9. El tabú de saber quién se es

No somos seres humanos que tienen una experiencia espiritual; somos seres espirituales que tienen una experiencia humana.

TEILHARD DE CHARDIN, El fenómeno humano

Nuestro nacimiento no es sino sueño y olvido:

el Alma que amanece con nosotros, nuestra Estrella vital

tuvo su origen en otra parte

y viene de lugares remotos.

No en un olvido total y en extrema desnudez,

sino arrastrando nubes de gloria,

venimos de Dios, que es nuestro hogar.

¡Sobre nosotros se extiende el cielo en nuestra infancia!

Las sombras de la prisión empiezan a cernirse

sobre el niño que crece.

WILLIAM WORDSWORTH, Ode: Intimations of Immortality

La ilusión perfecta

En los estados holotrópicos podemos trascender los límites del ego limitado al cuerpo con el que normalmente solemos identificamos y tener experiencias muy vívidas de convertimos en otras personas, animales, plantas e incluso en partes inorgánicas de la naturaleza o en diversos seres mitológicos. Descubrimos que la separación y la discontinuidad que normalmente percibimos dentro de la creación son arbitrarias e ilusorias. Y cuando quedan disueltas todas las fronteras y las trascendemos, podemos vivir una identificación con el principio creador mismo, ya sea como Conciencia Absoluta o como Vacío cósmico. Así descubrimos que nuestra identidad real no es el yo individual, sino el yo universal.

Si es verdad que nuestra naturaleza más profunda es divina y que tenemos la misma identidad que el principio creador del universo, ¿cómo podemos explicar la firmeza de nuestra creencia en que somos cuerpos físicos que existen en un mundo material? ¿Cuál es la naturaleza de esta ignorancia fundamental en lo que respecta a nuestra verdadera identidad, de este misterioso velo de olvido que Alan Watts llamó “el tabú de saber quién se es”? (Watts 1966). ¿Cómo es posible que una entidad espiritual, infinita e intemporal, cree de sí misma y dentro de sí una copia virtual de una realidad tangible poblada por seres vivos que se viven a sí mismos como seres separados de su fuente y entre sí? ¿Cómo pueden engañarse los actores de la obra del mundo para creer en la existencia de su realidad ilusoria?

La mejor explicación que he oído de personas con las que he trabajado es que el principio creador se atrapa en su propia perfección. La intención creadora que se halla detrás de la obra divina es impulsar la existencia a realidades de experiencia que puedan ofrecer las mejores oportunidades para la aventura de la conciencia. Para cumplir con este objetivo deben ser convincentes y creíbles en todos los detalles. Aquí podemos servirnos como ejemplo de las obras de teatro y de las películas. Éstas, a veces, pueden ser interpretadas con tal perfección que nos hacen olvidar que los acontecimientos que estamos contemplando son ilusorios y reaccionar ante ellos como si fuesen reales. Igualmente, un buen actor o una buena actriz pueden a veces perder su verdadera identidad y fundirse temporalmente con los personajes que están representando.

El mundo en el que vivimos tiene muchas características de las que carece la Conciencia Absoluta en su forma pura, como la pluralidad, la polaridad, la densidad, la presencia física, el cambio y la impermanencia. El proyecto de crear una copia de una realidad material dotada de estas propiedades es ejecutado con tal perfección artística y científica que las unidades divididas de la Mente Universal lo encuentran totalmente convincente y lo toman erróneamente por la realidad. En la extrema expresión de su maestría artística, representada por el ateo, lo Divino logra de hecho suscitar argumentos, no sólo contra su participación en la creación, sino contra su misma existencia.

Una de las tramas importantes que ayudan a crear la ilusión de una realidad material ordinaria es la existencia de lo trivial y lo feo. Si todos nosotros somos seres etéricos radiantes, que extraemos nuestra energía vital directamente del sol y vivimos en un mundo en el que todos los paisajes se parecen al Himalaya, al Gran Cañón y a las paradisíacas islas vírgenes del Pacífico, sería demasiado obvio para nosotros el saber que somos parte de una realidad divina. Igualmente, si todos los edificios de nuestro mundo se parecieran a la Alhambra, al Taj Mahal, a Xanadú o a la catedral de Chartres, si estuviéramos rodeados por esculturas de Miguel Angel y escuchásemos música de Beethoven o de Bach, podríamos discernir fácilmente la naturaleza divina de nuestro mundo.

El hecho de que tengamos cuerpos físicos con todas sus secreciones, olores, imperfecciones y patologías, así como un sistema gastrointestinal con sus contenidos repulsivos, sin duda oscurece y confunde eficazmente el tema de nuestra divinidad. Diversas funciones fisiológicas como el vomitar, eructar, tener gases, defecar y orinar, junto con la descomposición final del cuerpo humano complican aún más el panorama. Igualmente, la existencia de paisajes naturales nada atractivos, de basureros, de zonas industriales contaminadas, de retretes malolientes con grafitti obscenos, de guetos urbanos y de millones de chabolas dificultan enormemente el que podamos darnos cuenta de que nuestra vida es una obra divina. La existencia del mal y el hecho de que la misma naturaleza de la vida sea depredadora hace esta tarea casi imposible para una persona media. Para los occidentales cultos, la visión del mundo creada por la ciencia materialista constituye un grave obstáculo adicional.

Es sin duda más fácil asociar lo Divino con la belleza que con la fealdad. No obstante, en un contexto más amplio, incluir la fealdad en el orden universal de las cosas hace que el espectro de la existencia sea más pleno y rico y ayude a disfrazar la naturaleza divina de la creación. La imagen de lo horroroso puede ser ejecutada con gran perfección y llegar a constituir un interesante reto. Cuando nos damos cuenta de que la naturaleza compleja de la Conciencia Cósmica incluye, entre otras cosas, ciertas características que encontramos a nuestro nivel reflejadas en los artistas y en los científicos, de repente no parece muy sorprendente la tendencia a explorar todo el espectro de posibilidades, incluyendo lo feo y lo desagradable.

El mundo del arte, incluidas la pintura, la literatura y las películas, no puede ser acusado de favorecer unilateralmente lo que es bello e inspirador. Igualmente, los científicos no tienen ningún reparo en explorar cualquier aspecto de la existencia y muchos de ellos no dudan en proseguir su investigación apasionada incluso si sus descubrimientos tienen consecuencias desesperanzadoras y negativas para nuestro mundo. Una vez que nos damos cuenta del origen y propósito del drama cósmico, los criterios habituales de perfección y belleza tienen que ser revisados drásticamente. Una de las tareas importantes del viaje espiritual es ser capaz de ver lo divino no sólo en lo extraordinario y en lo ordinario, sino también en lo inferior y en lo feo.

Según nuestros criterios usuales, Albert Einstein es un genio que sin duda sobresale sobre sus congéneres, por no decir sobre un primate como el chimpancé. Sin embargo, desde una perspectiva cósmica no existe ninguna diferencia jerárquica entre Einstein y un mono, puesto que ambos son especímenes perfectos de lo que estaban destinados a ser. Dentro de una obra de Shakespeare, un rey es ciertamente superior a su bufón. Sin embargo, el estatus de Lawrence Olivier como actor no varía en función de cuál de los dos papeles desempeñe, mientras haga una interpretación perfecta. Del mismo modo, Einstein es Dios interpretando impecablemente a Albert Einstein y un chimpancé es Dios interpretando perfectamente el papel de un chimpancé.

Normalmente, si poseemos un sentido estético razonable, admiraremos la obra de Miguel Ángel o de Vincent Van Gogh y no sentiremos demasiado aprecio por lo kitsch. Esto tendría un sentido perfecto si estuviéramos comparando esfuerzos humanos ordinarios que tienen resultados tan drásticamente diferentes. Sin embargo, los verdaderos artífices de estas obras no eran los “yoes” encarnados de los autores, sino la Conciencia Absoluta y la energía creativa cósmica operando a través de ellos con un propósito concreto. Si la intención creadora no hubiera sido la de producir una gran obra de arte, sino concretamente la de añadir el fenómeno del kitsch al juego cósmico, este proyecto sería perfecto por derecho propio.

Lo mismo puede decirse de un horrendo sapo, una criatura que fue incluida en el orden universal de las cosas con algún propósito concreto por la misma fuente que fue capaz de crear las mariposas de larga cola, los pavos reales y las gacelas. Es la absoluta perfección de la creación, entendida en este sentido, la que parece responsable del “tabú de saber quién se es”. La realidad virtual que simula un universo material se lleva a cabo con un sentido tan agudo del detalle por lo minúsculo que el resultado es absolutamente convincente y creíble. Las unidades de conciencia que desempeñan el papel de protagonistas en los innumerables papeles de esta obra de obras pueden verse atrapadas y enredarse en la compleja e intrincada red de su magia ilusoria.

La obra creativa de los demiurgos

Las comprensiones profundas de la naturaleza y la dinámica del juego cósmico no tienen por qué surgir en el nivel del principio creador supremo. Gail, una pastora protestante que participaba en nuestro programa de formación para profesionales en el Centro de Investigación Psiquiátrica de Maryland, vivió en su sesión psicodélica una secuencia interesante que describía la cosmogonía como un juego creativo y competitivo de cuatro entidades demiúrgicas suprahumanas. Aunque su experiencia es muy poco frecuente, la incluiré aquí porque implica a cuatro seres demiúrgicos en lugar de tener que ver sólo con el único principio creador. Su experiencia ilustra con excepcional claridad muchos de los temas relacionados con el problema de la encarnación de seres espirituales y del “tabú de saber quién se es”. He aquí el pasaje correspondiente de su sesión:

Me encontré en una dimensión que parecía estar más allá del espacio y del tiempo conocidos. Lo que me llega a la mente cuando pienso ahora en ello es el concepto del hiperespacio utilizado por los físicos modernos. Sin embargo, este término técnico no describiría el profundo sentimiento de carácter sagrado, el sentido sobrecogedor y numinoso que acompañaron mi experiencia. Me di cuenta de que yo era un ser suprahumano de inmensas proporciones, posiblemente alguien que trascendía todas las limitaciones, alguien que existía antes de que se conociera limitación alguna. Yo no poseía ninguna forma, por ser pura conciencia suspendida en el Espacio absoluto y con una enorme inteligencia. Aunque allí no había ninguna fuente de luz, no puedo decir que estuviese en una absoluta oscuridad.

Compartía este espacio con otros tres seres. Aunque eran puramente abstractos y amorfos como yo misma, podía claramente sentir su presencia diferenciada y comunicar con ellos de un modo telepático y complejo. Nos divertíamos mutuamente con diversos juegos intelectuales brillantes; era como un constante juego de fuegos artificiales de ideas extraordinarias. La complejidad y el nivel de imaginación que había en estos juegos sobrepasaba con mucho cualquier cosa conocida por los seres humanos. Todo era puro entretenimiento, l’art pour l’art, puesto que, en la forma en que estábamos, ningún juego tenía implicaciones prácticas.

En este contexto, tengo que pensar en ballenas que flotan en el océano con sus enormes cerebros y están dotadas de una inteligencia que iguala o sobrepasa a la nuestra. Puesto que la naturaleza no crea ni mantiene órganos y funciones que no se utilicen, la actividad mental de los cetáceos tiene que ser comparable a la de los humanos. Sin embargo, por su anatomía, sólo tienen una capacidad mínima de indicar mediante expresiones tangibles lo que sucede en su mente. En cierta ocasión leí la hipótesis de un investigador que sugería que las ballenas tal vez pasen la mayor parte de su tiempo entreteniéndose mutuamente cuando utilizan sus sorprendentes sonidos que se transmiten a través del océano a miles y miles de kilómetros. ¿Se cuentan entre sí historias y comunican creaciones artísticas? ¿Mantienen diálogos filosóficos o juegan complicados juegos? ¿O son como los yoguis indios o tibetanos que en sus profundas meditaciones, en la soledad de sus cuevas y celdas, tienen la experiencia de conectar con toda la historia del cosmos y otras realidades?

Después de esta introducción, que describe el ambiente y el contexto general de su experiencia y que reflexiona sobre la existencia desencarnada como ser puramente espiritual, Gail se centró en la parte de su sesión que tiene una relevancia inmediata para nuestra exposición sobre el “tabú de saber quién se es”.

Uno de los seres avanzó una idea fascinante. Sugirió que sería posible crear un juego que abarcase una realidad con muchas criaturas diferentes de diferentes formas y tamaños. Parecerían densas y sólidas y existirían en un mundo lleno de objetos de diferentes formas, texturas y consistencias. Los seres nacerían, evolucionarían, tendrían interacciones y aventuras complejas entre sí y después dejarían de existir. Habría grupos de criaturas de diversos órdenes, y cada una de éstas existiría en dos formas —macho y hembra— que se complementarían mutuamente y participarían en la reproducción.

Esta realidad estaría limitada por coordenadas diferenciadas de espacio y de tiempo. El tiempo tendría un flujo imperativo desde el pasado hacia el futuro, pasando por el presente, y además los acontecimientos parecerían ser causados por los acontecimientos anteriores. Habría vastos períodos históricos, todos ellos diferentes entre sí. Uno tendría que viajar para ir de un lugar a otro y habría muchas formas diferentes de hacerlo. Una variedad de limitaciones, normas y leyes rígidas regirían todos los acontecimientos de dicho mundo, como ocurre con los juegos. Entrar en esta realidad y asumir diferentes papeles en ella proporcionaría un exquisito entretenimiento completamente singular.

Los tres seres espirituales quedaron intrigados, pero también incrédulos, y expresaron serias dudas sobre el proyecto sugerido. Por fascinante que pareciera, era improbable que pudiera ser llevado a cabo. ¿Cómo podría hacérsele creer a un ser espiritual e ilimitado y que existe en un mundo de infinitas posibilidades, que está confinado en un cuerpo sólido con una forma extraña, con cabeza, tronco y extremidades, y que depende absolutamente de la ingestión de otras criaturas muertas y de la presencia de un gas llamado oxígeno? ¿Cómo podría convencérsele de tener una capacidad intelectual limitada y de que su percepción dependería del alcance de sus órganos sensoriales? ¡Parecía demasiado fantástico para poderse considerar en serio! A continuación, Gail describe cómo resolvieron el problema los seres demiúrgicos.

A continuación se suscitó un acalorado debate intelectual. El autor de este plan respondió a todas nuestras objeciones, insistiendo en que el proyecto era perfectamente factible. Estaba convencido de que todo lo que se necesitaba era que el guión fuese suficientemente complejo y apasionante, que se asociasen coherentemente las situaciones concretas y las experiencias convincentes, y una cuidadosa cobertura de todos los huecos. Todo esto atraparía al participante en una compleja red de ilusiones y le induciría a creer que el juego sería real. Cada vez estábamos más fascinados por todas las posibilidades que éste ofrecía hasta que al final llegamos a la convicción de que este proyecto extraordinario era viable. Estuvimos de acuerdo en entrar en el juego de la encarnación, animados por la promesa de tener extraordinarias aventuras de la conciencia.

Esta experiencia ha resuelto de algún modo cualquier preocupación que yo pudiera tener respecto al tema del karma. Me dejó con una firme convicción de que soy en esencia un ser espiritual y de que la única forma en que podría haberme implicado en el drama cósmico era a través de una decisión libre. La elección de encarnarse implica una aceptación voluntaria de una amplia serie de limitaciones, leyes y normas, lo mismo que ocurre cuando decidimos participar en un juego. Desde esta perspectiva no tiene ningún sentido culpar a nadie de nada de lo que sucede en nuestra vida. El hecho de que, en un nivel superior, tenemos la libre elección de entrar o no en el juego cósmico, crea un metamarco que redefine todo lo que ocurre dentro de él.

Vicisitudes y escollos del viaje de regreso

Existe otra razón importante por la que es tan difícil liberarnos de la ilusión de que somos individuos separados que vivimos en un mundo material. Las formas de reunirse con la fuente divina están plagadas de dificultades, riesgos y desafíos. La obra divina no es un sistema completamente cerrado; ofrece a los protagonistas la posibilidad de descubrir la verdadera naturaleza de la creación, incluido su propio estatus cósmico. Sin embargo, los caminos que conducen del autoengaño a la iluminación y a la reunión con la fuente presentan serios problemas y la mayoría de las lagunas potenciales de la creación están cuidadosamente ocultas. Esto es absolutamente necesario para el mantenimiento de la estabilidad y el equilibrio del orden cósmico. Estas vicisitudes y estos escollos del camino espiritual constituyen una importante parte del “tabú de saber quién se es”.

Todas las situaciones que ofrecen oportunidades para la apertura espiritual suelen venir acompañadas por una variedad de poderosas fuerzas de oposición. Alguno de los obstáculos que hacen extremadamente difícil y peligroso el camino de la liberación y de la iluminación son por naturaleza intrapsíquicos. Entre ellos se encuentran las terroríficas experiencias que pueden disuadir a los buscadores menos valientes y decididos, como encuentros con fuerzas arquetípicas oscuras, miedo a la muerte y el espectro de la locura. Aún más problemáticas son diversas interferencias e intervenciones que proceden del mundo externo. En la Edad Media, muchas personas que tenían experiencias místicas espontáneas corrían el riesgo de verse sometidas a torturas, juicios o a ser ejecutadas por parte de la Santa Inquisición. En nuestra época, las etiquetas psiquiátricas estigmatizadoras y las medidas terapéuticas drásticas han sustituido a las acusaciones de brujería, las torturas y los actos de fe. El cientificismo materialista del siglo XX ha ridiculizado y catalogado como patológico cualquier esfuerzo espiritual, por muy fundado y avanzado que sea.

La autoridad de que disfruta la ciencia en la sociedad actual hace difícil tomar en serio la espiritualidad y proseguir el camino del descubrimiento espiritual. Además, los dogmas y actividades de las religiones dominantes tienden a oscurecer el hecho de que el único lugar en el que puede encontrarse la verdad espiritual es dentro de la psique de cada uno de nosotros. En el peor de los casos, la religión organizada puede funcionar de hecho como un impedimento grave de cualquier búsqueda espiritual seria, en lugar de ser una institución que pueda ayudamos a conectar con lo Divino.

Las tecnologías de lo sagrado desarrolladas por diversas culturas aborígenes han sido desechadas en Occidente como productos del pensamiento mágico y como supersticiones primitivas de los salvajes. El potencial espiritual de la sexualidad, que encuentra su expresión en el tantra, es totalmente contrarrestado por los escollos del sexo como poderoso instinto animal. La aparición de las sustancias psicodélicas que tienen la capacidad de abrir de par en par las puertas a la dimensión trascendente fue rápidamente seguida por la generalización de una mala utilización irresponsable, los riesgos de locura, los daños producidos en los cromosomas y el establecimiento de sanciones legales.

Un experimento fallido de proyección astral

Estamos tan profundamente inmersos en nuestra creencia en la existencia de un mundo objetivo material y predecible, que un repentino colapso de la realidad que nos es conocida y la violación del “tabú de saber quién se es” pueden verse acompañados por un indescriptible terror metafísico. Ilustraré este punto completando la historia de mi “proyección astral” de Baltimore a Praga a la que ya me he referido. Interrumpí mi relato en el punto en el que me sentí atrapado en una espiral espacio-tiempo, sin saber en cuál de estas dos ciudades estaba realmente. He aquí el resto de esta aventura extraordinaria de la conciencia:

Yo sentía la necesidad de tener una prueba mucho más convincente para saber si lo que estaba viviendo era “objetivamente real” en el sentido ordinario. Finalmente decidí hacer una comprobación: tomar una foto que había en la pared y comprobar más tarde, por correspondencia con mis padres, si algo desacostumbrado había sucedido en aquel momento en su piso. Fui a tomar la foto, pero antes de ser capaz de tocar el marco, me invadió un sentimiento cada vez más alarmante de que era extremadamente arriesgado y peligroso cogerla. De repente me sentí atacado por las fuerzas del mal y de una peligrosa magia negra. Me parecía que lo que estaba a punto de hacer era entrar en un juego peligroso cuyo precio era mi alma.

Me detuve e hice un esfuerzo desesperado para entender lo que estaba sucediendo. Frente a mis ojos desfilaban imágenes instantáneas de los casinos más famosos del mundo: Montecarlo, el Lido de Venecia, Las Vegas, Reno. Veía girar la bola de la ruleta a velocidades vertiginosas, subir y bajar las palancas de las máquinas tragaperras y rodar los dados en la superficie verde de las mesas de los juegos de azar. Había círculos de jugadores jugando a las cartas, grupos de apostadores jugando al bacará y una gran multitud de personas contemplando las luces parpadeantes de los anuncios luminosos. A todo ello le siguieron escenas de encuentros secretos de hombres de Estado, políticos, oficiales del ejército y científicos de primera clase.

Finalmente advertí el sentido del mensaje y me di cuenta de que todavía no había superado mi egocentrismo y no era capaz de resistir a la tentación del poder. La posibilidad de trascender las limitaciones del tiempo y del espacio me pareció embriagadora y peligrosamente seductora. Si podía ejercer el control sobre el tiempo y el espacio, tendría garantizados ingresos ilimitados de dinero junto con todo lo que éste puede comprar. Todo lo que tenía que hacer era ir al casino, a la Bolsa o a la administración de loterías más cercana. No existiría ningún secreto para mí si era capaz de dominar el tiempo y el espacio. Podría escuchar a escondidas los encuentros en la cumbre de dirigentes políticos y tener acceso a descubrimientos sumamente secretos. Esto abriría posibilidades nunca soñadas de dirigir el curso de los acontecimientos en el mundo.

Entendí los peligros que implicaba mi experimento. Recordé pasajes de diferentes libros espirituales que advertían de no jugar con poderes sobrenaturales antes de poder superar las limitaciones de nuestro ego y de alcanzar la madurez espiritual. Había algo que parecía incluso más relevante. Descubrí que yo era sumamente ambivalente en relación con el resultado de la prueba que estaba llevando a cabo. Por un parte, parecía extremadamente atrayente ser capaz de liberarme de la esclavitud del tiempo y del espacio. Por otra parte, era obvio que un resultado positivo de esta prueba tendría consecuencias serias y de gran alcance. Obviamente no podría verse como un experimento aislado revelador de la naturaleza arbitraria del espacio y del tiempo.

Si pudiera obtener confirmación de que era posible manipular el entorno físico a distancia de varios miles de kilómetros, se desmoronaría todo mi universo como consecuencia de este solo experimento y me encontraría en un estado de extrema confusión metafísica. El mundo, tal como lo había conocido, ya no existiría más. Perdería todos los mapas en los que me basaba y con los que me sentía cómodo. No sabría quién soy, ni en dónde estaba ni en qué momento, estaría totalmente perdido en un universo terrorífico de leyes ajenas y desconocidas para mí. Si yo poseía aquellos poderes, probablemente otras muchas personas también los tendrían. Yo no tendría ninguna intimidad en ninguna parte y las puertas y paredes ya no me protegerían más. Mi nuevo mundo estaría lleno de peligros potenciales e imprevisibles de proporciones inimaginables.

No podía darme ánimos para llevar a cabo el experimento y decidí dejar sin resolver el problema de la objetividad y de la realidad de la experiencia. Esto me permitió jugar con la idea de que había sido capaz de trascender el tiempo y el espacio. Al mismo tiempo dejó abierta la posibilidad de ver todo el episodio como un engaño singular causado por una poderosa sustancia psicodélica. La idea de que la destrucción de la realidad tal como la conocía se verificaba objetivamente más allá de cualquier duda razonable era sencillamente demasiado aterradora.

En el momento en que abandoné el experimento, me encontré de nuevo en la habitación de Baltimore donde había tomado la sustancia y en dos horas mi experiencia se estabilizó y me congeló en la “realidad objetiva” conocida. Nunca me perdoné por haber desperdiciado un experimento tan excepcional y fantástico. Sin embargo, el recuerdo del terror metafísico que acompañó a aquella prueba me hace dudar de que pudiera ser más valiente si se me brindara una oportunidad similar en el futuro.

Los secretos de la falsa identidad

Ahora podemos resumir las comprensiones profundas procedentes de los estados holotrópicos en relación con el “tabú de saber quién se es”. En todos los niveles de la creación, con excepción del Absoluto, la participación en el juego cósmico exige que las unidades de conciencia olviden su verdadera identidad, asuman una individualidad separada y traten a otros protagonistas como fundamentalmente diferentes de ellas. El proceso creador genera muchos campos con diferentes características y cada uno de ellos ofrece oportunidades únicas para tener aventuras exquisitas en la conciencia. La experiencia del mundo de la materia densa y la identificación con un organismo biológico que existe en este mundo es sólo una forma extrema de este proceso universal.

La maestría con la que el principio creador es capaz de representar los diferentes dominios de existencia parece hacer tan creíbles y convincentes cada uno de los roles que es extremadamente difícil detectar su naturaleza ilusoria. Además, las posibilidades de superar la ilusión de separación y de experimentar la reunión con la fuente están acompañadas por dificultades extremas y ambigüedades complejas. En esencia, no tenemos una identidad fija y podemos vivirnos como cualquier cosa de la realidad en el continuo que existe entre el yo encarnado y la Conciencia Absoluta. El alcance y grado de libre albedrío que tenemos como protagonistas en los diferentes niveles del juego cósmico disminuye a medida que la conciencia desciende desde el Absoluto al plano de la existencia material, y aumenta a lo largo del viaje de retomo espiritual. Puesto que por nuestra verdadera naturaleza somos seres ilimitados, entramos en el juego cósmico gracias a una decisión libre y nos sentimos atrapados por la perfección con la que se ejecuta.