11. Lo sagrado y lo profano

No entendemos casi nada de nada, empezando por el big bang y acabando por los minúsculos elementos que componen los átomos de la célula de una bacteria. Durante los siglos que vienen tendremos que abrirnos camino a través de una selva de misterios.

LEWIS THOMAS

No todo lo que cuenta puede ser contado. No todo lo que puede ser contado cuenta.

ALBERT EINSTEIN

Espiritualidad y religión en la sociedad actual

La comprensión de la naturaleza humana que tienen las sociedades tecnológicas actuales es significativamente diferente de las visiones del mundo que pueden encontrarse en las culturas antiguas y preindustriales. En alguna medida, éste es el resultado natural de progresos históricos y es algo que cabía esperar. Durante muchos siglos, científicos de diferentes disciplinas han investigado sistemáticamente diversos aspectos del mundo material y acumulado una impresionante cantidad de información que no estaba disponible en el pasado. Han completado, corregido y sustituido en gran medida los conceptos anteriores sobre la naturaleza del universo. Sin embargo, la diferencia más asombrosa entre las dos visiones del mundo no se halla en la cantidad o la exactitud de los datos sobre la realidad material. Se trata más bien de un desacuerdo fundamental en lo que se refiere a la dimensión sagrada o espiritual de la existencia.

Todos los grupos humanos de la era preindustrial coincidían en que el mundo material que percibimos y en el que funcionamos en nuestra vida cotidiana no constituye la única realidad. Su visión del mundo, aunque diferente en los detalles, en lo esencial describía el cosmos como un sistema complejo de niveles de existencia jerárquicamente dispuestos. Según esta concepción de la realidad, que Arthur Lovejoy (1964) llamaba la Gran Cadena de Ser, el mundo de la materia densa constituía el último eslabón. En las cosmologías preindustriales, los dominios superiores de existencia albergaban deidades, demonios, entidades desencarnadas, espíritus ancestrales y animales de poder. Las culturas antiguas y preindustriales poseían un rico ritual y una vida espiritual que giraba alrededor de la posibilidad de lograr un contacto directo con estas dimensiones de la realidad, que habitualmente están ocultas, y recibir de ellas información relevante, ayuda o incluso su intervención en el curso de los acontecimientos materiales. Las actividades cotidianas de las sociedades que comparten nuestra visión del mundo estaban basadas no sólo en la información recibida a través de los sentidos, sino también de las recibidas en estos ámbitos habitualmente invisibles. Los antropólogos de formación occidental tradicional quedaban a menudo desconcertados por lo que llamaban la “lógica doble” de las culturas aborígenes que estudiaban. Aunque los nativos mostraban claramente una gran inteligencia práctica, poseían extraordinarias habilidades y eran capaces de crear ingeniosos utensilios para la supervivencia y su mantenimiento, combinaban sus actividades prácticas, como el cazar, el pescar y el construir refugios con extraños rituales, frecuentemente complejos y elaborados. En ellos invocaban a las diversas entidades y realidades que para los antropólogos eran imaginarias y no existentes.

Estas diferencias de visión del mundo encuentran su expresión más acusada en el ámbito de la muerte y del morir. Las cosmologías, filosofías y mitologías, así como la vida espiritual y el ritual de las sociedades preindustriales, contienen un mensaje muy claro de que la muerte no es el final absoluto e irrevocable de todas las cosas, de que la vida o la existencia continúa de algún modo tras el fallecimiento biológico. Las mitologías escatológicas de estas culturas concuerdan generalmente en que un principio espiritual, o alma, sobrevive a la muerte del cuerpo y atraviesa una serie compleja de aventuras de la conciencia en otras realidades.

El viaje póstumo del alma es descrito a veces como un viaje a través de paisajes fantásticos que tienen alguna similitud con los de la tierra, y, en otras ocasiones, como encuentros con diversos seres arquetípicos o como una progresión a través de una secuencia de estados no ordinarios de conciencia. En algunas culturas, el alma alcanza un reino temporal en el Más Allá, como el purgatorio cristiano o el lokas del budismo tibetano; en otras, una morada eterna: el cielo, el infierno, el paraíso o el reino del sol. Muchas culturas han desarrollado independientemente un sistema de creencias en la metempsicosis o reencarnación que supone el regreso de la unidad de conciencia a otra vida física en la tierra.

Todas la sociedades preindustriales parecían estar de acuerdo en que la muerte no era la última derrota y el final de todo, sino una transición a otra forma de existencia. Las experiencias asociadas con la muerte se contemplaban como visitas a dimensiones importantes de la realidad que merecían ser experimentadas, estudiadas y cuidadosamente cartografiadas. Las personas moribundas estaban familiarizadas con las cartografías escatológicas de sus respectivas culturas, ya fuesen mapas chamánicos de paisajes funerarios o descripciones sofisticadas de los sistemas espirituales orientales, como las que se encuentran en el Bardo Thödol, El libro tibetano de los muertos.

El Bardo Thödol merece una especial mención en este contexto. Este texto fundamental del budismo tibetano supone un contraste interesante respecto al énfasis exclusivo y pragmático que se pone en la vida productiva y la negación de la muerte que caracteriza a la civilización industrial occidental. Describe el momento de la muerte como una oportunidad única para liberarse espiritualmente de los ciclos de muerte y renacimiento y como período que determina nuestra próxima encarnación, si no hemos alcanzado la liberación. Desde esta perspectiva es posible ver las experiencias de los bardos o estados intermedios entre las vidas, como algo que, en alguna medida, es más importante que la existencia encarnada. Si tenemos en cuenta este hecho, es absolutamente esencial que nos preparemos para este viaje mediante una práctica sistemática en el período de vida del que disponemos.

Estas descripciones de las dimensiones sagradas de la realidad y el énfasis en la vida espiritual se hallan en agudo conflicto con el sistema de creencias que domina la civilización industrial. Nuestra visión del mundo ha sido conformada en gran medida por una ciencia con orientación materialista, que afirma que vivimos en un universo en el que sólo la materia es real. Los teóricos de diversas disciplinas científicas han formulado una imagen de la realidad conforme a la cual la historia del universo es la historia del desarrollo de la materia. La vida, la conciencia y la inteligencia se contemplan como epifenómenos de este desarrollo más o menos accidentales e insignificantes. Aparecieron en escena después de miles de millones de años de evolución de materia pasiva e inerte en una parte insignificante de un inmenso universo. Obviamente, la comprensión de la naturaleza humana y del universo según estas premisas es en principio incompatible con ninguna forma de creencia espiritual. Cuando suscribimos esta imagen de la realidad, la espiritualidad parece un enfoque de la existencia ilusorio, cuando no engañoso.

Es notable esta incompatibilidad entre la ciencia y la espiritualidad. A lo largo de la historia, espiritualidad y religión habían desempeñado un papel crítico y vital en la vida humana, hasta que su influencia fue socavada por la revolución científica industrial. La ciencia y la religión constituyen partes extremadamente importantes de la vida humana, cada una a su manera. La ciencia es la herramienta más poderosa para obtener información sobre el mundo en que vivimos, y la espiritualidad es indispensable como fuente de sentido de nuestra vida. El impulso religioso ha sido sin duda una de las fuerzas más imperiosas que han impulsado y continúan impulsando la historia y la cultura humanas. Es difícil imaginar que esto fuera posible si la vida ritual y espiritual estuvieran basadas enteramente en fantasías y falacias infundadas. Para ejercer una influencia poderosa en los asuntos humanos, la religión tiene que reflejar un aspecto muy fundamental de la naturaleza humana, a pesar del hecho de que con frecuencia ha sido expresada de forma muy problemática y distorsionada.

Si la visión del mundo empleada por la ciencia materialista fuera una descripción verdadera, plena y exacta de la realidad, el único grupo de toda la historia de la humanidad que alguna vez habría entendido la psique y la existencia humanas sería la clase intelectual de las sociedades tecnológicas que se adscribe al materialismo filosófico. En comparación, todas las demás perspectivas y visiones del mundo, incluidas las tradiciones místicas de todos los tiempos y las filosofías espirituales de Oriente, parecerían sistemas de pensamiento primitivos, inmaduros y erróneos. Esto podría incluir el vedanta, diversas escuelas de yoga, el taoísmo, el budismo vajrayâna, hînayâna y mahâyâna, el sufismo, el misticismo cristiano, la cábala y otras muchas tradiciones espirituales refinadas que son productos de siglos de exploraciones profundas de la psique humana y de la conciencia.

Naturalmente, puesto que las ideas descritas en este libro se hallan en consonancia básica con los postulados de diversas escuelas de filosofía perenne, caerían en la misma categoría; podrían desecharse como irracionales, infundadas y acientíficas, y las pruebas en las que se basan no serían ni siquiera tomadas en serio. Por ello parece importante aclarar la relación entre religión y ciencia y averiguar si estos dos aspectos fundamentales de la vida humana son verdaderamente incompatibles. Y si encontramos que hay una forma de unirlos, sería fundamental definir las condiciones en las que pueden ser integrados. La creencia de que la religión y la ciencia tienen que ser mutuamente incompatibles refleja una falsa comprensión básica de la naturaleza de ambas. Cuando se entienden correctamente, la verdadera ciencia y la auténtica religión son dos enfoques importantes de la existencia que son complementarios y que en forma alguna compiten entre sí. Como ha señalado muy apropiadamente Ken Wilber, no puede haber realmente conflicto entre la religión auténtica y la verdadera ciencia. Si aparece dicho conflicto, seguramente estamos hablando de una falsa religión y/o de una falsa ciencia (Wilber 1983).

Gran parte de la confusión en este campo se basa en una serie de falsos conceptos sobre la naturaleza y la función de la ciencia, que tiene como consecuencia una utilización inadecuada del pensamiento científico. Otra fuente de problemas innecesarios es una comprensión errónea sobre la naturaleza y la función de la religión. A efectos de nuestra exposición, es esencial distinguir la verdadera ciencia del cientificismo y diferenciar claramente entre espiritualidad y religión organizada.

La teoría científica y el método científico

La filosofía moderna de la ciencia ha clarificado la naturaleza, la función y la adecuada utilización de las teorías en la investigación de diversos aspectos del universo. También ha expuesto los errores que permitieron al monismo materialista dominar la ciencia occidental e, indirectamente, también la visión del mundo de la civilización industrial. En retrospectiva, no es difícil ver cómo se llegó a esto. La imagen newtoniana del mundo físico concebido como un sistema mecánico determinista tuvo tanto éxito en sus aplicaciones prácticas que se convirtió en un modelo para las demás disciplinas científicas. Ser científico se convirtió en sinónimo de pensar en términos mecanicistas.

Los importantes resultados logrados por los triunfos tecnológicos de la física constituyeron un fuerte apoyo para el materialismo filosófico, posición que el mismo Newton no mantenía. Para él, la creación del universo era inconcebible sin la intervención divina, sin la inteligencia superior del Creador. Newton creía que Dios creó el universo como un sistema regido por leyes mecánicas. Por esta razón, una vez que había sido creado, podía ser estudiado y entendido como tal. Los seguidores de Newton consagraron la imagen del universo como una supermáquina determinista, pero decidieron que el concepto del principio creador inteligente era un residuo innecesario y embarazoso de las épocas oscuras e irracionales. Los datos obtenidos a través de los sentidos sobre la realidad material se convirtieron en la única fuente permisible de información en todas las ramas del saber de la ciencia.

En la historia de la ciencia moderna, la imagen del mundo material basado en la mecánica newtoniana dominó totalmente el pensamiento de la biología, la medicina, la psicología, la psiquiatría y todas las demás disciplinas. Esta estrategia reflejaba el presupuesto metafísico básico del materialismo filosófico y era su consecuencia lógica. Si el universo es esencialmente un sistema material y la física es una disciplina científica que estudia la materia, los físicos son los expertos definitivos en lo que se refiere a la naturaleza de todas las cosas, y no debe dejarse que los hallazgos en otros campos entren en conflicto con las teorías básicas de la física. La aplicación decidida de este tipo de lógica tuvo como consecuencia la supresión sistemática, o la tergiversación en muchos campos, de los descubrimientos que no concordaban con la visión materialista del mundo.

Esta estrategia era una seria violación de los principios básicos de la filosofía moderna de la ciencia. En rigor, las teorías científicas se aplican sólo a las observaciones en las que se basan y de las que proceden. No pueden ser extrapoladas automáticamente a otras disciplinas. Los marcos conceptuales que articulan la información disponible en determinado campo no pueden utilizarse para determinar lo que es o no posible en algún otro ámbito y dictar lo que puede ser observado en la disciplina científica correspondiente y lo que no. Las teorías sobre la psique humana deben estar basadas en observaciones de procesos psicológicos, no en teorías que los físicos hayan elaborado sobre el mundo material. Pero ésta es exactamente la forma en que la mayoría de los científicos ha utilizado en el pasado el marco teórico de la física del siglo XVII.

La práctica indebida de esta generalización de la visión del mundo de los físicos en otros campos ha sido sólo una parte del problema. Otro error grave, pero muy común y que complica aún más la situación, es la tendencia de muchos científicos no sólo a adherirse a teorías pasadas de moda y a generalizarlas a otros campos de la ciencia, sino también a tomarlas erróneamente por descripciones precisas y definitivas de la realidad. Como consecuencia, tienden a rechazar cualquier dato que sea incompatible con su marco teórico, en lugar de verlo como una razón para cambiar sus teorías. Esta confusión del mapa con el territorio es un ejemplo de lo que se conoce en la lógica moderna como “error de transcripción lógica”. Gregory Bateson, generalista brillante y pensador de gran influencia que pasó mucho tiempo estudiando este fenómeno, afirmó en cierta ocasión en tono de broma que, cuando un científico continúa cometiendo errores de este tipo, un día puede comerse en el restaurante el menú en lugar de la comida.

La característica esencial de un verdadero científico no es la adhesión acrítica a la filosofía materialista y la lealtad inquebrantable a las historias sobre el universo promulgadas por la ciencia dominante. Al contrario, lo que caracteriza a un auténtico científico es el compromiso con una aplicación rigurosa e imparcial del método científico de investigación a todas las esferas de la realidad. Esto significa reunir una serie sistemática de observaciones en situaciones concretamente definidas, repetir la experimentación en cualquier ámbito de la existencia que permita la aplicación de dicha estrategia y comparar los resultados con otras personas que estén trabajando en circunstancias similares.

El criterio más importante para determinar la exactitud de una teoría concreta no consiste en que concuerde con los puntos de vista mantenidos por el sistema académico, agrade a nuestro sentido común o parezca plausible, sino en si es coherente con los hechos observados de un modo sistemático y estructurado. Las teorías son herramientas indispensables para la investigación científica y el progreso. Sin embargo, no deben tomarse por una descripción exacta y exhaustiva de cómo son las cosas en realidad. Un verdadero científico considera sus teorías como la mejor conceptualización disponible de los datos existentes hasta el momento, y siempre estará abierto a ajustarlos o a buscar nuevos datos si éstos no encajan con las pruebas obtenidas. Desde esta perspectiva, la visión del mundo de la ciencia materialista se ha convertido en un corsé que impide continuar haciendo progresos en lugar de facilitarlos. La ciencia no reposa en una teoría concreta, por muy convincente y evidente que ésta pueda parecer. La imagen del universo y de las teorías científicas sobre el mismo ha cambiado muchas veces a lo largo de la historia de la humanidad.

Lo que caracteriza a la ciencia es el método de obtener información y de validar o de invalidar teorías. La investigación científica es imposible sin la elaboración de formulaciones e hipótesis teóricas. La realidad es demasiado compleja para ser estudiada en su totalidad y las teorías reducen el ámbito de los fenómenos observables a una dimensión manejable. Un auténtico científico se sirve de teorías, pero es consciente de su naturaleza relativa y siempre está dispuesto a ajustarlas o abandonarlas cuando surgen nuevas pruebas. Un científico no excluye de una investigación rigurosa ningún fenómeno que pueda estudiarse científicamente, incluidos los que son controvertidos y presentan un reto, como los estados no ordinarios de conciencia y las experiencias transpersonales. A lo largo del siglo XX, los mismos físicos han cambiado radicalmente su comprensión del mundo material. Los descubrimientos revolucionarios de la física subatómica y de la astrofísica han destruido la imagen del universo como un sistema mecánico infinitamente complejo y totalmente determinista formado por partículas indestructibles de materia. Cuando la investigación del universo se desplazó del mundo de nuestra realidad ordinaria, o de la “zona de las dimensiones medias,” al microuniverso de las partículas subatómicas y al macrouniverso de las galaxias distantes, los físicos descubrieron las limitaciones de la visión mecanicista del mundo y las trascendieron.

La imagen del universo que había dominado la física durante casi trescientos años se desmoronó bajo el alud de nuevas observaciones y de pruebas experimentales. La comprensión de la materia, del tiempo y del espacio que Newton había tenido y que se ajustaba al sentido común fue sustituida por el extraño mundo maravilloso de la física relativista cuántica, que está llena de paradojas desconcertantes. La materia, concebida en el sentido ordinario de “cosas sólidas”, desapareció completamente de la escena. Las dimensiones claramente separadas de espacio y tiempo absolutos se fundieron en el continuo espacio-tiempo cuatridimensional de Einstein y la conciencia del observador tuvo que ser reconocida como un elemento que desempeña un importante papel en la creación de lo que anteriormente parecía ser una realidad puramente objetiva e impersonal.

Similares saltos adelante se han producido también en otras muchas disciplinas. La teoría de sistemas y de la información, el concepto de los campos morfogenéticos de Rupert Sheldrake, el pensamiento holonómico de David Bohm y Karl Pribram, las investigaciones de Ilya Prigogine sobre las estructuras disipativas, la teoría del caos y la dinámica interactiva unificada de Ervin Laszlo constituyen simplemente unos cuantos ejemplos relevantes de estos nuevos descubrimientos. Estas nuevas teorías muestran una convergencia y una compatibilidad crecientes con la visión mística del mundo y con los descubrimientos de la psicología transpersonal. También proporcionan una nueva apertura a la antigua sabiduría que la ciencia materialista rechazaba y ridiculizaba. Este acortamiento de distancias entre la visión del mundo de las ciencias puras y duras y de la psicología transpersonal es sin duda un fenómeno alentador y apasionante. Sin embargo, sería un grave error para los psicólogos, psiquiatras e investigadores de la conciencia dejar que su pensamiento conceptual fuese limitado y controlado por las teorías de la nueva física en sustitución de las viejas. Como mencioné antes, cada disciplina tiene que basar sus estructuras teóricas en las observaciones de su propio campo de investigación. El criterio de validez de los hallazgos y de los conceptos científicos en un campo determinado no radica en su compatibilidad con las teorías en otro campo, sino en el rigor del método científico con el que se obtuvieron.

La visión del mundo de la ciencia materialista: hechos y ficción

En general, la ciencia occidental ha tenido un enorme éxito para encontrar las leyes que rigen los procesos del mundo material y para aprender a controlarlos. Sus esfuerzos para proporcionar respuestas a algunas cuestiones fundamentales de la existencia, como la forma en que empezó y se desarrolló el mundo hasta llegar a su forma actual, han sido, no obstante, mucho menos espectaculares e impresionantes. Para obtener una perspectiva adecuada sobre esta situación, es importante darse cuenta de que lo que conocemos como “visión científica del mundo” es una imagen del universo que descansa en una enorme cantidad de postulados metafísicos muy atrevidos. Éstos se presentan y se consideran a menudo como hechos que han sido probados más allá de toda duda razonable, cuando en realidad se asientan en un terreno movedizo, son controvertidos o no se hallan adecuadamente sustentados por pruebas concretas.

En cualquier caso, las respuestas que la ciencia materialista ofrece a la mayoría de las cuestiones metafísicas no son más lógicas ni menos fantásticas que las que se encuentran en la filosofía perenne. Así pues, con respecto al origen del universo, existen muchas teorías que compiten entre sí. La más popular afirma que todo empezó hace 15.000 millones de años con el big bang, cuando toda la materia del universo, así como el tiempo y el espacio, empezaron a existir a partir de un punto sin dimensión o singularidad. La teoría contraria de la creación continua describe un universo que ha existido eternamente sin principio ni fin, en el que la materia es continuamente creada de la nada. Ninguna de estas alternativas supone exactamente una solución racional, lógica y fácil de imaginar a la cuestión fundamental de la existencia.

Igualmente osadas y problemáticas son las teorías de los científicos materialistas en lo que concierne el campo de la biología. Según ellos, el fenómeno de la vida, incluido el del ADN y su capacidad de autorreproducción supuestamente espontánea, surgió de interacciones al azar de la materia inorgánica que se hallaba en el caldo químico del océano primordial. La evolución de los organismos unicelulares primitivos hasta llegar a la extraordinaria diversidad de especies que forman hoy día la vida animal y vegetal de nuestro planeta sería pues un resultado de la selección natural y de las mutaciones de los genes producidas al azar. Y probablemente la afirmación más fantástica de la ciencia materialista consiste en que la conciencia apareció en algún momento tardío del proceso evolutivo, como un producto de los procesos neurofisiológicos del sistema nervioso central.

Cuando sometemos los conceptos expuestos a un riguroso examen basado en la actual filosofía de la ciencia, la aplicación sistemática del método científico y el análisis lógico de los datos, descubrimos que difícilmente se trata de hechos tal cual son y que, en muchos casos, carecen de la confirmación de los hechos observados. La teoría que sugiere que la materia de la que está hecho el universo, con sus miles de millones de galaxias, surgió repentina y espontáneamente a partir de una singularidad sin dimensiones no satisface obviamente a nuestra razón. Se nos quedan sin responder muchas cuestiones candentes, como el origen de la materia que surgió en el big bang, la causa y el acontecimiento desencadenante del acontecimiento, el origen de las leyes que la rigen y otras muchas. La idea de un universo que existe desde toda la eternidad y en el que la materia se crea continuamente de la nada es igualmente desconcertante. Lo mismo puede decirse de las restantes teorías científicas que describen el origen de nuestro universo.

Se nos dice esencialmente que el cosmos se creó a sí mismo y que toda su historia, desde los átomos de hidrógeno hasta el Homo sapiens, no exigió una inteligencia que lo guiase y que, además, puede entenderse correctamente como el resultado de procesos materiales regidos por leyes naturales. Éste no es un postulado muy creíble, hecho del que ya se han percatado muchos físicos. Stephen Hawking, considerado por algunos como el principal físico vivo, admitió que «son mínimas las probabilidades de que un universo como el nuestro surgiera de algo como el big bang». Y Freeman Dyson, físico de Princenton, comentó en cierta ocasión: «cuanto más investigo el universo y los detalles de su arquitectura, más pruebas encuentro de que éste debe haber sabido de alguna forma que nosotros íbamos a llegar» (Smoot y Davidson 1993).

Los estudios que reconstruyen los procesos primitivos de los primeros minutos de la existencia del universo han revelado un hecho extraordinario y asombroso. Si las condiciones iniciales hubieran sido sólo algo diferentes, por ejemplo, si una de las constantes fundamentales de la física hubiera sido alterada por un pequeño porcentaje en cualquier dirección, el universo resultante no habría sido capaz de mantener la vida. En ese universo, los seres humanos nunca habrían llegado a existir para funcionar como observadores del mismo. Estas coincidencias son tan numerosas e improbables que inspiraron la formulación del llamado “principio antrópico” (Barrow y Tipler 1986). Este principio sugiere claramente que el universo podría haber sido creado con una intención concreta o con el propósito de hacer existir la vida y a los observadores humanos. Esto indica la participación de una inteligencia cósmica superior en el proceso de la creación o, al menos, permite una interpretación en estos términos.

Cada vez es más obvio el fracaso de la teoría darwiniana para explicar la existencia de la extraordinaria riqueza de formas de vida y la evolución sólo como resultado de fuerzas naturales que operan mecánicamente. Los problemas y las lagunas del darwinismo y del neodarwinismo han sido resumidos en el libro de Phillip Johnson Darwin on Trial (1993). Aunque la evolución en sí misma es un hecho bien establecido, es muy improbable que pudiera haber sucedido sin la guía de una inteligencia superior y de que haya sido la obra de un “relojero ciego”, por emplear el famoso término de Richard Dawkins (Dawkins 1986). Existen demasiados hechos de la evolución que son incompatibles con dicha comprensión de la naturaleza.

Las mutaciones al azar de los genes, que constituyen el postulado básico de la teoría neodarwiniana para explicar la evolución, son, como se sabe, dañinas en la mayoría de los casos y es muy improbable que pudieran ser el origen de cambios ventajosos para el organismo. Además, el nacimiento de una nueva especie exigiría una combinación altamente improbable de un número muy específico de mutaciones muy concretas. Un ejemplo es la transición evolutiva de los reptiles a los pájaros, que exigió, entre otras cosas, un desarrollo simultáneo de las plumas, unos huesos ligeros y huecos y una estructura diferente del esqueleto. En muchos casos, las formas transitorias que conducen a la formación de nuevos órganos no proporcionaría ninguna ventaja evolutiva (como sería el ejemplo de un ojo parcialmente desarrollado), e incluso supondría una carga (como un ala incompletamente formada).

Para poner las cosas aún más difíciles a los darwinianos, la naturaleza ha apoyado con frecuencia la emergencia de formas que claramente suponen una desventaja evolutiva. Por ejemplo, la hermosa cola del pavo real hace claramente que el macho sea mucho más vulnerable a los depredadores. Los darwinianos argumentan que esto se contrarresta por el hecho de que esa hermosa cola atrae a las hembras y aumenta las oportunidades de copulación y transmisión de genes. Esta explicación parece ser un esfuerzo desesperado por salvar la perspectiva materialista, a costa de tener que admitir a cambio que las pavas pueden tener una sensibilidad estética y artística extraordinaria. Como señaló Phillip Johnson (1993), esta situación es sin duda más compatible con el concepto de creación divina inteligente que con la teoría darwiniana, que sólo cree en las fuerzas materiales ciegas: «me parece que el pavo real y su hembra pueden ser justamente la clase de criaturas que un creador caprichoso podría favorecer, pero que un “proceso mecánico o deliberado”, como la selección natural, nunca permitiría que se desarrollase».

Del análisis de los hallazgos paleontológicos pueden extraerse también importantes desafíos a la interpretación darwiniana de la evolución. A pesar de la enorme inversión en tiempo y energía realizada, los registros fósiles existentes no han podido encontrar los eslabones perdidos entre las especies. Su perfil general todavía no ha sido capaz de apoyar una sola transición de una especie a otra. La “explosión cámbrica”, que supuso la aparición repentina de nuevos organismos multicelulares con esquemas corporales ampliamente diferentes, en el brevísimo período desde el punto de vista geológico de diez millones de años (el big bang biológico), exige claramente como explicación un mecanismo diferente al de la selección natural.

Y aún más importante es el hecho de que los argumentos expuestos contra el darwinismo y el neodarwinismo se centran sólo en los niveles anatómico y fisiológico. Son argumentos superficiales y sin importancia si se comparan con los problemas que han surgido a partir de la comprensión bioquímica de los diversos procesos de la vida. La ciencia actual ha mostrado que el secreto de la vida se encuentra en el nivel molecular. Hasta hace muy poco, los biólogos evolutivos podían despreocuparse de los detalles moleculares de la vida, porque se sabía muy poco de ellos. La enorme complejidad de la disposición molecular responsable de las estructuras de los mecanismos que subyacen en los procesos de la vida ha dado el golpe de gracia a la teoría darwiniana. En su reciente obra Darwin’s Black Box: The Biochemical Challenge to Evolution, Michael J. Behe (1996) demostró claramente el fracaso del pensamiento darwiniano en explicar la estructura molecular y la dinámica de la vida. El poder de sus argumentos es tan devastador que convierte el problema de la anatomía y de los registros fósiles en algo irrelevante para la cuestión de la evolución.

Existe una astronómica improbabilidad estadística de que la vida surgiera a partir de procesos químicos casuales, como claramente han demostrado científicos de la estatura del astrofísico internacionalmente conocido Fred Hoyle o el codescubridor de la estructura del ADN Francis Crick. La existencia de más de 200.000 proteínas que tienen funciones bioquímicas y fisiológicas altamente especializadas en los organismos representa por sí misma un problema insuperable. Fred Hoyle (1983) halló la solución a este dilema al suscribir la teoría de la panspermia, según la cual, los microorganismos se distribuyen a través del universo y llegaron a nuestro planeta en un recorrido interestelar, posiblemente en la cola de un cometa. Hoyle concluyó que la vida es «un fenómeno cosmológico, quizá el aspecto más fundamental del universo».

Francis Crick (1981) fue incluso más lejos. Según él, para evitar sufrir daños por las condiciones extremas de los espacios interestelares, los microorganismos tuvieron que haber viajado en naves espaciales enviadas a la tierra por una civilización superior que se desarrolló en alguna parte hace miles de millones de años. La vida en nuestro planeta empezó cuando estos organismos empezaron a multiplicarse. Las hipótesis de Hoyle y de Crick no resuelven, por supuesto, el misterio del origen de la vida; simplemente lo sitúan en otro tiempo y lugar. Ambos evitan el problema de cómo surgió originalmente la vida.

El teórico de la información H. Jockey (1992), que había intentado calcular la probabilidad matemática del origen espontáneo de la vida, llegó a la conclusión de que la información que se necesita para que empiece la vida no pudo haberse desarrollado por azar. Él ha sugerido que la vida sea considerada un dato dado, al igual que la materia o la energía. En base a las pruebas científicas existentes, es muy poco probable que el origen de la vida en nuestro planeta y el desarrollo de su rica variedad de especies sean el resultado de fuerzas mecánicas casuales. Es difícil imaginar que ocurrieran sin la intervención y participación de una inteligencia cósmica superior.

Esto nos lleva al punto más crítico de nuestra exposición: la afirmación de la ciencia materialista de que la materia es la única realidad y de que la conciencia es producto de ella. Esta tesis se ha presentado a menudo con gran autoridad como un hecho científico probado más allá de cualquier duda razonable. Sin embargo, cuando se somete a un examen más riguroso, se hace obvio que no es, y nunca lo ha sido, una afirmación científica seria, sino un postulado metafísico disfrazado. Es una afirmación que no puede probarse y que, por tanto, carece del requisito esencial de la hipótesis científica: concretamente que sea comprobable.

Conciencia y materia

La brecha que existe entre la materia y la conciencia es tan radical y profunda que es difícil imaginar que la conciencia pueda simplemente emerger como un epifenómeno a partir de la complejidad de los procesos materiales del sistema nervioso central. Poseemos bastantes pruebas, clínicas y experimentales, que muestran las profundas correlaciones entre la anatomía, la fisiología y la bioquímica del cerebro por una parte, y los procesos conscientes por otra. Sin embargo, ninguno de estos descubrimientos demuestra inequívocamente que la conciencia sea generada por el cerebro. El origen de la conciencia a partir de la materia se asume simplemente como un hecho obvio y evidente por sí mismo, fundándose en la creencia de la primacía de la materia en el universo. En toda la historia de la ciencia, nadie ha ofrecido nunca una explicación verosímil de cómo podría generarse la conciencia por procesos materiales, y ni siquiera nadie ha sugerido un enfoque viable al problema. La actitud que la ciencia occidental ha adoptado respecto a este tema tiene semejanza con una famosa historia sufí. En una noche oscura, un hombre está gateando a la luz de un candelabro. Otro hombre le ve y le pregunta:

—¿Qué estás haciendo? ¿Estás buscando algo?

El hombre responde que está buscando una llave que ha perdido y el recién llegado se brinda a ayudarle. Después de un rato de esfuerzo conjunto e infructuoso, el que se ofreció a ayudar se siente confundido y necesita más aclaraciones.

—¡No veo nada! ¿Dónde la perdiste? —pregunta. La respuesta es muy sorprendente; el propietario de la llave señala con el dedo una zona oscura fuera del círculo iluminado por la lámpara y farfulla entre dientes:

—¡Por allí!

La persona que se ofreció a ayudarle queda desconcertada y sigue preguntando:

—¿Por qué estás buscando entonces aquí y no allí?

—Porque aquí hay luz y puedo ver. Allí, ¡no tendría ninguna posibilidad!

De igual modo, los científicos materialistas han evitado sistemáticamente el problema del origen de la conciencia, porque este enigma no puede resolverse dentro del contexto de su marco conceptual. Ha habido casos en los que algunos investigadores pretendieron haber encontrado la respuesta al problema de la conciencia-cerebro, pero estos esfuerzos no soportan un examen más detallado. El ejemplo más reciente de este tipo es el libro sobre el que se ha hecho una gran publicidad, The Astonishing Hypothesis del físico y bioquímico británico Francis Crick (1994), premio Nobel y codescubridor con James Watson de la estructura química del ADN. Al leer su libro, “la hipótesis asombrosa” resulta no ser más que una repetición del postulado metafísico básico de la ciencia materialista: «usted, sus alegrías y penas, sus recuerdos y ambiciones, su sentido de identidad personal y de libre albedrío, no son de hecho sino el comportamiento de un vasto conjunto de células nerviosas y de moléculas asociadas con ellas».

En el tratamiento concreto del asunto, Crick simplifica primero el problema de la conciencia reduciéndola al proceso de percepción visual. Después procede a revisar una larga lista de experimentos que muestran que el acto de la percepción visual está asociado a las actividades de la retina y de las neuronas pertenecientes al sistema óptico. Esto no es nada nuevo; desde hace tiempo se ha sabido que ver un objeto implica una serie de cambios químicos y eléctricos en la retina, en el tracto óptico y en el córtex suboccipital. El estudio y el análisis más refinado y detallado de estos procesos no contribuye en absoluto a la solución del misterio esencial. ¿Qué es lo que es capaz de transformar los cambios químicos y eléctricos del córtex cerebral en una experiencia consciente que guarda una semejanza razonable con el objeto observado?

Lo que la ciencia materialista nos quiere hacer creer es que es posible que el cerebro en sí mismo tenga de algún modo la capacidad de traducir estos cambios químicos y eléctricos a una percepción consciente subjetiva del objeto material observado. La naturaleza del proceso y del mecanismo capaces de llevar a cabo esta operación se escapan a cualquier análisis científico. La afirmación de que algo así sea posible es una conjetura absurda y sin fundamento, basada en un sesgo metafísico más que en una afirmación científica apoyada en pruebas sólidas. El libro de Crick facilita una lista impresionante de pruebas experimentales de correlaciones entre la conciencia y los procesos neurofisiológicos, pero evita el tema central y fundamental. Volvemos así a la historia sufí ya mencionada.

La idea de que la conciencia sea un producto del cerebro no es, naturalmente, del todo arbitraria. Al igual que Crick, sus defensores, para sostener su posición, se remiten a los resultados de muchos experimentos neurológicos y psiquiátricos y a un gran volumen de observaciones clínicas concretas en el campo de la neurología, la neurocirugía y la psiquiatría. Cuando desafiamos esta creencia profundamente enraizada, ¿significa que dudamos de que estas observaciones sean correctas? La evidencia de que existe una estrecha conexión entre la anatomía del cerebro, la neurofisiología y la conciencia es algo abrumadoramente incuestionable. Lo que es problemático no es la naturaleza de las pruebas presentadas, sino la interpretación de los resultados, la lógica de la argumentación y las conclusiones extraídas de dichas observaciones.

Aunque estos experimentos muestran claramente que la conciencia está estrechamente conectada con los procesos neurofisiológicos y bioquímicos del cerebro, éstos tienen muy poca influencia en la naturaleza y el origen de la conciencia. De hecho, existen bastantes pruebas que sugieren exactamente lo contrario; concretamente, que en ciertas circunstancias la conciencia puede funcionar con independencia de su sustrato material y puede realizar funciones que van mucho más allá de las capacidades del cerebro. Esto queda claramente ilustrado por la existencia de las experiencias fuera del cuerpo. Éstas pueden producirse de forma espontánea, o en una variedad de situaciones que las facilitan, como el trance chamánico, las sesiones psicodélicas, la hipnosis, la psicoterapia vivencial y especialmente las situaciones cercanas a la muerte.

En todas estas situaciones la conciencia puede separarse del cuerpo y mantener su capacidad sensorial, al mismo tiempo que puede desplazarse libremente a lugares cercanos y remotos. Son particularmente interesantes las “experiencias extracorpóreas verídicas”, en las que una verificación independiente demuestra la exactitud de percepción del entorno en estas circunstancias. Existen muchos otros tipos de fenómenos transpersonales que pueden procurar una información precisa sobre diversos aspectos del universo que previamente no habían sido recibidos ni registrados en el cerebro.

Examinemos ahora más de cerca las observaciones clínicas relevantes y los experimentos de laboratorio, así como las interpretaciones de las pruebas aportadas por la ciencia tradicional. No hay duda de que existen diversos procesos del cerebro que están íntimamente asociados y relacionados con cambios específicos de la conciencia. Un golpe en la cabeza que produce una conmoción cerebral o una compresión de las arterias carótidas que limita el suministro de oxígeno al cerebro pueden producir una pérdida de conciencia. Una lesión o un tumor en el lóbulo temporal del cerebro a menudo viene acompañado por cambios muy característicos de la conciencia, que son sorprendentemente diferentes a los que se observan en personas con procesos patológicos en el lóbulo prefrontal. Las diferencias son tan netas que pueden ayudar al neurólogo a identificar la zona del cerebro afectada por el proceso patológico. A veces, una buena intervención de neurocirugía puede corregir el problema y la experiencia consciente vuelve a ser normal.

Estos hechos suelen presentarse como pruebas determinantes de que el cerebro es el origen de la conciencia humana. A primera vista, estas observaciones podrían parecer impresionantes y convincentes. Sin embargo no se sostienen cuando se someten a un examen más detallado. A lo sumo, todo lo que estos datos demuestran inequívocamente es que los cambios de la función cerebral están íntima y específicamente conectados con cambios de la conciencia. Sin embargo dicen muy poco sobre la naturaleza de la misma y sobre su origen, dejando estos problemas totalmente abiertos. Es clara la posibilidad de pensar entonces en una interpretación alternativa que se serviría de los mismos datos, pero que llegaría a diferentes conclusiones.

Esto puede ilustrarse si consideramos la relación que existe entre el aparato y el programa de televisión. La situación aquí es mucho más clara, puesto que implica un sistema fabricado por el hombre e incomparablemente más sencillo. La recepción final del programa de televisión, así como la calidad de la imagen y del sonido, dependen esencialmente del funcionamiento adecuado del aparato de televisión y de la integridad de sus componentes. Un mal funcionamiento de sus diversas partes tendría como consecuencia cambios muy claros y concretos en la calidad del programa. Algunos de ellos provocan distorsiones de forma, color o sonido, mientras que otros producen interferencias entre los canales. Al igual que el neurólogo que se sirve de los cambios de la conciencia como herramienta de diagnóstico, un experto en televisores puede inferir de la naturaleza de estas anomalías qué partes del aparato y qué componentes específicos están funcionando mal. Cuando el problema está identificado, la reparación o la sustitución de estos elementos corregirán las distorsiones.

Puesto que conocemos los principios básicos de la tecnología de la televisión, para nosotros es obvio que el aparato simplemente sirve como instrumento del programa y no lo genera ni contribuye a él en absoluto. Podríamos reírnos de alguien que intentase examinar todos los transistores, transmisores y circuitos del aparato de televisión y analizar todos sus cables para intentar descubrir cómo crea los programas. Incluso si llevásemos a cabo este inútil esfuerzo a nivel molecular, atómico y subatómico, no encontraríamos ninguna explicación de por qué, en un determinado momento, los dibujos animados de Mickey Mouse, un episodio de Star Trek o una película clásica de Hollywood aparecen en la pantalla. El hecho de que exista una estrecha correlación entre el funcionamiento del aparato de televisión y la calidad del programa no significa necesariamente que todo el secreto del programa se halle en el aparato mismo. Sin embargo, éste es exactamente el tipo de conclusión que la ciencia materialista tradicional extrajo de datos comparables sobre el cerebro y su relación con la conciencia.

La ciencia materialista occidental no ha sido pues capaz de producir ninguna prueba convincente de que la conciencia sea un producto de los procesos neurofisiológicos del cerebro. Sólo ha podido mantener su posición actual resistiéndose, censurando e incluso ridiculizando un vasto conjunto de observaciones que indican que la conciencia puede existir y funcionar con independencia del cuerpo y de los sentidos físicos.

Las pruebas de ello proceden de la parapsicología, la antropología, la investigación sobre el LSD, la psicoterapia vivencial, la tanatología y el estudio de los estados no ordinarios de conciencia que se producen espontáneamente. Todas estas disciplinas han reunido una impresionante cantidad de datos que demuestran claramente que la conciencia humana es capaz de hacer muchas cosas que el cerebro (tal como lo entiende la corriente dominante de la ciencia) posiblemente no podría hacer.

Ciencia y religión

La autoridad que tiene la ciencia materialista en la sociedad actual ha hecho del ateísmo la ideología más influyente del mundo industrial. Aunque en las últimas décadas esta tendencia parece estar invirtiéndose, es cierto que el número de personas que practican seriamente una religión y se consideran a sí mismos “creyentes” ha disminuido considerablemente con el progreso científico. A causa del espejismo que la ciencia materialista ejerce sobre las sociedades industriales, incluso a los creyentes suele serles difícil evitar la influencia socavadora y desacreditadora que la ciencia occidental tiene sobre la religión. Es algo muy generalizado en las personas que tienen una formación religiosa rechazar cualquier tipo de religión cuando reciben una educación científica, porque empiezan a considerar cualquier inclinación espiritual como algo primitivo e indefendible.

La religión organizada, privada de su componente vivencial ha perdido en gran medida la conexión con su fuente espiritual y, como consecuencia, se ha convertido en algo vacío, sin sentido y cada vez más irrelevante en nuestra vida. En muchos casos, la espiritualidad viva y vivida basada en una profunda experiencia personal ha sido sustituida por el dogmatismo, el ritualismo y el moralismo. Los partidarios más beligerantes de la corriente dominante de la religión insisten en creer literalmente en las versiones exotéricas de los textos espirituales, que parecen infantiles y groseramente irracionales para la mente moderna y cultivada. A esto se añaden las posiciones insostenibles que mantienen las autoridades religiosas sobre algunos temas importantes de la vida actual. Por ejemplo, negar a las mujeres el derecho al sacerdocio vulnera los valores democráticos, e insistir en la prohibición de la contracepción frente a peligros como el SIDA y la explosión demográfica es una actitud absurda e irresponsable en sumo grado.

Si consideramos las descripciones del universo, la naturaleza y los seres humanos que ha desarrollado la ciencia materialista, es claro que se hallan en agudo contraste con las descripciones ofrecidas por las Escrituras de las grandes religiones del mundo. Si se toman literalmente y se juzgan conforme a los criterios de las diversas disciplinas científicas, las historias de la creación del mundo, el origen de la humanidad, la inmaculada concepción, la muerte y renacimiento de personajes divinos, la tentación por parte de fuerzas diabólicas, y el juicio a los muertos pertenecen a la esfera de los cuentos de hadas o a los manuales de psiquiatría. Además, sería muy difícil reconciliar conceptos como la Conciencia Cósmica, la reencarnación o la iluminación espiritual con los principios básicos de la ciencia materialista. Sin embargo, no es imposible tender un puente para cruzar el abismo existente entre ciencia y religión, si se entiende a ambas correctamente.

Como hemos visto, gran parte de la confusión en este campo se debe a los graves errores que existen en relación con la naturaleza y función de la ciencia y de las teorías científicas. Lo que se presenta como refutación científica de realidades espirituales a menudo se basa en una argumentación científica más que en pruebas científicas. Una fuente suplementaria de problemas innecesarios con respecto a la religión es la comprensión y la interpretación totalmente equivocadas del simbolismo espiritual de las escrituras sagradas. Este enfoque es característico de los movimientos fundamentalistas de las principales religiones.

Cuando chocan el cientificismo y el fundamentalismo, ninguno de los dos parece darse cuenta de que muchos de los pasajes de las escrituras espirituales a cuyo alrededor gira la controversia no deben entenderse como referencias a personajes, lugares geográficos y acontecimientos históricos concretos, sino como descripciones de experiencias transpersonales. Las descripciones científicas del universo y las historias de los textos religiosos no hacen referencia a las mismas realidades ni compiten por el mismo territorio. Como señaló con su estilo inimitable el mitólogo Joseph Campbell, «la inmaculada concepción no es un problema para los ginecólogos y la tierra prometida no es una propiedad inmobiliaria».

El hecho de que los astrónomos modernos no hayan encontrado imágenes de Dios y de los ángeles en las fotografías realizadas con los mejores telescopios no es una prueba científica de que no existan. Igualmente, nuestro conocimiento de que el interior de la Tierra consiste en hierro y níquel líquidos no constituye ninguna prueba contra la existencia del mundo subterráneo y del infierno. El simbolismo espiritual describe con precisión acontecimientos y realidades que experimentamos en estados holotrópicos de conciencia y no se refieren a sucesos en el mundo material de nuestra realidad ordinaria. Aldous Huxley lo dejó muy claro en su excelente ensayo Cielo e infierno (Huxley 1959). El único campo que es capaz de abordar el problema de la espiritualidad de forma científica es, por tanto, la investigación sobre la conciencia centrada en la exploración sistemática e imparcial de los estados no ordinarios de conciencia.

Muchos científicos utilizan el marco conceptual de la ciencia contemporánea de una forma que más que ciencia parece una religión fundamentalista. La confunden con una descripción definitiva de la realidad y la complementan de forma autoritaria para censurar y suprimir todas las observaciones que desafían sus postulados básicos. La visión del mundo de la ciencia materialista es claramente incompatible con las tecnologías de las religiones organizadas, y la autoridad de que disfruta la ciencia en nuestra sociedad colabora sin duda a mantener su posición. Puesto que la mayoría de las personas que pertenecen a nuestra cultura no son conscientes de la diferencia que existe entre religión y espiritualidad, la influencia destructiva de este tipo de “ciencia” afecta no sólo a la religión, sino que se extiende a la actividad espiritual de cualquier tipo. Si queremos tener claridad en lo que se refiere a los temas básicos implicados en este conflicto, es esencial establecer una clara distinción, no sólo entre ciencia y cientificismo, sino entre religión y espiritualidad.

Espiritualidad y religión

El no distinguir entre espiritualidad y religión es probablemente la causa más importante del malentendido que existe en la relación entre ciencia y religión. La espiritualidad se basa en experiencias directas de dimensiones no ordinarias de la realidad y no exige necesariamente un lugar especial ni una persona oficialmente designada para hacer de mediador en el contacto con lo Divino. Implica un tipo especial de relación entre la persona y el cosmos y es, en esencia, un asunto personal y privado. Los místicos basan sus convicciones en una evidencia vivencial. No necesitan ni iglesias ni templos; el contexto en el que experimentan las dimensiones sagradas de la realidad, incluida su propia divinidad, lo forman su cuerpo y la naturaleza. Y en lugar de sacerdotes oficiantes, necesitan el apoyo de un grupo de buscadores como ellos o la guía de un maestro que esté más avanzado que ellos mismos en su viaje interior.

En la cuna de todas las grandes religiones podemos encontrar experiencias visionarias de sus fundadores, profetas, santos o incluso de seguidores ordinarios. Todas las escrituras espirituales principales, como los vedas, las upanishads, el canon pali budista, la biblia, el corán, el Libro de Mormón, y muchas otras se basan en revelaciones directas personales. Una vez que la religión se organiza, con frecuencia pierde por completo la conexión con su fuente espiritual y se convierte en una institución secular que explota las necesidades humanas espirituales sin satisfacerlas. Por el contrario, crea un sistema jerárquico centrado en la consecución de poder y control, en la política, el dinero, las posesiones u otros intereses profanos.

La religión organizada es una actividad de grupo institucionalizada que se desarrolla en un lugar concreto —un templo o una iglesia— y conlleva un sistema de funcionarios designados que pueden haber tenido o no experiencias personales de realidades espirituales. La jerarquía religiosa tiende a desalentar y a suprimir activamente las experiencias espirituales directas de sus miembros, porque éstas potencian la independencia y no pueden ser controladas eficazmente. Cuando esto sucede, la auténtica vida espiritual continúa sólo en las ramas místicas, las órdenes monásticas y las sectas extáticas de las religiones concernidas.

No hay duda alguna de que los dogmas de las religiones organizadas se hallan generalmente en conflicto fundamental con la ciencia, tanto si esta ciencia utiliza el modelo cartesiano-newtoniano como si está anclada en el paradigma emergente. Sin embargo, la situación es muy diferente en lo que concierne a las experiencias espirituales. En los últimos veinticinco años, el estudio sistemático de estas experiencias se ha convertido en el centro principal de una disciplina especial llamada psicología transpersonal. Las experiencias espirituales, al igual que cualquier otro aspecto de la realidad, pueden ser estudiadas científicamente; no hay nada de acientífico en el estudio riguroso e imparcial de estos fenómenos y de los retos que suponen para la comprensión materialista del mundo. La cuestión fundamental a este respecto es la naturaleza y el estatus ontológico de las experiencias místicas. ¿Revelan verdades profundas de algunos aspectos básicos de la existencia o son productos de la superstición, la fantasía o la enfermedad mental?

El principal obstáculo para el estudio de las experiencias espirituales es el hecho de que la psicología y la psiquiatría tradicionales se hallan dominadas por una filosofía materialista y carecen de una genuina comprensión de la religión y de la espiritualidad. En su rechazo enfático de la religión, no establecen ninguna distinción entre las creencias populares primitivas o las interpretaciones literales de los fundamentalistas sobre las escrituras sagradas, por una parte, y las elaboradas tradiciones místicas o las filosofías espirituales orientales, por otra. La ciencia materialista occidental ha rechazado indiscriminadamente cualquier concepto y actividad espiritual, incluidos los basados en siglos de exploración introspectiva sistemática de la psique. Muchas de las grandes tradiciones místicas desarrollaron métodos específicos para inducir experiencias espirituales y combinaron la observación y la especulación teórica de un modo muy similar a como las lleva a cabo la ciencia moderna.

Un ejemplo extremo de esta falta de discriminación es el rechazo por parte de la ciencia occidental del tantra, un sistema que brinda una visión espiritual extraordinaria de la existencia, en el contexto de una visión científica del mundo muy completa y compleja. Los eruditos tántricos desarrollaron una comprensión profunda del universo que ha sido validada de muchas formas por la ciencia moderna. Incluía complicados modelos del espacio y del tiempo, el concepto del big bang y elementos como el sistema heliocéntrico, la atracción interplanetaria, la forma esférica de la tierra y de los planetas y la entropía.

Entre otros logros del tantra pueden mencionarse las matemáticas avanzadas y la invención del sistema decimal con el cero. El tantra también poseía una teoría psicológica profunda y un método existencial basado en mapas del cuerpo sutil o cuerpo energético, que comprende centros psíquicos (chakras) y conductos (nâdîs). También desarrolló un arte espiritual altamente refinado, tanto abstracto como figurativo, y un complejo sistema ritual (Mookerjee y Khanna 1977).

La perspectiva psiquiátrica sobre la religión

Según los científicos académicos occidentales, el mundo material constituye la única realidad y cualquier forma de creencia espiritual refleja una carencia de educación, superstición primitiva, pensamiento mágico o regresión a las pautas infantiles de funcionamiento. Ellos no sólo refutan la creencia en cualquier forma de existencia después de la muerte, sino que también la ridiculizan a menudo. Desde una perspectiva materialista, parece absolutamente claro e incuestionable que la muerte del cuerpo, particularmente la del cerebro, constituye el fin de cualquier forma de actividad consciente. La creencia en el viaje póstumo del alma, en otra vida o en la reencarnación, no es más que el producto del deseo de las personas incapaces de aceptar el obvio imperativo biológico de la muerte.

En nuestra cultura se califica de enfermos mentales a las personas que tienen experiencias directas de realidades espirituales. La mayoría de los psiquiatras no establecen ninguna distinción entre experiencias místicas y experiencias psicóticas, y consideran ambas categorías como manifestaciones de la psicosis. La declaración más amable sobre el misticismo que se haya hecho hasta el presente por parte de los círculos académicos oficiales fue la afirmación del Comité de Psiquiatría y Religión del Grupo para el Progreso de la Psiquiatría titulada “Misticismo: ¿Búsqueda espiritual o trastorno psíquico?”. Este documento, que fue publicado en 1976, admitió que el misticismo podía ser un fenómeno a caballo entre la normalidad y la psicosis.

En el clima actual, a los científicos de formación convencional le parece absurda incluso la sugerencia de que las experiencias espirituales merezcan un estudio sistemático y deban ser examinadas de una forma crítica. Mostrar un serio interés en este campo puede ser considerado por sí mismo como signo de tener una pobre discriminación y hace palidecer la reputación del investigador profesional. En la actualidad no existe ninguna “prueba” científica de que la dimensión espiritual no exista. La refutación de su existencia es esencialmente un postulado metafísico de la ciencia occidental, basado en una aplicación incorrecta de un paradigma periclitado. De hecho, el estudio de los estados holotrópicos en general, y de las experiencias transpersonales en particular proporciona datos más que suficientes para postular que la existencia de dicha dimensión tiene sentido (Grof 1985, 1988).

En la cuna de todas las grandes religiones del mundo han existido intensas experiencias personales de los visionarios que iniciaron y sostuvieron dichos credos religiosos: las epifanías divinas de los profetas, de los místicos y de los santos. Estas experiencias, que revelan la existencia de dimensiones sagradas de la realidad, constituyeron la inspiración y la fuente vital de todos los movimientos religiosos. Meditando bajo el árbol Bo, Gautama Buda tuvo una experiencia visionaria espectacular de Kama Mara, el amo de la ilusión del mundo, así como de sus tres seductoras hijas, que intentaban distraerle de su búsqueda espiritual, junto con su amenazador ejército que se esforzaba por intimidarle e impedirle alcanzar la iluminación. Él superó con éxito todos estos obstáculos y alcanzó la iluminación y el despertar espiritual. En otra ocasión, Buda también tuvo la visión de una larga cadena de sus encarnaciones anteriores y experimentó una profunda liberación de sus vínculos kármicos.

El “viaje milagroso” de Mahoma, poderoso estado visionario durante el que el arcángel Gabriel le escoltó a través de los siete cielos musulmanes, el paraíso y el infierno, fue la inspiración esencial del corán y de la religión islámica. En la tradición judeocristiana, el Antiguo Testamento ofrece un relato espectacular de la experiencia que tuvo Moisés de Yahvé en la zarza ardiente, y el Nuevo Testamento describe las tentaciones de Jesús por el diablo durante su estancia en el desierto. Igualmente, la visión enternecedora de Cristo por parte de Saulo [más tarde san Pablo] en el camino de Damasco, la revelación apocalíptica de san Juan en su cueva de la isla de Patmos, la visión de Ezequiel del carro envuelto en llamas y otros muchos episodios son claramente experiencias trascendentes en estados no ordinarios de conciencia. La biblia describe muchos ejemplos más de comunicación directa con Dios y con los ángeles. Las descripciones de las tentaciones de san Antonio y de las experiencias visionarias de otros santos y padres del desierto constituyen partes muy bien documentadas de la historia del cristianismo.

Los psiquiatras occidentales interpretan dichas experiencias visionarias como manifestaciones de graves enfermedades mentales, aunque carecen de la explicación médica adecuada y de los datos de laboratorio que apoyen esta posición. La mayoría de los textos psiquiátricos contienen artículos y libros que exponen que sería más apropiado un diagnóstico clínico para las grandes figuras de la historia espiritual. A san Juan de la Cruz se le ha llamado “degenerado hereditario”, santa Teresa de Jesús ha sido despreciada como psicótica histérica y las experiencias místicas de Mahoma se han atribuido a la epilepsia.

Muchos otros personajes religiosos y espirituales, como Buda, Jesús, Ramakrishna y Sri Ramana Maharshi han sido considerados como personas que sufrían psicosis a causa de sus experiencias visionarias y sus “delirios”. Igualmente, algunos antropólogos de formación tradicional han propuesto que los chamanes puedan ser diagnosticados como esquizofrénicos, psicóticos, epilépticos o histéricos. El famoso psicoanalista Franz Alexander, conocido como uno de los fundadores de la medicina psicosomática, escribió un artículo en el que incluso la meditación budista era descrita en términos psicopatológicos y calificada como “catatonía artificial” (Alexander 1931).

Religión y espiritualidad han sido fuerzas extremadamente importantes en la historia de la humanidad y de la civilización. Si las experiencias visionarias de los fundadores de religiones no hubieran sido otra cosa que productos de una patología cerebral, sería difícil explicar el profundo impacto que han ejercido sobre millones de personas a lo largo de siglos, así como la gloriosa arquitectura, pinturas, esculturas y literatura que han inspirado. No existe una sola cultura antigua o preindustrial en la que los ritos y la vida espiritual no hayan desempeñado un papel fundamental. El enfoque actual de la psicología y de la psiquiatría occidentales no sólo “patologiza” lo espiritual sino también la vida cultural de todos los grupos humanos a lo largo de todos los siglos, excepto la vida cultural de la élite culta de la civilización industrial occidental que comparte la misma visión materialista del mundo.

La posición oficial de la psiquiatría respecto a las experiencias espirituales también crea una notable escisión en nuestra propia sociedad. En los Estados Unidos, la religión es oficialmente tolerada, legalmente protegida e incluso promovida con buena conciencia por determinados círculos. Existe una biblia en cada habitación de cualquier hotel, los políticos honran a Dios con los labios en sus discursos y la oración colectiva es una parte institucionalizada de la ceremonia de toma de posesión del presidente. Sin embargo, a la luz de la ciencia materialista, las personas que toman en serio las creencias religiosas de cualquier clase son personas incultas que padecen un espejismo colectivo o son emocionalmente inmaduras.

Y si alguien en nuestra cultura tiene una experiencia espiritual parecida a las que han inspirado las grandes religiones del mundo, cualquier sacerdote o pastor protestante ordinario probablemente le enviará a un psiquiatra. Ha sucedido en muchas ocasiones que personas que habían sido enviados a psiquiatras a causa de sus intensas experiencias espirituales fueron hospitalizadas, sometidas a medicación de tranquilizantes o incluso a tratamientos de electrochoque y se les diagnosticó alguna psicopatología que les estigmatizaba por el resto de su vida.

Los estados holotrópicos de conciencia y la imagen de la realidad

Las diferencias de comprensión del universo, la naturaleza, los seres humanos y la conciencia entre la ciencia occidental y las sociedades antiguas y preindustriales se explica normalmente afirmando la superioridad de la ciencia materialista sobre la superstición y el pensamiento mágico primitivo de las culturas nativas. Un análisis más detallado de la situación revela que la razón de estas diferencias no es la superioridad de la ciencia occidental, sino la ignorancia y la ingenuidad de las sociedades industriales respecto a los estados holotrópicos de conciencia.

Todas las culturas preindustriales tuvieron en alta estima estos estados y emplearon mucho tiempo y energía intentando desarrollar formas efectivas y seguras de inducirlos. Poseían un profundo conocimiento de estos estados, los cultivaban sistemáticamente y los utilizaban como uno de los instrumentos principales de sus ritos y de su vida espiritual. Las visiones del mundo que tenían estas culturas no sólo reflejaban las experiencias y observaciones de los estados ordinarios de conciencia, sino también las procedentes de los estados visionarios. La investigación actual sobre la conciencia y la psicología transpersonal ha mostrado que muchas de estas experiencias son auténticos descubrimientos de dimensiones de la realidad normalmente ocultas y que no pueden desdeñarse como distorsiones patológicas.

En los estados visionarios, las experiencias de otras realidades o de nuevas perspectivas de nuestra realidad cotidiana son tan convincentes y categóricas que las personas que las han vivido no pueden evitar incorporarlas a su visión del mundo. Así pues, es el contacto vivencial y sistemático con estados no ordinarios de conciencia por un lado, y la ausencia de ellos por otro, lo que hace que las sociedades tecnológicas y las culturas preindustriales se hallen ideológicamente tan distantes. Todavía no he encontrado a una sola persona que haya tenido una profunda experiencia de los ámbitos trascendentes y que continúe suscribiendo la visión del mundo de la ciencia materialista occidental. Esta evolución es totalmente independiente del nivel de inteligencia, del tipo y nivel de educación y de las credenciales profesionales de las personas implicadas.

Los estados holotrópicos de conciencia y la historia humana

En este libro hemos explorado con algún detalle los estados holotrópicos de conciencia, su naturaleza, su contenido y el profundo efecto que tienen en la visión del mundo, la jerarquía de valores y la estrategia de la existencia. Lo que hemos aprendido del estudio de las experiencias holotrópicas arroja una luz completamente nueva sobre la historia espiritual de la humanidad. Muestra que la espiritualidad es una dimensión fundamental de la psique humana y de su existencia, y saca la auténtica religión, basada en la experiencia directa, del contexto de la patología, a donde ha sido relegada por la ciencia materialista.

Todas las culturas de la historia humana, excepto la civilización industrial occidental, han tenido en gran estima los estados holotrópicos de conciencia. Los inducían siempre que querían conectar con sus dioses o con otras dimensiones de la realidad, así como con las fuerzas de la naturaleza. También los utilizaban para diagnosticar y sanar, cultivar la percepción extrasensorial y obtener inspiración artística. Empleaban mucho tiempo y energía intentando desarrollar formas seguras y eficaces de inducirlos. Como describí en la introducción de este libro, estas “tecnologías de lo sagrado”, técnicas alteradoras de la mente, se desarrollaron en las culturas antiguas y aborígenes con propósitos rituales y espirituales, y abarcan desde los métodos chamánicos de inducción al trance en diversas culturas indígenas hasta las prácticas prolijas de diferentes tradiciones místicas y filosofías espirituales orientales.

La práctica de estados holotrópicos se remonta al alba de la humanidad y constituye el rasgo característico más importante del chamanismo, que es la religión y el arte de sanar más antiguos del mundo. Los estados holotrópicos están íntimamente conectados con el chamanismo de muchas formas que son fundamentales. La carrera de muchos chamanes empieza con episodios espontáneos de estados visionarios, o crisis psicoespirituales que los antropólogos, con un típico prejuicio occidental, etiquetan como “enfermedad chamánica”. Otros son iniciados a la profesión chamánica por chamanes practicantes, mediante experiencias similares inducidas por poderosas técnicas que alteran la mente, particularmente el toque del tambor, la producción de sonidos rítmicos, el canto, la danza o las plantas psicodélicas. Los chamanes expertos son capaces de entrar, a voluntad y de una forma controlada, en estados holotrópicos. Los utilizan para sanar, obtener percepciones extrasensoriales, explorar dimensiones alternativas de la realidad y para otros fines. También pueden inducirlos en otros miembros de su tribus y guiarles adecuadamente.

El chamanismo es muy antiguo; probablemente tiene como mínimo 30.000 o 40.000 años de antigüedad; sus raíces más profundas se remontan al período paleolítico. Las paredes de cuevas famosas del sur de Francia y del norte de España, como las de Lascaux, Font de Gaume, Les Trois-Frères, Altamira y otras se hallan decoradas con hermosas imágenes de animales. La mayoría son representaciones de especies que vagaban por los paisajes de la edad de piedra, como bisontes, caballos salvajes, ciervos, cabras montesas, mamuts, lobos, rinocerontes y renos. Sin embargo, otros como la “Bestia hechicera” de Lascaux son criaturas míticas que claramente tienen un significado mágico y ritual. Y en algunas de estas cuevas existen dibujos y grabados de extrañas figuras que combinan rasgos humanos y animales, que sin duda alguna representan a antiguos chamanes. La más conocida de estas imágenes es el “El brujo” de Les Trois-Frères, una misteriosa figura compuesta de varios elementos que combina diversos símbolos masculinos. Tiene los cuernos de ciervo, los ojos de un búho, el rabo de un caballo salvaje o de un lobo, barba y pene humanos y garras de león. Otro grabado famoso de un chamán en el mismo conjunto de cuevas es el “El señor de las bestias”[4], que se halla en el centro de las “Las buenas tierras de caza”, repletas de bellos animales. Igualmente es muy conocida la escena de caza de las paredes de Lascaux. Muestra un bisonte herido y la figura recostada de un chamán con el pene erecto. La gruta conocida como Le Gabillou alberga el grabado de una figura chamánica en movimiento a la que los arqueólogos llaman “El danzarín”. Además, en el suelo arcilloso de una de las grutas, sus descubridores hallaron huellas dispuestas en círculo que sugerían que sus habitantes realizaban danzas, similares a las que todavía se llevan a cabo en muchas culturas aborígenes para inducir estados de trance.

El chamanismo no sólo es antiguo, sino que también es universal; puede encontrarse en América del Norte y del Sur, en Europa, África, Asia, Australia, Micronesia y Polinesia. El hecho de que tan diferentes culturas a lo largo de la historia humana hayan encontrado técnicas chamánicas útiles y relevantes sugiere que los estados holotrópicos implican lo que los antropólogos llaman la “mente primaria”, un aspecto básico y primordial de la psique humana que trasciende la raza, el sexo, la cultura y el tiempo histórico. Las técnicas chamánicas y los procedimientos han sobrevivido hasta el día de hoy en culturas que han escapado a la profunda influencia de la civilización industrial occidental.

El ritual y la vida espiritual de la mayoría de las sociedades nativas son prácticamente sinónimo de inducción de estados holotrópicos de conciencia en el contexto de rituales de sanación y otras ceremonias sagradas celebradas con diversos propósitos y en distintas ocasiones. De especial importancia son los llamados ritos de paso, que fueron descritos y definidos por primera vez por el antropólogo holandés Arnold van Gennep (1960). Los ritos de paso son poderosos rituales que se han realizado en diversas culturas preindustriales en el momento en que se efectúan transiciones importantes biológicas y sociales, como la circuncisión, la pubertad, el matrimonio, el nacimiento de un hijo, la menopausia y la muerte.

Lo mismo que otros actos chamánicos, los ritos de paso se sirven de poderosas tecnologías de alteración de la mente. Los iniciados tienen profundas experiencias holotrópicas que giran alrededor de la muerte y del renacimiento psicoespiritual. Esto se interpreta como morir al viejo rol y renacer a uno nuevo. Así, por ejemplo, en una de las ceremonias más importantes de este tipo se entiende el rito de pubertad, la muerte y el renacimiento psicológico de los adolescentes, como la muerte de la niña y del niño y el nacimiento de la mujer y del hombre adultos. Una de las funciones importantes de esta clase de rituales consiste también en facilitar un acceso existencial al dominio trascendente, validar la cosmología y la mitología del grupo y establecer o mantener la conexión de la persona con otras realidades.

Los estados holotrópicos de conciencia también desempeñaron un papel fundamental en los antiguos misterios de muerte y renacimiento, acciones sagradas y secretas en las que el iniciado experimentaba una intensa transformación psicoespiritual. Estos misterios se basaban en historias mitológicas sobre divinidades que simbolizaban la muerte y la transfiguración. En Sumeria era Inanna y Tammuz, en Egipto Isis y Osiris, y en Grecia las divinidades Atis, Adonis, Baco y Perséfone. Sus contrapartidas mesoamericanas fueron la azteca Quetzalcoatl —la Serpiente Emplumada— y los Héroes Gemelos del Popol Vuh maya. Estos misterios eran especialmente populares en el área mediterránea y en el Próximo Oriente, como ilustran las iniciaciones en los templos sumerios y egipcios, los misterios de Mitra, los ritos griegos en honor a Cibeles, las bacanales y los misterios de Eleusis.

Un testimonio impresionante del poder y del impacto de las experiencias que se vivían en estos ritos lo proporciona el hecho de que los misterios de Eleusis se celebraron regularmente y sin interrupción durante un periodo de casi dos mil años y siguen atrayendo a personas prominentes de todo el antiguo continente.

La importancia cultural de los misterios para el mundo antiguo se hace evidente cuando nos percatamos de que entre sus iniciados se hallaban muchas figuras famosas e ilustres de la Antigüedad. La lista de neófitos incluía a los filósofos Platón, Aristóteles y Epicteto, al dirigente militar Alcibíades, a los dramaturgos Eurípides y Sófocles, y al poeta Píndaro. El famoso hombre de estado Cicerón, que participó en estos misterios, escribió sobre ellos, exaltando sus efectos y su impacto en la civilización antigua, en su libro De legibus (Cicerón 1987).

En el telestrión, la gigantesca sala de iniciación que se hallaba en Eleusis, 3.000 neófitos reunidos experimentaban al mismo tiempo una profunda transformación psicoespiritual. La experiencia de intensos estados holotrópicos por parte de un gran número de personas, entre los que se contaban filósofos, artistas y hombres de estado prominentes, tuvo que ejercer por fuerza un extraordinario impacto en la cultura griega y, por tanto, en la historia de la cultura europea en general. Es realmente asombroso el que los historiadores hayan ignorado en gran medida este importante aspecto del mundo antiguo y no le hayan atribuido la importancia que merece.

Los detalles concretos de los procedimientos para alterar la mente de estos ritos secretos siguen siendo en general desconocidos, aunque es probable que la poción sagrada kykeon, que desempeñaba un papel fundamental en los misterios de Eleusis, consistiera en un brebaje que contenía ergotamina, alcaloide similar al LSD (Wassom, Hofmann y Ruck 1978) y que ciertas sustancias psicodélicas también formasen parte de las bacanales y de otros tipos de ritos. Cualesquiera que fuesen las “tecnologías de lo sagrado” utilizadas en Eleusis, sus efectos sobre la psique de los iniciados tenían que ser suficientemente profundos para haber mantenido vivos el interés y la atención del mundo antiguo durante casi dos milenios.

Los estados holotrópicos también han desempeñado un papel importante en las grandes religiones del mundo. Antes he mencionado las experiencias visionarias de sus fundadores, que constituyeron la fuente vital de inspiración de todas las principales religiones. Aunque estas experiencias iniciales eran más o menos espontáneas y elementales, muchas de estas religiones desarrollaron en el curso de su historia elaborados procedimientos diseñados concretamente para inducir experiencias místicas. Entre ellos se hallan, por ejemplo, diferentes técnicas de yoga, las meditaciones utilizadas en vipassanâ, el zen y el budismo tibetano, así como los diversos ejercicios espirituales de la tradición taoísta y los complejos rituales tántricos. También podríamos añadir los enfoques elaborados y utilizados por los sufíes, los místicos del islam. Ellos, en sus ceremonias sagradas o zikers, utilizaban la respiración intensiva, los cantos devocionales y la danza en giros que facilita el trance.

En la tradición judeocristiana podemos mencionar aquí los ejercicios de respiración de los esenios y su bautismo, que incluía un semiahogamiento, la oración cristiana de Jesús (hesicasmo), los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola y diversas prácticas cabalísticas y jasídicas. Los enfoques que tienen por objeto inducir o facilitar experiencias espirituales directas son característicos de las ramas místicas de las grandes religiones y de sus órdenes monásticas. El uso ritual de plantas y sustancias psicodélicas ha sido una tecnología particularmente eficaz para inducir estados holotrópicos de conciencia. El conocimiento de estas poderosas herramientas se remonta a los inicios de la historia humana. En la medicina china, las referencias a las plantas psicodélicas se remontan a más de 3000 años. La poción divina legendaria que el antiguo Zend Avesta persa llama haoma, y que en la India se llama soma, era utilizada por las tribus indoiraníes hace varios milenios y fue probablemente uno de los fundamentos esenciales de la religión y de la filosofía védicas.

Bajo diversos nombres se han fumado e ingerido preparaciones de diferentes variedades de cáñamo (hachís, charas, bhang, ganja, kif, marihuana) en los países de Oriente, en África y en la zona del Caribe, por placer y en ceremonias religiosas. Dichas preparaciones constituyeron un importante sacramento para grupos tan diversos como los brahmanes, algunas órdenes sufíes, los antiguos escitas y los rastafaris jamaicanos.

El uso ceremonial de diversas sustancias psicodélicas también posee una larga historia en Centroamérica. Plantas alteradoras de la mente de gran eficacia fueron bien conocidas en diversas culturas indias precolombinas: aztecas, mayas, olmecas y mazatecos. Las más famosas son el cacto mejicano peyote (Lophophora williamsii), el hongo sagrado teonanacatl (Psilocybe mexicana) y el ololiuqui, semillas de diferentes variedades de las campanillas (Ipomoeda violacea y Turbina corymbosa). Estas sustancias han sido como sacramentos hasta hoy día por los huicholes, los mazatecos, los chichimecas, los cora y otras tribus indias mexicanas, así como por la Iglesia Nativa Americana.

La famosa yajé o ayahuasca de Suramérica es un brebaje de una liana de la selva (Banisteriopsis caapi) y otros aditivos a base de plantas. La zona amazónica también es conocida por el uso de una diversidad de rapés psicodélicos. Las tribus aborígenes de África ingieren e inhalan preparaciones de la corteza del iboga (Tabernanthe iboga). La utilizan en pequeñas cantidades como estimulante y en dosis más amplias en rituales de iniciación para hombres y mujeres. La lista de sustancias mencionadas constituye sólo una pequeña fracción de los componentes psicodélicos que se han utilizado a lo largo de muchos siglos en la vida ritual y espiritual de diversos grupos humanos en todo el mundo.

Los estados holotrópicos en la historia de la psiquiatría

Los estados holotrópicos de conciencia desempeñaron un papel muy importante en el desarrollo de la psicología profunda y de la psicoterapia. La mayoría de los libros que describen la primera fase de la historia de este movimiento remontan sus inicios al médico y místico austríaco Franz Anton Mesmer. Aunque el mismo Mesmer atribuyó los cambios de conciencia experimentados por sus pacientes al “magnetismo animal”, sus famosos experimentos de París fueron los pioneros del extenso trabajo psicológico con la hipnosis clínica. Las sesiones hipnóticas de Jean-Martin Charcot con pacientes histéricos llevadas a cabo en el hospital de la Salpetrière y la investigación sobre la hipnosis llevada a cabo en Nancy por Hippolyte Bernheim y Ambroise Auguste Liébault desempeñaron un importante papel en el desarrollo profesional de Sigmund Freud.

Durante su estancia de estudios en Francia, Freud visitó tanto a Charcot como al grupo de Nancy y aprendió a servirse de la hipnosis, que empleó en sus investigaciones iniciales sobre el inconsciente de sus pacientes. Pero los estados holotrópicos tuvieron un papel fundamental en la historia del psicoanálisis de otro modo diferente. Las primeras hipótesis analíticas de Freud estuvieron inspiradas por su trabajo con una paciente histérica a la que trató conjuntamente con su amigo Joseph Breuer. Esta paciente, a la que Freud se refiere en sus escritos como la señorita Anna O., experimentó de forma espontánea estados holotrópicos en los que regresaba psicológicamente una y otra vez a su infancia. La oportunidad de ser testigo de recuerdos traumáticos revividos en estos estados y los efectos terapéuticos de este proceso ejercieron una profunda influencia en el pensamiento de Freud.

Por diversas razones, Freud cambió después sus estrategias de forma radical. Abandonó el uso de la hipnosis y desplazó su centro de atención de la experiencia directa a la libre asociación, de los traumas generales a las fantasías atípicas y de la vivencia consciente de antiguos episodios, junto con las reacciones emocionales ante el material surgido del inconsciente, a la dinámica de la transparencia. Considerándolos retrospectivamente, estos cambios fueron desafortunados, ya que limitaron la psicoterapia occidental y la condujeron en una dirección equivocada durante los siguientes cincuenta años (Ross 1989). Como consecuencia de esta evolución, la psicoterapia de la primera mitad de este siglo fue prácticamente sinónimo de hablar: entrevistas cara a cara, asociaciones libres en el diván y descondicionamiento conductista.

Cuando el psicoanálisis y otras formas de psicoterapia verbal cobraron impulso y reputación, el estatus del acceso vivencial y directo al inconsciente cambió espectacularmente. Los estados holotrópicos, que se habían considerado hasta entonces como algo potencialmente terapéutico y capaz de proporcionar una información válida sobre la psique humana, llegaron a ser considerados como síntomas patológicos. Desde esa época, la práctica predominante en el tratamiento de esos estados, cuando se producen espontáneamente, ha sido suprimirlos con todos los medios disponibles. Se han necesitado muchos años antes de que los profesionales empezaran a redescubrir el valor de los estados holotrópicos y de la experiencia emocional directa.

Los estados holotrópicos y la investigación actual sobre la conciencia

El renacimiento del interés profesional por los estados holotrópicos empezó a principios de los años 50, poco después del descubrimiento del LSD-25, con el inicio de la terapia psicodélica. Continuó pocos años después con nuevos desarrollos revolucionarios en la psicología y en la psicoterapia. Un grupo de psicólogos y psiquiatras estadounidenses que estaban profundamente insatisfechos con el conductismo y con el psicoanálisis freudiano sintieron y expresaron la necesidad de una nueva orientación en sus respectivos campos. Abraham Maslow y Anthony Sutich respondieron a esta llamada y lanzaron una nueva rama de la psicología que llamaron psicología humanista. En poco tiempo, este movimiento se hizo muy popular.

La psicología humanista facilitó el contexto para el desarrollo de un amplio espectro de terapias innovadoras. Mientras que las terapias tradicionales utilizaban primordialmente los instrumentos verbales y el análisis intelectual, estas nuevas terapias llamadas vivenciales pusieron el acento en la experiencia directa y en la expresión de las emociones. También utilizaron diversas formas de trabajo corporal como parte integrante del proceso. La más conocida entre ellas, la terapia gestalt de Fritz Perls (Perls 1976), se ha popularizado desde entonces y se utiliza extensamente, particularmente fuera de los círculos académicos.

A pesar de estos desgajamientos radicales de las estrategias terapéuticas dominantes, la mayoría de las terapias vivenciales todavía se basaban en gran medida en la comunicación verbal y requerían que el cliente permaneciera en el estado ordinario de conciencia. Sin embargo, algunos de estos nuevos enfoques eran tan impactantes que podían cambiar profundamente el estado de conciencia de los clientes. Además de la terapia psicodélica pueden mencionarse, entre otras, algunas de las técnicas neoreichianas, la terapia primal, el renacimiento y el trabajo con la respiración holotrópica.

Aunque estos nuevos métodos vivenciales no han sido aceptados por la gran mayoría de los círculos académicos, su desarrollo y su utilización iniciaron un nuevo capítulo en la historia de la psicoterapia. Se hallan estrechamente relacionados con las tecnologías psicoespirituales antiguas y aborígenes que han desempeñado un papel fundamental en la historia ritual, espiritual y cultural de la humanidad. Si en el futuro fuesen aceptados y se reconociese su valor, tendrían sin duda el potencial de revolucionar la teoría y la práctica de la psiquiatría.

En la segunda mitad de este siglo, contribuciones significativas a la tecnología de la inducción de estados holotrópicos no han procedido sólo del trabajo clínico, sino también de la investigación de laboratorio. Los bioquímicos han sido capaces de identificar los alcaloides activos de muchas plantas psicodélicas y de producirlas en los laboratorios. Las más famosas de éstas son la mescalina, a partir del peyote, la psilocybina de los hongos mágicos mexicanos y la ibogaína, de la iboga africana. Menos conocidas, pero muy importantes, son la harmalina del ayahuasca, el tetra-hidro-canabinol (THC) del hachís y los derivados de la triptamina que se encuentran en los rapés sudamericanos y en las excreciones de la piel de ciertos sapos.

La investigación química también ha añadido al bagaje psicodélico el LSD-25, sustancia semisintética extremadamente potente, y un gran número de sustancias sintéticas, en especial el MDA, el MDMA (éxtasis o Adán), el 2-CB y otros derivados anfetamínicos. Esto ha permitido llevar a cabo una investigación sistemática, clínica y de laboratorio a gran escala sobre los efectos de estos componentes y estudiar los procesos fisiológicos, bioquímicos y psicológicos que producen.

Una forma muy efectiva de inducir estados holotrópicos es el aislamiento o privación sensorial, que implica una reducción significativa de los principales estímulos sensoriales. Su forma extrema consiste en la inmersión total en un gran tanque completamente oscuro y acústicamente aislado con una máscara impermeable especialmente diseñada con un tubo para respirar. Igualmente, la privación del sueño e incluso del soñar puede modificar profundamente la conciencia. La privación de los sueños sin impedirle dormir a la persona sometida al experimento puede lograrse despertándola cada vez que sus movimientos rápidos de los ojos (REM) indican que está soñando. Existen también aparatos de laboratorio que enseñan a tener sueños lúcidos.

Otro conocido procedimiento de laboratorio para modificar la mente es el biofeedback, método que permite guiar a la persona mediante señales electrónicas hacia ámbitos vivenciales concretos caracterizados por la preponderancia de determinadas frecuencias de ondas cerebrales. Un mercado actualmente floreciente ofrece un rico espectro de aparatos para alterar la mente, que pueden inducir estados holotrópicos de conciencia combinando los estímulos acústicos, ópticos y cenestésicos. La enumeración de las nuevas vías de investigación de la conciencia no estaría completa sin una mención de la tanatología, disciplina que se centra en el estudio de las experiencias cercanas a la muerte (ECM). La investigación tanatológica ha dado origen a algunas de las observaciones más notables de todo el campo transpersonal.

El resurgimiento del interés por los estados holotrópicos del que hemos sido testigos en las últimas décadas ha generado una extraordinaria cantidad de datos revolucionarios. Investigadores de diferentes campos de la conciencia han acumulado impresionantes pruebas que desafían seriamente las teorías de la ciencia materialista en lo que concierne a la naturaleza de la conciencia. Estas pruebas dejan muy poco espacio para dudar de que la actual visión científica del mundo, que da por hecha la primacía de la materia y considera la conciencia como un producto derivado de la misma, no puede ser apoyada adecuadamente por los hechos observables.

De hecho, las observaciones de la psicología transpersonal contradicen directamente la imagen ordinaria de la conciencia como un subproducto de procesos neurofisiológicos del cerebro. La existencia de “experiencias verídicas fuera del cuerpo” en situaciones cercanas a la muerte bastarían por sí solas para acabar con este mito dominante de la ciencia materialista. Estas experiencias muestran que, en ciertas circunstancias, la conciencia desencarnada es capaz de percibir con precisión el entorno sin que intervengan los sentidos.

Lo que es probablemente más extraordinario en la situación actual es el grado en el que los círculos académicos se las han arreglado para ignorar y suprimir todas las nuevas pruebas que sacuden los presupuestos metafísicos más fundamentales de la ciencia materialista. El reconocimiento de las limitaciones de los marcos conceptuales existentes para asimilar los nuevos datos revolucionarios impulsaron a Abraham Maslow y a Anthony Sutich, los dos fundadores de la psicología humanista, a lanzar otra disciplina psicológica que ha llegado a conocerse como psicología transpersonal. Este campo estudia todo el espectro de la experiencia humana, incluidos los estados holotrópicos, y constituye un serio intento de integrar ciencia y espiritualidad.

Conclusiones

El principal propósito de escribir este capítulo final ha sido el de establecer que la cosmología descrita en este libro no es incompatible con los hallazgos de la ciencia, sino con las conclusiones filosóficas que se han extraído inadecuadamente de estos hallazgos. Lo que desafía las experiencias y observaciones descritas en este libro no es la ciencia, sino el monismo materialista. Espero haber sido capaz de mostrar que la visión del mundo materialista descansa en un cierto número de postulados metafísicos cuestionables, que no se hallan adecuadamente sostenidos por los hechos y las pruebas científicas.

Lo que caracteriza a la verdadera ciencia es la aplicación imparcial y sin límites del método científico de investigación a cualquier campo de la realidad que lo permita, sin que importe lo absurdo que este empeño pueda parecer desde una perspectiva tradicional. Creo que los pioneros de las diversas áreas de la investigación actual sobre la conciencia han hecho exactamente esto. Han estudiado con gran valor un amplio espectro de experiencias holotrópicas y, al hacerlo, han acumulado ingentes cantidades de datos fascinantes. Muchos de los fenómenos que han observado suponen un desafío fundamental a las creencias profundamente enraizadas que durante mucho tiempo se han considerado erróneamente como hechos científicos demostrados.

Las cuatro décadas largas que he empleado en la investigación de la conciencia me han convencido de que la única forma en que los defensores de la ciencia materialista pueden mantener su actual visión del mundo es censurando y tergiversando sistemáticamente todos los datos relativos a los estados holotrópicos. Es obvio que han utilizado con éxito esta estrategia en el pasado, ya provinieran los datos que desafiaban sus postulados de estudios históricos, religiones comparadas, la antropología o los diversos campos de la investigación actual sobre la conciencia. Esto ha ocurrido sin duda con la parapsicología, la terapia psicodélica y las psicoterapias vivenciales. La tanatología y el trabajo de alteración de la mente con técnicas de laboratorio constituyen otros ejemplos adicionales.

Estoy convencido de que no se puede continuar esa estrategia indefinidamente. Cada día que pasa se hace evidente que los postulados básicos sobre los que se asienta el monismo materialista no están adecuadamente apoyados por datos científicos. Por añadidura, actualmente está aumentando con extraordinaria rapidez la cantidad de pruebas procedentes de la investigación sobre la conciencia que tienen que ser suprimidas e ignoradas. Ya no basta con decir que las afirmaciones de la psicología transpersonal son incompatibles con la visión del mundo de la ciencia materialista. Para silenciar los desafíos conceptuales, sería necesario demostrar que las observaciones procedentes de la psicología transpersonal y de la investigación sobre la conciencia, incluidas todas las descritas en este libro, pueden ser adecuadamente integradas y explicadas en el contexto del paradigma materialista.

Dudo en serio de que los críticos materialistas convencionales tuvieran más éxito en realizar esta tarea que el que han obtenido los investigadores del campo transpersonal. He tenido el privilegio de conocer personalmente a la mayoría de ellos. Todos poseen formaciones académicas tradicionales y se han esforzado enormemente por encontrar explicaciones convencionales a sus hallazgos antes de decidirse a buscar una alternativa radical. Sé a partir de mi propia experiencia que el origen de la psicología transpersonal se debe a la dolorosa y perturbadora inadecuación del viejo paradigma para explicar los datos y no al celo iconoclasta o al propio deleite de los investigadores.

Es importante recalcar que la cosmología descrita en este libro no se halla en conflicto con los hechos y observaciones de ninguna disciplina científica. Lo que se está cuestionando y desafiando es la exactitud de las conclusiones filosóficas extraídas de dichas observaciones. Las ideas de este libro no cambian ninguno de los datos concretos descritos por la ciencia materialista. Simplemente brindan un metamarco que va más allá de los fenómenos que conforman la realidad consensual. Según la visión materialista del mundo, el universo es un sistema mecánico que se creó esencialmente a sí mismo y la conciencia es un epifenómeno de los procesos materiales. Los hallazgos de la psicología transpersonal y de la investigación de la conciencia sugieren con suficiente certeza que el universo podría ser una creación de una inteligencia cósmica superior y que la conciencia es un aspecto esencial de la existencia.

No existen hallazgos científicos que demuestren la prioridad de la materia sobre la conciencia y la no existencia de una inteligencia creadora en el orden universal de las cosas. Si se añaden las comprensiones profundas procedentes de las investigaciones de la conciencia a los hallazgos de la ciencia materialista, se obtiene un entendimiento más completo de muchos aspectos importantes del cosmos para los que actualmente tenemos explicaciones insatisfactorias y nada convincentes. Entre estas cuestiones fundamentales se hallan la creación del universo, el origen de la vida en nuestro planeta, la evolución de las especies y la función de la conciencia.

Por otra parte, esta nueva perspectiva de la realidad incluye como parte integrante de ella el rico espectro de experiencias holotrópicas y de fenómenos relacionados con éstas. Éste es un amplio e importante ámbito de la existencia para el que la ciencia materialista no ha podido proporcionar explicaciones racionales, razonables y convincentes. Tras varios intentos repetidos y frustrantes, yo mismo he abandonado la esperanza de poder explicar mis experiencias y observaciones en el contexto del marco conceptual que recibí durante mi formación académica. Si cualquiera de los críticos de la psicología transpersonal lograra presentar una explicación materialista que fuese convincente, sobria y realista del mundo extraordinario de las experiencias holotrópicas, yo sería el primero en felicitarle y en suscribirla.