gente que viaja en el tiempo puede tomarse todo el jodido tiempo del mundo.

Weinstein dirigió a Dahl una mirada cargada de ruego.

—Es demasiado tarde para eso —dijo Dahl, interpretando aquella expresión—. La norma era efectiva cuando viajamos en el tiempo, y, además, esto no es un episodio. Actuamos al margen de la narrativa, lo que supone que aunque podamos cambiarla no tendría efecto porque no se está grabando. No podemos evitarla.

—Tienen razón —admitió Paulson a Weinstein, señalando a la tripulación del Intrepid—. El universo que habéis escrito es un asco.

Weinstein se hundió de hombros, cabizbajo.

—No lo sabía —dijo Dahl a Paulson—. No puede culparle por ello. Lo necesitamos, así que por favor no lo despida.

—No voy a despedirlo —dijo Paulson, sin apartar la vista de Weinstein—. Quiero saber cómo vamos a solucionar esto.

El guionista abrió la boca, la cerró, y luego se volvió hacia Dahl.

—Agradecería que me echara una mano.

—Llegados a este punto es cuando las cosas adquieren un tinte de locura.

—No me diga.

—Hester se queda atrás —dijo Dahl tras volverse hacia Paulson—. Nos llevamos a su hijo. Regresamos a nuestro tiempo y nuestro universo, pero él —Dahl señaló a Weinstein— escribe que la persona de la lanzadera es Hester. No intentamos colarlo en la nave ni convertirlo en otro extra. Tiene que ser un elemento central del argumento. Lo llamamos por su nombre. Su nombre completo. Jasper Allen Hester.

—¿Jasper? —preguntó Duvall a Hester.

—Ahora no —dijo Hester.

—De acuerdo, lo llamamos Jasper Allen Hester —aceptó Paulson—. ¿Y qué? Seguirá siendo mi hijo, no su amigo.

—No —contestó Dahl—. No si decimos que no lo es. Si la narrativa dice que se trata de Hester, se trata de Hester.

—Pero… —Paulson se interrumpió, mirando a Weinstein—. Esto no tiene ningún sentido, Nick.

—No, no lo tiene —admitió Weinstein—. Pero se trata de eso. No tiene que tenerlo. Tan sólo tiene que pasar. —Se volvió hacia Dahl—. Utilizan el mundo que construimos para la serie en su propio beneficio.

—Yo no lo habría expresado de ese modo, pero así es —confirmó Dahl.

—¿Qué pasa con eso del átomo? —preguntó Paulson—. Creía que era un problema.

—Si Hester estuviese aquí y su hijo allí, entonces lo sería —dijo Weinstein—. Pero si Hester se queda allí, entonces su hijo estará aquí y todos sus átomos estarán donde deben estar. ¿No? —preguntó, volviéndose a Dahl.

—Ésa es la idea —confirmó Dahl.

—Me gusta este plan —dijo Weinstein.

—Y estamos seguros de que va a funcionar —dijo Paulson.

—No, no lo estamos —admitió Hester. Todos se volvieron para mirarlo—. ¿Qué pasa? No sabemos si funcionará. Podríamos equivocarnos. En ese caso, señor Paulson, su hijo morirá.

—Pero entonces también usted lo hará —dijo Paulson—. No tiene que morir.

—Señor Paulson, el meollo de este asunto es que si su hijo no hubiese sufrido el accidente que lo ha dejado en coma, con el tiempo me habrían matado en cuanto él se hubiese cansado de hacer de actor —dijo Hester, que acto seguido señaló a Weinstein—. Bueno, él me habría matado. Probablemente me habría devorado una mofeta espacial, o algo absolutamente inverosímil. Su hijo está en coma, así que es posible que viva, pero yo un día estaré en la cubierta seis en el momento en que el Intrepid se trabe en un combate espacial, en cuyo caso no seré más que un pobre desgraciado que acabará siendo expulsado al espacio a través de una brecha del casco. Sea como fuere mi muerte no tendría ningún sentido.

Miró alrededor de la mesa.

—Pero si muero de este modo, al menos será intentando hacer algo útil, salvar a su hijo —continuó, volviendo la vista hacia Paulson—. Mi vida habrá servido para algo, lo cual no ha sido la norma hasta ahora. Y si esto funciona, entonces tanto su hijo como yo viviremos, lo cual no iba a suceder antes. De todos modos imagino que soy mejor de lo que era antes.

Paulson se levantó, cruzó la sala hasta donde estaba sentado Hester y se le abrazó entre sollozos. Hester, que no sabía muy bien cómo reaccionar, le dio unas palmadas en la espalda.

—No sé cómo voy a compensarle por esto —dijo Paulson cuando se separaron. Y abarcando con la vista al resto de la tripulación, añadió—: No sé cómo voy compensarles a todos por esto.

—Ahora que lo menciona —intervino Dahl—, tengo algunas sugerencias que hacerle al respecto…