Cubro cincuenta metros a todo gas y comienzo a sentirme mejor, pero de golpe noto algo en el cuello, por encima de la solapa —algo frío, algo duro—. Y luego alguien habla. ¡Qué voz!… ¿Otro invertido?
—No se mueva… No se vuelva. Siga conduciendo…
No me vuelvo, pues me da en la nariz que la cosita esa que me aprieta el cuello dista mucho de ser saludable, pero como que no tengo nada de bizco aventuro un vistazo por el retrovisor. Vaya…, creí que era un hombre…, pero es una mujer. Oh, qué bien…, con una voz así y una facha asá, seguro que se trata de otra de las sobrinas de aquella tal Safo que escribía porquerías en griego para que nadie las entendiera… En fin, que aún le quedaría un resto de pudor…
—¿Qué puedo hacer por usted? —pregunto.
—Yo —dice muy tranquila— no corro ningún riesgo. Pero, si estuviera en su lugar, me ocuparía de mis cosas.
—Todos me lo dicen —contesto—, y eso que soy el chico más discreto de la tierra. Si conociera usted a Tom Collins…
—Basta de chorradas —me dice—. No estamos haciendo una película.
—Seguro que no —replico—. En una película ya nos hubiéramos besado al menos tres veces. Y, para que lo sepa, me gustaría muchísimo.
¡Y paf! Culatazo que te crío. Como sigan así, esta noche, acabaré con la cresta hecha papilla.
—He dicho basta de chorradas, y lo repito. Y cuando digo algo, quiero que se fijen.
—No me fastidie, señora —contesto—. Además, que aún no nos han presentado. Si no me dice quién es, atropello al primer bofia que se nos cruce y ya veremos cómo se las apaña usted.
Al mismo tiempo, doy un acelerón al Cadillac, pero la muy cerda no se raja y me arrea dos cates de órdago; comienzo a pensar que habrá sido maestra de algún hospicio.
—Carroña —digo.
—Doble a la derecha.
Obedezco, sin saber por qué. Por ahí, salimos de la ciudad.
—Le voy a decir cómo me llamo —declara—. Louise Walcott.
—¡Ah!…
Finjo recordar.
—Es usted la madre de ese marica de mierda…
Se me escapa un chillido y pego un bote, pues me acaba de hincar un alfiler en el cuello. El Cadillac zigzaguea y aprovecho para intentar alguna maniobra, pero la muy bruja tiene mucha vista.
—Encienda otra vez los faros —dice—. Y no pretenda burlarme atropellando bofias, pues primero me lo cepillo a usted, y luego a él.
Descripción de la gachí: físico ventajoso, morena, tez mate, cabello corto, labios duros.
A mi juicio, esta fulana anda bastante trastornada. Habrá escuchado demasiado la radio.
—Soy la hermana de Richard Walcott —prosigue—. Y Richard hace lo que le digo. Y si va con esa pija, lo hace porque se lo digo yo.
—Ya me lo figuro. Ese, con la facha que tiene, seguro que preferiría ir con marineritos.
—Contra gustos no hay disputa —dice—. De todos modos, puede usted dormir tranquilo, que nadie vendrá nunca a hacerle proposiciones.
¡Ah, conque intenta picarme! Bueno, pues ya veremos si nadie me hace proposiciones. A condición de que salga de ésta.
—Esta noche —prosigue— le hice venir para que le estropearan un poco el físico. Cuando vi que las cosas iban mal me metí en su coche. Pues, de todos modos, había que darle el aviso. Por mucho que se llame usted Francis Deacon, no le irá mal una leccioncita. Evidentemente, no nos lo vamos a cargar en seguida y si hay que machucarlo, para empezar no está mal; pero aún podemos hacerlo mejor.
Y entonces va y me atiza en el cráneo como si quisiera tocar a rebato. Qué guerra, ha sabido elegir su momento, en pleno viraje. Suelto el volante y me llevo las manos a la cabeza, y naturalmente el coche embiste el medio ambiente. Por suerte, tengo el reflejo de frenar, pero corría demasiado. Apenas me da tiempo a protegerme la cara con el codo para no estrellarme en el parabrisas.
Estalla un ruido terrorífico cuando choco con el escaparate y despachurro kilómetros y más kilómetros de salchichas.
Cuando recobro los sentidos, compruebo que la bruja se ha largado y que hay al menos cuarenta tipos alrededor del coche, y uno más nervioso que los demás. Debe de ser el dueño de la charcutería. Bueno, supongo que estará asegurado; lo que es yo, opto por la decisión más cuerda y me desmayo de cara a la galería. Se me llevan, me instalan cómodamente en una ambulancia y no rechisto. Todo me da vueltas en la cabeza, las sirenas de la bofia, los pelirrojos, los maricas, menudo cóctel…; en realidad, no he llegado a contar la cantidad de porrazos que he recibido en el coco…, esto sí que me hunde…, me desmayo de verdad…