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—¿Qué es eso? —preguntó Dahl desde la camilla, tomando uno de los objetos grandes como botones que Finn tenía en la palma de la mano.

—Nuestra manera de acercarnos a Jenkins —dijo Finn, tendiéndole el resto—. Son los transpondedores que identifican a los carros de reparto. Los desmonté de los carros abandonados en la bodega de deshechos. Las puertas de los túneles de cargamento registran cada vez que se abren y cierran, y buscan la identificación. Si eres un miembro de la tripulación, tu teléfono te identifica, pero si eres un carro lo hace esto.

—¿Por qué no dejamos los teléfonos en la cabina y nos acercamos sin identificador? —preguntó Hanson, mirando su botón al contraluz.

—Porque entonces quedaría el rastro de una puerta abierta sin motivo —explicó Finn—. Si ese Jenkins es tan paranoico y cuidadoso como Andy cree que es, ese rastro no escaparía a su atención.

—Así que dejaremos el teléfono en la cabina, nos llevaremos esto e iremos a por él —resumió Dahl.

—Ése es el plan que se me ha ocurrido —dijo Finn—. A menos que tengas uno mejor.

—Me he tirado dos semanas sin hacer nada más que curarme —dijo Dahl—, así que por mí bien.

—¿Cuándo vamos a por él? —preguntó Duvall.

—Si está rastreando al capitán y a los oficiales superiores, lo encontraremos más ocupado cuando ellos estén más activos —propuso Dahl—. Eso significa durante el primer cambio de guardia del día. Si vamos a por él justo tras el inicio de la tercera guardia, podríamos sorprenderlo durmiendo.

—Así que cuando despierte tendrá a cinco personas sobre él, mirándole fijamente —dijo Hester—. Vamos, me apuesto algo a que eso no le agudiza la paranoia.

—Podría no estar durmiendo, y si nos ve es posible que huya corriendo —señaló Dahl—. Si sólo va uno de nosotros, podría escabullirse. Es menos probable que pueda burlarnos a los cinco, si todos llegamos procedentes de un corredor distinto.

—Que todo el mundo se prepare para derribar a un yeti —apuntó Finn—. Este tío es enorme y peludo.

—Aparte de eso, creo que queremos saber qué coño pasa en esta nave, y mejor antes que después —siguió Dahl.

—Por tanto, justo después del cambio de la tercera guardia —dijo Duvall—. ¿Esta misma noche?

—No, esta noche no —negó Dahl—. Dadme uno o dos días para acostumbrarme otra vez a andar. —Estiró las piernas y torció el gesto.

—¿Cuándo te dan el alta? —preguntó Hanson, atento a sus movimientos.

—Hoy es mi último día aquí —contestó Dahl—. Me harán un último repaso para comprobar que todo esté bien cuando os marchéis. Me he curado, pero tanto reposo me ha dejado tieso. En un par de días estaré listo para acompañaros. Lo único que debo hacer hasta entonces es lograr que me den el alta aquí y pasar por el laboratorio de xenobiología para averiguar por qué ninguno de mis oficiales superiores se ha tomado la molestia de venir a verme desde que me ingresaron en la enfermería.

—Podría tener algo que ver con el hecho de que devorasen a dos de tus colegas —sugirió Hester—. Claro que sólo es una suposición.

—Eso no lo dudo —dijo Dahl—. Pero debo descubrir si detrás hay algo más.

—No se moleste —dijo la teniente Collins cuando Dahl franqueó la puerta del laboratorio de xenobiología—. Ya no trabaja aquí. Lo han transferido.

Dahl hizo una pausa y miró a su alrededor. Tenía delante a Collins, su antagonista. Trin, sentado tras ella a una consola, concentraba toda su atención en lo que fuera que había en la pantalla de su tableta. Dos caras nuevas lo miraban boquiabiertas desde otras consolas.

—¿Los nuevos Cassaway y Mbeke? —preguntó Dahl, mirando de nuevo a Collins.

—No es posible reemplazar a Jake y Fiona —dijo Collins.

—No, tan sólo prescindibles —dijo Dahl—. Al menos cuando resultó que no había más remedio que enviarlos a una misión de desembarco. —Señaló con una inclinación de cabeza a los dos tripulantes nuevos—. ¿Ya les ha hablado de Q’eeng? ¿O del capitán? ¿Les ha explicado sus repentinas ausencias cuando uno de ellos aparecen en el laboratorio? ¿Ha sacado ya la Caja para que le dé un poco el aire, teniente?

Collins hacía un esfuerzo visible para contenerse.

—Eso ya no le concierne, alférez —contestó finalmente—. Usted ya no trabaja en este laboratorio. La alférez Dee, la oficial científico de menor antigüedad del puente, sufrió una caída que le causó la muerte la semana pasada durante una misión de desembarco. Yo recomendé su nombre a Q’eeng para sustituirla. Estuvo de acuerdo. Empieza usted mañana. Técnicamente es una promoción, así que lo felicito por ello.

—Alguien me recomendó en una ocasión mantenerme alejado del puente —dijo Dahl, que cabeceó en dirección a Trin—. De hecho dos personas me lo recomendaron. Pero una de ellas lo hizo con mayor denuedo.

—Bobadas —replicó Collins—. El puente es el lugar perfecto para alguien como usted. Allí mantendrá un contacto diario con los oficiales superiores, que con el tiempo llegarán a conocerlo bien. Y tendrá muchas oportunidades para vivir aventuras. Participará semanalmente en misiones de desembarco. A veces incluso más. —Esbozó una sonrisa imperceptible.

—Vaya —exclamó Dahl—. El hecho de que haya sugerido mi nombre para este ascenso demuestra la opinión que tiene de mí, teniente.

—No hace falta que me lo agradezca —dijo Collins—. No es más de lo que se merece. Y ahora creo que será mejor que se apresure, alférez. Necesita todo el descanso posible para afrontar su primer día en el puente.

Dahl puso la espalda bien recta y saludó de forma impecable. Collins le dio la espalda sin responder al saludo.

Dahl caminaba en dirección a la puerta cuando cambió de opinión y decidió acercarse a los nuevos tripulantes.

—¿Cuánto tiempo llevan aquí? —preguntó a la que tenía más cerca.

La joven se volvió hacia sus compañeros antes de encarar de nuevo a Dahl.

—Cuatro días —respondió—. Nos transbordaron desde el Honsu.

—Aún no han participado en misiones de desembarco.

—No, señor.

Dahl asintió.

—Voy a hacerles una recomendación. —Señaló a Collins y Trin—. Cuando esos dos salgan en busca de un café, será el momento perfecto para que ustedes se encierren en el almacén para hacer inventario. Los dos. No creo que esos dos de ahí pensaran molestarse en contárselo. De hecho, no creo que vayan a molestarse en decírselo a nadie que entre a trabajar en este laboratorio. Así que soy yo quien se lo digo. Vigílenlos. No permitan que vendan su pellejo.

Dahl se dio la vuelta y salió del laboratorio, dejando a dos tripulantes y dos oficiales muy confundidos y muy cabreados. Respectivamente.

* * *

—Tranquilo, Andy —dijo Duvall, apretando el paso para mantenerse a su altura—. Te recuerdo que acabas de salir de la enfermería.

Dahl lanzó un bufido y anduvo a paso vivo por el corredor. Duvall se situó a su lado.

—Crees que logró que te asignasen al puente para vengarse por la muerte de sus compañeros —dijo ella.

—No. Se las ingenió para que me asignasen al puente porque se delató cuando tuvo que proponer a Jake y Fiona para la misión de desembarco.

—¿Se delató? ¿Qué quieres decir con eso de que se delató?

Dahl se volvió hacia Duvall.

—Que tiene miedo —dijo—. Todo el mundo a bordo de esta nave tiene miedo, Maia. Se esconden y desaparecen y encuentran maneras de no pensar en todo el tiempo que pasan escondiéndose. Entonces llega el momento en que no pueden esconderse y tienen que enfrentarse a sí mismos. Y no les gusta. Por eso Collins me asignó al puente. Porque de otro modo cada vez que viese mi cara sería consciente de su cobardía. —Volvió a apretar el paso.

—¿Adónde vas? —preguntó Duvall.

—Déjame en paz, Maia —contestó Dahl.

Duvall frenó en seco. Dahl la dejó atrás.

De hecho, Dahl no tenía ni idea de adónde iba, porque caminaba para quemar su ira y su frustración. Estar en movimiento era lo más cercano a estar a solas en las atestadas cubiertas del Intrepid.

Cuando la presencia de la dotación empezó a escasear, y Dahl sintió la fatiga en los músculos desacostumbrados al ejercicio, se sorprendió ante la puerta de acceso al túnel de cargamento más próximo al escondrijo de Jenkins.

Permaneció ante la puerta durante un largo minuto, recordando el plan de acercarse sigilosamente hasta Jenkins junto a sus compañeros para averiguar todo lo que supiera.

—A la mierda —exclamó.

Hundió con la palma de la mano el botón del panel de acceso al corredor.

Encontró a un yeti al otro lado de la puerta. Lo aferró por el hombro y tiró de él para meterlo en el corredor. La sorpresa hizo que Dahl lanzase un grito, pero estaba demasiado debilitado para oponer resistencia. Tropezó al entrar, y el yeti, a quien Dahl reconoció como Jenkins, cerró la puerta inmediatamente después.

—Deje de gritar —dijo Jenkins, hundiéndose un dedo en la oreja y retorciéndolo—. Por Dios, pero qué molesto es.

Dahl miró la puerta cerrada y después se volvió hacia Jenkins.

—¿Cómo lo ha hecho? —preguntó—. ¿Cómo lo sabía?

—Soy un estudioso de la condición humana —respondió Jenkins—. Bueno, para tratarse de un ser humano, es usted bastante predecible. Además, pedazo de burro, lo tengo sometido a vigilancia continua gracias a su teléfono.

—Así que sabía…

—¿Lo de su enrevesado plan para infiltrarse en mi escondite? Sí —lo interrumpió Jenkins—. Que a su amigo Finn se le ocurriera aprovechar los identificadores de los carros desechados le hace merecedor de una palmadita en la espalda. Lo que él no sabe es que cuando se identifica el paso de un carro retirado del servicio, yo recibo una alerta inmediata. No es la primera persona a la que se le ocurre esa forma de acceder a estos corredores. Y usted tampoco es la primera persona que intenta dar con mi paradero.

—No lo soy.

Jenkins chascó los dedos, como para concentrar la atención de Dahl.

—¿Qué acabo de decir? Mantener una conversación redundante no nos hará ningún bien.

—Lo siento —se disculpó Dahl—. Permítame intentarlo de nuevo. Otros han querido dar con usted y han fracasado.

—Eso es verdad —dijo Jenkins—. No quiero que me encuentren, y quienes recurren a mis servicios tampoco quieren que cualquier hijo de vecino pueda localizarme. Entre ambos logramos evitar a todas las personas a las que no quiero ver.

—Así que quería verme —dijo, cuidadoso, Dahl.

—Sería más acertado afirmar que usted quiere verme, y que yo estoy dispuesto a dejarme ver por usted —puntualizó Jenkins.

—¿Por qué yo?

—Acaban de asignarlo al puente de mando.

—En efecto —asintió Dahl—. Y recuerdo que usted me dijo sin ambages que me mantuviera bien lejos.

—Y por eso ha venido a buscarme —dijo Jenkins—. A pesar de que eso echaría a perder el plan que había trazado con sus amigos.

—Sí.

—¿Por qué?

—No lo sé —contestó Dahl—. No pensaba con claridad.

—Se equivoca —dijo Jenkins—. Usted pensaba con claridad, pero no pensaba de forma consciente. Ahora piénselo conscientemente y dígame por qué. Pero apresúrese. Aquí me siento expuesto.

—Porque usted sabe el porqué —respondió Dahl—. Todo el mundo a bordo del Intrepid sabe que hay algo que huele a podrido en la nave. Han desarrollado un método para evitar que el olor les afecte, pero no saben a qué se debe. Usted sí.

—Tal vez —dijo Jenkins—. Pero ¿qué importa?

—Importa porque si usted no sabe el motivo de que algo sea como es, entonces no sabe nada en absoluto —apuntó Dahl—. Todos los trucos y las supersticiones no servirán de nada si no sabe qué los motiva. Las condiciones podrían cambiar, y entonces estaría jodido.

—Esa lógica pende de un hilo —dijo Jenkins—. No explica por qué ha decidido venir a verme ahora.

—Porque ahora hay alguien que está intentando matarme. Collins me asignó al puente porque quiere verme muerto.

—Sí, muerte por misión de desembarco. A bordo es un método de lo más efectivo —admitió Jenkins.

—Mañana empezaré a servir en el puente —explicó Dahl—. Después no será cuestión de si sobrevivo o no, sino de cuándo moriré. No tengo margen de tiempo. Necesito saberlo ahora.

—Para que pueda evitar morir —dijo Jenkins.

—Eso estaría bien.

—Collins quiere evitar la muerte y usted acaba de acusarla de cobardía por ello.

—No la he tachado de cobarde por eso.

—No, supongo que no.

—Si entiendo el porqué quizá pueda ingeniármelas para impedir que me maten; no sólo eso, sino que es posible que pueda evitar que otros mueran. Aquí hay gente que me importa. Me gustaría mantenerlos con vida.

—Ahora permítame hacerle otra pregunta, Dahl: ¿Y si le digo lo que pienso y le parece una locura?

—¿Es eso lo que pasó? Collins y Trin. Trabajaron juntos. Les dijo que tenía una teoría. Ellos le escucharon y no le creyeron.

Jenkins rio al escuchar eso.

—He dicho «una locura», no que sea increíble. Y creo que Collins, por ejemplo, no tiene problemas para creer en ella.

—¿Cómo lo sabe?

—Porque es lo que la ha convertido en una cobarde —dijo Jenkins, que miró a Dahl como mesurándolo—. Pero es posible que eso no le suceda a usted. No, tal vez no. Y es posible que tampoco a sus amigos. Así que reúnalos, alférez Dahl. Veámonos esta noche en mi madriguera. A la misma hora a la que pretendían infiltrarse en ella. Nos veremos entonces. —Y se dio la vuelta para marcharse.

—¿Puedo hacerle una pregunta?

—Aparte de ésta, querrá decir.

—Dos, de hecho —se corrigió Dahl—. Cassaway mencionó que tuvieron que formar parte de la misión de desembarco porque usted no les había avisado de que Q’eeng iba a verlos. Dijo que era una venganza por el hecho de que yo hubiese intentado averiguar cosas sobre usted. ¿Fue así?

—No —respondió Jenkins—. No les dije que Q’eeng iba de camino porque en ese momento estaba cagando. No puedo estar pendiente de todo continuamente. ¿Cuál es su otra pregunta?

—Me dijo que me mantuviera lejos del puente —siguió Dahl—. Yo y Finn. ¿Por qué lo hizo?

—Bueno, a su amigo Finn se lo dije porque resultó que estaba presente y no creí que eso pudiera perjudicar, a pesar de que es un poco gilipollas —dijo Jenkins—. Pero en lo que a usted respecta… Verá. Tengo especial interés en el laboratorio de xenobiología. Llámelo apego sentimental. Y pongamos que intuí que su reacción ante lo que sucede a bordo del Intrepid iría más allá de la habitual respuesta basada en el miedo. Así que supuse que hacerle una advertencia y darle un consejo personalmente no me perjudicaría. —Jenkins hizo un gesto con la mano, como para decir «Mire»—. Y ya ve dónde está ahora. Al menos sigue vivo. Hasta ahora. —Abrió la puerta, devolviendo a Dahl al Intrepid, se dio la vuelta y se alejó andando.