8. El misterio del karma y de la reencarnación

Pues yo he sido a veces niño y niña, matorral y pájaro, y un pez mudo en las olas saladas.

EMPÉDOCLES

Si un asiático me pidiese que le diese una definición de Europa, me vería forzado a responderle: es esa parte del mundo obsesionada por el increíble error de que el hombre fue creado de la nada y que su nacimiento actual constituye la primera entrada en la vida.

ARTHUR SCHOPENHAUER, Parerga y Paralipómena

Una perspectiva transcultural de la reencarnación

Según la ciencia materialista occidental, nuestra vida se halla limitada al período comprendido entre nuestra concepción y nuestra muerte biológica. Este postulado es una consecuencia lógica de la convicción de que somos esencialmente nuestros cuerpos. Puesto que el cuerpo perece y se descompone en el momento de la muerte biológica, parece obvio que en este punto deja de existir. Este punto de vista se halla en conflicto con las creencias de todas las grandes religiones y sistemas espirituales de las culturas antiguas y preindustriales, que han considerado siempre la muerte como un tránsito importante, en lugar de verla como el término final de cualquier forma de existencia. La mayoría de los científicos occidentales menosprecian, o incluso ridiculizan, la creencia de que nuestra existencia pueda continuar más allá de la muerte. Atribuyen esta idea a una falta de cultura, a pura superstición o a un deseo primitivo de las personas que son incapaces de afrontar y aceptar la cruda realidad de la impermanencia y de la muerte.

En las sociedades preindustriales, la creencia en la vida después de la muerte no se limita a una vaga idea de que también puede haber un Más Allá. Las mitologías de muchas culturas ofrecen descripciones muy concretas de lo que sucede después de la muerte. Proporcionan complejos mapas del viaje póstumo del alma y describen diversas moradas —cielos, paraísos e infiernos— que albergan seres desencarnados. De particular interés es la creencia en la reencarnación, según la cual las unidades individuales de conciencia continúan retornando a la tierra y encadenándose a sucesivas existencias encarnadas. Algunos sistemas espirituales combinan la creencia en la reencarnación con la ley del karma, que sugiere que los méritos y las malas obras de las vidas anteriores determinan la cualidad de las encarnaciones sucesivas. Diversas formas de creencia en la reencarnación se han expandido ampliamente en el espacio geográfico y a lo largo de la historia, además de desarrollarse a menudo con total independencia entre sí y en culturas separadas por muchos siglos y miles de kilómetros.

Los conceptos de reencarnación y karma constituyen la piedra angular de muchas religiones de Asia: hinduismo, budismo, jainismo, sikhismo, zoroastrismo, vajrayâna tibetano, sintoísmo japonés y taoísmo chino. Ideas similares pueden encontrarse en grupos histórica, geográfica y culturalmente tan diversos como muchas tribus africanas, indios americanos, culturas precolombinas, kahunas polinesios, practicantes de la umbanda brasileña, los galeses y los druidas. En la antigua Grecia, diferentes escuelas de pensamiento muy importantes suscribieron esta doctrina; entre otras, los pitagóricos, los órficos y los platónicos. El concepto de la reencarnación fue adoptado por los esenios, los fariseos, los karaítas y otros grupos judíos y semijudíos. También fue una parte importante de la teología cabalística de los judíos medievales. Esta lista no sería completa sin mencionar a los neoplatónicos y a los gnósticos y, en la época contemporánea, a los teósofos, a los antropósofos y a algunos espiritistas.

Aunque la creencia en la reencarnación no forma parte del cristianismo moderno, conceptos similares existieron entre los cristianos primitivos. Según san Jerónimo (340-420), a la reencarnación se le dio una interpretación esotérica que fue comunicada a una élite selecta. Parece que la creencia en la reencarnación era parte del cristianismo gnóstico, que se conoció mejor a partir de los pergaminos descubiertos en 1945 en Nag Hammadi. En el texto gnóstico llamado Sabiduría de la fe o Pistis Sophia (1921) Jesús enseña a sus discípulos cómo las faltas de una vida se transfieren a otra. Así, por ejemplo, la persona que maldice a los demás tendrá en su nueva vida «continuos problemas de corazón», mientras que los arrogantes y las personas inmoderadas podrían renacer en un cuerpo deforme y ser menospreciados por los demás.

El más famoso pensador cristiano que especula sobre la preexistencia de las almas y los ciclos de los mundos fue Orígenes (186-253), uno de los mayores Padres de la Iglesia de todos los tiempos. En sus escritos, particularmente en el libro De principiis, o De los primeros principios, expresó su opinión de que algunos pasajes de las Escrituras sólo podían explicarse a la luz de la reencarnación. Sus enseñanzas fueron condenadas por el Segundo Concilio de Constantinopla convocado por el emperador Justiniano en el año 553, y se convirtió en una doctrina herética. El veredicto sentenciaba: «si alguien afirmara la imaginaria preexistencia de las almas y se adhiriese a la monstruosa doctrina que se deriva de ella, ¡sea anatema!». Sin embargo, algunos eruditos creen que pueden detectar huellas de estas enseñanzas en los escritos de san Agustín, san Gregorio e incluso san Francisco de Asís.

¿Cómo explicar que tantos grupos culturales a lo largo de la historia hayan mantenido esta creencia extraordinaria y que hayan formulado complejos sistemas teóricos para describirla? ¿Cómo es posible que todos estuvieran de acuerdo sobre un tema que es ajeno a la civilización industrial occidental y que es considerado completamente absurdo por la ciencia materialista occidental? La explicación habitual es que estas diferencias reflejan nuestra superioridad en la comprensión científica del universo y de la naturaleza humana. Sin embargo, un examen más detallado revela que la razón real de esta diferencia es la tendencia de los científicos occidentales a adherirse a su sistema de creencias y a ignorar, censurar o distorsionar todas las observaciones que entren en conflicto con él. Más concretamente, esta actitud refleja la resistencia de los psicólogos y psiquiatras occidentales a prestar atención a las experiencias y observaciones procedentes de los estados holotrópicos de conciencia.

Pruebas empíricas de la reencarnación

El concepto de reencarnación y karma no es una “creencia” en el sentido habitual de la palabra, es decir, una posición teórica y emocional sin fundamento y arbitraria que no está apoyada por los hechos. Para los hindúes, budistas, taoístas y otros grupos para los que constituye una parte importante de su religión, la reencarnación no es un asunto de creencia. Es un tema eminentemente empírico, basado en experiencias y observaciones muy concretas. Esto es igualmente así para los investigadores occidentales de la conciencia informados y sin prejuicios. No son ingenuos, ignorantes ni desconocedores de la posición filosófica y de la visión del mundo de la ciencia materialista, como a sus críticos les gusta describirles.

Muchos de estos investigadores tienen una buena formación académica y poseen impresionantes credenciales. La razón de su postura consiste en que han hecho algunas observaciones importantes sobre la reencarnación para las que su entrenamiento académico carecía de explicaciones adecuadas. En muchos casos también tuvieron extraordinarias experiencias personales que no pueden desecharse fácilmente. Según Christopher Bache, investigador que ha revisado extensamente los textos que tratan de la reencarnación y que ha encontrado experiencias de vidas pasadas en su propia investigación interna, las pruebas en este campo son tan ricas y extraordinarias que los científicos que no piensan que el problema de la reencarnación merece un estudio serio, o bien no están informados o son estúpidos (Christopher Bache 1990).

Echemos una rápida ojeada a las pruebas existentes que deberían conocerse antes de emitir ningún juicio respecto a la reencarnación. La naturaleza de estas pruebas se describe en lenguaje mitológico en un pasaje escrito por Sholem Ash (1967), un especialista jasídico del siglo XX: «Una característica necesaria de nuestra existencia no es el poder de recordar, sino lo contrario, el poder de olvidar. Si la sabiduría popular sobre la transmigración de las almas es una sabiduría verdadera, entonces esas almas deben pasar a través del mar del olvido en el período comprendido entre su intercambio de cuerpos. Según el punto de vista judío, llevamos a cabo la transición bajo la supervisión del Angel del Olvido. Pero a veces ocurre que éste se olvida de despojarnos de los recuerdos registrados del mundo anterior; entonces nuestros sentidos son acosados por recuerdos fragmentados de la otra vida. Éstos van a la deriva como nubes desgarradas sobre las colinas y los valles de la mente y se entremezclan con los incidentes de nuestra existencia actual».

Los investigadores actuales han recogido una gran cantidad de observaciones que dejan entrever esta retirada parcial del velo del olvido del que habla Sholem Ash. Muchos de ellos estudiaron y describieron vívidas experiencias de la vida pasada que se producen espontáneamente en la vida cotidiana o en el transcurso de diversas sesiones terapéuticas que han conducido a estados holotrópicos de conciencia. Otros han recogido información adicional sobre la reencarnación guiando a algunas personas hacia zonas concretas de su psique mediante la hipnosis o alguna otra técnica. También se han llevado a cabo interesantes intentos de verificar experimentalmente la autenticidad de dichas experiencias guiadas de la vida pasada (Wambach 1979). Por último, existen algunos datos sorprendentes procedentes de la tradición espiritual tibetana que proporcionan válidas comprensiones internas en este campo, pero desde otro ángulo.

Los niños recuerdan vidas pasadas

Entre los fenómenos más interesantes relacionados con el problema de la reencarnación se hallan las experiencias espontáneas de vidas pasadas de los niños. Informes de muchos y diferentes países del mundo indican que, de vez en cuando, los niños pequeños recuerdan y describen su vida anterior en otro cuerpo, en otro lugar y en otra época, y con otras personas. Estos recuerdos pueden provocar muchos problemas en la vida de estos niños y de sus padres. A menudo están asociados con diversas secuelas patológicas como fobias, idiosincrasias[3] inhabituales y extrañas reacciones a determinadas personas, lugares y situaciones. Existen informes de psiquiatras infantiles que han tratado y descrito casos de este tipo. El acceso a estos recuerdos suele aparecer hacia la edad de tres años y desaparece gradualmente entre los cinco y los ocho años de edad.

Ian Stevenson, profesor de psicología de la Universidad de Virginia en Charlottesville, ha llevado a cabo estudios meticulosos de más de 3.000 de estos casos y ha dado cuenta de ellos en sus libros (Stevenson 1966, 1984, 1987). Los casos de Stevenson no procedían sólo de culturas “primitivas” y “exóticas” que tenían una creencia apriorística en la reencarnación, sino también de países occidentales, incluidos la Gran Bretaña y los Estados Unidos. Por ser un investigador prudente y conservador, Stevenson sólo dio cuenta de varios centenares de estos casos, ya que muchos de ellos no cumplían los estrictos requisitos que él había establecido para su investigación. Sólo incluyó los casos que mostraban una mayor evidencia científica. Stevenson eliminó muchas de las informaciones, porque la familia obtenía un beneficio económico de sus hijos por su prestigio social o la atención pública recibida. Otras razones de no incluir ciertos casos fueron la existencia de testimonios incoherentes, de falsa memoria (criptomnesia), de testigos de carácter cuestionable o la existencia de indicios de fraude.

Los hallazgos de la investigación de Stevenson son extraordinarios. Aunque en todos los casos mencionados eliminó la posibilidad de que estos niños hubieran podido obtener la información a través de canales convencionales, fue capaz de confirmar sus historias, que con frecuencia contenían detalles increíbles. En algunos casos llevó en realidad a los niños al pueblo o ciudad que habían recordado de su vida anterior. Aunque nunca habían estado allí en su vida actual, conocían la topografía del pueblo y eran capaces de encontrar la casa en la que se suponía que habían vivido. Incluso reconocieron a los miembros de su “familia” y a los habitantes del pueblo por sus propios nombres. Posiblemente las pruebas más consistentes en apoyo de la hipótesis de la reencarnación fueron la incidencia de sorprendentes marcas de nacimiento que reflejaban concretamente heridas de otros acontecimientos de la vida recordada; esto pudo ser confirmado por una investigación independiente (Stevenson, 1997).

Los recuerdos de vidas pasadas en los adultos

Revivir espontánea y vívidamente recuerdos de vidas pasadas en los adultos se produce con más frecuencia durante episodios de crisis psicoespirituales (casos de urgencia espiritual). Sin embargo, en medio de las circunstancias de la vida cotidiana también pueden producirse recuerdos de mayor o menor precisión en estados de conciencia más o menos ordinarios. La mayoría de los psiquiatras son conscientes de la existencia de vidas pasadas, pero las tratan de forma rutinaria como indicaciones de una grave psicopatología, normalmente prescribiendo medicación farmacológica supresiva. Las teorías dominantes sobre la personalidad de la psicología contemporánea están firmemente ancladas en el paradigma materialista y, por tanto, suscriben naturalmente el punto de vista de la existencia de un único reloj biológico.

Las experiencias de vidas pasadas pueden ser facilitadas por una amplia gama de técnicas que permiten el acceso a profundos niveles de la psique, como la meditación, la hipnosis, el uso de sustancias psicodélicas o introducirse en una cámara de aislamiento sensorial. Pueden surgir durante un trabajo corporal y en sesiones de psicoterapia vivencial, por ejemplo en el trascurso de una sesión de renacimiento, de respiración holotrópica o de terapia primal. He oído de muchos casos en los que episodios de vidas pasadas aparecieron sin pretenderlo en sesiones con terapeutas que tenían un marco teórico muy convencional y que no creían en la reencarnación, o incluso que se oponían enérgicamente a este concepto. La emergencia de asuntos kármicos también es completamente independiente del sistema filosófico y religioso de creencias previo de quien tiene la experiencia.

En una experiencia completamente desarrollada de vidas pasadas, nos encontramos inmersos en una situación emocionalmente muy cargada que sucede en otro período histórico y en otro lugar. Nuestro sentido de identidad personal se mantiene, pero se vive en relación con otra persona, otra época y otro lugar. A menudo estas experiencias implican a otras personas con las que hemos tenido una intensa relación en esta vida. La cualidad emocional de estos episodios suele ser muy negativa. A veces, éstos conllevan dolor físico, ansiedad al borde del pánico, profunda tristeza o sentimientos de culpa. En otras ocasiones se trata de un odio devorador, una cólera asesina o unos celos irracionales. Sin embargo, en muchos casos, estas secuencias pueden reflejar felicidad y una gran plenitud emocional o describen apasionadas aventuras amorosas, fieles amistades o relaciones espirituales. El aspecto más característico de las experiencias de vidas pasadas es una convicción profundamente sentida de que la situación que estamos afrontando no es nueva. Recordamos claramente que ya nos ha sucedido, que realmente fuimos ya alguna vez esa otra persona en una de nuestras vidas previas. Esta sensación de revivir algo que ya se ha visto (dèjá vu) o experimentado antes (dèjá vécu) en una encarnación previa es muy básica y no puede seguirse analizando. Es comparable a la capacidad de distinguir en la vida cotidiana nuestros recuerdos de acontecimientos que en realidad sucedieron en nuestros sueños o en nuestras ensoñaciones y fantasías. Sería difícil convencer a una persona que nos está relatando un recuerdo de algo que sucedió la semana anterior, de que el acontecimiento no sucedió en realidad y de que simplemente lo está imaginando. Los recuerdos de encarnaciones anteriores tienen una cualidad subjetiva similar de autenticidad y realidad.

Rasgos singulares de los fenómenos de vidas pasadas

Las experiencias de vidas pasadas poseen algunas características extraordinarias que merecen una profunda atención de los investigadores dedicados a la conciencia y a la psique humanas. Considerados en su conjunto, estos rasgos no dejan lugar a dudas de que la secuencias kármicas constituyen fenómenos únicos y sui generis, y no simplemente fantasías o productos de una imaginación patológica. Las experiencias de vidas pasadas se producen en el mismo espacio-tiempo junto con los recuerdos exactos de la adolescencia, la niñez, la primera infancia, el nacimiento y la existencia intrauterina, fenómenos que a menudo pueden ser verificados con garantías de confiabilidad. A veces aparecen simultánea o alternativamente junto con material biográfico de nuestra vida actual (Grof 1998, 1992).

Otro rasgo interesante de las experiencias de vidas pasadas es que con frecuencia están íntimamente conectadas con temas y circunstancias importantes de nuestra vida actual. Cuando las secuencias kármicas emergen plenamente a la conciencia, ya sea espontáneamente o en el contexto de una profunda psicoterapia vivencial, pueden proporcionar profundas comprensiones iluminadoras de aspectos de nuestra existencia cotidiana que antes eran incomprensibles y desconcertantes. Esto incluye una amplia variedad de problemas emocionales, psicosomáticos e interpersonales para los que las formas convencionales de psicoterapia no pudieron proporcionar ninguna explicación.

Las experiencias de los recuerdos de vidas pasadas suelen proporcionar algo más que una simple comprensión de estos temas. Frecuentemente, estos procesos pueden tener como consecuencia un alivio o una completa desaparición de diversos síntomas enfermizos, como fobias diversas, dolores psicosomáticos o asma. También pueden jugar un papel decisivo para sanar las relaciones problemáticas con otras personas. Así las experiencias de vidas pasadas pueden contribuir significativamente a la comprensión de la psicopatología y desempeñar un papel esencial en el éxito de una terapia. Los terapeutas que se niegan a trabajar con estas experiencias por su rechazo al contexto de la reencarnación están privando a sus pacientes de un mecanismo terapéutico muy eficaz.

Las personas que tienen la experiencia de fenómenos kármicos obtienen frecuentemente profundas comprensiones muy exactas del tiempo y de la cultura en cuestión, en lo que se refiere a la estructura social, las creencias, los rituales, las costumbres, la arquitectura, los trajes, las armas y otros aspectos de la vida. En muchos casos, la naturaleza y cualidad de esta información hace improbable que estas personas puedan haberlas adquirido por medio de canales ordinarios. Algunas veces, las experiencias de vidas pasadas proporcionan información sobre acontecimientos históricos concretos.

La verificación de los recuerdos de vidas pasadas

Los criterios para verificar los recuerdos de vidas pasadas son los mismos que los que utilizamos para revivir acontecimientos de la primera infancia y la niñez de nuestra vida actual. Intentamos obtener el máximo de detalles posibles de los recuerdos recuperados y después buscamos pruebas independientes que corroboren o refuten su contenido. Por desgracia, en muchas experiencias de vidas pasadas, esta información no es lo bastante concreta para permitir una verificación independiente. En otras ocasiones, la cualidad de la información es adecuada, pero es imposible encontrar fuentes históricas suficientemente concretas y detalladas que permitan el procedimiento de verificación. La mayoría de los recuerdos de vidas pasadas en adultos no permiten el mismo grado de verificación que los recuerdos espontáneos de los niños investigados por Stevenson. Para apreciar el reto que supone este empeño, es importante considerar que incluso nuestros recuerdos de esta vida no siempre permiten efectuar fácilmente una verificación objetiva. Los psicoterapeutas son muy conscientes de los problemas que suscitan los intentos de valorar la veracidad de los recuerdos de la primera infancia y de la niñez recuperados en una terapia verbal o de regresión. Naturalmente, el trabajo de comprobar experiencias de vidas pasadas es incomparablemente más difícil que los esfuerzos similares sobre datos de la vida presente. Incluso aunque estas experiencias contengan detalles muy concretos, lo que no es siempre el caso, es incomparablemente más difícil llegar a tener una evidencia objetiva, puesto que los datos son mucho más antiguos y frecuentemente conciernen a otros países y culturas.

A pesar de todas estas dificultades, en algunos casos muy raros cumplen todos los criterios necesarios. El resultado de una investigación independiente de este tipo puede ser verdaderamente extraordinario. A lo largo de los años he sido capaz de hacer en mi trabajo varias observaciones en las que el contenido de las experiencias de vidas pasadas pudo ser comprobado con un detalle asombroso. En ninguno de estos casos he sido capaz de encontrar una explicación natural a los fenómenos que surgieron. No tengo ninguna duda en mi mente de que la información transmitida por estas experiencias llegó por canales extrasensoriales. También he oído historias similares de otros investigadores.

En mis publicaciones anteriores (Grof 1975, 1988) he descrito dos casos de este tipo. En el primero se trataba de una paciente neurótica que seguía una terapia psicodélica. En cuatro sesiones consecutivas vivió muchos episodios de la vida de un noble checo del siglo XII. Este hombre había sido públicamente ejecutado en la Plaza de la Ciudad Vieja de Praga junto con otros veintiséis aristócratas prominentes. Esta ejecución pública se enmarcaba dentro del esfuerzo de los Habsburgo para quebrantar la moral de los checos después de haber derrotado a su rey en la batalla de la Montaña Blanca. En este caso, el padre de la paciente llevó a cabo sin que ella lo supiera una investigación independiente sobre el árbol genealógico de la familia, que confirmó que eran descendientes de uno de aquellos desventurados hombres.

El segundo caso era el de un hombre que, en una sesión de terapia primal y después en sesiones de respiración holotrópica durante nuestro seminario de un mes de duración en el Instituto Esalen, revivió algunos episodios de la guerra entre Inglaterra y España en el siglo XVI. Estos episodios giraban alrededor de una matanza de soldados españoles llevada a cabo por los británicos en la fortaleza asediada de Dunanoir, en la costa occidental de Irlanda. Durante estas sesiones, él se vio como uno de los sacerdotes que acompañaba a estos soldados y a quien también mataban junto a ellos. En un determinado momento vio en su mano un anillo que tenía un sello con iniciales grabadas y las dibujó.

En su posterior investigación histórica fue capaz de confirmar la veracidad de todo este episodio del que previamente lo ignoraba todo. Uno de los documentos que encontró en los archivos históricos le dio el nombre del sacerdote que había acompañado a los soldados españoles en su expedición militar. Para su sorpresa y la nuestra, las iniciales de este nombre eran idénticas a las que estaban inscritas en el anillo que había visto en su sesión y que había dibujado con todo detalle.

Un aspecto sorprendente de las experiencias de vidas pasadas es su frecuente asociación con sincronías extraordinarias con otras personas y situaciones. Los protagonistas de nuestros recuerdos de vidas pasadas suelen ser personas que tienen una importancia en nuestra vida actual, como padres, hijos o superiores jerárquicos. Parece tener sentido que la experiencia intensa de una vida pasada pueda producir cambios espectaculares en nuestros propios sentimientos y en nuestra conducta hacia la persona que desempeñaba un papel importante en nuestro escenario kármico. Sin embargo, en estas experiencias también suelen darse vínculos sincrónicos, inexplicables y misteriosos, con cambios concretos en las vidas de otras personas a las que hemos identificado como protagonistas de nuestros recuerdos de vidas pasadas. Estas personas podrían estar a cientos o miles de kilómetros de distancia del lugar en que ocurre la experiencia y no tener conocimiento alguno de lo que sucede. A pesar de ello pueden experimentar por su parte, y exactamente en el mismo momento, un espectacular cambio complementario en sus sentimientos y actitud hacia nosotros.

El triángulo kármico

Utilizaré un ejemplo de mi propia vida para ilustrar este singular fenómeno. Durante muchos años he observado una multitud de sucesos similares que implican a otras personas. El episodio que voy a describir sucedió poco después de mi llegada a los Estados Unidos. Cuando emigré a este país en 1967 se produjeron cambios radicales en mi entorno personal, profesional, político y cultural. Yo llegué a Baltimore con unos 25 kilos de equipaje. Aproximadamente la mitad de mi equipaje era la documentación de mi investigación psicodélica en Praga, y el resto eran mis pertenencias personales. Esto es todo lo que quedaba de mi antigua vida en Europa. Para mí era un nuevo comienzo a todos los niveles imaginables. Aunque estaba muy contento de mi equipo de colegas profesionales en Spring Grove, que era muy inspirador, así como con la libertad de expresión que nunca había soñado y con todas las novedades que descubría en el mundo que me rodeaba, no lograba crear un vida personal satisfactoria.

Todas las mujeres de mi esfera social, con la edad adecuada para mí y que compartían mis mismos intereses, parecían estar casadas o comprometidas de algún modo. Era una situación frustrante, puesto que yo estaba en una etapa de la vida en la que sentía una profunda necesidad de tener una pareja. Mis amigos y colegas en Spring Grove parecían incluso más preocupados que yo mismo por aquella situación y se esforzaban por remediarla. Siempre estaban buscando posible parejas para mí y me invitaban una y otra vez a diversos acontecimientos sociales. Todo ello tenía como resultado situaciones un poco frustrantes, y a veces muy extrañas, que no llevaban a ningún lado. Sin embargo, esta situación cambió repentinamente de una forma radical e inesperada.

Una difícil relación de un colega terapeuta llamado Seymour, se había roto abruptamente y mis amigos invitaron a su exnovia Mónica a cenar. Cuando nos encontramos Mónica y yo por primera vez, inmediatamente sentí una fuerte atracción por ella y tuve una sensación de profunda conexión instantánea. No fue difícil para mí enamorarme de ella. Era soltera, guapa, brillante y, como yo, de origen europeo. Su extraordinario encanto, ingenio y facilidad de palabra la hacía rápidamente el centro de atención de cualquier fiesta a la que asistía. En muy poco tiempo me vi tan atraído por aquella relación que me sentía incapaz de ser objetivo y realista respecto a la misma. Yo no veía ningún problema en el hecho de que Mónica fuera bastante más joven que yo. Incluso decidí ignorar el dato de que su infancia había sido extremadamente traumática y una biografía de relaciones tumultuosas que yo debería haber considerado normalmente como signos graves de precaución. Fui capaz de tranquilizarme a mí mismo diciéndome que todo aquello no era más que minucias y que no era nada que no pudiéramos trabajar juntos. Si hubiera podido hacer un análisis racional y frío en estas circunstancias, habría reconocido que había encontrado lo que C. G. Jung llamaba una figura anima. Mónica y yo empezamos a citarnos y mantuvimos una relación apasionada y extraordinariamente tormentosa.

Los estados de ánimo y la conducta de Mónica parecían cambiar de un día a otro, o incluso de una hora a otra. Oleadas de un intenso afecto hacia mí alternaban con momentos de distancia emocional, evasividad y retiradas. La situación parecía complicarse aún más por dos circunstancias no habituales. Desde mi llegada a Baltimore, yo vivía en un apartamento que había sido previamente alquilado por Seymour, el exnovio de Mónica, y en donde Mónica solía visitarle. Ahora estaba acudiendo al mismo apartamento para ver a un hombre diferente. Por añadidura, el hermano de Mónica, Wolfgang, me había odiado desde el primer momento en que nos encontramos. Él y Mónica habían mantenido una relación extraordinariamente intensa que parecía tener claros rasgos incestuosos. Wolfgang se oponía violentamente a mi relación con Mónica y me trataba como un rival.

Yo me esforzaba para que la relación funcionase, pero nada de lo que hacía tenía ninguna influencia en la loca carrera que parecíamos haber emprendido juntos en una especie de tobogán. Tenía la sensación de estar expuesto alternativamente a duchas frías y calientes. Yo encontraba todo aquello muy frustrante, pero, por otro lado, mi atracción por Mónica tenía una magnífica calidad que hacía que fuera incapaz de poner fin a aquella relación confusa e insatisfactoria.

Necesitaba desesperadamente alguna comprensión profunda para la desconcertante dinámica en la que estaba atrapado. Nuestro instituto tenía un programa que ofrecía a los profesionales de la salud mental la oportunidad de participar en tres sesiones psicodélicas y los miembros de nuestro equipo terapéutico teníamos la posibilidad de participar en él. En un intento de alcanzar algún tipo de claridad en mi relación con Mónica, solicité una sesión de LSD, justo cuando nuestras dificultades estaban alcanzando su punto álgido. Lo que sigue es un pasaje de esta sesión, que describe mi primera introducción al mundo de las experiencias de vidas pasadas y a la ley del karma:

En medio de esta sesión, de repente tuve la visión de una roca oscura de forma irregular, que tenía el aspecto de un meteorito gigante y que parecía muy antigua. El cielo se abrió y un rayo de una gran intensidad cayó sobre ella, grabando a fuego sobre su superficie misteriosos símbolos arcanos. Una vez que estos extraños jeroglíficos quedaron grabados en la roca, continuaron quemándose y emitiendo una luz incandescente y cegadora. Aunque yo era incapaz de descifrar los jeroglíficos y de leerlos, sentía que eran sagrados y que de algún modo podía entender el mensaje que estaban transmitiendo. Me revelaban que yo había tenido una larga serie de vidas anteriores a ésta y que, según la ley del karma, era responsable de mis acciones en aquellas vidas, aunque no pudiera recordarlas.

Intenté rechazar la responsabilidad de cosas que no recordaba, pero no era capaz de resistirme a la enorme presión psicológica que me forzaba a rendirme. Al fin, tuve que aceptar lo que con toda claridad era una antigua ley universal frente a la que no existía ningún recurso. Después de haberme rendido, me encontré con Mónica en mis brazos, exactamente lo mismo que recordaba haberla tenido la semana anterior. Íbamos por el aire a través de una especie de foso arquetípico e inmenso y descendíamos lentamente por una gran espiral. Instintivamente sentí que se trataba del Abismo de las Eras y que estábamos retrocediendo en el tiempo.

El descenso duró indefinidamente y parecía que nunca iba a acabar. Al final alcanzamos el fondo del foso. Mónica desapareció de mis brazos y me encontré caminando en la sala de un antiguo palacio egipcio, vestido con ropajes muy lujosos. Alrededor de mí, todas las paredes tenían esculpidos bellos relieves y jeroglíficos. Podía entender su sentido, lo mismo que entendía los mensajes de los anuncios luminosos en Baltimore. Al otro lado de la gran sala vi a un personaje que se acercaba lentamente. Supe que era el hijo de una familia aristocrática egipcia y que el hombre que se me acercaba era mi hermano en aquella vida. Cuando el personaje se acercó, reconocí a Wolfgang. Se detuvo a unos dos metros de mí y me miró con un inmenso odio. Me di cuenta de que en aquella encarnación, Wolfgang, Mónica y yo éramos hermanos. Yo era el hermano mayor y, como tal, me había casado con Mónica y recibido otros muchos privilegios que ese estatus llevaba aparejados. Wolfgang se sentía desposeído, era devorado por unos celos torturantes y sentía hacia mí un intenso odio. Con toda claridad vi que aquella era la base de un patrón kármico destructivo que se repetía a lo largo de los tiempos con muchas variantes.

Me mantuve en la sala frente a Wolfgang y sintiendo su profundo odio hacia mí. Con la intención de resolver aquella dolorosa situación, intenté enviarle un mensaje telepático: «Ignoro la forma que tengo y cómo he llegado aquí. Soy un viajero del tiempo del siglo XX y he tomado una poderosa droga que altera la mente. Soy muy infeliz por la tensión que existe entre nosotros y quiero hacer algo para resolverla». Extendí mis brazos en una posición de apertura y le envié el siguiente mensaje: «Aquí estoy, ¡esto es todo lo que tengo! ¡Por favor, haz lo que necesites hacer para que ambos nos liberemos de este vínculo!, ¡para que ambos quedemos libres!».

A Wolfgang pareció animarle mi oferta y la aceptó. Su odio parecía adoptar la forma de dos intensos rayos de energía que, como si fueran rayos láser de gran potencia, me quemaban el cuerpo y me producían un enorme dolor. Después de lo que me pareció una eternidad de atroz tortura, los rayos perdieron gradualmente su poder hasta desvanecerse por completo. Cuando Wolfgang y la sala desaparecieron, me encontré con Mónica de nuevo en mis brazos.

Esta vez estábamos ascendiendo a través del mismo Abismo de las Eras, avanzando en el tiempo. Las paredes de aquel foso arquetípico se abrieron transformándose en escenas de diferentes períodos históricos, que mostraban a Mónica, a Wolfgang y a mí mismo en muchas vidas anteriores. Todas ellas describían situaciones triangulares muy difíciles y destructivas, en las que nos hacíamos mucho daño mutuo. Parecía que un fuerte viento, una especie de “huracán kármico”, estaba soplando a lo largo de los siglos para disipar el dolor de aquellas situaciones y liberarnos de aquel doloroso vínculo fatal.

Cuando acabó toda esta secuencia y regresé plenamente al presente, me encontraba en un estado de indescriptible felicidad y de arrebato extático. Sentía que aunque no lograra nada más el resto de mis días, mi vida habría sido productiva y lograda. ¡La resolución y la liberación de un poderoso patrón kármico parecía un logro suficiente para toda una vida!

La presencia de Mónica en mi vivencia había sido tan intensa que estaba convencido de que ella también tenía que haber sentido el impacto de lo que me sucedía. Cuando nos encontramos a la semana siguiente, decidí averiguar qué experiencia había tenido la misma tarde de mi sesión. Al principio decidí no comentarle nada sobre ésta, para evitar cualquier posible forma de sugestión. Simplemente le pregunté qué es lo que había hecho entre las 4 y las 4,30 de la tarde, que era el momento en que yo estaba viviendo mi secuencia kármica egipcia durante mi sesión. «Es extraño que me lo preguntes —me respondió—, ¡fue probablemente el peor momento de mi vida!».

Entonces empezó a describirme el violento enfrentamiento que había mantenido con su superior y al que ella puso fin saliendo airadamente de la oficina. Estaba tan segura de haber perdido su empleo y se sentía tan desesperada que acabó ahogando sus penas en alcohol en un bar de los alrededores. En un determinado momento, la puerta del bar se había abierto y ella había percibido que entraba un hombre. Mónica había reconocido a Robert, un hombre con el que había tenido una relación sexual en la época en la que nos conocimos. Robert era muy rico y le había hecho muchos regalos caros, incluidos un automóvil nuevo y un caballo.

Sin que yo lo supiera, Mónica había continuado la relación con él después de que nosotros empezáramos a salir juntos, sin ser capaz de decidirse por uno de los dos. Al ver entrar a Robert en el bar, se había encaminado hacia él para darle un abrazo y un beso, pero él había hecho una maniobra evasiva y un gesto negativo con la mano. Mónica se dio cuenta de que estaba acompañado por una mujer elegante. Para su sorpresa, Robert se la presentó. Resultó ser su esposa. Para Mónica supuso un fuerte choque emocional, puesto que durante toda su relación con Robert éste había fingido ser soltero.

En aquel momento Mónica sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies. Abandonó el bar y corrió hacia su coche, que era el que Robert le había regalado. Bastante bebida y bajo una fuerte lluvia, enfiló la autopista de circunvalación a 160 kilómetros por hora, decidida a acabar con todo. Había sucedido demasiado aquel día y ya nada le importaba. Resultó ser exactamente el mismo instante en el que yo llegaba a la resolución del patrón kármico en mi sesión y la imagen de Mónica había emergido en mi mente. Ella empezó a pensar en mí y en nuestra relación. Al darse cuenta de que todavía tenía a alguien en su vida en quien podía confiar, se calmó. Lentamente redujo la velocidad, salió de la autopista de circunvalación y se detuvo en la cuneta. Cuando estuvo suficientemente sobria para poder conducir con seguridad, regresó a su casa y se fue a dormir.

El día después de esta conversación con Mónica recibí una llamada de teléfono de Wolfgang, pidiéndome una cita. Esto era absolutamente inesperado y sorprendente, puesto que Wolfgang nunca me había llamado antes y mucho menos me había pedido una cita. Cuando llegué, me dijo que venía a verme por un asunto íntimo y muy incómodo. Era un problema que en psicoanálisis se llama el complejo de la prostituta y la Virgen. Él estaba manteniendo algunas relaciones sexuales superficiales, algunas de una sola noche, y nunca había tenido ningún problema de erección. En aquellos momentos sentía que había encontrado a la mujer de sus sueños y por primera vez en su vida estaba profundamente enamorado. Sin embargo, era incapaz de tener una relación sexual y ya había vivido algunos dolorosos y repetidos fracasos.

Wolfgang estaba desesperado y asustado ante la posibilidad de poder perder su relación si no hacía algo sobre su impotencia. Me dijo que estaba muy incómodo de hablar de su problema con un extraño. Había pensado en hablar del tema conmigo días antes, pero había rechazado la idea porque sentía fuertes sentimientos negativos contra mí. En algún momento, su actitud hacia mí había cambiado radicalmente, de repente. Su odio se había disuelto como por arte de magia y había decidido llamarme. Cuando le pregunté cuándo había sucedido aquello, descubrí que coincidía exactamente con el momento en que yo acababa de revivir el episodio egipcio.

Pocas semanas después encontré la pieza que faltaba a la historia egipcia. Hice una sesión hipnótica con Pauline McCririck, una psicoanalista londinense. Lo que sigue es un pasaje de mi descripción de aquella experiencia.

Estaba tumbado en la arena de un desierto abrasado por el sol. Sentía un terrible dolor en el vientre y todo mi cuerpo era sacudido por espasmos. Sabía que había sido envenenado y que iba a morirme. Del contexto deducía que las únicas personas que habían podido envenenarme eran Mónica y su amante. Según la ley egipcia, ella tenía que casarse conmigo por ser su hermano mayor, pero su afecto pertenecía a otro hombre. Yo había descubierto su aventura amorosa y había intentado impedir su relación. El darme cuenta de que yo había sido traicionado y envenenado me cegaba de cólera. Estaba muriendo solo en el desierto con todo mi ser lleno de odio.

Volver a vivir esta situación me aportó otra comprensión profunda e interesante. Me parecía recordar que, en esta vida egipcia, participaba activamente en los misterios de Isis y Osiris y sabía sus secretos. Sentía que el veneno y el odio intoxicaban mi mente y oscurecían todo lo demás, incluido este conocimiento. Esto impedía que pudiera aprovecharme de las enseñanzas secretas en el momento de mi muerte. Por la misma razón, mi conexión con este conocimiento arcano había sido brutalmente cortada.

De repente vi que gran parte de mi vida actual había sido dedicada a una incesante búsqueda de aquellas enseñanzas perdidas. Recordé la excitación que había sentido cada vez que había logrado alguna información directa o indirectamente relacionada con este campo. A la luz de esta comprensión profunda, mi trabajo con las sustancias psicodélicas en torno a la muerte y al renacimiento psicoespiritual parecían ser un redescubrimiento y una reformulación actual de los procesos que componían los antiguos misterios.

En una meditación posterior fui inesperadamente desbordado por una sucesión rápida de imágenes que representaban momentos estelares de mis experiencias con Mónica y Wolfgang, algunas de ellas de la vida real y otras de mis sesiones. La intensidad y la velocidad de esta revisión aumentaron rápidamente hasta alcanzar un clímax explosivo. En un instante sentí una profunda sensación de paz y de haber llegado al final. Supe que el patrón kármico había sido ya plenamente resuelto. Mi amistad con Mónica continuó durante toda mi estancia en Baltimore. La tensión y el caos desaparecieron de nuestras relaciones y ninguno de los dos sentimos ya en aquella época ninguna compulsión para continuar una relación íntima. Ambos entendimos que no teníamos que formar una pareja en nuestra vida actual.

Renacimiento y karma en el budismo tibetano

Existe otra pieza interesante del rompecabezas del renacimiento. Es la información que poseemos sobre ciertas técnicas y prácticas tibetanas relativas al grado en el que es posible influir realmente sobre el proceso de muerte y renacimiento. Los textos tibetanos describen que determinados maestros espirituales con un elevado grado de desarrollo interior son capaces de decidir el momento de su muerte y predecir o escoger el lugar y el momento de su próximo renacimiento. Otros han desarrollado la capacidad de mantener la continuidad de conciencia durante su paso a través de los bardos, estados intermedios entre la muerte y el renacimiento siguiente.

A la inversa, según estos informes, los monjes tibetanos realizados pueden utilizar ciertas claves específicas, recibidas en sueños y meditaciones, así como diversas señales de buen augurio, para localizar e identificar al niño que es la reencarnación de un tulku o un Dalai Lama. Más adelante se encuentra al niño, se le lleva al monasterio y se le somete a una serie de pruebas consistentes en identificar correctamente una serie de objetos similares a aquéllos que pertenecieron al fallecido. Algunos aspectos de esta práctica podrían someterse, al menos teóricamente, a comprobaciones rigurosas según las pautas de investigación occidental.

La reencarnación: ¿hecho o ficción?

Ahora podemos resumir las pruebas objetivas que constituyen la base de la “creencia” extendida en la reencarnación y en el karma. En realidad el término creencia es inapropiado cuando se aplica a este campo. Propiamente entendido, es más bien un sistema teórico de pensamiento, un marco conceptual que intenta proporcionar una explicación a un gran número de experiencias y observaciones poco habituales. En los estados holotrópicos, ya sean espontáneos o inducidos, no sólo es posible, sino muy común experimentar episodios de vidas de personas en diversos períodos históricos y en diferentes países del mundo. Cuando tenemos la experiencia de estas secuencias, nos sentimos completamente identificados con dichas personas. Además, tenemos la convicción de que realmente alguna vez fuimos esas personas y de que hemos vivido su vida. Estas experiencias suelen ser muy vívidas y en ellas intervienen todos nuestros sentidos.

En lo que se refiere a su contenido, las experiencias de vidas pasadas trascienden las fronteras raciales y culturales, y pueden tener lugar en cualquier país del mundo y en cualquier período de la historia de la humanidad o de la prehistoria. Frecuentemente proporcionan una información detallada sobre los países, culturas y épocas históricas implicadas. En muchos casos, esta información supera de lejos el conocimiento previo que teníamos de estas materias y nuestra formación cultural general. En ocasiones, las secuencias de vidas pasadas pueden tener como protagonistas a animales. Por ejemplo, podemos vivir una situación en la que nos mata un tigre o somos aplastados por un elefante. Con los años, también he sido testigo de algunas experiencias de vidas pasadas que sólo tienen un protagonista, como episodios en el que quienes los vivían morían en un alud o eran aplastados por un árbol caído. El potencial terapéutico de las experiencias de vidas pasadas y las sincronías asociadas con ellas constituyen extraordinarios rasgos adicionales de estos fenómenos. Éstos son los hechos que tenemos que conocer antes de intentar emitir un juicio sobre la “creencia” en la reencarnación y en el karma.

Estas características extraordinarias de experiencias de vidas pasadas han sido repetidamente confirmadas por observadores independientes. Sin embargo, todos estos hechos impresionantes no constituyen necesariamente una “prueba” definitiva de que sobrevivamos a la muerte y renazcamos como la misma unidad separada de conciencia, o como la misma alma individual. Esta conclusión sólo es una de las interpretaciones posibles de las pruebas existentes. Ésta es esencialmente la misma situación con la que nos encontramos en la ciencia, en donde disponemos de ciertos hechos de observación y buscamos una teoría que pueda explicarlos y situarlos en un marco conceptual coherente.

Una de las normas esenciales de la filosofía moderna de la ciencia consiste en que una teoría nunca debe ser confundida con la realidad que describe. La historia de la ciencia demuestra claramente que siempre existe más de una forma de interpretar los datos disponibles. En el estudio de los fenómenos de vidas pasadas, como en cualquier campo de investigación, tenemos que separar los hechos observados de las teorías que intentan darle un sentido. Por ejemplo, la caída de los objetos es un hecho observado, mientras que las teorías que intentan explicar por qué sucede han cambiado varias veces a lo largo de la historia y, sin duda, volverán a cambiar de nuevo.

La existencia de experiencias de vidas pasadas con todas sus características extraordinarias es un hecho incuestionable que puede ser verificado por cualquier investigador serio suficientemente imparcial e interesado en comprobar las pruebas existentes. También es obvio que no existe ninguna explicación plausible para estos fenómenos dentro del marco conceptual de la corriente dominante de la psiquiatría y de la psicología. Por otra parte, la interpretación de los datos existentes es un asunto mucho más complejo y difícil. La comprensión popular de la reencarnación como un ciclo repetido de vida, muerte y renacimiento del mismo individuo es una conclusión razonable a partir de las pruebas disponibles. Sin duda, es muy superior a la actitud de los psicólogos y de los psiquiatras tradicionales, que ignoran todas las pruebas disponibles y se adhieren rígidamente a las formas establecidas de pensamiento. Sin embargo, no es difícil imaginar algunas interpretaciones alternativas de los mismos datos. Naturalmente, ninguna de estas explicaciones es congruente con el paradigma materialista.

Al menos dos alternativas de este tipo pueden encontrarse ya en los textos espirituales. En la tradición hindú, la creencia en la reencarnación de individuos separados se considera una comprensión popular e inculta de la reencarnación. En última instancia, sólo existe un ser que tenga verdadera existencia y que es Brahman, o el mismo principio creador. Todos los individuos separados en todas las dimensiones de la existencia son simplemente productos de infinitas metamorfosis de esta única e inmensa entidad. Puesto que todas las divisiones y límites del universo son ilusorios y arbitrarios, sólo Brahman se encarna realmente. Todos los protagonistas de la obra divina de la existencia son diferentes aspectos de este Uno. Cuando alcanzamos este conocimiento esencial, somos capaces de ver que nuestras experiencias de encarnaciones pasadas representan simplemente otro nivel de ilusión o mâyâ. Considerar esas vidas como “vidas nuestras” exige percibir los actores del drama kármico como individuos separados y refleja la ignorancia sobre la unidad fundamental de todas las cosas.

En su libro Life Cycles, Christopher Bache (1990) expone otro concepto interesante de la reencarnación que se encuentra en los libros de Jane Roberts (1973) y en las obras de otros autores. En este concepto, el énfasis no se pone ni en la unidad de conciencia ni en Dios, sino en la Supraalma, entidad que se halla entre los dos. Si el término alma se refiere a la conciencia que recoge e integra las experiencias de una encarnación individual, la Supraalma o Alma es el nombre que se da a la conciencia más amplia que recoge e integra las experiencias de muchas encarnaciones. Según este punto de vista, es la Supraalma la que se encarna y no la unidad individual de conciencia.

Bache señala que si somos extensiones de nuestras vidas anteriores, es obvio que no somos la suma de todas las experiencias que han contenido. El propósito que tiene la Supraalma para encarnarse es recoger experiencias concretas. Una implicación plena en una vida concreta exige cortar la conexión con la Supraalma y asumir una identidad personal diferenciada. En el momento de la muerte, el individuo separado se disuelve en la Supraalma, dejando sólo un mosaico de experiencias problemáticas no asimiladas. Éstas quedan entonces asignadas a la vida de otros seres encarnados en un proceso que puede compararse a dar una mano de cartas en un juego de baraja.

En este modelo no existe una verdadera continuidad entre las vidas de los individuos que se encarnan en épocas diferentes. Al vivir partes no asimiladas de otras vidas, no estamos afrontando un karma personal nuestro, sino clarificando en realidad el campo de la Supraalma. La imagen que Bache utiliza para ilustrar la relación entre el alma individual y la Supraalma es la de una concha de nautilus. En ella, cada compartimiento es una unidad separada y refleja un determinado período de la vida del molusco, pero también se halla integrada en una totalidad más amplia.

Hasta aquí hemos expuesto tres formas diferentes de interpretar las observaciones que se han hecho sobre los fenómenos de vidas pasadas. Las unidades encarnadas serían respectivamente la unidad individual de conciencia, la Conciencia Absoluta y la Supraalma. Sin embargo, no hemos agotado todas las posibilidades de explicaciones alternativas que pueden intervenir para explicar los hechos observados. Como la naturaleza de las fronteras del universo es arbitraria, podríamos fácilmente definir como principio encarnado una unidad más amplia que la Supraalma, por ejemplo, el campo de conciencia de toda la especie humana o de todas las formas de vida.

También podríamos llevar nuestro análisis un paso más allá y explorar los factores que determinan la elección concreta de las experiencias kármicas que se asignan a la unidad de conciencia que se está encarnando. Por ejemplo, algunas personas con las que he trabajado han tenido comprensiones profundas muy convincentes de que un importante factor en la selección del proceso podría ser la relación entre los patrones kármicos, por un lado, y el lugar y la época de una encarnación concreta, con sus coordenadas astrológicas particulares, por otro. Este concepto concuerda en general con las observaciones llevadas a cabo en las sesiones psicodélicas, la respiración holotrópica y los episodios espontáneos de crisis psicoespirituales. Dichas observaciones indican que en todas estas situaciones el contenido y el momento de los estados no ordinarios de conciencia tienen una estrecha relación con los tránsitos planetarios (Tarnas, obra de próxima aparición).

Las experiencias holotrópicas y su influencia en nuestro sistema de creencias

Para tener una perspectiva más amplia sobre el tema de la reencarnación, investigaremos los cambios que se producen en nuestras creencias a lo largo de un trabajo interno y sistemático con estados holotrópicos. Nuestra creencia o incredulidad en la reencarnación, así como nuestra comprensión de lo que pudiera sobrevivir a la muerte, refleja la naturaleza y el nivel de las experiencias que hemos tenido. Una persona media perteneciente a la civilización industrial occidental cree ser su cuerpo físico. Esto limita claramente la existencia individual a un espacio de vida que abarca desde la concepción hasta el momento de la muerte. Como ya hemos visto, este concepto de “un solo reloj biológico” se halla en conflicto con la perspectiva de muchos otros grupos a lo largo de la historia. En nuestra cultura es una visión totalmente asumida por una curiosa alianza entre la ciencia materialista y las iglesias cristianas. El problema de la reencarnación es uno de los raros campos en los que estas instituciones alcanzan un acuerdo total.

Las experiencias personales de recuerdo de vidas pasadas que encontramos en la meditación, en la psicoterapia vivencial, en sesiones psicodélicas o en “casos de urgencia espiritual”, pueden ser extremadamente auténticas y convincentes. Pueden producir un cambio drástico en nuestra visión del mundo y abrirnos al concepto de la reencarnación, no como creencia, sino como una realidad existencial. En consecuencia, el énfasis de nuestra introspección tiende a cambiar considerablemente. Antes, tal vez habíamos creído que era de importancia fundamental esforzarnos por descubrir los traumas de nuestra niñez, de nuestra primera infancia y del nacimiento, porque nos habíamos dado cuenta de que eran una fuente de dificultades en nuestra vida actual. Tras el descubrimiento de la existencia de la esfera kármica, estamos más interesados en alcanzar una liberación de los patrones kármicos traumáticos, porque no sólo pueden contaminar una vida, sino también otras muchas consecutivas.

En esta fase, a menudo seguimos teniendo experiencias adicionales de vidas pasadas que pueden ser muy ricas en detalles precisos y estar asociadas con sincronías extraordinarias. Así pues, continuamos obteniendo pruebas convincentes de la realidad y autenticidad de esta forma de entender la existencia. Ya no pensamos en nosotros como los “egos encapsulados en la piel” de Alan Watts. En lugar de identificarnos con un individuo concreto que vive desde la concepción a la muerte, ahora poseemos un concepto más amplio de quiénes somos.

Nuestra nueva identidad es la de un ser cuya existencia se extiende a lo largo de muchas vidas; algunas ya han pasado, y otras nos esperan en el futuro. Para vemos de esta forma, tenemos que trascender nuestra experiencia previa de que nuestro espacio de vida está temporalmente limitado al período comprendido entre la concepción y la muerte. Al mismo tiempo, tenemos que continuar creyendo en la naturaleza absoluta de las fronteras espaciales que nos separan de otras personas y del resto del mundo. Pensamos en nosotros mismos como cadenas de vida que empiezan y acaban, considerando nuestros patrones kármicos de la misma forma. Si continuamos nuestro viaje interior, posteriores experiencias holotrópicas pueden mostrarnos que incluso las fronteras espaciales son en última instancia ilusorias y es posible disolverlas. Esto crea una perspectiva totalmente nueva del problema de la reencarnación. Ahora hemos trascendido el concepto de karma, tal como suele entenderse, porque hemos alcanzado un nivel en el que ya no existen individuos separados. La existencia de personajes diferenciados es un requisito necesario para cualquier integración kármica. En este punto nos identificamos con el campo unificado de energía creativa-cósmica y con la Conciencia Absoluta. Desde esta perspectiva, los dramas de vidas pasadas representan simplemente otro nivel de ilusión, el juego de maya. Entonces se vuelve obvio que todas las vidas tienen de hecho un solo protagonista y que, en definitiva, todas están vacías de sustancia.

Ahora ya no creemos en el karma, sin duda no del mismo modo en que lo hacíamos antes. Esta forma de incredulidad es de un orden totalmente diferente a la del escéptico y a la del ateo materialista. Aún recordamos la época en que vivíamos en un estado totalmente limitado de conciencia y rechazábamos la idea de la reencarnación como esencialmente ridícula y absurda. También somos conscientes del hecho de que experiencias intensas y convincentes pueden dirigimos hacia un nivel de conciencia en el que la reencarnación no es un concepto sino una realidad vivida. Y sabemos que incluso esta fase puede trascenderse cuando nuestro proceso de indagación interna nos enfrenta a experiencias que nos hacen entender la relatividad de todas las fronteras y la vacuidad fundamental de todas las formas.

Ni la negación categórica de la posibilidad de la reencarnación, ni la creencia en su existencia objetiva son verdad en un sentido absoluto. Los tres enfoques mencionados a este problema son existencialmente muy reales y cada uno de ellos refleja un cierto nivel de comprensión profunda del orden universal de las cosas. En última instancia, sólo la existencia del mismo principio creador es real. Tanto el mundo en el que la reencarnación parece imposible como el mundo en el que parece ser un hecho innegable son realidades virtuales creadas por una orquestación de experiencias. Por esta razón, el juego cósmico puede incluir guiones que, desde nuestra perspectiva cotidiana limitada, pueden parecer incompatibles y en conflicto entre sí. En la Mente Universal y en su obra divina pueden coexistir sin ningún problema.