Primera parte: La infancia

La historia de mi vida

No tuve amigos en el cole, tampoco en la universidad.

No tengo nadie que me llame, ya todo me da igual.

Pero ahora soy millonario, ni un duro les voy a dar.

Las chicas no me quisieron, ninguna me dio calor.

Que culpa tengo de ser feo. Ya no creo en el amor.

Pero ahora soy famoso, y ahora el que pasa soy yo.

Soy feliz en este lugar: tengo playa y tengo sol.

Si alguien viene a buscarme me encontrará en bañador.

Y yo de aquí ya no me marcho ni por Marilín Monróu.

Esta es la historia de mi vida cantada en breve. La compuse un día, con los cinco acordes que me sabía y con Olivia, una guitarra batallera. Poca cosa, pero no obstante esta canción ha alegrado a gentes de muchos países y continentes.

De veras: mi amigo Mario la cantó delante de mí en un concierto en Praga. Un amigo mejicano, de cuyo nombre mi flaca memoria no me permite acordarme, la exportó a su tierra. Allá donde ha ido este blues ha cautivado por su sencillez y por su gran fuerza existencial.

Cuando he tenido que cantar ante el público siempre he dicho que esta canción cuenta la historia de mi vida. Algo de verdad hay en ello. El blues se llama «Comencé con mal pie».

La historia de un náufrago siempre comienza con un traspiés, y habitualmente también termina con el paso cambiado.

Mi caso, hasta la fecha, no es distinto. La canción supone un éxito que todavía está por llegar. Pero sé que llegará.

Antes de empezar con la mía voy a contar una breve historia de náufragos:

El 14 de julio de 1999, mientras navegaba con un pequeño velero por aguas de la costa de Chile, me vi sorprendido por un abordaje. Mi pequeño velero, en el que siempre había navegado sin rumbo claro, quedó inservible. Con las pocas cosas que tenía me acomodé en un bote de salvamento, y tuve que comenzar a remar.

En un principio remé fuerte, con toda mi fe, entregándome en cuerpo y alma. Remé con responsabilidad. Remé con paciencia. Remé con perseverancia.

Posteriormente dejé que las corrientes me llevasen a donde quisiesen.

Llegué a una isla, y conmigo llegó el anti-clímax: después de tanto luchar por salvar la situación llega la pregunta: ¿Y ahora qué?

Pensáis que llego a la isla, construyo una casa de madera con tejado de hojas de palma cerca de un río de agua clara, reúno un rebaño de cabras que me dan leche y mantequilla, y en poco tiempo hasta estoy cociendo mi propio pan, pero estáis equivocados, la realidad es muy diferente:

Llego a la isla, con unas ampollas en las manos que no puedo ni agarrarme el pito para mear, me tumbo en la playa mirando al cielo y me pongo a intentar entender por qué un día decidí subirme a ese velero y dejar mi tierra. No tengo agua, ni me apetece buscarla. Por suerte hay palmeras y tengo a mano para beber agua de coco, que el primer día te alegra, pero al tercer día te da dolor de cabeza, y aun así no mueves el trasero para buscar alternativas.

Por supuesto que no busco comida decente, porque seguro que va a pasar un barco cerca que me ha de recoger, así que dos semanas enteras comiendo cocos, mejillones crudos y erizos.

La verdad es que no me apetece hacer nada. ¿Para qué? Si con los erizos, los mejillones y los cocos tengo suficiente. Como hay un agujero en la roca allí me refugio del viento y la lluvia. Me levanto tarde. Me paso todo el día metido bajo las mantas que rescaté del naufragio y sólo salgo para comer lo de siempre, y poco más. Vivo como un perro silvestre. Los pensamientos pasan por mi cabeza como el viento sobre la isla. La verdad es que estoy muy deprimido en un mundo que no entiendo.

Pasa el tiempo y sigo en la isla, pero no siempre he estado con el ánimo bajo. Algunas veces he tomado la iniciativa y he hecho cosas: lo primero una balsa con troncos de palmeras que flota fatal. La balsa está abandonada en un extremo de la playa. Una vez salí a pescar con ella y con unas redes que tenía, pero como no cogí nada he preferido seguir comiendo mejillones con coco.

Un día decidí hacerme una cabaña, muy grande, con techos altos. Empecé con ganas, pero ahí se quedó. ¿Acaso es mi objetivo vivir allí el resto de mi vida? Con la cueva tengo suficiente.

En otra ocasión decidí gastar el tiempo en buscar la explicación geométrica a teoremas clásicos, como el de Pitágoras o el porqué de que suma por diferencia sea igual a la diferencia de cuadrados. Gasté el tiempo diseñando un elipsógrafo y otras tonterías.

Luego pasé a inventar canciones e incluso poesía que me recitaba a mí mismo. Pero con el tiempo siempre volvía a meterme debajo de las mantas y llevar una vida de perro.

Esa es la vida del náufrago. Llega un momento en que pierdes la esperanza en que puedan llegar a encontrarte, y es entonces cuando mejor estás, con tu vida de perro y haciendo cuatro cosas. Y poco a poco te das cuenta de que eres un infeliz, pero que en el fondo eres feliz. Y cuando te metes en la cueva siempre recitas el «Jesusito de mi vida», «Santa María» y «Ángel de la Guarda», y entonces duermes de un tirón hasta el amanecer. Esa es la auténtica vida de náufrago.