7. Nacimiento, sexo y muerte: la conexión cósmica

La muerte limita con nuestro nacimiento, y nuestra cuna se halla ya en la tumba.

JOSEPH HALL

El hombre se pone totalmente a nivel del animal si busca gratificar únicamente la concupiscencia, pero eleva su posición superior cuando, doblegando el deseo animal, combina con las funciones sexuales las ideas de mortalidad, de lo sublime y de lo bello.

BARÓN RICHARD VON KRAFFT-EBING

Relaciones íntimas entre nacimiento, sexo y muerte

En el capítulo que explora las formas de reunión con la fuente cósmica mencioné brevemente tres aspectos de la vida humana que tienen una conexión particularmente estrecha con el dominio transpersonal: el nacimiento, el sexo y la muerte. Como vimos, los tres suponen puertas importantes hacia la trascendencia y oportunidades únicas para volverse a unir con la dimensión cósmica. Esto es así tanto si nuestro encuentro con una de estas zonas se produce de una forma simbólica en el proceso de profunda autoexploración vivencial, como si se produce en situaciones de la vida cotidiana.

Las mujeres que dan a luz y las personas que participan en el parto como asistentes u observadores pueden tener una poderosa experiencia de apertura espiritual. Esto sucede especialmente si el parto no se lleva a cabo en el contexto deshumanizado de un hospital, sino en circunstancias en las que es posible experimentar plenamente su impacto psicológico y espiritual. Igualmente, rozar personalmente la muerte o pasar un tiempo próximos a personas a punto de morir puede ser un poderoso catalizador de experiencias místicas. Y hacer el amor con una pareja compatible puede ser un acontecimiento profundamente espiritual y, en ocasiones, puede incluso ser el desencadenante de un proceso duradero de evolución de la conciencia. La estrecha relación entre sexualidad y espiritualidad es la base de las prácticas orientales tántricas.

Además de su íntima relación con la espiritualidad, el nacimiento, el sexo y la muerte, también revelan un solapamiento vivencial entre sí. Para muchas mujeres, un parto sin complicaciones y en condiciones favorables puede ser la experiencia sexual más fuerte de su vida. A la inversa, un intenso orgasmo sexual, tanto de la mujer como del hombre, puede a veces adoptar la forma de un renacimiento psicoespiritual. También el orgasmo puede ser tan abrumador que puede experimentarse subjetivamente como un morir. La conexión entre orgasmo sexual y muerte se refleja en francés cuando se refiere a él como “pequeña muerte” (la petite mort). Y la muerte, especialmente si está unida a la asfixia, tiene un fuerte componente sexual.

Igualmente íntima es la relación entre el nacimiento y la muerte. En los estados avanzados de embarazo, muchas mujeres tienen sueños que contienen temas de muerte y destrucción. El parto es un acontecimiento que amenaza potencialmente la vida de la madre, así como la del niño. Dar a luz puede conllevar un intenso miedo a morir, incluso cuando no existe ninguna dificultad concreta ni peligro real para la vida. Lo contrario también es verdad; las experiencias cercanas a la muerte tienen ciertos elementos comunes con el nacimiento, particularmente la sensación frecuente de pasar a través de un túnel o canal y emerger a la luz.

En el trabajo con estados holotrópicos podemos alcanzar comprensiones profundas de la naturaleza de estas conexiones vivenciales entre el nacimiento, el sexo y la muerte. En la psique inconsciente, estas tres esferas cruciales de nuestra vida están tan íntimamente relacionadas y entretejidas que es imposible experimentar una sin tocar las otras dos. Esto puede parecer sorprendente, porque en nuestra vida cotidiana solemos pensar que estas tres esferas están separadas y hablamos de ellas en diferentes contextos. El nacimiento es algo que marca el principio de nuestra vida y que implica la venida de un bebé. La muerte, a menos que sea consecuencia de una enfermedad grave o de un accidente, se asocia con la vejez y, por tanto, con la etapa final de nuestra vida. La sexualidad, en el pleno sentido de la palabra, pertenece a un período intermedio de nuestra vida caracterizado por la madurez física.

Nacimiento, sexo y muerte en los procesos perinatales

Esta visión convencional de la relación entre nacimiento, sexo y muerte experimenta profundos cambios cuando nuestro proceso de introspección profunda y vivencial atraviesa el nivel de los recuerdos de la infancia y de la primera infancia y retrocede hasta el nacimiento, al ámbito perinatal de la psique. Empezamos descubriendo emociones y sensaciones físicas de una extrema intensidad, que a menudo superan cualquier cosa que hubiéramos podido prever como humanamente posible. En este punto, las experiencias se convierten en una extraña mezcla de sensaciones e imágenes relacionadas con el nacimiento y la muerte. Implican una sensación de grave confinamiento amenazador para la vida y de lucha desesperada y decidida a liberarnos y sobrevivir. Esta relación íntima entre nacimiento y muerte en el nivel perinatal refleja el hecho de que el nacimiento es un acontecimiento potencialmente amenazador para la vida. El niño y la madre pueden perder realmente su vida durante este proceso y los bebés pueden nacer completamente azules a causa de la asfixia o casi muertos y necesitar ser revividos.

El revivir diversos aspectos del nacimiento biológico puede ser algo muy auténtico, que no deja lugar a dudas y que a menudo reproduce dicho proceso con un detalle casi fotográfico. Esto puede acontecer incluso a personas que no tienen información sobre los detalles de su nacimiento y que carecen de cualquier conocimiento elemental de obstetricia. Así, por ejemplo, podemos descubrir por medio de la experiencia directa que el parto fue difícil, que se utilizó el fórceps o que nacimos con el cordón umbilical alrededor del cuello. Podemos sentir la ansiedad, la furia biológica, el dolor físico y la asfixia que acompañan a este acontecimiento aterrador, e incluso reconocer con exactitud el tipo de anestesia utilizada cuando nacimos. Con frecuencia todo esto se ve complementado por diversas posturas y movimientos de la cabeza y del cuerpo que recrean con precisión los mecanismos de un tipo concreto de parto. Todos estos detalles pueden ser confirmados si podemos disponer de registros completos del nacimiento o de testigos personales de confianza.

La fuerte representación del nacimiento y de la muerte en nuestra psique y la asociación cercana entre sí puede sorprender a los psicólogos y psiquiatras tradicionales, pero es realmente lógica y fácilmente comprensible. El parto termina brutalmente con la existencia intrauterina del feto. Éste “muere” como organismo acuático y nace como forma de vida que respira aire y que es fisiológica e incluso anatómicamente diferente. Y el paso a través del canal del parto es en sí mismo una situación difícil y potencialmente amenazadora para la vida.

No es fácil entender por qué la dinámica perinatal incluye también de ordinario un componente sexual y, sin embargo, cuando estamos reviviendo las fases finales del nacimiento como feto, éstas suelen ir asociadas con un impulso sexual extraordinariamente intenso. Lo mismo puede decirse para las mujeres parturientas, que pueden experimentar una mezcla de miedo a la muerte y una intensa excitación sexual. Esta conexión parece extraña y desconcertante, particularmente en lo que se refiere al feto, y sin duda merece algunas palabras para explicarla.

Parece existir un mecanismo en el organismo humano que transforma el sufrimiento extremo, especialmente cuando se halla asociado con la asfixia, en una forma concreta de excitación sexual. Esta conexión vivencial puede observarse en una variedad de situaciones diferentes a la del nacimiento. Las personas que han intentado ahorcarse y fueron rescatadas en el último momento describen generalmente que, en el momento máximo de asfixia, sintieron una excitación sexual casi insoportable. Se sabe que los hombres ejecutados en la horca suelen tener una erección e incluso eyacular. Los textos escritos sobre la tortura y el lavado de cerebro describen que el sufrimiento físico inhumano a veces desencadena estados de éxtasis sexual. En una forma menos extrema, este mecanismo funciona en diversas prácticas sadomasoquistas que incluyen la estrangulación y la asfixia. En las sectas de flagelantes, que practican regularmente la tortura autoinfligida, y en los mártires religiosos sometidos a tormentos inimaginables, el dolor físico extremo cambia en un determinado punto, se convierte en una excitación sexual y posteriormente deriva hacia el rapto extático y las experiencias trascendentes.

Dinámica y simbolismo de las matrices perinatales básicas (MPB)

Hasta aquí nos hemos centrado principalmente en los aspectos emocionales y físicos de las experiencias del nacimiento. Sin embargo, el espectro vivencial del ámbito perinatal del inconsciente no se limita a elementos derivados de los procesos biológicos implicados en el nacimiento; también incluye un rico simbolismo de imágenes extraído de los dominios transpersonales. El dominio perinatal es una importante fase de conexión entre los niveles biográficos y transpersonales de la psique. De hecho, es una puerta a los aspectos históricos y arquetípicos del inconsciente colectivo en el sentido jungiano. Puesto que el simbolismo específico de estas experiencias tiene su origen en el inconsciente colectivo, y no en los bancos individuales de la memoria, puede proceder de cualquier contexto geográfico e histórico, así como de cualquier tradición espiritual del mundo, con total independencia de nuestro pasado y contexto racial, cultural, educativo o religioso.

La identificación con el bebé que se enfrenta al sufrimiento del paso a través del canal del parto parece proporcionar un acceso a vivir las experiencias de personas de otros tiempos y culturas, de diversos animales e incluso de figuras mitológicas. Es como si al conectar con la experiencia del feto que lucha por nacer, se alcanzase una conexión íntima, casi mística, con la conciencia de la especie humana y con otros seres vivos que se hallan o se han hallado en una situación difícil similar.

La confrontación vivencial con el nacimiento y la muerte parece derivar automáticamente en una apertura espiritual y en un descubrimiento de las dimensiones místicas de la psique y de la existencia. Como ya mencioné, no parece que haya ninguna diferencia por el hecho de que este encuentro entre el nacimiento y la muerte se produzca en situaciones de la vida real, en mujeres parturientas y en el contexto de experiencias cercanas a la muerte o si es puramente simbólico. Las intensas secuencias perinatales de las sesiones psicodélicas y holotrópicas, o las desencadenadas en el curso de crisis psicoespirituales espontáneas (casos de emergencia espiritual) parecen tener el mismo efecto.

El nacimiento biológico tiene tres fases distintas. En la primera, el feto está sometido periódicamente a contracciones uterinas sin tener ninguna posibilidad de escapar a esta situación, puesto que el cuello del útero está firmemente cerrado. Continuas contracciones tiran de la cabeza del feto hacia el cuello del útero, hasta que éste se halla suficientemente dilatado como para permitir el paso a través del canal del nacimiento. La plena dilatación del cuello del útero marca la transición de la primera a la segunda fase del parto, que se caracteriza por el descenso de la cabeza a la pelvis y su gradual y difícil propulsión a través del canal del parto. Y, por último, en la tercera fase, el recién nacido emerge del canal del parto y, tras ser cortado el cordón umbilical, se convierte en un organismo anatómicamente independiente.

En cada una de estas fases, el bebé experimenta una serie concreta y típica de emociones intensas y sensaciones físicas. Estas experiencias dejan profundas huellas inconscientes en la psique que más tarde desempeñan un importante papel en la vida de la persona. Reforzados por experiencias emocionalmente importantes de la primera infancia y de la niñez, los recuerdos del nacimiento pueden conformar la percepción del mundo, influir profundamente en el comportamiento cotidiano y contribuir al desarrollo de diversos trastornos emocionales y psicosomáticos. En los estados holotrópicos, este material inconsciente puede aflorar a la superficie y ser vivido plenamente. Cuando nuestro proceso de introspección profunda nos hace retroceder hasta el nacimiento, descubrimos que revivir cada fase del parto está asociado con un patrón vivencial distinto, caracterizado por una combinación concreta de emociones, sensaciones físicas e imágenes simbólicas. Denomino a estos patrones de experiencia matrices perinatales básicas (MPB).

La primera matriz perinatal básica (MPB I)

La primera matriz perinatal (MPB I) se halla relacionada con la experiencia intrauterina inmediatamente anterior al nacimiento, y las restantes matrices (MPB II a MPB IV) a las tres fases clínicas del parto antes descritas. Además de contener elementos que suponen una reproducción de la situación original del feto en una fase particular del nacimiento, las matrices perinatales básicas también incluyen diversas escenas naturales, históricas y mitológicas con cualidades de vivencias similares extraídas de los dominios transpersonales. A continuación esbozaré brevemente las condiciones específicas entre la dinámica perinatal y el dominio transpersonal.

Me gustaría recalcar que las conexiones entre las experiencias de las etapas consecutivas del nacimiento biológico y las diversas imágenes simbólicas asociadas con ellas son muy concretas y coherentes. La razón de que emerjan juntas no es comprensible si se utiliza la lógica convencional. Sin embargo, esto no significa que estas asociaciones sean arbitrarias y al azar. Poseen su propio orden profundo que pueden describirse como “lógica vivencial”. Esto significa que la conexión entre las experiencias características de diversas etapas del nacimiento y los temas simbólicos concomitantes no se basan en alguna similitud formal externa, sino en el hecho de que comparten las mismas emociones y las mismas sensaciones físicas.

Cuando se experimentan los episodios de la existencia embrional sin perturbaciones (MPB I), con frecuencia encontramos imágenes de vastas regiones sin fronteras ni límites. A veces nos identificamos con galaxias, con el espacio interestelar o con todo el cosmos; en otras ocasiones tenemos la experiencia de flotar en el océano o de convertirnos en animales acuáticos, como peces, delfines o ballenas. La experiencia intrauterina no perturbada también puede abrirnos a visiones de una naturaleza segura, hermosa e incondicionalmente nutritiva, como un buen útero (la Madre Naturaleza). Podemos ver lujuriosos jardines, campos de maíz maduro, terrazas agrícolas en los Andes o islas de la Polinesia en su estado natural. La experiencia del buen útero también puede facilitar el acceso selectivo al dominio arquetípico del inconsciente colectivo y abrirnos a imágenes de paraísos o cielos tal como lo describen las mitologías de diferentes culturas.

Cuando estamos reviviendo episodios de perturbaciones intrauterinas o experiencias de “mal útero”, tenemos una sensación de amenaza oscura y ominosa, y a menudo sentimos que estamos siendo envenenados. Podemos ver imágenes que describen aguas contaminadas y vertederos tóxicos. Esto refleja el hecho de que muchas perturbaciones prenatales son producidas por cambios tóxicos en el cuerpo de la madre embarazada. La experiencia del útero tóxico puede asociarse con visiones de figuras diabólicas terroríficas procedentes de los ámbitos arquetípicos del inconsciente colectivo. Revivir interferencias más violentas durante la existencia prenatal, como un aborto espontáneo o un intento de aborto, habitualmente se halla conectado con una sensación de amenaza universal o con sangrientas visiones apocalípticas del fin del mundo.

Segunda matriz perinatal básica (MPB II)

Cuando la regresión vivencial alcanza la llegada del nacimiento, es típico que sintamos que estamos siendo succionados por un remolino gigante o tragados por algún animal mítico. También podemos tener la experiencia de que todo el mundo o incluso el cosmos está siendo sepultado. Esto puede asociarse con imágenes de ser devorados por monstruos arquetípicos, como leviatanes, dragones o serpientes, tarántulas o pulpos gigantes. La sensación de esta amenaza abrumadora para la vida puede conducir a una intensa ansiedad y desconfianza general al límite de la paranoia. También podemos tener la experiencia de un descenso a las profundidades del mundo subterráneo, el reino de la muerte o el infierno. Como describió con tanta elocuencia el mitólogo Joseph Campbell, éste es el tema universal en las mitologías del viaje del héroe (Campbell 1968).

Revivir la primera fase plenamente desarrollada del nacimiento biológico, cuando el útero se está contrayendo pero el cuello del útero no está abierto (MPB II), es una de las peores experiencias que el ser humano puede tener. Nos sentimos atrapados en una monstruosa pesadilla claustrofóbica, sufrimos un agónico dolor emocional y físico, y tenemos una sensación de extrema desesperanza e indefensión. Nuestros sentimientos de soledad, de que la vida es absurda y la desesperación existencial pueden alcanzar proporciones metafísicas. Perdemos la conexión con el tiempo lineal y llegamos a convencemos de que esta situación nunca acabará y de que no tiene en absoluto ninguna salida. Sin duda alguna, lo que nos está sucediendo en nuestra mente es lo que las religiones llaman infierno: un insoportable tormento emocional y físico sin ninguna esperanza de redención. Esto puede verse acompañado por imágenes arquetípicas de diablos y paisajes infernales procedentes de diferentes culturas.

Cuando estamos afrontando la oscura situación de falta de salida entre las garras de las contracciones uterinas, podemos conectar vivencialmente con secuencias del inconsciente colectivo que incluyen personas, animales e incluso seres mitológicos que se hallan en una situación similar de dolor e impotencia. Nos identificamos con prisioneros en mazmorras, con reclusos en campos de concentración o en asilos psiquiátricos y con animales atrapados en trampas. Podemos experimentar los intolerables tormentos de los pecadores en el infierno o de Sísifo intentando hacer rodar montaña arriba su roca en el abismo más profundo del Hades. Nuestro dolor puede convertirse en la agonía de Cristo, preguntando a Dios por qué le ha abandonado. Nos parece que en este momento estamos afrontando la perspectiva de una condena eterna. Este estado de oscuridad y de desesperación abismal es conocido en diversos textos espirituales como la «noche oscura del alma». Desde una perspectiva más amplia, y a pesar de los sentimientos de extrema desesperación que entrañan, este estado constituye una fase importante de la apertura espiritual. Si se experimenta en toda su profundidad, puede tener un efecto inmensamente purificador y liberador en aquéllos que lo viven.

Tercera matriz perinatal básica (MPB III)

La experiencia de la segunda fase del nacimiento, la propulsión a través del canal del nacimiento después de haberse abierto el cuello del útero y de que la cabeza haya empezado a descender (MPB III) es extraordinariamente rica y dinámica. Enfrentados a energías que se entrechocan y a las presiones hidráulicas que conlleva el parto, nos vemos desbordados de imágenes del inconsciente colectivo que describen secuencias de batalla titánicas, escenas de violencia y torturas sangrientas. Es también durante esta fase cuando nos vemos enfrentamos a impulsos y energías sexuales de una naturaleza problemática y una intensidad inusual.

Ya he descrito antes que la excitación sexual constituye una parte importante de la experiencia del nacimiento. Esto sitúa nuestro primer encuentro con la sexualidad en un contexto muy precario, en una situación en la que nuestra vida se ve amenazada, en la que sufrimos dolor e infligimos dolor y en la que nos sentimos incapaces de respirar. Al mismo tiempo estamos experimentando una mezcla de ansiedad vital y de furia biológica primitiva, pudiéndose entender ésta última como una comprensible reacción del feto a esta dolorosa experiencia que parece amenazar la vida. En las fases finales del nacimiento también podemos encontrarnos con diversas materias biológicas, como sangre, mucosidad, orina e incluso heces.

A causa de estas conexiones problemáticas, las experiencias e imágenes que encontramos en esta fase suelen presentar el sexo de una forma groseramente distorsionada. La extraña mezcla de excitación sexual y de dolor, agresión, ansiedad vital y materias biológicas nos conducen a secuencias pornográficas, aberrantes, sadomasoquistas, escatológicas e incluso satánicas. Podemos vernos abrumados por escenas dramáticas de abusos sexuales, perversiones, violaciones y asesinatos con motivación erótica.

A veces, estas experiencias pueden adoptar la forma de participación en rituales con brujas y personas satánicas. Esto parece relacionarse con el hecho de que revivir esta etapa del nacimiento implica la misma extraña combinación de emociones, sensaciones y elementos que caracteriza las escenas arquetípicas de las misas negras y de las orgías de brujas (la noche de Walpurgis). Es una mezcla de excitación sexual, ansiedad llena de pánico, agresión, amenaza vital, dolor, sacrificio y encuentro con materias biológicas normalmente repulsivas. Esta peculiar amalgama vivencial está asociada con un sentido de lo sagrado o de lo numinoso que refleja el hecho de que todo esto se está desarrollando en una proximidad cercana a la apertura espiritual.

Esta fase del proceso del nacimiento también puede estar asociada con innumerables imágenes procedentes del inconsciente colectivo que representan escenas de agresiones asesinas, como batallas encarnizadas, revoluciones sangrientas, cruentas carnicerías y genocidios. En todas las escenas violentas y sexuales que encontramos en esta fase, alternamos entre el rol del perpetrador y el de la víctima. Es el período del encuentro principal con el lado oscuro de nuestra personalidad, la Sombra de Jung, que hemos expuesto en el capítulo sobre el bien y el mal. Cuando esta fase perinatal se acerca a su término y resolución, muchas personas ven a Jesús, el vía crucis y la crucifixión, o incluso viven realmente una plena identificación con el sufrimiento de Jesús. El ámbito arquetípico del inconsciente colectivo contribuye a esta fase con figuras mitológicas y heroicas, así como dioses y diosas que representan la muerte y el nacimiento, como el dios egipcio Osiris, o las deidades griegas Dionisos y Perséfone, o la diosa sumeria Innana.

Cuarta matriz perinatal básica (MPB IV)

Revivir la tercera fase del proceso del nacimiento, la emergencia real al mundo (MPB IV), comienza típicamente con el tema del fuego. Tenemos la sensación de que nuestro cuerpo está siendo consumido por un fuego muy vivo, contemplamos visiones de ciudades y bosques ardiendo o nos identificamos con víctimas inmoladas por el fuego. Las versiones arquetípicas de este fuego pueden adoptar la forma de las llamas purificadoras del purgatorio o de la legendaria ave fénix, que muere en su nido que arde y emerge de sus cenizas renacida y rejuvenecida. El fuego purificador parece destruir en nosotros todo lo que está corrompido y nos prepara para el renacimiento espiritual. Cuando revivimos el momento real del nacimiento lo experimentamos como una aniquilación completa y un posterior renacimiento y resurrección.

Para entender por qué vivimos como muerte y renacimiento la experiencia de revivir el nacimiento biológico, hay que darse cuenta de que lo que sucede en nosotros es mucho más que una simple reposición del acontecimiento original de nuestro nacimiento como bebés. Durante el parto estamos completamente confinados en el canal y no tenemos ninguna forma de expresar las emociones y sensaciones extremas que implica. Nuestro recuerdo de este acontecimiento permanece así sin digerirlo ni asimilarlo desde el punto de vista psicológico. Gran parte de nuestro concepto posterior sobre nosotros mismos y de nuestras actitudes hacia el mundo están fuertemente contaminadas por este constante recuerdo profundo de la vulnerabilidad, inadecuación y debilidad que vivimos en el momento de nacer. En cierto sentido nacemos anatómicamente, pero no asimilamos el hecho de que la urgencia y el peligro ya han pasado. La sensación de morir y la agonía que se producen durante la lucha por revivir el nacimiento reflejan el dolor real y la amenaza vital de su proceso biológico en el momento en que se produjo. Sin embargo, la muerte del ego que precede inmediatamente al renacimiento es la muerte de nuestros viejos conceptos sobre quiénes somos y cómo es el mundo, que fueron forjados por la huella que se imprimió en el momento de nuestro nacimiento. A medida que vamos desterrando de nuestra psique y de nuestro cuerpo estos viejos programas dejándolos emerger a la conciencia, vamos reduciendo su carga energética y cortocircuitando su influencia destructiva en nuestra vida. Desde una perspectiva más amplia, este proceso es realmente muy sanador y transformador. Sin embargo, cuando nos acercamos a esta solución final podemos sentir paradójicamente que, a medida que las viejas huellas abandonan nuestro sistema, estamos muriendo con ellas. A veces, no sólo tenemos la sensación de una aniquilación personal, sino también de la destrucción del mundo tal como lo conocemos.

Aunque sólo nos separa un pequeño paso de la experiencia de la liberación radical, tenemos la sensación de una ansiedad omnipresente y de una catástrofe inminente de enormes proporciones. La impresión de una condena a muerte inminente puede ser muy convincente y abrumadora. El sentimiento predominante es que estamos perdiendo todo lo que conocemos y lo que somos. Al mismo tiempo, no tenemos ninguna idea de lo que hay al otro lado o ni siquiera de si existe algo allí. Este miedo es la razón por la que en esta etapa muchas personas se resisten desesperadamente al proceso si pueden. Como consecuencia, pueden permanecer estancados psicológicamente en este territorio problemático por un período indefinido. El encuentro con la muerte del ego es una etapa del camino espiritual en la que podemos necesitar mucho aliento y apoyo psicológico. Cuando logramos superar el miedo metafísico que acompaña a esta importante coyuntura y decidimos dejar que sucedan las cosas, experimentamos una total aniquilación en todos los niveles imaginables. Esto implica la destrucción física, el desastre emocional, la derrota intelectual y filosófica, un verdadero fracaso moral e incluso la condena espiritual. Durante esta experiencia, todos los puntos de referencia, todo lo que es importante y significativo en nuestra vida parece ser despiadadamente destruido.

Inmediatamente después de la experiencia de la aniquilación total —“de tocar fondo cósmico”— somos desbordados por visiones de luz que tienen un brillo y una belleza sobrenaturales y que habitualmente son percibidas como algo sagrado. Esta epifanía divina puede venir acompañada por imágenes de bellos arcos iris, dibujos diáfanos de colas de pavo real y visiones de reinos celestiales con seres angélicos o deidades que aparecen rodeados de luz. Es también el momento en que podemos tener la experiencia de un encuentro profundo con la figura arquetípica de la Gran Diosa Madre o una de sus muchas formas culturales.

La experiencia de la muerte y del renacimiento psicoespiritual constituye un paso fundamental dirigido a debilitar nuestra identificación con el “ego encapsulado en la piel” y volver a conectar con el ámbito de lo trascendente. Entonces nos sentimos redimidos, liberados y bendecidos, y tenemos una nueva toma de conciencia de nuestra naturaleza divina y de nuestro estatus cósmico. Es típico también que experimentemos un fuerte impulso de emociones positivas hacia nosotros mismos, los demás, la naturaleza, dios y la existencia en general. Estamos llenos de optimismo y tenemos una sensación de bienestar físico y emocional.

Es importante recalcar que esta clase de sanación y la experiencia transformadora de vida suceden cuando las etapas finales del nacimiento biológico siguieron un curso más o menos natural. Si el parto fue muy debilitante o confuso por la utilización de una gran cantidad de anestesia, la experiencia del renacimiento no tiene la cualidad de emergencia triunfal hacia la luz. Es más como un despertar y un recuperarse de una resaca con mareo, náuseas y la conciencia nublada. Tal vez se necesite mucho trabajo psicológico adicional y los resultados positivos sean mucho menos espectaculares.

Los procesos perinatales y el inconsciente colectivo

A partir de lo que he descrito, podemos ver que el ámbito perinatal de la psique supone una encrucijada vivencial de importancia fundamental. No sólo es el punto de encuentro de tres aspectos absolutamente cruciales de la existencia biológica humana —nacimiento, sexo y muerte—, sino también la línea divisoria entre la vida y la muerte, el individuo y la especie, y la psique y el espíritu. La experiencia consciente y plena de los contenidos de este ámbito de la psique, junto con una buena integración subsiguiente, puede tener consecuencias de gran alcance y conducir a la apertura espiritual y a una profunda transformación personal.

Las personas suelen comenzar el proceso de autoexploración vivencial intensiva por razones muy personales, ya sea con objetivos terapéuticos o para su propio crecimiento emocional y espiritual. Sin embargo, ciertos aspectos de las experiencias perinatales sugieren claramente que lo que está sucediendo en ellas es un acontecimiento que, por su significado, trasciende de lejos los intereses limitados de la persona que las atraviesa. La intensidad de las emociones y de las sensaciones físicas que implican, así como la frecuente identificación con innumerables personas de otras épocas históricas, proporcionan a estas experiencias una cualidad transpersonal muy clara.

El siguiente pasaje de la descripción de una intensa sesión que conllevó un estado holotrópico de conciencia capta bellamente la naturaleza de las experiencias perinatales, su intensidad y el grado en el que enlazan con el inconsciente colectivo de la humanidad (Bache 1997).

Me pilló por sorpresa lo terriblemente dolorosa que fue aquella sesión. No fue una sesión personal y tenía poco que ver con mi nacimiento biológico. El dolor que estaba experimentando estaba claramente relacionado, en primer lugar, con el nacimiento de la especie y, en segundo lugar, con mi propio nacimiento. Mis límites existenciales se ampliaron hasta incluir toda la raza humana y toda su historia, y este “yo” fue atrapado en un horror que soy incapaz de describir con precisión. Era una locura rabiosa, un campo de caos, dolor y destrucción que surgía vertiginosamente como las imágenes de un caleidoscopio. Era como si toda la raza humana se hubiera reunido desde todos los rincones del globo y se hubiera vuelto loca de atar.

La gente se atacaba entre sí con una virulenta ferocidad, aumentada por una tecnología de ciencia ficción. Había muchas corrientes que se cruzaban y entrecruzaban frente a mí, cada una de ellas compuesta por miles de personas, algunas que mataban de muchas formas, otras que estaban siendo matadas, unas que huían llenas de pánico, otras que eran rodeadas; había algunas que veían todo esto y gritaban de terror y otras que eran testigos mudos con el corazón destrozado por una especie que se había vuelto loca; y “yo” era todas sus experiencias. Es imposible describir la magnitud de las muertes y la locura general. El problema es encontrar un marco de referencia y las únicas categorías que tengo disponibles son aproximaciones simplistas que sólo dan una vaga idea de todo esto.

Esta clase de sufrimiento comprende toda la historia humana. Incluye mundos de horror de la ciencia ficción más salvaje más allá de todo lo imaginable. No sólo incluye a seres humanos, sino también miles de millones de trozos de materia que agonizan en explosiones galácticas. Un horror más allá de todo límite. Es una convulsión de la especie humana, una convulsión de todo el universo. Flotando en medio de todo esto había escenas de sufrimiento trágico causado por la naturaleza y la indiferencia humanas. Miles de niños muriendo de hambre en todo el mundo, con sus cuerpos poseídos por la muerte y sus ojos mirando fijamente sin comprender a la humanidad que les estaba matando por medio de un abuso ecológico sistemático y por culpa de la negligencia humana. Una inmensa cantidad de violencia entre hombres y mujeres —violaciones, palizas, intimidación, venganzas—, ciclos y ciclos de destrucción.

La naturaleza extraordinaria de las experiencias perinatales suscitan algunas cuestiones interesantes e importantes. ¿Cuál es la causa de que en el proceso de profunda introspección alcancemos una fase en la que trascendemos nuestros límites individuales y conectamos con el inconsciente colectivo y la historia de nuestra especie? ¿Por qué esto se halla tan íntimamente conectado con la muerte y con la experiencia de revivir el nacimiento? ¿Cómo y por qué este proceso está tan íntimamente asociado con la sexualidad? ¿Qué papel desempeña la participación frecuente de los elementos arquetípicos en estas experiencias? Y, por último, ¿cuál es la función y el significado de este proceso y cómo se relaciona con la evolución de la espiritualidad y de la conciencia?

Me gustaría referirme aquí al trabajo de Christopher Bache (1996), que ha hecho un intento interesante de clarificar el problema de la presencia del sufrimiento colectivo en el nivel perinatal y el papel del individuo en el despertar espiritual de la especie. Bache ha señalado que la clave para entender los procesos perinatales se halla en el hecho de que su función es la de liberarnos de los límites de la existencia separada no iluminada y despertarnos a la toma de conciencia de nuestra verdadera naturaleza, de nuestra identidad esencial con el principio creador. Lo mismo que el dios romano Jano, el ámbito perinatal tiene una naturaleza dual. Nos mostrará un rostro muy diferente según el ángulo desde el que miremos: si lo contemplamos desde el punto de vista del ego corporal o de nuestro Yo transpersonal.

Considerado desde la perspectiva personal, el ámbito perinatal parece ser el sótano de nuestro inconsciente individual, un depósito de fragmentos no digeridos de aquellas experiencias que desafiaron más seriamente nuestra supervivencia y nuestra integridad corporal. Desde este ángulo percibimos fundamentalmente el proceso perinatal y la violencia que entraña como una amenaza a nuestra existencia individual. Desde una perspectiva transpersonal, la identificación con el ego corporal parece ser el producto de una ignorancia esencial, una ilusión peligrosa responsable del hecho de que vivamos nuestra vida de una forma insatisfactoria, destructiva y autodestructiva. Una vez que entendemos esta verdad fundamental de la existencia, vemos las experiencias perinatales, a pesar de su naturaleza violenta y dolorosa, como intentos radicales y drásticos, pero también amorosos, de liberarnos espiritualmente mediante la demolición de la prisión de nuestra falsa identidad. No estamos siendo aniquilados, sino que se nos está haciendo nacer a una realidad superior en la que volvemos a conectar con nuestra verdadera naturaleza.

Transformación individual y sanación de la conciencia de la especie

A partir de la práctica de la terapia vivencial sabemos que es posible limpiar de nuestro inconsciente los recuerdos no digeridos de dolor físico y emocional de nuestra primera infancia, nuestra niñez y la vida posterior, reviviéndolos plenamente. Esto, y las experiencias positivas posteriores que se hacen accesibles en este proceso, nos liberan de la influencia distorsionadora de los traumas del pasado que hacen que nuestra vida diaria sea vivida sin autenticidad y de forma insatisfactoria. Christopher Bache sugiere que las experiencias perinatales pueden desempeñar igualmente un importante papel en la sanación del pasado traumático de la especie humana.

¿No es posible —pregunta— que el recuerdo de la violencia y la insaciable codicia que forma parte de la trama de la historia humana cause perturbaciones en el inconsciente colectivo que contamina el presente de la humanidad? ¿Por qué no podría el impacto sanador ir más allá de la persona individual, cuando nuestra conciencia se expande más allá del ego corporal? ¿Acaso no es concebible que al experimentar el dolor que innumerables generaciones de personas se infligieron entre sí a lo largo de la historia humana estamos en realidad limpiando el inconsciente colectivo y contribuyendo a un futuro planetario mejor?

Los textos espirituales ofrecen grandes ejemplos de sufrimiento individual que tiene una influencia redentora en el mundo. En la tradición cristiana es Jesucristo, que murió en la cruz por los pecados de la humanidad. Esto se refleja vívidamente en el tema mitológico de los “tormentos del infierno” que describe a Jesús, durante el período de tiempo comprendido entre la muerte en la cruz y su resurrección, que desciende al infierno y libera a los pecadores de sus garras por el poder de su sufrimiento y de su sacrificio. La tradición hindú acepta la posibilidad de que los yoguis muy avanzados puedan influir significativamente en la situación del mundo y en los problemas colectivos de la humanidad afrontándolos internamente en meditación profunda, sin tener que abandonar físicamente sus cuevas.

El budismo mahâyâna tiene la hermosa imagen arquetípica del bodhisattva que alcanza la iluminación, pero que se niega a entrar en el nirvâna y hace el voto sagrado de continuar renaciendo hasta la liberación definitiva de todos los seres vivos. La determinación del bodhisattva de aceptar el sufrimiento de la existencia encarnada con el objeto de ayudar a los demás se expresa muy bien en este poderoso voto:

Los seres vivos son numerosos;

hago el voto de salvarlos a todos.

Los errores son inagotables;

hago el voto de acabar con todos ellos.

Las puertas del dharma son múltiples;

hago el voto de pasar por todas ellas.

El Buda es el camino supremo;

hago el voto de completarlo.

Morir antes de morir

Muchas personas que han experimentado estados holotrópicos describen el nivel perinatal de la psique como una puerta entre la esfera trascendente y la realidad material, un pasaje que funciona en ambas direcciones. En el momento de nuestro nacimiento biológico, cuando emergemos al mundo material, “morimos” a la dimensión trascendente y, a la inversa, nuestro fallecimiento físico puede verse como un nacimiento al mundo del espíritu.

Sin embargo, el nacimiento espiritual no tiene por qué estar asociado con la muerte del cuerpo. Puede producirse en cualquier momento en el curso de una profunda introspección o incluso durante una crisis psicoespiritual espontánea (caso de urgencia espiritual). Es entonces un acontecimiento puramente simbólico, una “muerte del ego” o “morir antes de morir”, que no implica ningún daño biológico. Abraham de Sancta Clara, monje agustino alemán del siglo XVII, lo resumió en una frase cuando escribió: «el hombre que muere antes de morir, no muere cuando muere».

Este “morir antes de morir” ha jugado un papel importante en todas las tradiciones chamánicas. Al atravesar la muerte y el renacimiento en sus crisis iniciáticas, los chamanes pierden el miedo a la muerte y se familiarizan con este territorio existencial, moviéndose cómodamente en él. Como consecuencia, pueden visitar después este dominio cuando y como quieren, y servir de intermediarios a los demás en experiencias similares. En los misterios de la muerte y del renacimiento, que se hallaban extendidos en la región mediterránea y en otras partes del mundo antiguo, los iniciados experimentaban un profundo enfrentamiento simbólico con la muerte. En este proceso perdían el miedo a la muerte y desarrollaban toda una serie de valores y una estrategia de vida.

La experiencia de muerte y renacimiento psicoespiritual (“segundo nacimiento”, “nacimiento del agua y del espíritu”, convertirse en un dvija) ha desempeñado un papel importante en muchas tradiciones religiosas. Todas las culturas preindustriales atribuyeron un gran significado a estas experiencias, tanto desde la perspectiva personal como colectiva, y desarrollaron formas seguras y eficaces de inducirlas en diversos contextos rituales. La psiquiatría actual considera estas mismas experiencias como fenómenos patológicos y las suprime indiscriminadamente cuando se producen de forma espontánea en algunas personas. Esta desafortunada estrategia ha contribuido significativamente a la pérdida de la espiritualidad en la civilización occidental.

La sexualidad: ¿una forma de liberación o un escollo en el camino espiritual?

La relación sexual revela una inherente ambigüedad similar al nacimiento y a la muerte. Según las circunstancias, puede transmitir profundos estados unitivos o agrandar la separación y la alienación. El que suceda una u otra cosa en cada caso concreto dependerá de las circunstancias y de la actitud de las personas implicadas. Si las personas que tienen una relación sexual no sienten amor ni respeto recíproco y sólo se hallan arrastradas por los impulsos instintivos o por la necesidad de poder y dominación, la sexualidad probablemente intensificará sus sentimientos de separación y alienación. Si la unión sexual se produce entre dos personas maduras que no sólo tienen una buena compatibilidad biológica, sino también una profunda resonancia emocional y una comprensión recíproca, hacer el amor puede tener como resultado una profunda experiencia espiritual. En estas circunstancias pueden trascender sus límites individuales y experimentar sentimientos de unidad recíproca y, al mismo tiempo, tener una sensación de reunión con la fuente cósmica.

Este potencial espiritual de la sexualidad constituye la base de las antiguas prácticas tántricas hindúes. La pañchamakâra es una compleja ceremonia tántrica que incluye la ingestión de un preparado ayurvédico de hierbas que tiene propiedades afrodisíacas y psicodélicas. Un procedimiento ritual complejo y muy estilizado ayuda a la pareja a identificarse con los principios arquetípicos de lo femenino y de lo masculino. La ceremonia culmina con una unión sexual siguiendo determinados ritos y mantenida durante un largo período (maithuna).

Con un entrenamiento especial, los participantes son capaces de suprimir el orgasmo biológico; entonces la prolongación de la excitación sexual desencadena una experiencia mística. A lo largo de este acontecimiento ritual, los miembros de la pareja trascienden su identidad cotidiana. En plena identificación con los seres arquetípicos Shiva y Shakti, experimentan un matrimonio sagrado, una unión divina mutua y con la fuente cósmica. En el simbolismo tántrico, diversos aspectos de la sexualidad y de las funciones reproductoras, como la unión genital, el flujo menstrual, el embarazo y el parto no sólo tienen un significado literal biológico, sino que también hacen referencia a diversos niveles superiores del proceso creador cósmico.

Implicaciones prácticas de las comprensiones profundas de la investigación sobre la conciencia en relación con el nacimiento, el sexo y la muerte

Las observaciones descritas en este capítulo tienen importantes implicaciones prácticas. Indican claramente que nuestros cambios de actitud hacia la tríada nacimiento/sexo/muerte y nuestras prácticas relacionadas con ella podrían tener una profunda influencia, no sólo en la calidad de nuestra vida personal, sino también en el futuro de la especie humana y de nuestro planeta. Hemos visto que los recuerdos de existencia prenatal y los primeros acontecimientos postnatales dejan profundas huellas en nuestro inconsciente y ejercen una gran influencia en nuestra vida. Por ello es fundamental que en el futuro hagamos todo lo posible para mejorar las condiciones en que se conciben los niños, se desarrollan como embriones, nacen y son tratados tras el parto.

Esto debería empezar con la educación de las jóvenes generaciones para proporcionarles la información sexual necesaria, sin las irracionales distorsiones morales y religiosas, ni normas, prohibiciones y esperanzas poco realistas. Sin embargo, sería insuficiente brindarles únicamente datos técnicos correctos sobre las funciones de la reproducción. También es esencial que elevemos la imagen del sexo, que normalmente se considera como un asunto puramente biológico y que suele describirse según en sus peores manifestaciones, para considerarlo como una actividad basada en la espiritualidad. Otra tarea importante es poner conciencia en el hecho de que el feto es un ser consciente. Esto aumentaría la responsabilidad respecto a la concepción del bebé y llamaría la atención sobre la importancia del estado emocional y físico de la madre embarazada. También se marcaría una diferencia importante si la educación en el período posterior a la adolescencia pudiera incluir elementos que aumentasen la madurez psicoespiritual para las futuras paternidad y maternidad.

El parto suele activar el propio inconsciente perinatal de la madre, que puede interferir con el proceso del nacimiento, tanto desde el punto emocional como fisiológico. Por ello sería ideal el que las mujeres pudieran hacer su propio trabajo interior en profundidad antes de quedar embarazadas, para eliminar estos elementos potencialmente perturbadores de su propio inconsciente. A continuación debería prestarse una atención especial al parto mismo. Esto incluiría una buena preparación psicológica y técnica al parto, condiciones naturales para el momento del nacimiento y un amoroso cuidado postnatal con el adecuado contacto físico entre el bebé y la madre. Existen buenas razones para creer que las circunstancias del nacimiento desempeñan un importante papel en la creación de la predisposición a una futura violencia y a tendencias autodestructivas o, a la inversa, a un comportamiento amoroso y unas relaciones interpersonales sanas.

El tocólogo francés Michel Odent (1995) ha mostrado cómo este imprinting[2] perinatal, que tiene la facultad de arrastrar nuestra vida emocional hacia el amor o hacia el odio, puede entenderse a partir de la historia de nuestra especie. El proceso del nacimiento posee dos aspectos diferentes y cada uno de ellos implica hormonas concretas. La actividad estresante de la madre durante el parto mismo se halla asociada principalmente al sistema de las glándulas suprarrenales. Los mecanismos de la adrenalina también desempeñaron un papel importante en la evolución de las especies como intermediarios entre los instintos agresivos y los instintos protectores de la madre en momentos en que el nacimiento solía ocurrir en entornos naturales abiertos. Dichos mecanismos posibilitaban el que las hembras pudieran pasar rápidamente del acto de dar a luz a la lucha o la huida, cuando el ataque de un depredador lo hacía necesario.

La otra tarea asociada al nacimiento, que es igualmente importante desde el punto de vista evolutivo, es la creación del vínculo entre la madre y el recién nacido. Este proceso activa la oxitocina, hormona que induce un comportamiento maternal en los animales y en los seres humanos, y las endorfinas, que refuerzan la dependencia y el apego. La prolactina, hormona que desempeña un papel importante en la lactancia, tiene efectos similares. El entorno ruidoso, caótico y atareado de muchos hospitales provoca ansiedad y desencadena innesariamente los mecanismos de la adrenalina. Transmite y graba la imagen de un mundo potencialmente peligroso. Al igual que el escenario de la selva de los tiempos primordiales, esta situación invoca respuestas agresivas. Por el contrario, un entorno privado, tranquilo y seguro, crea una atmósfera de seguridad que engendra patrones afectivos de relación. La mejora radical de las prácticas del parto podría tener una influencia positiva y de gran alcance en el bienestar emocional y físico de la especie humana y mitigar la locura de su comportamiento, que actualmente amenaza con destruir la misma base de la vida en este planeta.

La historia prenatal y perinatal también tiene implicaciones importantes para nuestra vida espiritual. Como ya hemos visto, la encarnación y el nacimiento representan la separación y la alienación de nuestra verdadera naturaleza, que es Conciencia Absoluta. Las experiencias positivas en el útero y después del nacimiento son los contactos más íntimos con lo Divino que podemos tener durante nuestra vida embrionaria o nuestra primera infancia. El “buen útero” y el “buen pecho” representan así fuentes vivenciales hacia el nivel trascendente. A la inversa, las experiencias negativas y dolorosas que encontramos en el período intrauterino, durante el nacimiento y en el primer período postnatal, nos impulsan aún más al estado de alienación de la fuente divina.

Cuando nuestras experiencias prenatales y postnatales tempranas son predominantemente positivas, tendemos a mantener a lo largo de nuestra vida una conexión natural con la fuente cósmica. Podemos sentir la dimensión divina en la naturaleza y en el cosmos, y somos capaces de disfrutar un alto grado de existencia encarnada. Por el contrario, cuando nuestro desarrollo temprano consistió simplemente en una serie de traumas continuos, la pérdida de conexión con la fuente espiritual puede ser tan completa que nuestra existencia en el mundo material se convierte en un sufrimiento doloroso lleno de tormentos emocionales.

También debo mencionar que a veces un trauma extremadamente grave puede tener como consecuencia una situación en la que la conciencia se separa del cuerpo y es catapultada al dominio transpersonal. Esto puede establecer una ruta de escape que regularmente se utiliza como un mecanismo de defensa en posteriores situaciones problemáticas de la vida. Esta forma de conexión espiritual puede ayudar a protegernos de un dolor excesivo, pero no refuerza la calidad de la vida, puesto que este mecanismo no se halla bien integrado con el resto de la personalidad.

Los cambios sustanciales también son necesarios en nuestra actitud hacia la muerte. Hemos visto que la muerte tiene una representación poderosa e importante en nuestro inconsciente. Sus manifestaciones más profundas son de naturaleza transpersonal y adoptan la forma de figuras arquetípicas coléricas y de registros kármicos de situaciones amenazadoras de la vida procedentes de otras encarnaciones. Los recuerdos de amenazas vitales en el útero, durante el parto y después del parto, suponen otras causas importantes de miedo a la muerte. Para muchos de nosotros, todo esto se ve complementado por recuerdos de traumas graves que sufrimos después en la vida. El espectro amenazador de la muerte que albergamos en nuestro inconsciente interfiere con nuestra existencia cotidiana y hace que nuestra vida no sea auténtica en muchos sentidos. En las sociedades tecnológicas, las reacciones predominantes a esta situación son la negación y la evitación rotundas, que son destructivas en sus consecuencias y autodestructivas en un nivel individual y colectivo.

Es esencial para el futuro de la humanidad que rompamos con esta negación y nos reconciliemos con el problema de la impermanencia y de nuestra mortalidad. Existen métodos antiguos y modernos de introspección profunda que pueden ayudarnos a afrontar el miedo a la muerte, traerlo plenamente a la conciencia y superarlo. Ya hemos visto cómo “morir antes de morir” puede abrirnos los canales a la dimensión trascendente de la existencia e iniciar un viaje que puede más adelante conducir al descubrimiento de nuestra verdadera identidad. En este proceso podemos tener la experiencia de una curación emocional y psicosomática, y nuestra vida se vuelve más satisfactoria y auténtica. Esta profunda transformación psicoespiritual puede elevar nuestra conciencia a un nivel totalmente diferente y hacer que nuestra vida sea menos complicada y más gratificante.

Es importante ser consciente de la existencia y de la naturaleza de este proceso, y ofrecer guía y apoyo a las personas que lo atraviesan sin haberlo buscado en situaciones cercanas a la muerte o en crisis psicoespirituales espontáneas (casos de urgencia espiritual). Otro paso importante es poder hacer ampliamente accesibles los diversos métodos antiguos y modernos de introspección profunda que permiten atravesar deliberadamente este proceso. Las sociedades preindustriales y antiguas poseían determinados procedimientos en forma de ritos de paso y misterios de muerte y renacimiento que estaban específicamente diseñados para este propósito. Gracias al antiguo conocimiento que en las últimas décadas ha sido redescubierto por la investigación sobre la conciencia, la psicología transpersonal y la tanatología, tenemos ahora la posibilidad de aumentar sustancialmente la cualidad emocional de nuestra vida, así como de nuestra muerte.

Las personas que han afrontado experimentalmente durante su vida el nacimiento y la muerte, y que han conectado con la dimensión transpersonal, tienen buenas razones para creer que su fallecimiento físico no significará el final de la existencia. Han experimentado personalmente y de una forma muy convincente que su conciencia trasciende los límites de su cuerpo físico y que es capaz de funcionar con independencia del mismo. Como consecuencia, tienden a ver la muerte como una transición a un estado diferente de existencia y como una aventura de la conciencia que inspira respeto en lugar de verla como una derrota y una aniquilación finales. Naturalmente, esta actitud puede cambiar sustancialmente en sí misma el enfoque de la muerte y la experiencia del morir. Por añadidura, las personas que han emprendido una introspección profunda tienen la oportunidad de reconciliarse gradualmente con muchos aspectos dolorosos de su inconsciente a los que, de otro modo, todos tendremos que enfrentarnos en el período final de nuestra vida.

Las comprensiones profundas procedentes del trabajo con los estados holotrópicos también tienen importantes implicaciones para la forma en que abordamos en la práctica las fases finales de la vida, tanto las nuestras como las de los demás. Cuando creemos que la dimensión crítica de nuestra existencia es la conciencia y no la materia, empezamos a interesamos por la naturaleza y calidad de nuestra experiencia de morir y de la muerte en lugar de centrarnos a toda costa en la prolongación mecánica de la vida. En el trabajo con otras personas que están a punto de morir, pondremos el énfasis en la calidad de la comunicación y ofreceremos un apoyo psicoespiritual significativo. Así podremos complementar, y en algunos casos sustituir, la brujería tecnológica de la medicina moderna por una atención y cariño auténticamente humanos. Si la información transmitida por el Bardo Thôdol, el Libro tibetano de los muertos, es correcta, la forma en que abordamos la muerte y su experiencia tiene una importancia fundamental. Si estamos adecuadamente preparados, estos momentos constituyen una oportunidad única para lograr una liberación espiritual instantánea.

Según las enseñanzas tibetanas, incluso aunque no lo logremos, la calidad que tenga nuestra preparación para la muerte, o su ausencia, determinarán la naturaleza de nuestro próximo renacimiento.