18
—Ha dormido suficiente —ordenó Dahl, que señaló con un gesto a Marc Corey, que yacía inconsciente en la cama—. Despertadlo.
—Eso implicaría tocarlo —dijo Duvall.
—No necesariamente —contestó Hester.
Estiró un brazo para hacerse con una de las almohadas que Corey no estaba utilizando, y a continuación le golpeó con ella. Corey despertó sobresaltado.
—Buen trabajo —dijo Hanson a Hester, al tiempo que asentía apreciativo.
Corey se sentó y miró a su alrededor, desorientado.
—¿Dónde estoy? —preguntó a nadie en particular.
—En un hotel —respondió Dahl—. El Best Western, de Burbank.
—¿Qué hago aquí?
—Te quedaste inconsciente en el Vine Club después de agredir a un amigo. Te metimos en tu coche y te trajimos aquí.
Corey bajó la vista, arrugando el entrecejo.
—¿Dónde están mis pantalones?
—Te los quitamos.
—¿Por qué? —preguntó Corey.
—Porque tenemos que hablar contigo.
—Podríamos haber hablado sin que me quitarais los pantalones.
—En un mundo ideal, sí.
Aturdido, Corey miró a Dahl.
—Eh, yo a ti te conozco —dijo, al cabo—. Eres un extra de mi serie. —Se volvió hacia Duvall y Hanson—. Y vosotros dos también. Y tú —añadió mirando a Hester—. Pero a ti no te conozco.
A Hester lo exasperó un poco que le dijera eso.
—Pues compartimos una escena —respondió a Corey—. Fue cuando te atacó un enjambre de robots.
—Tío, he rodado un montón de escenas con extras —dijo Corey—. Por eso los llaman «extras». —De nuevo volcó su atención en Dahl—. Y si alguno de vosotros quiere volver a trabajar en la serie, será mejor que me deis los pantalones y las llaves del coche. Ahora mismo.
—Los pantalones están en el cuarto de baño —dijo Hanson—. Secándose.
—Estabas tan borracho que te has orinado encima —explicó Hester.
—Además de quitarte los pantalones para tener un tema de discusión, supusimos que no querrías ir a trabajar con la ropa apestando a orina —dijo Dahl.
Corey se mostró extrañado al oír esto, bajó la mirada a la ropa interior y luego se inclinó por la cintura para olerse. Tanto Duvall como Hester torcieron un poco el gesto, pero Dahl observó la escena impasible.
—Pues no huele a nada —contestó Corey.
—Te cambiamos la ropa interior.
—¿De quién son los calzoncillos? —preguntó el actor—. ¿Tuyos?
—No, míos —dijo Kerensky, que había estado todo ese tiempo sentado en silencio en el sillón de la habitación, dando la espalda a la cama. Se levantó y se dio la vuelta para encarar a Corey—. Después de todo, tú y yo gastamos la misma talla.
Corey observó como ido a Kerensky.
—Tú —dijo finalmente.
—Yo —confirmó Kerensky—. Que también soy tú.
—Te vi en Gawker ayer —dijo Corey.
—No sé qué significa eso —respondió Kerensky.
—Había un video de alguien que se me parecía, de pie en una calle, sin pantalones —dijo Corey—. Alguien lo grabó con el teléfono móvil y lo envió al sitio web de Gawker. El estudio tuvo que confirmar que yo estaba presente en el decorado antes de que a alguien se le ocurriese decir que era yo. Así que eras tú.
—Sí, probablemente fuese yo.
—¿Quién eres?
—Soy tú —dijo Kerensky—. Al menos quien tú finges ser.
—Eso no tiene ningún sentido.
—Bueno, todo eso de Gawker que mencionas a menudo tampoco tiene sentido para mí, de modo que estamos empatados.
—¿Qué hacías corriendo por la calle sin pantalones? —preguntó Corey.
Kerensky abarcó con un gesto a los demás presentes en la habitación.
—Me los habían quitado.
—¿Por qué?
—Porque teníamos que hablar con él —intervino Dahl.
Corey apartó la vista de Kerensky.
—Pero ¿de qué coño vais?
—Pues sigues aquí —le recordó Dahl.
Corey volvía a ignorarle. Se levantó de la cama y anduvo en dirección a Kerensky, que permaneció inmóvil, observándolo. Corey lo miró de arriba abajo.
—Es asombroso —dijo—. Eres clavado a mí.
—Soy exactamente como tú —aseguró Kerensky—. Hasta el último detalle.
—Pero eso es imposible —negó Corey, contemplando el rostro de Kerensky.
—Es posible —dijo Kerensky, dando un paso hacia Corey—. Mírame de cerca. —Ambos permanecieron a un palmo de distancia, mientras Corey examinaba el cuerpo del teniente.
—Esto empieza a dar algo de grima —dijo Hester en voz baja a Dahl.
—Necesitamos tu ayuda, Marc —pidió Dahl a Corey—. Tienes que llevarnos a hablar con Charles Paulson.
—¿Para qué? —preguntó Corey sin apartar los ojos de Kerensky.
—Tenemos que comentar con él unos detalles relativos a la serie.
—Ahora mismo no recibe a nadie —dijo Corey, volviéndose hacia él—. Hace un mes su hijo sufrió un accidente de moto. Está en coma y no creen que vaya a superarlo. Paulson le regaló la moto por su cumpleaños. Corre el rumor de que Paulson llega al despacho por la mañana, y se sienta a mirar la pared hasta las seis de la tarde, momento en que se marcha a casa. No va a recibiros. —Y se volvió hacia su doble.
—Tenemos que intentarlo —insistió Dahl—. Y ése es el motivo de que te necesitemos. Seguramente puede evitar reunirse con todos los demás, pero tú eres una estrella en su serie. Tendrá que recibirte.
—No tiene por qué recibir a nadie —repitió Corey.
—Seguro que logras que te vea —dijo Duvall.
Corey se volvió hacia ella y, apartando a Kerensky, cubrió el espacio que los separaba.
—¿Y por qué iba a hacerlo? —preguntó—. Tienes razón, si me pongo burro y exijo ver a Paulson, tendrá que hacerme un hueco. Pero si nos vemos y le hago perder el tiempo, podría echarme a patadas de la serie. Incluso podría matar a mi personaje de alguna manera terrible sólo para que repunte la audiencia. Entonces perdería el empleo. ¿Sabéis lo difícil que es lograr un papel recurrente en esta ciudad? Trabajé de camarero antes de obtener este papel, así que no pienso hacer nada por vosotros.
—Es importante —suplicó Dahl.
—Yo soy importante —dijo Corey—. Mi carrera lo es. Mucho más que lo que sea que pretendéis.
—Podemos darte dinero si nos ayudas —propuso Hanson—. Tenemos noventa mil dólares.
—Eso es menos de lo que gano por episodio —dijo Corey, volviéndose hacia Kerensky—. Vais a tener que esforzaros un poco.
Dahl abrió la boca para hablar.
—Yo me encargo —dijo Kerensky, mirando a los demás—. Dejadme hablar con Marc.
—Pues habla —intervino Hester.
—A solas —dijo Kerensky.
—¿Seguro?
—Sí —dijo Kerensky—. Lo estoy.
—De acuerdo —aceptó Dahl, que hizo un gesto para que Duvall, Hanson y un incrédulo Hester abandonasen la estancia.
—Dime que no soy el único al que le parece inapropiado lo que está a punto de pasar aquí —dijo Hester, ya en el pasillo.
—Eres el único.
—No, no lo eres —negó Duvall. Hanson también sacudió la cabeza—. Andy, no me digas que no has reparado en el comportamiento de Corey con Anatoly.
—Me lo he perdido —admitió Dahl.
—Claro —asintió Hester.
—Cómo es posible que seas tan mojigato —dijo Duvall a Dahl.
—Prefiero pensar que ahí dentro se lleva a cabo una discusión razonable, seria, y que Kerensky está exponiendo con claridad sus argumentos.
Al otro lado de la puerta se oyó un golpe sordo.
—Sí, así es —aseguró Hester.
—Creo que voy a esperar en el vestíbulo —dijo Dahl.
* * *
Al cabo de dos horas, amanecía cuando Kerensky, con aspecto cansado, bajó al vestíbulo.
—Marc necesita las llaves —dijo—. Tiene cita con maquillaje a las seis y media.
Dahl hurgó en el bolsillo en busca de las llaves.
—Entonces, ¿va a ayudarnos? —preguntó.
—Hará una llamada en cuanto llegue al estudio —dijo Kerensky, asintiendo—. Le dirá a Paulson que abandonará la serie a menos que le conceda una cita hoy.
—¿Y cómo has logrado que aceptase hacerlo? —preguntó Hester.
Kerensky clavó la mirada en Hester.
—¿De veras te interesa saberlo?
—Bueno… —dijo Hester—. De hecho, no. No me interesa.
—Ya me lo parecía —respondió Kerensky, tomando las llaves de Dahl.
—Pues a mí, sí —dijo Duvall.
Kerensky exhaló un suspiro, volviéndose hacia ella.
—Dime, Maia. ¿Alguna vez has encontrado a alguien a quien conozcas tan bien, tan perfecta y completamente, que sea como si ambos hubieseis compartido el mismo cuerpo, pensamientos y deseos? ¿La sensación de que lo que sientes respecto a esa persona coincide exactamente con lo que ella siente por ti? ¿Te ha pasado algo así?
—No, en realidad no —contestó Duvall.
—Lo lamento por ti —dijo, regresando a la habitación del hotel.
—Tenías que preguntarlo —dijo Hester a Duvall.
—Sentía curiosidad —respondió Duvall—. Denúnciame.
—Ahora tengo imágenes —explicó Hester—, imágenes mentales que nunca me abandonarán. Te culpo por ello.
—Desde luego es una cara de Kerensky que nunca habíamos visto —dijo Dahl—. Nunca pensé que pudieran interesarle los hombres.
—No tiene nada que ver con eso —dijo Hanson.
—¿Dónde has estado estas dos últimas horas? —preguntó Hester—. ¿Y ese golpe?
—No, Jimmy tiene razón —dijo Duvall—. No le interesan los hombres. Sólo está interesado en sí mismo. Siempre lo ha estado. Sólo que ahora tiene la oportunidad de ponerlo en práctica.
—Arg —exclamó Hester.
Duvall se volvió hacia él.
—¿Tú no lo harías si tuvieses ocasión? —preguntó.
—Yo no lo hice —señaló Dahl.
—Sí, pero ya habíamos mencionado que eras mojigato —le recordó Duvall.
—Eso es cierto —dijo Dahl.
Se abrieron las puertas del ascensor y Corey salió al vestíbulo, seguido por Kerensky. Corey se dirigió hacia Dahl.
—Necesito tu número de teléfono —dijo—. Así podré llamarte cuando me citen para la reunión.
—De acuerdo —aceptó Dahl, que a continuación le dio el teléfono. Corey lo añadió a su agenda y después los abarcó a todos con la mirada.
—Quiero que apreciéis lo que voy a hacer por vosotros —dijo—. Al concertaros esa reunión arriesgo mi trasero. Así que si se os ocurre hacer algo que ponga en peligro mi carrera, os juro que encontraré el modo de arruinaros por el resto de vuestras vidas. ¿Me he expresado con claridad?
—Con perfecta claridad —aseguró Dahl—. Gracias.
—No lo hago por vosotros —añadió señalando con la cabeza a Kerensky—. Lo hago por él.
—Gracias de todos modos.
—Además, si alguien pregunta, el motivo de que me llevaseis al coche anoche se debió a una reacción alérgica a los taninos del vino que tomé en el Vine Club —advirtió Corey.
—Por supuesto —dijo Dahl.
—Y no miento, ¿sabéis? —dijo Corey—. La gente tiene alergia a un montón de cosas insospechadas.
—Sí —afirmó Dahl.
—¿Visteis si alguien me estuvo grabando en video cuando me llevasteis al coche? —preguntó Corey.
—Un par, tal vez —contestó Dahl.
Corey suspiró de nuevo.
—Taninos, no lo olvidéis.
—Así lo haremos —aseguró Dahl.
Corey saludó con una inclinación de cabeza a Dahl, luego se acercó a Kerensky, a quien dio una abrazo apasionado que Kerensky devolvió.
—Me gustaría que tuviésemos más tiempo —dijo Corey.
—Yo también —respondió Kerensky.
Volvieron a abrazarse y se separaron.
Corey salió del vestíbulo. Kerensky lo observó mientras se marchaba.
—¡Guau! —dijo Hester—. Te ha dado fuerte, Kerensky.
El teniente giró sobre los talones.
—¿Qué se supone que significa eso?
Hester levantó ambas manos.
—Eh, que no pretendo juzgarte.
—Juzgar, ¿qué? —preguntó Kerensky, mirando a los demás—. ¿Qué? ¿Acaso creéis que me he acostado con Marc?
—¿No lo has hecho? —preguntó Duvall.
—Hemos estado hablando —dijo Kerensky—. Es la conversación más asombrosa que he tenido en toda mi vida. Ha sido como conocer al hermano que nunca tuve.
—Por favor, Anatoly —protestó Hester—. Hemos oído los golpes.
—Marc se estaba poniendo los pantalones —explicó Kerensky—. Cuando se los devolví, apoyaba el peso sobre una pierna y se cayó. Eso fue todo.
—De acuerdo —aceptó Hester—. Lo siento.
—Por Dios —dijo Kerensky, mirando a su alrededor—. Cómo sois. He tenido una de las experiencias más increíbles que tendré jamás después de hablar con la única persona capaz de entenderme, de entenderme de verdad, y aquí estáis vosotros, pensando que estoy realizando una especie de masturbación incestuosa después de viajar en el tiempo. Gracias, muchas gracias por agriarme esta asombrosa experiencia. Me ponéis enfermo. —Y se alejó a paso vivo.
—Vaya, qué interesante —dijo Duvall.
Kerensky regresó con el mismo paso vivo con que se había alejado de ellos.
—Ah, y hemos terminado —dijo a Maia, señalándola con el dedo índice.
—Ningún problema —contestó Duvall.
Kerensky volvió a alejarse a grandes zancadas.
—Me gustaría señalar que yo tenía razón —dijo Dahl al cabo de un minuto. Duvall se le acercó para darle un coscorrón.