Segunda parte: La adolescencia

La historia inolvidable

Lo que ahora voy a contar puede que sean los días que he vivido con más intensidad en toda mi vida. Durante mucho tiempo pude recordar minuto a minuto lo que sucedió en aquellos días.

Quiero hacer el esfuerzo de recordar, pues todo ello fue muy hermoso:

El mismo día que llegué a Oropesa dejé mis cosas y me fui a pasear cerca del mar.

Caminaba con calma, observando el pueblo y las calles que verano tras verano me habían visto crecer. En este pueblo balneario se forjaron la mayoría de mis sueños de juventud. Yo paseaba por sus caminos atrayendo a mi memoria miles de momentos vividos. Había muy poca gente, pues todavía no había entrado el mes de Julio, en el cual la invasión de veraneantes convierte el pueblo en un hormiguero.

En el camino que lleva desde la playa de La Concha a la playa del Morro de Gos me encontré con Dani, un zaragozano simpático, que iba acompañado de un muchacho francés.

—¡Qué bueno verte por aquí! ¿Cómo es que has llegado tan pronto?

—Es que he venido de Alemania. He estado allí un par de meses trabajando en una fábrica antes de incorporarme al servicio militar.

—Pues yo me he venido a la playa, porque ahora mismo no tenía trabajo. Por cierto, ¿Conoces a Emmanuel?

—Pues no. ¿Llevas mucho viniendo a Oropesa?

—Si, mis padres tienen una casa en esta urbanización —me respondió con acento francés.

—Y, ¿qué estáis haciendo estos días?

—Intentamos conocer checas. ¡Jo tío!, ¡están buenísimas y por la noche se bañan en pelotas!

—Oye, yo quiero ir con vosotros…

Así fue el comienzo de esa historia inolvidable.

Empecé a ir con Emmanuel a todas horas, pues Dani desapareció.

Paseábamos y él me contaba su vida. Me contó que había venido desde Perpiñán para encontrarse con una muchacha de California que le había escrito avisándole que venía a España para volver a verle.

En ocasiones subíamos a su casa y allí me invitaba a unas aceitunas y cacahuetes mientras charlábamos amigablemente.

—¿Sabes Javier?, el verano en que conocí a Adrien me vi atrapado como por embrujo siguiendo los juegos de una niña caprichosa, y ahora que volvemos a vernos descubro decepcionado que aquella hermosa niña ha echado a perder sus preciosas curvas.

—Entonces, ¿se te han quitado las ganas de estar con ella?

—Nada de eso. Esa chica sigue encantándome con sus extravagancias. Aunque en el fondo sé que no es la chica con la que quisiera hacer mi vida.

—Pero tú te puedes permitir elegir cualquier chica que quieras. Vamos, no es por nada, pero seguro que las tías se vuelven locas por ti.

—El problema es que cuando yo conozco a una chica voy tras de ella y me entrego totalmente y de repente descubro que no entiendo el juego, que estoy siendo manejado a capricho. Es como la canción de Francis Cabrell. ¿La conoces? Se llama La corrida.

Y entonces colocaba una cinta en un viejo radiocasete y escuchábamos la triste historia de un toro asustado que sale al ruedo y se ve atraído por una bailarina que más tarde empieza a castigarle.

Por las noches quedábamos con las gringas. Jugábamos a esos juegos que le gusta a los americanos: el que pierde tiene que beber. Después de beber se suponía que tenía que pasar algo, pero ahí no pasaba nada. La verdad es que yo no entendía lo que tenían en la cabeza, y como consecuencia no quería compartir con ellas el resto.

En seguida conocimos a Jane, una checa de proporciones perfectas, con biquini negro y un caminar indescriptible, labios gruesos y ojos verdes. En ese momento reconocí que Jane era todo lo que yo quería.

Hablamos con ella y su amiga, y les pedimos vernos por la tarde. Pero por la tarde no aparecieron.

Al día siguiente Emmanuel y yo volvimos a la playa. Jugábamos con las raquetas y desde lejos nos saludaban Jane y su amiga, pero a mí no me apetecía volver a intentarlo. No quería ser victima de sus juegos. No podría resistirlo.

Fue entonces cuando le conté a mi amigo acerca de mi profunda soledad.

Él era muy buena persona y en seguida decidió ayudarme. Me dijo:

—¡Olvídate de Jane! Ella es como Rossie de Francis Cabrell. ¿Conoces la canción?

Me explicó que Rossie era una chica muy hermosa que vio queriendo colarse en el concierto, y que para conquistarla la deja pasar junto a la mesa de sonido donde él opera. Pero ella, desagradecida, tras terminar el concierto se va con el batería.

Y prosiguió:

—Ven conmigo, vamos a encontrar la chica que tú te mereces.

Entonces paseamos por la otra playa, con disimulo, para que no se notasen nuestras intenciones.

La verdad es que Emmanuel era más descarado. Tanto es así que cuando de repente vimos a una madre con su hija, casi desnudas, solas y tomando un zumo de plátano en envase de cartón, Emmanuel se acercó a ellas y les habló así:

—Resulta que mi amigo Javier y yo estábamos paseando por la playa y al veros solas nos hemos preguntado que tal vez os estáis aburriendo. Entonces hemos pensado que os gustaría jugar con nosotros a las raquetas.

Y, mientras decía esto en inglés, señalaba una bolsa donde llevaba el kit de excusas para entablar relaciones sanas. De la bolsa sacó cuatro (4) raquetas de madera y una pelota.

Sin yo llegar a creérmelo nos encontramos jugando con una mujer joven y su hija de 19 años.

Empezamos jugando en la orilla, pero poco a poco acabamos jugando con el agua por las rodillas y tirándonos en plancha a sus pies para llegar a las dejadas.

Después dejamos los bártulos y nos fuimos a bañar en lo profundo, pero esta vez la madre no nos acompañó.

Allí yo me encontraba como pez en el agua.

Yo le decía:

—Soy un delfín que quiere jugar contigo.

Ella se reía, y yo era feliz.

Entonces le pregunté que what is your name, y ella me dijo: Jitka.

En ese momento se borró de mi mente todo rastro de Jane y me centré en alcanzar esta nueva isla donde se encontraba mi verdadero hogar.

Jitka era una niña de mirada de miel y de botones rosados en los pechos.

Cuando recuerdo esos momentos quisiera morirme de intensidad.

Posteriormente nos sentamos junto a su sombrilla y hablamos. Nos preguntaron de algún sitio interesante para ir por la noche y les dijimos que podríamos quedar para jugar al billar en El Molí.

Esa noche se presentaron madre e hija, pero Emmanuel no llegaba para ayudarme. Entonces me percaté de que mi buen amigo entendió que yo tenía que quedarme solo con ellas.

Alabo su generosidad y su sabiduría, pues conozco otros, que se hacen llamar amigos míos, quienes se habrían liado con la hija y me habrían dejado a la madre.

No me quedaba otra que ser el anfitrión de las dos checas.

Jugamos al billar. Hablamos de la historia del local y del pueblo y de todo lo que se me ocurría.

En mi mente tan sólo había un pensamiento que retumbaba con más fuerza que la música del bar y que mi propia voz, y este no era otra cosa que la obligación de no fallar a mi amigo.

Paseamos largo y lento. Cruzamos las vías y encontré un pequeño erizo, el cual se hizo una bola en cuanto lo agarré. Era muy tierno.

Llegamos al mar y paseamos hasta Marina D'or, que es una ciudad que han construido para los que no les gusta las vacaciones lejos de la urbe. Allí le pregunté a Jitka si quería sentarse en la hierba.

La madre, sabiendo lo que tenía que pasar, se alejó para darnos tiempo.

Jitka empezó a explicarme las constelaciones:

—Mira, allí está Orión, se reconoce por las tres estrellas de su cinturón, y allí está Casiopea, y Telémaco, y Penélope y…

No sé que más nombres raros me decía pues yo sólo pensaba en que tenía que hacerlo.

Entonces, con una maniobra que parecía más una llave de Judo, la recosté en la hierba y la besé. Punto.

Dejadme respirar profundo para poder seguir con esta historia…

Apareció la madre y se terminó el banquete.

Jitka y yo volvíamos de la mano, la madre iba unos pasos más atrás. Les acompañé hasta su casa y allí acordamos encontrarnos de nuevo en la playa por la tarde, pues decían que querían dormir toda la mañana.

Al día siguiente, comiendo aceitunas y cacahuetes, conté a Emmanuel mi proeza, pero le confesé que tenía necesidad de llegar hasta el final, que había recorrido toda Europa en busca de un sueño y que de repente lo había encontrado en mi pueblo.

—Exactamente como la canción de Francis Cabrell —dijo Emmanuel— ¿conoces Les Murs de Poussière?…

Emmanuel era un buen amigo y nos encontrábamos en esa edad en la que puedes permitirte hablar y hablar sin importante el tiempo. Nos encontrábamos en esa edad en la que parece que estás empezando a vivir verdaderamente.

Por la tarde fui a encontrarme con la isla de mis sueños, pero esta vez sin Emmanuel, pues él tenía que resolver su embrollo con Adrien.

Me tenía que haber ido ya a Madrid para preparar el petate, pero llamé a mis padres avisando que apuraría hasta el último día.

Yo caminaba por la playa, sabiendo que tan sólo tenía dos días para terminar lo que había comenzado. Arrastraba unas grandes aletas dentro de una bolsa de paño que me había cosido yo, las cuales utilizaba para jugar a ser un delfín.

A lo largo de la playa iba yo pensando en mi soledad: «toda mi vida buscando una isla en la que vivir en solitario, y finalmente descubro que ya vivo en ella. Vivo rodeado de gente pero igualmente estoy solo». Sentía todo el peso del universo sobre mí. (Alusión a la canción de Amaral)

Así reflexionaba hasta que llegué al lugar.

Allí estaban las dos, en el mismo punto donde las habíamos encontrado el día anterior. Jugamos, hablamos y guardamos silencio. La madre estaba impresente.

Finalmente quedé con Jitka en la pizzería y allí se presentó, con un vestido corto de tela violeta, de esos que llevaban las chicas del Este, hechos por ellas mismas. Llevaba unos pendientes de aros grandes, que desde aquella noche me han resultado lo más erótico que puede llevar una mujer sobre su cuerpo.

Estaba muy guapa, y paseando hablamos de muchas cosas. Me dijo que había pensado hacerse un tatuaje y yo le dije que a mi no me gustaba el negro sobre ella, que le sentaba mejor el oro.

Paseamos hasta las rocas.

Junto al mar, en la noche, muy cerca de la orilla, quería pedir ayuda pero no me atrevía. Me encontraba tan cerca…

Sabía nadar pero aun así no conseguía llegar a Jitka.

¿Cómo pedir ayuda? Nadie se creería que no había llegado nunca a tierra firme. ¡Imposible!, ¡No es más que un estúpido truco para acostarte conmigo!, diría ella.

Entonces le dije:

—Jitka, quiero contarte una historia. Escúchame con atención:

«Érase una vez un niño. Era un niño soñador, quien descubría fascinado el mundo día a día.

»Un día el niño descubrió algo de una belleza sin igual: del río apareció una niña muy hermosa. Desde el primer momento su imagen se clavó en su mente y vivió buscando momentos para verla y poder jugar con ella.

»Un día su madre, responsable de su educación, sin él comprenderlo le regañó muy fuerte y le dijo que no tenía edad para esas cosas.

»Él no entendió el porqué de esa prohibición, pero obedeció a pesar de que su corazón y su mente querían otra cosa.

»Una lucha interminable se fraguó en su mente hasta que aprendió a huir de todo aquello que le empezase a gustar más de la cuenta, refugiándose en sueños de aventura y en fantasías de todo tipo.

»Fue como un hechizo que le tenía atrapado.

»Los años pasaron y el niño se hizo un hombre y hasta el día de hoy sigue huyendo de aquello que verdaderamente desea».

Regresamos poco a poco a su casa, parando junto a cada farola.

Casi una hora tardamos en llegar a su casa, donde la dejé.

Al despedirme le pregunté:

—¿Ayudarás a este niño a romper el hechizo?

Ella me buscó y me agarró con cariño mientras me besaba como muestra de asentimiento.

Dormí feliz, y un nuevo día llegó.

Un día más para luchar y un día menos para partir. Yo había quedado con Jitka en el andén de mercancías a las cuatro de la tarde. Pasé todo el día esperando ese momento. Era mi última oportunidad.

Por la mañana me levanté relativamente tarde y me acerqué en la moto a casa de Emmanuel, quien en ese preciso momento salía de su casa con unas aletas y unas gafas de bucear.

Le pregunté a donde iba.

—Voy a la Roca del Diablo. Esta mañana estuvimos saltando allí con Adrien y ella perdió su pendiente. Quiero encontrarlo para ella y entregárselo.

—Ven, sube en mi moto y lo buscaremos juntos.

Que bonito estaba el mar, y que bonita la idea de buscar un tesoro.

Nos sumergimos muchas veces. Emmanuel con gafas de bucear, y yo sin ellas. Bajábamos cinco metros y allí permanecíamos intentando descubrir el destello del oro entre las rocas.

Más de veinte veces lo intentamos y más de veinte subimos sin nada en las manos.

Entonces Emmanuel desistió con tristeza. Yo en cambio, como me sentía lleno de energía y esperanza, decidí hacer un último intento: llené mis pulmones de aire, me relajé, bajé con paz y vi el destello. Emergí alzando la mano con el tesoro en ella.

En aquellos días la vida parecía una historia de película: la amistad, el amor, la aventura adornaban nuestros días.

A las cuatro y pocos minutos apareció ella en la estación con un vestido negro que le hacía muy hermosa. Se sentó a mi lado. Yo le sonreí y le dije que había tenido miedo de que no viniese.

Enseguida empezamos a besarnos, porque estaba muy rico.

Entonces yo le pregunté si vendría esa noche a mi casa. Ella me respondió con otro relato:

«Había una vez una hermosa niña que jugando cerca de su casa se encontró con un viejo feo y desafortunado. El viejo le contó que era victima de un hechizo y que sólo una joven podría ayudarle a romper el hechizo, acostándose con él. La inocente niña se compadeció de él y accedió a ayudarle. Pero ante su decepción el hechizo no se rompió. Entonces el viejo le dijo cortésmente: veo que no eres la elegida para deshacer el encantamiento. Tendré que seguir buscando a la joven que pueda ayudarme».

Entonces ella añadió:

—Como me dijiste que no te gusta el negro sobre mí, hoy me he vestido así.

Yo comprendí entonces que había vuelto a perder y lo acepté con naturalidad.

Emmanuel me había invitado a una fiesta privada en casa de no sé quien, con las americanas. Yo le dije que esperaba no asistir, pero ya no me quedaba más que ofrecer a Jitka, así que nos dirigimos hacia la fiesta.

La fiesta fue un rollo y a mi ya me daba igual estar más o menos tiempo junto a Jitka.

Entonces me fui a casa para preparar el equipaje, pues a la mañana siguiente habría de partir.

Jitka decidió acompañarme para despedirse. Llegamos a casa y comencé a recoger lo poco que traía.

Cuando tenía todo preparado, sentados en el sofá del salón volví a intentarlo por última vez, pero ella me dijo:

—No, ¡así no se hacen las cosas!

Entonces me fui a mi dormitorio y lloré en silencio.

Un buen rato después se acercó a mí y me encontró con los ojos muy húmedos entonces yo le conté. A medida que le contaba mi llanto se hacía más profundo. Lloré como un niño desconsolado.

Entonces ella empezó a quitarse las prendas y a soltarme la ropa.

Yo me dejé hacer, como un niño desconsolado.

En la oscuridad me deslumbraba el resplandor de su pubis, siempre protegido del bronceado del sol.

Yo estaba muy nervioso y no fue fácil para ella.

A lo lejos se escuchaba el clamor de los goles que España marcaba a Suiza en el mundial de fútbol.

Verdaderamente el partido contra Suiza fue un tanto extraño…