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—Quiero advertirles de que esto les parecerá una locura —dijo Jenkins.
—Me sorprende que siga sintiendo la necesidad de decírnoslo.
Jenkins inclinó levemente la cabeza ante Hester, como admitiendo que tenía razón.
—Viajes en el tiempo —siguió entonces.
—¿Viajes en el tiempo?
Jenkins asintió mientras encendía la pantalla holográfica, mostrando la línea temporal del Intrepid y los tentáculos que se extendían hacia abajo, los cuales representaban el conjunto de los episodios.
—Aquí —dijo, señalando un nudo del que partían otros tentáculos—. En mitad de lo que creo que fue la cuarta temporada de esta serie, Abernathy, Q’eeng y Hartnell tomaron una lanzadera que dirigieron hacia un agujero negro, aprovechando su fuerza gravitatoria para viajar en el tiempo.
—Eso no tiene ningún sentido —intervino Dahl.
—Claro que no —dijo Jenkins—. Es otra violación de la física causada por la narrativa. El hecho no es que se saltara la física de una forma absurda, sino que viajaron en el tiempo. Y fueron a un momento específico del tiempo. Un año determinado. Viajaron de vuelta al año 2010.
—¿Y qué? —preguntó Hester.
—Pues que creo que el motivo de que viajasen a ese año en particular se debió a que fue cuando se produjo esta serie —explicó Jenkins.
—En las series de ciencia ficción los personajes viajaban atrás en el tiempo continuamente —dijo Hanson—. Siempre acababan conociendo a personajes históricos o participando en sucesos históricos.
Jenkins apuntó con el dedo índice a Hanson.
—De eso se trata —siguió—. Si una serie vuelve atrás a un momento específico de su pasado, suelen asociarlo a un personaje o suceso relevante en la historia, porque tiene que proporcionar a la audiencia un elemento conocido para lograr atraparla. Pero si regresan al presente en que se emite la serie, entonces no hace eso. Se limita a mostrar ese momento y las reacciones de los personajes al encontrarse con él. Es una ironía dramática.
—Por tanto, si la serie se limita a mostrarles vagabundeando en el pasado, si conocen a alguien famoso, es del pasado, pero si no lo hacen, es el presente —intervino Duvall—. En el presente en que se emite la serie.
—Más o menos, sí —contestó Jenkins.
—Hay que saber mucho de series para eso —añadió Duvall—, pero ¿qué tiene que ver con nosotros?
—Si volvemos al presente, podríamos encontrar el modo de detenerlo —dijo de pronto Dahl.
Jenkins sonrió, tocándose la nariz.
Duvall miró a ambos. Aún no lo había entendido del todo.
—Explícamelo, Andy —dijo—, porque ahora mismo da la impresión de que sólo Jenkins y tú entendéis esta locura.
—No, tiene sentido —explicó Dahl—. Sabemos cuándo es el presente de la serie. Sabemos cómo viajar en el tiempo para regresar al presente. Regresamos al presente y detenemos a los responsables de la serie.
—Pero si lo hacemos, entonces todo se acabará —dijo Hester.
—No —negó Dahl—. Cuando la narrativa no nos necesite, seguiremos existiendo. Y esta línea temporal existía antes de que la narrativa empezase a entrometerse en ella. —Hizo una pausa y se volvió hacia Jenkins—. ¿No es así?
—Tal vez —respondió Jenkins.
—¿Tal vez? —Hester parecía de pronto muy preocupado.
—De hecho, existe un interesante argumento filosófico sobre si esta línea temporal existe de manera independiente, y la narrativa por su parte se entromete en ella, o si la creación de la narrativa también es responsable de la creación de esta línea temporal y ha hecho que su historia aparezca instantáneamente aunque nosotros, desde dentro, tengamos la impresión de que hubo un paso del tiempo. Es un corolario del Principio Antrópico…
—Jenkins… —dijo Dahl.
—Pero podemos hablar de ello en otro momento —se contuvo Jenkins, que había captado la advertencia—. El caso es que sí, si existía antes de la narrativa o la creó ésta, esta línea temporal ahora existe y es persistente, incluso si la narrativa no se entrometiera en ella.
—De acuerdo —asintió Hester.
—Probablemente —apuntó Jenkins.
—Os juro que a veces me dan ganas de arrojarle cosas —dijo Hester a Dahl.
—Voto por la idea de que existimos y seguiremos haciéndolo cuando esta serie deje de emitirse —propuso Dahl—. De otro modo todos nosotros estamos condenados. ¿De acuerdo?
Nadie se mostró en desacuerdo.
—En tal caso, para volver a lo que estaba diciendo, si viajamos en el tiempo y detenemos la serie, el Intrepid dejará de ser el punto central de la narrativa —siguió Dahl—. Volverá a ser una nave. Y nosotros dejaremos de ser extras de lujo en nuestras propias vidas.
—No moriremos —dijo Duvall.
—Todos morimos —intervino Jenkins.
—Gracias por esa noticia bomba —dijo Duvall, enfadada—. Me refería a no morir para emocionar a los espectadores.
—Probablemente no —adujo Jenkins.
—Si de veras estamos en una serie de televisión, será difícil detenerla —dijo Hanson, mirando a Dahl—. Andy, una serie de éxito emitida por televisión podría valer mucho dinero, igual que lo hacen las series dramáticas contemporáneas. No se trata únicamente de la serie, sino de todo lo que la rodea, incluyendo los productos derivados, el merchandising.
—Han hecho un muñeco de tu novio —dijo Hester a Duvall.
—Sí, y no puede decirse lo mismo de ti —replicó Duvall—. En este universo eso supone un problema.
—Estoy diciendo que aunque viajemos en el tiempo y encontremos a los encargados de la serie, podríamos no ser capaces de detenerlos —adujo Hanson—. Es posible que haya mucho dinero de por medio.
—¿Qué otras opciones tenemos? —preguntó Dahl—. Si nos quedamos aquí, lo único que lograremos será esperar a que la narrativa nos mate. Podríamos tener una pequeña oportunidad de detener la serie, pero una pequeña oportunidad es preferible a la certeza de sufrir una muerte dramática aquí.
—¿Por qué molestarse siquiera en intentar detener la serie? —preguntó Hester—. Mira, si es verdad que somos extras, entonces aquí no somos necesarios. Yo propongo que viajemos en el tiempo y nos quedemos allí.
—¿De verdad quieres vivir en el siglo XXI? —preguntó Duvall—. No era precisamente la época más alegre para vivir. Por aquel entonces no había precisamente una cura para el cáncer.
—Lo que tú digas —dijo Hester.
—O para la calvicie —insistió Duvall.
—Mi pelo es el original —se defendió Hester.
—No pueden quedarse en el pasado —dijo Jenkins—. Si lo hacen se disolverán.
—¿Qué?
—Tiene que ver con la conservación de la masa y la energía —explicó Jenkins—. Todos los átomos que usan ahora están siendo utilizados en el pasado. Si permanecen allí, los átomos tendrán que estar en dos sitios a la vez. Esto crea un desequilibrio y los átomos tienen que decidir dónde quedarse. Al cabo del tiempo, escogerán lo que entonces es su configuración en el presente, porque desde un punto de vista técnico ustedes provienen del futuro, así que no existen. Aún.
—Cuando habla de «al cabo del tiempo», ¿a qué se refiere? —preguntó Dahl.
—A unos seis días —contestó Jenkins.
—¡Eso es una estupidez! —protestó Hester.
—Yo no hago las normas —dijo Jenkins—. Así fue como funcionó la última vez. Pero tiene sentido en la narrativa, puesto que proporcionó a Abernathy, Q’eeng y Hartnell un motivo para llevar a cabo su misión en un período de tiempo limitado, lo cual redundó en beneficio del drama.
—Esta línea temporal es una mierda —dijo Hester.
—Si transportas átomos al futuro, sufrirán el mismo problema —añadió Jenkins—. Y en ese caso escogerán el presente, lo que supone que la cosa del pasado se acabará disolviendo. De hecho es un problema. Ténganlo en cuenta, ése es uno de sus problemas.
—¿A qué más tendremos que enfrentarnos? —preguntó Dahl.
—Bueno, tendrán que hacerse con una lanzadera, lo que no es moco de pavo —contestó Jenkins—. No creo que vayan a darles permiso para salir de excursión. Claro que eso no es lo más complicado.
—¿Qué será lo más complicado? —preguntó Duvall.
—Bueno, tendrán que hacerse acompañar por una de las cinco estrellas de la serie —dijo Jenkins—. Escojan: Abernathy, Q’eeng, West, Hartnell o Kerensky.
—¿Para qué necesitamos a uno de ellos? —preguntó Hester.
—Usted mismo lo ha dicho. Son extras. Si intentan pilotar una lanzadera hacia un agujero negro, ¿saben qué sucederá? Las fuerzas gravitatorias harán trizas la lanzadera, se convertirán en un puñado de espagueti hecho de átomos absorbidos por la singularidad, y morirán. Morirán mucho antes de convertirse en espagueti, claro está. Ése será su evento final. Pero veo que ya me entienden.
—Pero eso no pasará si nos acompaña uno de los protagonistas de la serie —dijo Dahl.
—No, porque la narrativa los necesita para más tarde —explicó Jenkins—. Así que en ese caso, cuando se introduzcan en un agujero negro, se aplicará la física de la narrativa.
—Y estamos seguros de que los personajes protagonistas no mueren —dijo Hester.
—Ah, claro que pueden morir —intervino Jenkins. Hester volvió a mirarle como si estuviese tentado de darle un puñetazo—. Pero no de ese modo. Cuando un protagonista muere lo hace con pompa y circunstancia. La idea de que la narrativa pudiera permitirles morir en una misión para regresar en el tiempo y poner fin a su propia serie de televisión no parece muy probable en el conjunto del arco narrativo.
—Es agradable pensar que a estas alturas exista al menos algo que sea inverosímil —dijo Hester.
—Bueno, resumiendo —concluyó Dahl—. Secuestramos a un oficial superior, robamos una lanzadera, volamos peligrosamente cerca de un agujero negro, viajamos en el tiempo, encontramos a las personas responsables de la serie de televisión, les impedimos que sigan haciéndola, y luego regresamos a nuestro propio tiempo antes de que nuestros átomos se divorcien de nosotros y nos desintegremos.
—Y eso es todo lo que tengo para ustedes, en efecto —añadió Jenkins.
—Es una locura —dijo Dahl.
—Ya se lo advertí.
—Y desde luego no nos ha decepcionado —dijo Dahl.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Duvall.
—Creo que tenemos que abordar el problema paso a paso —propuso Dahl—. Y el primer paso es: ¿Cómo nos apropiamos de la lanzadera?
Sonó el timbre del teléfono de Dahl. Era el oficial científico Q’eeng, ordenándole personarse en la sala donde se reunían los oficiales superiores.
* * *
—La guerra religiosa en Forshan se está calentando —explicó Q’eeng mientras el capitán Abernathy asentía, grave, a su lado—. La Unión Universal intenta negociar un alto el fuego, pero nuestra carencia de intérpretes nos limita. Nuestro equipo diplomático cuenta con intérpretes informáticos, por supuesto, pero tan sólo traducen con cierta precisión el primero de sus dialectos, a pesar de lo cual carecen de la capacidad de manejarse adecuadamente en su lengua. Corremos el riesgo de ofender involuntariamente a los forshanos en el peor de los momentos posibles.
—Q’eeng me ha dicho que usted habla los cuatro dialectos —dijo Abernathy.
—Así es, señor —confirmó Dahl.
—Entonces no hay un minuto que perder —dijo el capitán—. Necesitamos que acuda usted de inmediato a Forshan, y que empiece a actuar como intérprete de nuestro cuerpo diplomático.
—Sí, señor —contestó Dahl, sintiendo un escalofrío. «Viene a por mí», pensó. «La narrativa va a por mí. Justo cuando se nos había ocurrido cómo pararla»—. ¿De cuánto tiempo disponemos hasta que el Intrepid alcance Forshan? —preguntó.
—El Intrepid no lo hará —dijo Q’eeng—. Tenemos una misión en el sistema de Ames que no podemos aplazar. Tendrá usted que ir por su cuenta.
—¿Cómo? —preguntó Dahl.
—Embarcará en una lanzadera —informó Q’eeng.
Dahl rompió a reír.
—¿Se encuentra usted bien, alférez Dahl? —preguntó el oficial científico al cabo de unos instantes.
—Lo siento, señor —se disculpó Dahl—. De pronto me he sentido avergonzado por haber hecho una pregunta tan obvia. ¿Cuándo partiré?
—En cuanto le asignemos un piloto a su lanzadera —contestó Abernathy.
—Con el permiso del capitán, querría escoger a mi piloto, señor —dijo—. De hecho, sería preferible que escogiese a mi propio equipo para efectuar la misión.
Abernathy y Q’eeng arrugaron el entrecejo.
—No estoy seguro de que necesite usted un equipo entero para esta misión —objetó Q’eeng.
—Con todo el respeto, señor, sí lo necesito —adujo Dahl—. Como ustedes han dicho, se trata de una misión crítica. Soy uno de los pocos seres humanos capaces de hablar los cuatro dialectos forshanos, por tanto espero que nuestros diplomáticos recurrirán a mis servicios continuamente. Necesitaré contar con mi propio equipo para enviar comunicados y mensajes entre los diversos equipos diplomáticos. También necesitaré conservar al piloto y la lanzadera, por si acaso me veo en la necesidad u obligación de viajar por Forshan, entre los lugares donde se hallen destacados dicho equipos diplomáticos.
—¿Cuánta gente necesita para su equipo? —preguntó Q’eeng.
Dahl hizo una pausa para levantar la mirada, como quien calcula mentalmente.
—Bastará con un piloto y dos ayudantes.
Q’eeng miró a Abernathy, que asintió.
—Estupendo —dijo Q’eeng—. Pero únicamente de alférez para abajo.
—Tengo la gente adecuada —aseguró Dahl—. Aunque me pregunto si también podría sernos útil contar con un oficial superior en el equipo.
—¿Cómo por ejemplo?
—El teniente Kerensky —propuso Dahl.
—No estoy seguro de qué iba a servirle en esta misión un astronavegante, alférez —objetó Q’eeng—. Siempre procuramos escoger a los miembros de un grupo de desembarco según las habilidades que puedan aportar.
Dahl hizo una brevísima pausa antes de continuar.
—En ese caso, tal vez usted, señor —dijo a Q’eeng—. Después de todo, usted está familiarizado con la lengua de Forshan.
—Sé de qué va todo esto —intervino Abernathy.
Dahl parpadeó.
—¿Señor?
—Sé de qué va todo esto —repitió Abernathy—. Usted estuvo conmigo en el Nantes, Dill.
—Dahl —corrigió el alférez.
—Dahl —rectificó Abernathy—. Usted estaba allí cuando a ese loco le explotó la cabeza que tenía por objeto asesinarme, y su amigo murió de resultas de la explosión. Comprobó personalmente los riesgos de formar parte de un grupo de desembarco. Ahora le pedimos que dirija uno y le abruma la responsabilidad, le preocupa que alguien pueda morir estando usted al mando.
—Estoy bastante seguro de que no se trata de eso.
—Insisto en que no debe preocuparse por ello —continuó Abernathy, que no parecía haber prestado atención a las palabras de Dahl—. Usted es un oficial, Dill. Dahl. Disculpe. Es un oficial y ha sido adiestrado para liderar. No nos necesita a Q’eeng, a Kerensky o a mí para que le digamos lo que ya sabe. Sencillamente hágalo. Yo creo en usted, maldita sea.
—Un discurso muy inspirador, señor —dijo Dahl al cabo de unos instantes.
—Veo cosas buenas en usted, alférez —añadió Abernathy—. No me sorprendería algún día contar con usted como uno más de mis oficiales superiores.
—No creo que viva para verlo.
—Bueno —concluyó el capitán—. Reúna a su equipo, infórmeles y prepárense para partir dentro de unas horas. ¿Cree que podrá hacerse cargo de ello?
—Por supuesto, señor —aseguró Dahl—. Gracias, señor. —Se levantó y saludó.
Abernathy le devolvió el saludo. Dahl inclinó la cabeza ante Q’eeng, se marchó tan rápido como pudo y llamó a Hester nada más abandonar la sala.
—Dime, ¿qué ha pasado?
—De repente se nos ha complicado el calendario —dijo Dahl—. Escucha, ¿aún tienes los efectos personales de Finn?
—¿Te refieres a los efectos personales de los que yo creo que estás hablando? —preguntó Hester, bajando un poco el tono de voz.
—Sí.
—Entonces, sí. Me habría sentido algo incómodo entregándolos.
—Búscame un efecto personal con forma de pastilla rectangular de color azul —le pidió Dahl—. Y luego reúnete conmigo en la cabina de Maia. Tan pronto como puedas.