Ven, asciende conmigo en este deslumbrante domingo de Pentecostés el Brocken en el norte de Alemania. Ninguna nube perturba la belleza de la aurora, es la aurora de un junio nupcial, pero, conforme avanzan las horas, su hermana más joven, abril, a la que a veces le gusta correr por las dos fronteras de mayo, inquieta el temperamento luminoso de la novia con máculas de intensos y súbitos aguaceros en los que parecía huir y perseguir, abrir y cerrar, esconderse y reaparecer. En un día como éste, y alcanzando la cumbre de la boscosa montaña al ponerse el sol, tendremos la oportunidad de ver el famoso Espectro del Brocken [38]. ¿Quién y qué es? Es una aparición solitaria, en el sentido de una encantadora soledad, pero no siempre es solitaria en sus manifestaciones personales; en ocasiones apropiadas se ha sabido que ha revelado una fuerza suficiente como para alarmar a aquellos que han estado insultándola.
Ahora bien, con el fin de examinar la naturaleza de esta misteriosa aparición, intentaremos dos o tres experimentos con ella. Lo que tememos, y con alguna razón, es que como ha vivido tanto tiempo con viles paganos hechiceros, y consagrado tantos siglos a oscuras idolatrías, su corazón se pueda haber corrompido, e incluso ahora su fe puede ser impura o vacilante. Lo intentaremos.
Haz el signo de la cruz y observa si lo repite (como debería hacer en un domingo de Pentecostés[39]). ¡Mira!, lo repite, pero la lluvia torrencial confunde las imágenes yeso, quizá, es lo que le da el aire de alguien que actúa de manera renuente o evasiva. Ahora, de nuevo, el sol brilla con más intensidad y las lluvias se han retirado como escuadrones de caballería hacia la retaguardia. Volveremos a intentarlo.
Recoge una anémona, una de esas tantas anémonas que una vez se llamaron la flor del hechicero, y que quizá desempeñaron un papel en este espantoso ritual del miedo; llévala a esa piedra que imita el perfil de un altar pagano y que antaño fue llamado el altar del hechicero[40]; allí, doblando tu rodilla, y, elevando tu mano derecha hacia Dios, di: «Padre Nuestro que estás en los Cielos, esta encantadora anémona que una vez glorificó el culto del miedo, ha retornado a su redil; este altar, que una vez humeó con ritos sangrientos hasta Cortho, ha sido hace tiempo nuevamente bautizado en tu santo servicio. La oscuridad ha desaparecido, ha desaparecido la crueldad engendrada en las tinieblas; ya no se oyen los gemidos de las víctimas, ha desaparecido la nube que cubría continuamente sus tumbas: una nube de protesta que ascendió para siempre hasta tu trono desde las lágrimas de los indefensos y la ira de los justos. ¡Míralo ahora! Yo, tu siervo, con este oscuro fantasma, a quien, por una hora en esta fiesta de Pentecostés, convierto en mi siervo, te rinde culto en este templo recuperado para ti».
¡Mira! La aparición coge una anémona y la sitúa en el altar, también ella dobla su rodilla y levanta su mano derecha hacia Dios. Es muda, pero también los mudos saben servir a Dios con su aceptación. Se te puede ocurrir que tal vez en esta gran festividad de la Iglesia Cristiana, se la pueda obligar por una influencia sobrenatural a someterse y a rendir homenaje, tras haberla obligado con tanta frecuencia a doblar su rodilla en ritos asesinos. En un servicio religioso puede ser tímida. Pongámosla, pues, a prueba con una pasión terrenal, donde no se vea impulsada ni por el favor ni por el miedo.
Si alguna vez en tu infancia sufriste una aflicción que fue inefable, si alguna vez, incapaz de enfrentarte a tal enemigo, fuiste invitado a luchar con el tigre que está al acecho en las separaciones de la tumba; en ese caso, sigues el ejemplo de Judea (en las monedas romanas), sentándote bajo su palmera para llorar, pero sentándote con su cabeza velada tú también ocultas la tuya. Muchos años han pasado desde entonces y tú eras un poco ignorante en aquel tiempo, apenas rebasabas los seis años de edad; o tal vez (si deseas decimos toda la verdad), ni siquiera eso. Pero tu corazón era más profundo que el Danubio, y como era tu amor, así era tu pena. Muchos años han pasado desde que aquella oscuridad se asentó sobre tu cabeza; muchos veranos, muchos inviernos; aun ahora sus sombras giran sobre ti de vez en cuando, como esos aguaceros de abril sobre este esplendor de un junio nupcial. Por tanto ahora, en esta mañana de Pentecostés semejante a una paloma, velas tu cabeza como Judea en memoria de aquella aflicción transcendental y en testimonio de que en verdad fue inexpresable con palabras. Al instante ves que la aparición del Brocken cubre su cabeza, según el ejemplo de Judea llorando bajo la palmera, como si también tuviera un corazón humano, y que él también, en la infancia, tras haber sufrido una aflicción que era inefable, deseaba con estos símbolos mudos suspirar una señal hacia el cielo en memoria de esa aflicción, y para dejar constancia, aunque muchos años después, de que realmente no se podía expresar con palabras.
Esta prueba es decisiva. Ahora estás satisfecho con que la aparición no sea más que un reflejo de ti mismo y, al manifestarle tus sentimientos secretos, hiciste de ese fantasma el oscuro espejo simbólico para reflejar a la luz del día lo que debe permanecer oculto para siempre.
Ésta es la relación entre el Oscuro Intérprete, a quien el lector de inmediato identificará como el intruso presente en mis sueños, y mi propia mente. En su origen no es más que un mero reflejo de mi naturaleza interna. Pero como la aparición del Brocken a veces queda perturbada por tormentas y por lluvias torrenciales, como para encubrir su origen real, de la misma manera el Intérprete a veces se desvía de mi órbita y se mezcla un poco con naturalezas ajenas. No siempre le conozco en estos casos como mi propio parhelio. Lo que dice, por regla general, no es más que lo que yo he dicho por el día, y con la profundidad necesaria en la meditación para esculpirse en el corazón. Pero a veces, cuando su rostro se altera, se alteran sus palabras, y no siempre son las que yo he usado o usaría. Nadie puede dar cuenta de todas las cosas que ocurren en los sueños. Me inclino a creer esto: que es un fiel representante de mí mismo, pero también a veces está expuesto a la acción del dios phantasus, que gobierna en los sueños.
Coros de granizo[41] y tormentas penetran asimismo en mis sueños. Granizo y fuego barren el suelo, huracanes helados y cegadores, revelaciones de una gloria insufrible perseguida por un torrente de oscuridad: éstos son poderes capaces de desfigurar los rasgos que originalmente no eran más que sombras, y de llevarse arrastrando las anclas de cualquier velero que navega por mares tan traicioneros como lo son los sueños.
El Intérprete está anclado y firme en mis sueños, pero grandes tormentas y densas nieblas le causan inciertas fluctuaciones, o le obligan a que se retire como su sombría contrafigura, el tímido fantasma del Brocken, ya asumir nuevos rasgos o rasgos extraños, pues en los sueños siempre hay un poder que no se contenta con la reproducción, sino que crea o transforma de manera absoluta. A este oscuro ser el lector lo volverá a encontrar en una fase más avanzada de mi experiencia con el opio y le advierto que no siempre lo verá sentado en el interior de mis sueños, sino a veces fuera, a plena luz del día.