13

13

—Dígame cómo parar esto —pidió Dahl a Jenkins.

Jenkins, quien por supuesto sabía que Dahl se acercaría a su guarida, lo miró de arriba abajo.

—Parece haberse recuperado —dijo—. Estupendo. Lamento lo de su amigo Finn.

—¿Usted sabía lo que iba a sucederle? —preguntó Dahl.

—No —respondió Jenkins—. Verá, el que escribe esta basura no me envía los guiones por adelantado. Y éste en concreto estaba muy mal escrito. ¿Jer Weston caminando por ahí durante años con una bomba biológica en la cabeza, a la espera de un encuentro con el capitán Abernathy, a quien culpaba por la muerte de su padre, que tuvo lugar en una misión de desembarco veinte años atrás, y aprovechando un incidente diplomático sin relación alguna para hacerlo? Menuda bazofia.

—Pues dígame cómo pararlo.

—No puede pararlo —dijo Jenkins—. No hay forma de hacerlo. Sólo cabe esconderse.

—Esconderse no es una opción —contestó Dahl.

—Claro que lo es. —Jenkins separó los brazos como para decir «¿No lo ve?».

—Esto no es una opción para nadie más que usted —dijo Dahl—. No todos podemos introducirnos en las entrañas de la nave.

—Hay otras maneras de esconderse —señaló Jenkins—. Pregunte a Collins, su antigua jefa.

—Ella sólo está a salvo mientras usted se ocupe de ello —dijo Dahl—. Y no esté metido en el cuarto de baño.

—Entonces encuentre el modo de abandonar la nave —sugirió Jenkins—. Con sus amigos.

—Eso tampoco serviría de gran cosa —dijo Dahl—. Jer Weston mató a dieciocho miembros de la dotación del Nantes, sirviéndose de carros de cargamento armados. Ellos no estaban a salvo de lo que sucede aquí en el Intrepid, ¿no? Todo un planeta sufrió una plaga para que a última hora pudiésemos crear una vacuna para Kerensky. Tampoco ellos estaban a salvo. Ni siquiera usted lo está, Jenkins.

—Estoy bastante a salvo —aseguró Jenkins.

—Lo está porque su esposa fue quien murió, y usted no era más que parte de su trasfondo —dijo Dahl—. Pero ¿qué será de usted cuando uno de los guionistas de esa supuesta serie de televisión se acuerde de su existencia?

—No se acordarán de mí.

—¿Está seguro? En el Nantes, Jer Weston utilizaba el truco de esconderse en los túneles de cargamento. Allí fue donde lo encontramos. Quienquiera que idease el último episodio tiene metido en el cerebro que los túneles de cargamento pueden usarse como escondrijo. ¿Cuánto tardará en acordarse de usted?

Aunque Jenkins no replicó tras escuchar aquello, Dahl no supo decir si se debía a que estaba dando vueltas a la idea de estar en el punto de mira de un guionista, o a la mención que había hecho de su esposa.

—Ninguno de nosotros estamos a salvo de esto —dijo Dahl—. Usted perdió a su mujer por su culpa. Yo acabo de perder a un amigo. Dice que todos mis amigos y yo terminaremos muriendo por exigencias del guión. Yo digo que suceda lo que suceda, también puede pasarle a usted. Por mucho que se esconda no va a cambiar las cosas, Jenkins. No hará más que demorarlo. Y entretanto, sigue viviendo la vida como una rata.

Jenkins miró a su alrededor.

—Yo no diría que vivo como una rata —dijo.

—¿Le hace feliz la vida que lleva?

—No he sido feliz desde que falleció mi mujer —contestó Jenkins—. Fue su muerte lo que me metió en este asunto. Comprobando las estadísticas correspondientes a la tasa de mortalidad de a bordo, ver cómo se desarrollaban los sucesos que involucraban a la nave. La explicación más lógica fue concluir que formábamos parte de un programa de televisión. Comprender que mi mujer había muerto solamente para propiciar un momento dramático antes de un corte publicitario. Que en esta serie de televisión ella era una pieza más. Un extra. Probablemente le dedicaron una toma de diez segundos. Nadie que viera ese episodio se acordará de ella. No sabrá que se llamaba Margaret. O que prefería el vino blanco al tinto. O que le propuse matrimonio en el patio de la casa de sus padres en plena reunión familiar. O que nos casamos siete años antes de que un capullo decidiera matarla. Pero yo no la he olvidado.

—¿Cree que le haría feliz ver cómo vive usted ahora? —preguntó Dahl.

—Entendería por qué lo hago —aseguró Jenkins—. Lo que hago en esta nave mantiene a la gente a salvo.

—Mantiene a algunos a salvo —puntualizó Dahl—. Es como jugar contra la banca. Siempre hay alguien que acaba muriendo. Su sistema de alerta temprana mantiene a los veteranos con vida, pero aumenta las posibilidades de que los nuevos tripulantes mueran.

—Es un riesgo, sí.

—Jenkins, ¿cuánto tiempo llevaban destinados al Intrepid cuando murió su mujer? —preguntó Dahl.

Jenkins despegó los labios para responder, pero entonces los cerró como un cepo.

—No mucho, ¿verdad?

Jenkins negó con la cabeza para decir que no, y seguidamente apartó la mirada.

—La gente de a bordo cayó en la cuenta antes de que ustedes llegaran —dijo Dahl—. Es posible que no alcanzasen las mismas conclusiones que usted, pero comprendieron lo que estaba pasando y calcularon sus posibilidades de supervivencia. Ahora usted les está proporcionando mejores recursos para hacerles a los recién llegados lo mismo que hicieron a su mujer.

—Creo que debería marcharse —advirtió Jenkins, que seguía hurtando el rostro a Dahl.

—Jenkins, escúcheme —insistió el alférez, inclinándose hacia adelante—. No hay modo de esconderse de esto. No hay ningún lugar al que huir. No hay manera de evitar el destino. Si la narrativa existe, y ambos sabemos que sí lo hace, entonces al final no tenemos libre albedrío. Tarde o temprano la narrativa irá a por nosotros. Nos utilizará como quiera y crea conveniente. Y luego moriremos a sus manos. Como le ha pasado a Finn. Como le pasó a Margaret. A menos que la detengamos.

Jenkins se volvió con los ojos húmedos hacia Dahl.

—Usted es un hombre de Dios, ¿no es cierto, alférez?

—Ya conoce mi pasado —dijo Dahl—. Sabe que lo soy.

—¿Cómo puede usted seguir siéndolo?

—¿A qué se refiere?

—Me refiero a que tanto usted como yo sabemos que, en este universo, Dios es una falacia —aseguró—. Es el guionista de una serie televisiva de ciencia ficción de tres al cuarto, y es incapaz de escribir nada que trascienda lo que se ve a través de una caja. ¿Cómo puede tener fe en él, sabiendo lo que sabe?

—Porque no creo que él sea Dios —dijo Dahl.

—Entonces cree que es el productor de la serie —propuso Jenkins—. O puede que el presidente de la cadena.

—Creo que nuestras respectivas definiciones de lo que es un dios probablemente difieren —dijo Dahl—. Pero no creo que nada de esto sea obra de Dios, o de un dios de ningún tipo. Si esto es una serie de televisión, la hacen otras personas. Pero sea lo que sea, o sea cuál sea el motivo que los empuje a hacernos esto, son como nosotros. Y eso significa que podemos detenerlos. Tan sólo tenemos que dar con la manera de hacerlo. Usted tiene que dar con la forma de lograrlo, Jenkins.

—¿Por qué yo? —preguntó Jenkins.

—Porque usted conoce mejor que nadie la serie de televisión en la que estamos atrapados —explicó Dahl—. Si existe una solución o una salida, usted es la única persona capaz de encontrarla. Y de hacerlo pronto. Porque no quiero que ninguno de mis amigos muera a manos de un escritorzuelo. Y eso le incluye a usted.

* * *

—Podríamos hacer saltar por los aires al Intrepid —propuso Hester.

—No bastaría con eso —advirtió Hanson.

—Claro que lo haría —dijo Hester—. ¡Ka… bum! Adiós al Intrepid, adiós a la serie.

—La serie no va sobre el Intrepid —dijo Hanson—. Sino sobre los personajes que sirven a bordo de la nave. El capitán Abernathy y su tripulación.

—Es decir, una parte de la tripulación —puntualizó Duvall.

—Los cinco personajes principales —corrigió Hanson—. Si hacemos saltar la nave por los aires, se limitarán a buscar otra. Una nave mejor. La llamarán Intrepid-A o algo por el estilo. Ha pasado en otras series de ciencia ficción.

—¿Has estado estudiando el tema? —preguntó Hester con tono burlón.

—Pues sí —respondió Hanson, muy serio—. Después de lo que le pasó a Finn, fui a informarme sobre todas las series de televisión de las que pude encontrar información.

—¿Qué has descubierto? —preguntó Dahl, que ya había puesto al corriente a sus amigos de su reciente conversación con Jenkins.

—Que creo que Jenkins tiene razón —contestó Hanson.

—¿Y que formamos parte de una serie de televisión? —preguntó Duvall.

—No, que formamos parte de una pésima serie —puntualizó Hanson—. Desde mi punto de vista, la serie en la que estamos es una copia mala de esa otra serie de la que nos habló Jenkins.

Star Wars —apuntó Hester.

—No, Star Trek. Pero también hubo un Star Wars. Era distinta.

—Qué más da —dijo Hester—. De modo que no sólo la serie en la que estamos metidos es mala, sino que es una copia. Ahora mi vida tiene incluso menos sentido que antes.

—¿Por qué hacer un plagio de otra serie? —quiso saber Duvall.

Star Trek fue muy popular en su época —dijo Hanson—. Así que salió alguien dispuesto a reutilizar los conceptos básicos de la serie. Funcionó porque había funcionado antes. A la gente le entretuvieron las mismas cosas, más o menos.

—¿Has identificado nuestra serie durante tu investigación? —preguntó Dahl.

—No —respondió Hanson—. Aunque no pensé que lo haría. Cuando creas una serie de ciencia ficción, creas una nueva línea temporal ficticia que arranca justo antes de la fecha de producción de esa serie. El pasado, entre comillas, de dicha serie, no abarca a la propia serie.

—Porque eso sería recursivo y metatelevisivo —señaló Duvall.

—Sí, aunque no creo que se lo planteasen demasiado —dijo Hanson—. Tan sólo querían que la serie fuese realista dentro de su propio contexto, y no se puede ser realista si hay una versión televisiva de ti mismo en tu propio pasado.

—Odio que ahora tengamos conversaciones como ésta —se lamentó Hester.

—No creo que a ninguno de nosotros nos guste —opinó Dahl.

—Pues no sé. A mí me parece interesante —dijo por su parte Duvall.

—Lo sería si estuviésemos sentados en el cuarto de la universidad mientras nos fumamos un canuto —propuso Hester—. Hablar de ello en serio, después de la muerte de nuestro amigo, le ha quitado toda la diversión.

—Sigues furioso por lo de Finn —dijo Hanson.

—Pues claro que sí. ¿Tú no?

—Recuerdo que no os llevabais muy bien cuando subimos a bordo del Intrepid —dijo Dahl.

—No he dicho que siempre me gustara. Pero con el paso del tiempo fuimos congeniando más. Y era uno de los nuestros. Me molesta mucho lo que le pasó.

—Sigo cabreada con él por dejarme inconsciente con esa maldita pastilla —dijo Duvall—. Y también me siento algo culpable. Si no lo hubiese hecho seguiría vivo.

—Y tú podrías haber muerto —le recordó Dahl.

—No si no estaba escrito que yo tenía que morir en ese episodio —dijo Duvall.

—Pero Finn tuvo papel en el episodio —dijo Hanson—. Es decir, desde un principio iba a participar en él. Me refiero a que iba a estar en esa sala cuando explotase la bomba.

—¿Os acordáis de cuando dije que odiaba las conversaciones que solemos tener últimamente? —preguntó Hester—. Como ésta. Es la clase de conversación a la que me refería.

—Lo siento —dijo Duvall.

—Jimmy, has dicho que siempre que arrancaba una serie, creaba una nueva línea temporal —recordó Dahl, que ignoró el gesto de Hester al levantar ambas manos como quien implora al cielo—. ¿Sabemos cuándo sucedió eso?

—¿Crees que saberlo podría servirnos de algo? —preguntó Hanson.

—Siento curiosidad, eso es todo —contestó Dahl—. Nos encontramos en una realidad alternativa, sea lo que sea. Me gustaría saber cuándo se produjo el desdoblamiento.

—No creo que podamos averiguarlo —dijo Hanson—. No hay nada que indique dónde se produjo ese vuelco de la línea temporal porque, desde nuestra perspectiva, nunca ha habido tal vuelco. No tenemos ninguna otra línea temporal con la que podamos compararnos. Tan sólo podemos ver nuestra propia línea.

—Quizá bastaría con buscar el momento en el que empezaron a suceder cosas ridículas en nuestro universo —sugirió Hester.

—Vale, pero define «cosas ridículas» —le pidió Duvall—. ¿Cuentan los viajes espaciales? ¿El contacto con razas alienígenas? ¿La física cuántica? Porque yo no entiendo una mierda de todo eso. En lo que a mí concierne, la física cuántica podría ser una tomadura de pelo.

—La primera serie de ciencia ficción emitida por televisión sobre la que encontré información se titulaba Captain Video y se remonta a 1949 —dijo Hanson—. La primera serie de Star Trek se estrenó veinte años después. Así que probablemente esta serie podamos ubicarla entre 1960 y el final de las emisiones por televisión en el año 2015.

—Pues menuda horquilla de tiempo —exclamó Dahl.

—Suponiendo que esa Star Trek realmente existiera —dijo Hester—. Hoy en día existen toda clase de programas de entretenimiento en nuestra línea temporal. La línea temporal en la que existimos podría remontarse a antes de que se hiciese esa Star Trek, y existe sólo en esta línea temporal básicamente para incordiarnos.

—Vale, de acuerdo, eso sí es recursivo y metatelevisivo —dijo Duvall.

—Creo que es muy probable que sea así —propuso Hester—. Ya hemos establecido que quienquiera que nos esté escribiendo es gilipollas. Esto suena a la clase de cosas que escribiría un gilipollas.

—Eso te lo concedo —aceptó Duvall.

—Esta línea temporal es una mierda —dijo Hester.

—Andy. —Hanson se apartó de la mesa a la que estaban sentados.

Un carro de cargamento se acercaba rodando hasta la mesa. En su interior encontraron una nota. Dahl tomó la nota y el carro se alejó.

—¿De Jenkins?

—Sí.

—¿Qué dice? —preguntó Duvall.

—Dice que cree haber descubierto algo que podría funcionar —informó Dahl—. Quiere hablarlo con nosotros. Con todos.