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Charles Paulson tenía su despacho en Burbank, frente a los estudios de rodaje, en un edificio que albergaba otras tres productoras, dos agencias, una empresa tecnológica de reciente creación y una organización sin ánimo de lucro dedicada a combatir la candidiasis. Las oficinas de Paulson llenaban la tercera planta. El grupo tomó el ascensor.

—No tendría que haber comido ese último burrito —dijo Hester con expresión dolorida.

—Te lo advertí —respondió Hanson.

—También dijiste que en el siglo XXI había leyes que velaban por la seguridad en la alimentación —dijo Hester.

—No creo que esas leyes vayan a protegerte en caso de que te tomes un tercer burrito de carne —contestó Hanson—. No se trata de velar por la seguridad en la alimentación, sino por el exceso de cerdo.

—Necesito ir al baño —añadió Hester.

—¿No puedes esperar? —preguntó Dahl a Hester. El ascensor alcanzó la tercera planta—. Ya sabes que se trata de una reunión importante.

—Si no encuentro el baño no querréis tenerme en esa reunión —dijo Hester—. Porque lo que sucedería sería lamentable.

Los cinco salieron tras abrirse las puertas del ascensor. Al final del corredor, a la derecha, colgaba un letrero que indicaba el acceso al cuarto de baño. Hester se dirigió hacia allí, con rapidez pero algo tieso, y desapareció al otro lado de la puerta.

—¿Cuánto tiempo pensáis que tardará? —preguntó Duvall a Dahl—. Nuestra reunión empieza dentro de un minuto.

—¿Alguna vez has tenido un incidente de ese tipo? —preguntó Dahl a Duvall.

—No —respondió ella—. Y a juzgar por el aspecto de Hester tendría que alegrarme por ello.

—Probablemente pase un tiempo ahí dentro —dijo Dahl.

—Podemos esperar —añadió Kerensky.

—No —dijo Dahl.

—Vosotros adelantaos —propuso Hanson—. Yo me quedaré un rato para asegurarme de que Hester se encuentra bien. Cuando acabe os esperaremos en el vestíbulo de la oficina.

—¿Seguro?

—Claro. De todos modos, Hester y yo tan sólo seríamos meros espectadores en la reunión. Podemos esperar en el vestíbulo sin que eso suponga una gran diferencia. Mataremos el tiempo hojeando revistas; no estará mal ponerse al día de trescientos cincuenta años de cotilleos.

Dahl sonrió al escuchar eso.

—De acuerdo —asintió—. Gracias, Jimmy.

—Si a Hester le explotan los intestinos, háznoslo saber —dijo Duvall.

—Seréis los primeros en enteraros —respondió Hanson, que se dirigió hacia los servicios.

La recepcionista de Paulson Productions sonrió con calidez a Kerensky cuando Dahl, Duvall y él accedieron al vestíbulo de la oficina.

—Hola, Marc —lo saludó—. Me alegra volver a verte.

—Eh —exclamó Kerensky.

—Hemos venido a ver al señor Paulson —dijo Dahl con ánimo de cortar de raíz aquel instante de torpeza del teniente—. Tenemos cita. Marc la acordó.

—Sí, por supuesto —dijo la recepcionista, consultando la pantalla del ordenador—. Es el señor Dahl, ¿verdad?

—Exacto —confirmó Dahl.

—Siéntense allí y le pondré al corriente de su llegada —contestó, sonriendo de nuevo a Kerensky antes de ponerse los auriculares para avisar a Paulson.

—Creo que estaba tonteando contigo —dijo Duvall a Kerensky.

—Creía estar flirteando con Marc —aclaró Kerensky.

—Puede que haya algo ahí —dijo Duvall.

—Basta —ordenó el teniente.

—Sólo intentaba ayudarte a encontrar una relación pasajera después de nuestra ruptura —dijo ella.

—Señor Dahl, Marc, señorita —avisó la recepcionista—. El señor Paulson los recibirá ahora. Síganme, por favor. —Los llevó por el pasillo hasta una espaciosa oficina donde se encontraba Paulson, sentado a un imponente escritorio.

Paulson miró muy serio a Kerensky.

—Se supone que debo recibir a estas personas, no a ti. Tú tendrías que estar en el trabajo —dijo.

—Estoy en el trabajo —respondió Kerensky.

—Éste no es tu puesto de trabajo —dijo Paulson—. Tu puesto de trabajo es el estudio de rodaje. Entre decorados. Si no estás allí es que no estamos rodando. Si no rodamos, estás haciendo que esta productora pierda su tiempo y su dinero. El estudio y Corwin ya me están presionando porque vamos con retraso en el plan de producción anual. Y en este momento tú no estás contribuyendo a mejorar la situación.

—Señor Paulson —dijo Dahl—, quizá deba avisar a los responsables de la serie para ver si Marc Corey se ha presentado.

Paulson clavó la mirada en Dahl, a quien miró por primera vez.

—Usted me suena. ¿Quién es?

—Andrew Dahl —se presentó, sentándose en una de las sillas que había ante el escritorio, para señalar seguidamente a Duvall, que se sentó a su lado—. Ella es Maia Duvall. Trabajamos en el Intrepid.

—En ese caso también tendrían que estar rodando —dijo Paulson.

—Señor Paulson —repitió Dahl—. Insisto en que llame al estudio y pregunte si Marc Corey se ha presentado.

Paulson señaló a Kerensky.

—Pero si está ahí mismo —dijo.

—No, en absoluto —negó Dahl—. Por eso hemos venido a hablar con usted.

Paulson entornó los ojos.

—Me están haciendo perder el tiempo.

—Por Dios —explotó Kerensky, exasperado—. ¿Por qué no llama al puto estudio? Marc está allí.

Paulson hizo una pausa para mirar a Kerensky unos instantes, y luego descolgó el auricular del teléfono que descansaba sobre el escritorio y pulsó un botón.

—Sí, hola, Judy —dijo—. ¿Estás en el estudio?… Vale, mira, dime si ves por ahí a Marc Corey. —Hubo una nueva pausa y miró de nuevo a Kerensky—. De acuerdo. ¿Cuánto tiempo lleva allí?… Muy bien. ¿Te ha parecido que se comportaba de forma rara? Como si no fuera él, quiero decir… Vale, de acuerdo… No. No. No tengo que hablar con él. Gracias, Judy. —Colgó—. Era la responsable del plató, Judy Meléndez —les informó Paulson—. Dice que Marc lleva allí desde que tenía cita con maquillaje a las seis y media de la mañana.

—Gracias —respondió Kerensky.

—De acuerdo. Voy a picar —dijo Paulson a Kerensky—. ¿Quién coño es usted? Es evidente que Marc lo conoce, porque de otro modo no hubiera concertado esta cita. Podría ser su hermano gemelo, pero sé que es hijo único. ¿Y bien? ¿Es su primo? ¿Quiere trabajar en la serie? ¿Se trata de eso?

—¿Mete a familiares en la serie? —preguntó Dahl.

—Le aseguro que no se trata de algo que vayamos por ahí anunciando a los cuatro vientos —contestó Paulson—. Hace una temporada di un papel a un tío mío. Estaba a punto de perder el seguro del sindicato de actores, así que le di el papelito de un almirante que intentaba someter a Abernathy a un consejo de guerra. También di un papel a mi hijo… —Calló de forma abrupta.

—Nos hemos enterado de lo su hijo —dijo Dahl—. Lo sentimos mucho.

—Gracias —dijo Paulson, que hizo una nueva pausa antes de continuar. Su comportamiento había sufrido una transformación y había pasado de ser un productor agresivo para convertirse en un hombre empequeñecido por el cansancio—. Lo siento —añadió instantes después—. Ha sido muy difícil.

—Ni siquiera me hago a la idea —admitió Dahl.

—Alégrese por ello —dijo el productor, extendiendo la mano para alcanzar un retrato que había encima del escritorio y contemplarlo—. Crío idiota. Le dije que tuviera cuidado con esa moto cuando lloviera. —Giró la fotografía para que pudieran ver la imagen de ambos, el joven con la ropa de cuero de un motorista, sonriendo al objetivo—. Nunca me hacía caso —añadió.

—¿Es su hijo? —preguntó Duvall, alcanzando la fotografía.

—Sí —confirmó Paulson, acercándosela—. Matthew. Acababa de sacarse un máster en Antropología cuando me dijo que quería probar con eso de ser actor. Le dije que si quería serlo, ¿por qué demonios había pagado todo ese dineral para que pudiera sacarse el máster? Pero lo metí en la serie. Hizo de extra un par de episodios antes de… Bueno.

—Andy —dijo Duvall, tendiendo la fotografía al alférez.

Éste se la quedó mirando con los ojos muy abiertos, mientras Kerensky se acercaba y se inclinaba para echarle un vistazo.

—Pero qué coño —dijo.

—¿Qué pasa? —preguntó Paulson, abarcando a los tres con la mirada—. ¿Lo conocen? ¿Conocieron a Matthew?

Los tres levantaron la vista hacia Paulson.

—¡Matthew! —gritó una voz de mujer, procedente del exterior de la sala, del pasillo.

—Vaya mierda —se lamentó Duvall, levantándose de un salto para salir de la estancia, seguida por Dahl y Kerensky.

En el vestíbulo, la recepcionista se había abrazado a Hester y lloraba de alegría. Hester, que parecía haberse puesto una recepcionista en lugar de una chaqueta, permanecía tieso como un palo, muy confundido.

Hanson reparó en sus tres compañeros de tripulación y se acercó a ellos.

—Entramos en el vestíbulo —dijo—. Fue lo único que hicimos. Entramos en el vestíbulo y ella se puso a gritar ese nombre y luego casi supera de un salto el mostrador para abalanzarse sobre Hester. ¿Se puede saber qué pasa?

—Creo que hemos encontrado al actor que interpreta a Hester —aclaró Dahl.

—Genial —dijo Hanson—. ¿De quién se trata?

—¿Matthew? —preguntó Paulson en el vestíbulo. Había seguido a sus tres invitados, interesado en ver qué pasaba—. ¡Matthew! ¡Matthew! —Echó a correr hacia Hester, a quien abrazó con fuerza para a continuación darle besos en la mejilla.

—Es el hijo de Charles Paulson —dijo Duvall a Hanson.

—¿El que está en coma? —preguntó Hanson.

—El mismo —contestó Dahl.

—Vaya —dijo Hanson—. ¡Guau!

Los tres se quedaron mirando a Hester, que susurró:

—Ayudadme.

—Alguien tendrá que decirles quién es Hester en realidad —apuntó Kerensky.

Hanson, Duvall y él se volvieron a una hacia Dahl.

El alférez exhaló un suspiro y dio un paso en dirección a Hester.

* * *

—¿Te encuentras bien? —preguntó Dahl a Hester.

Estaban en la habitación privada del hospital donde tenían ingresado a Matthew Paulson, a quien unos tubos mantenían con vida. Hester contemplaba a su doble comatoso.

—Mucho mejor que él —contestó Hester.

—Hester —dijo Dahl, que miró a través de la puerta para comprobar si Charles Paulson estaba lo bastante cerca en el pasillo para haber oído el comentario de Hester. No lo había oído. Estaba en la sala de espera con Duvall, Hanson y Kerensky. Matthew Paulson sólo podía recibir dos visitas a la vez.

—Lo siento —dijo Hester—. No pretendía comportarme como un gilipollas. Es que… Bueno, ahora tiene sentido, ¿no?

—¿A qué te refieres? —preguntó Dahl.

—Lo mío —respondió Hester—. Duvall, Hanson y tú sois interesantes porque tenéis transfondos interesantes, así que probablemente os maten a todos de un modo contextual. Finn murió víctima de alguien a quien conocía, ¿no? Tú morirás cuando regreses a Forshan. Pero conmigo no hay nada fuera de lo normal. Sólo soy un tipo normal de Des Moines con una nota mediocre en el instituto, que se enroló en la Flota de la Doble U para ver parte del universo antes de regresar a casa y sentar cabeza. Antes de subir a bordo del Intrepid no era más que un bromista solitario.

»Lo cual tiene sentido, porque se suponía que no debía haber nada especial en mí, ¿verdad? No era más que un extra. Un personaje de relleno que Paulson pudiera enchufar a su hijo hasta que se aburriese de jugar a los actores y regresara a la universidad para iniciar el doctorado. Incluso lo único que sé hacer, pilotar una lanzadera, no es más que algo que escribieron para mí porque la serie necesitaba a alguien que sentar a ese asiento, y por qué no dárselo al chaval del productor, ¿verdad? Así podría sentirse especial.

—No creo que se trate exactamente de eso —dijo Dahl.

—Es exactamente eso —aseguró Hester—. Mi razón de ser es la de llenar un hueco, y eso es todo.

—Nada más lejos de la verdad —dijo Dahl.

—¿De veras? —Hester levantó la vista hacia Dahl—. ¿Cuál es mi nombre de pila?

—¿Cómo?

—Mi nombre de pila —repitió Hester—. Tú te llamas Andy Dahl. Maia Duvall. Jimmy Hanson. Anatoly Kerensky, por el amor de Dios. ¿Cómo me llamo? A saber. ¿Tú lo sabes?

—Tienes nombre de pila —dijo Dahl—. Seguro que si lo busco en la agenda del teléfono figura allí.

—Pero no lo sabes —dijo Hester—. Nunca me has llamado por el nombre. Somos amigos y ni siquiera sabes cómo me llamo.

—Lo siento —se disculpó Dahl—. Es que nunca se me ocurrió llamarte nada aparte de Hester.

—A eso me refiero —dijo Hester—. Si ni siquiera mis amigos se preguntan cuál puede ser mi nombre de pila, eso define mi papel en el universo, ¿no crees? Volvió a mirar a Matthew Paulson, sumido en el estado de coma.

—Bueno, ¿y cuál es tu nombre de pila? —preguntó finalmente Dahl.

—Jasper.

—Jasper.

—Viene de familia —dijo Hester—. Jasper Allen Hester.

—¿Quieres que a partir de ahora te llame Jasper? —preguntó Dahl.

—Joder, no —dijo Hester—. ¿Quién querría que lo llamasen así? Es una puta ridiculez de nombre.

Dahl intentó contener la risa, pero no pudo. Hester sonrió al reparar en ello.

—Voy a seguir llamándote Hester —dijo Dahl—. Pero quiero que sepas que por dentro te estaré llamando Jasper.

—Si eso te hace feliz… —contestó Hester.

—Jasper, Jasper, Jasper —dijo Dahl.

—De acuerdo —aceptó Hester—. Ya vale. Odiaría tener que matarte en un hospital.

Devolvieron su atención a Mathew Paulson.

—Pobre chaval —dijo Hester.

—Tiene tu edad —añadió Duvall.

—Sí, pero es probable que yo viva más que él —se justificó Hester—. He ahí un cambio para uno de los dos.

—Supongo que sí —admitió Dahl.

—Ése es el problema de vivir en el siglo XXI —dijo Hester—. En nuestro mundo, si sufriera el mismo accidente podríamos curarlo. Me refiero a que, joder, Andy, piensa en todas las cosas horribles que te han pasado y has logrado superar.

—Sobreviví porque aún no me había llegado la hora —asumió Dahl—. Es como Kerensky y sus asombrosos poderes de recuperación. Es gracias a la narrativa.

—¿Importa cuál sea el motivo? —preguntó Hester—. Lo digo en serio, Andy. Si estás a punto de morir, y sobrevives y te curas por medios totalmente ficticios, ¿cómo va a importarte algo un carajo? No, porque no estás muerto. La narrativa nos tumba cuando resulta conveniente. Pero no todo es malo.

—Estabas hablando sobre todo eso de que tiene sentido que seas un don nadie —dijo Dahl—. No suena a que estés muy a favor de la narrativa.

—Yo no he dicho que lo esté —repuso Hester—. Pero creo que olvidas que esto significa que soy el único de nosotros que no está destinado a sufrir una muerte horrible para divertimento ajeno.

—Eso es un punto a favor —dijo Dahl.

—Esta serie en la que estamos metidos es una mierda —dijo Hester—. Pero es una mierda que a veces obra a nuestro favor.

—Hasta que acabe por matarnos —añadió Dahl.

—Por mataros a vosotros —le recordó Hester—. Yo podría sobrevivir, recuerda. —Señaló con un gesto a Matthew Paulson—. Y si él viviera en nuestro mundo, también podría haberse salvado.

Dahl guardó silencio. Al cabo, Hester levantó la vista y encontró la mirada de curiosidad de Dahl clavada en él.

—¿Qué pasa?

—Estoy pensando —dijo Dahl.

—¿En qué? —preguntó Hester.

—En usar la narrativa en beneficio nuestro —dijo Dahl.

Hester entornó los ojos.

—Esto me atañe de algún modo, ¿verdad?

—Sí, Jasper —aseguró Dahl—. En efecto.