5. Las formas de reunión con la fuente cósmica

Ahora estoy regresando… regresando a la Totalidad a la que pertenezco… ¡Qué alegría retornar!… Sí, ahora sé lo que soy, lo que he sido desde el principio, lo que siempre seré… una parte del Todo, la parte incansable que desea retornar, pero que vive para buscar la expresión en el hacer, crear, construir, dar, crecer, dar más de lo que toma y, sobre todos los deseos, devolver dones de amor al Todo… la paradoja de la unidad total y de la continuidad de la parte. Conozco el Todo… soy el Todo… e incluso como parte soy la totalidad.

ROBERT MONROE, The Ultímate Journey

Cualquiera que se haya alejado de su fuente

anhela retornar al estado de unión.

RÛMÎ

Involución y evolución de la conciencia

El proceso de creación tal como fue descrito en el capítulo anterior desemboca en un espectro inmensamente rico de entidades en numerosos y diferentes niveles de la realidad, que abarcan desde la Conciencia Absoluta y diferenciada hasta las innumerables unidades individuales que constituyen el mundo de la materia, pasando por los ricos panteones de seres arquetípicos. Este proceso de divisiones sucesivas, junto con una creciente separación y alienación, supone sólo la mitad del ciclo cósmico. Las comprensiones profundas procedentes de los estados holotrópicos revelan repetidamente otra parte de este proceso que consiste en acontecimientos de la conciencia que reflejan un movimiento en la dirección opuesta: de los mundos de pluralidad y separación a la disolución progresiva de los límites y la fusión en totalidades más amplias.

En aras de la brevedad, denomino hylotrópica la parte descendente del proceso cósmico, que representa la creación (involución de la conciencia); significa “orientado hacia el mundo de la materia” (del griego hyle = materia y trepein = que se mueve en dirección a algo). De igual modo, al aspecto ascendente del proceso cósmico que hace de mediador en el retorno a la unidad original no diferenciada (evolución de la conciencia), lo llamo holotrópico o “que se mueve en dirección hacia la totalidad”. Como ya he mencionado antes, este último término proviene de la palabra griega holo, que significa “todo”, y trepein, que, como ya hemos dicho, significa “moverse en dirección a algo”.

Estas comprensiones profundas tienen un gran paralelismo con las descripciones y exposiciones de estos dos movimientos cósmicos descritos en diversos sistemas filosóficos espirituales. En Occidente, Plotino (1991), fundador del neoplatonismo, se refirió a los procesos hylotrópicos como “flujo” y al movimiento holotrópico como “reflujo”. Según los neoplatónicos, el cosmos, en toda su variedad de gradaciones jerárquicas, es creado por una emanación divina del Uno Supremo. Los seres humanos tienen un acceso potencial a las más elevadas esferas intelectuales y espirituales y pueden elevarse a la conciencia del Alma del Mundo. Las ideas de Plotino se convirtieron en uno de los temas dominantes de todas las escuelas neoplatónicas, así como de los escritos de los místicos cristianos y de los filósofos idealistas alemanes. Una síntesis contemporánea muy completa de las ideas relativas al Descenso y al Ascenso aparece en la obra de Ken Wilber (1995).

En Oriente, conceptos similares encuentran su expresión más articulada en los escritos del místico y filósofo hindú Sri Aurobindo (1965). Aurobindo afirmaba que Brahman se manifiesta como el mundo de la materia en un proceso que él llamó involución y después, progresivamente, inicia un desarrollo de su poder latente a lo largo de la evolución. La involución es el proceso de autolimitación y densificación crecientes por el que la Conciencia-Fuerza universal se vela a sí misma por etapas y crea planos de existencia. En sus límites extremos, adopta la apariencia del mundo material inconsciente. En cada plano están implicados todos los poderes de conciencia que pertenecen a los planos superiores, de forma que todo el potencial de la Conciencia-Fuerza universal y original está implícita y oculta incluso en el Inconsciente.

La evolución es el proceso opuesto, por el que la Conciencia-Fuerza emerge de nuevo de la aparente Inconsciencia cósmica y manifiesta sus poderes ocultos. Sin embargo, es importante recalcar que para Aurobindo la evolución no es un reverso exacto de la involución. No es un proceso gradual de sutilización y rarefacción plano por plano que conduciría más adelante a la reabsorción de toda la creación en el Uno No Manifestado. Se trata más bien de una emergencia gradual de poderes superiores de conciencia en el universo material, que conduce a una manifestación cada vez mayor de la Conciencia-Fuerza divina dentro de su creación.

Según las visiones internas que se tienen en los estados holotrópicos, el proceso universal ofrece, no sólo un infinito número de posibilidades para convertirse en un individuo separado, sino también una gama igualmente rica e ingeniosa de oportunidades de disolución de las fronteras y de fusión que sirven como fase intermedia para el retorno a la fuente. Las experiencias unitivas permiten a las unidades individuales de conciencia superar su alienación y liberarse del engaño de la falsa creencia en su estado de separación. Esta trascendencia de lo que previamente parecían ser fronteras absolutas y la fusión progresiva resultante crean unidades existenciales cada vez más amplias. En su máximo alcance, este proceso disuelve todos los límites y conduce a una reunión con la Conciencia Absoluta. Las secuencias de fusiones que suceden de muchas formas y en múltiples y diferentes niveles completa todo el patrón cíclico de la danza cósmica.

Variedades de experiencias unitivas

Aunque los procesos unitivos pueden observarse en todas las esferas de existencia, son particularmente ricos y complejos en los seres humanos. En ellos también pueden estudiarse más directa y sistemáticamente en forma de experiencias transpersonales. Por desgracia, la psiquiatría occidental no establece ninguna diferencia entre misticismo y psicosis, y tiende a tratar cualquier tipo de experiencia mística como la manifestación de un trastorno mental. Durante mi vida profesional he encontrado a muchas personas a las que se ha etiquetado como pacientes patológicos, se les ha prescrito tranquilizantes e incluso una terapia de choque, porque habían experimentado la unidad con otras personas, la naturaleza, el cosmos y Dios.

Abraham Maslow (1964), el psicólogo estadounidense ya fallecido que desempeñó un papel importante en la fundación tanto de la psicología humanista como de la psicología transpersonal, entrevistó a centenares de personas que habían vivido estados unitivos espontáneos, o “experiencias cumbre”, tal como él las llamó. Él fue capaz de mostrar que las experiencias místicas no son síntomas de una patología ni pertenecen a los manuales de psiquiatría. A menudo se producen en personas que no tienen problemas emocionales graves y que, si no fuera por dichas experiencias, serían consideradas “normales” según los criterios psicológicos corrientes. Además, si estas experiencias se producen en un entorno comprensivo y son bien integradas, pueden tener consecuencias benéficas como un mejor funcionamiento, una mayor creatividad o la “autorrealización”.

Los desencadenantes más frecuentes de las experiencias unitivas son creaciones naturales o humanas de una extraordinaria belleza estética. Para algunas personas puede ser la inmensidad de un cielo plagado de estrellas; para otras la majestad de las grandes cadenas montañosas o la sobrecogedora calma de los desiertos. Las personas que visitan maravillas naturales como el Gran Cañón, cataratas gigantes o algunas de las famosas grutas de estalactitas que hay en el mundo pueden sentirse sobrecogidas por su grandeza y tener la experiencia de un arrebato místico. El océano, con el poder elemental que se manifiesta en su superficie y el noble silencio de su profundidad, suele ser otra fuente de “experiencias cumbre”. Igualmente, situaciones como la contemplación de una hermosa puesta de sol, la magia de la aurora boreal o un eclipse total de sol pueden desencadenar profundos estados unitivos de conciencia. Sin embargo, acontecimientos a gran escala como éstos no son siempre necesarios para inspirar la conciencia mística. En las circunstancias adecuadas puede ser algo tan “ordinario” como el ver una araña tejiendo su tela o un colibrí aleteando sobre una flor y chupando su néctar.

El contacto con creaciones artísticas de una gran perfección puede tener un efecto muy similar. Los compositores profundamente inmersos en el trabajo creativo, al igual que los músicos o las personas que forman parte del público en un concierto, pueden ocasionalmente perder sus límites y fundirse literalmente con la música. Pueden tener una sensación de convertirse realmente en música, en lugar de escucharla. Cuando los grandes bailarines y bailarinas están en el escenario, a menudo alcanzan estados en los que desaparece toda diferencia entre el que danza y la danza. Por su belleza monumental, las catedrales góticas europeas, las mezquitas musulmanas, el Taj Mahal o los templos hindúes o budistas han jugado un papel decisivo en la inducción de estados místicos en miles de personas. Las grandes esculturas, pinturas y otros objetos de arte de todas las épocas y culturas pueden tener un efecto similar en personas sensibles.

Otra área de la vida cotidiana que constituye una fuente frecuente de experiencias unitivas merece una especial mención, puesto que la mayoría de nosotros probablemente no la asociaríamos con la conciencia mística. Muchos atletas prominentes han informado de que, en el momento de sus actuaciones cumbre, se hallaban en estados que se parecían a raptos místicos. Tendemos a atribuir actuaciones estelares en diversas actividades atléticas a una combinación de capacidad física especial, perseverancia psicológica, disciplina constante y entrenamiento riguroso. La historia interna de algunos de los atletas más grandes del mundo revela que sus protagonistas a menudo lo ven de una forma muy diferente. Ellos atribuyen sus logros extraordinarios a estados especiales de conciencia que les proporcionan las capacidades que bordean lo milagroso y lo sobrenatural (Murphy y White 1978). Un aspecto importante y típico de estos estados es una sensación de pérdida de límites individuales y de fusión con diversos aspectos del entorno. Parece que los raptos místicos desencadenados por las actividades deportivas posibilitan trascender los límites de lo que habitualmente consideramos como humanamente posible. Personalmente he sido testigo de un ejemplo asombroso de este tipo de actuación extraordinaria relacionada con un estado unitivo de conciencia. Ocurrió durante un seminario de un mes de duración sobre budismo y psicología occidental llevado a cabo en el Instituto Esalen en Big Sur, California. Un maestro de sable coreano al que habíamos llamado como profesor invitado ofreció una demostración especial como parte de nuestro programa. Pidió a uno de sus discípulos que se tumbase en la hierba y colocase una servilleta y una gran sandía sobre su vientre desnudo. Se retiró a unos cuatro metros de distancia y se mantuvo inmóvil durante unos minutos en meditación silenciosa, con la cabeza cubierta por una bolsa ajustada de terciopelo espeso y negro, mientras sostenía en su mano un enorme sable extremadamente afilado.

De repente, todos los perros de la zona empezaron a aullar y el maestro de sable se unió a ellos con un salvaje grito guerrero. Como si fuese la rueda de un carro, se lanzó en dirección al discípulo que estaba tranquilamente acostado en la hierba y con un poderoso movimiento de su sable cortó en dos la sandía que estaba en el vientre del discípulo. Se produjo un ligero corte en la servilleta, pero el discípulo no había sido tocado. Asombrados, los espectadores preguntaron cómo había sido capaz de realizar tan espectacular hazaña. Todo el mundo suponía que de algún modo era capaz de recordar y visualizar el entorno, ya que lo había visto antes de que se le vendasen los ojos. Él sonrió y respondió: «no, uno medita y espera hasta que todo es uno: el maestro de sable, el sable, la hierba, la sandía y el discípulo; entonces, ¡todo es sencillo!».

Experiencias de unión mística han sido hermosamente expresadas en la literatura mundial. Por ejemplo, en El largo viaje hacia la noche, de Eugene O’Neill, Edmund habla de los raptos místicos que experimentaba cuando se conectaba con el océano:

Estaba tendido en el bauprés mirando hacia la popa. Debajo de mí salpicaba la espuma y, por encima, se alzaban los mástiles con todas sus velas blancas desplegadas a la luz de la luna. La belleza del entorno y la cadencia del movimiento me embriagaron y por un momento me olvidé de mí; en realidad me olvidé de toda mi vida. ¡Había sido liberado! ¡Me disolví en el mar, me convertí en las velas blancas y en la espuma voladora, me convertí en belleza y balanceo! ¡Me transformé en luz de luna, en velero, en el lejano cielo difusamente estrellado! No tenía pasado ni futuro. Sólo había paz, unidad y una alegría incontenibles. ¡Formaba parte de algo más grande que mi propia vida, la vida del Hombre y que la Vida misma! Formaba parte de Dios, por decirlo de algún modo.

Y en algunas otras ocasiones de mi vida, cuando estaba nadando muy lejos o tumbado solo en una playa, he tenido la misma experiencia. Me he convertido en el sol, en la arena caliente, en las algas verdes agarradas a la roca y balanceándose al ritmo de la marea. Era como la visión de beatitud de un santo, como si una mano invisible descorriera el velo de las cosas. Por un segundo puedes ver, y al ver el secreto te conviertes en él. Por un segundo ¡todo se colma de sentido!

El potencial unitivo de la muerte, el sexo y el nacimiento

Aunque las experiencias unitivas suceden con más probabilidad en situaciones que tienen una carga emocional positiva, también pueden producirse en circunstancias muy desfavorables, amenazadoras y críticas para la persona. En estos casos, la conciencia del ego se agita y sobrepasa, pero no se disuelve ni trasciende. Esto sucede en momentos de estrés crónico o muy agudo, en momentos de intenso sufrimiento emocional y físico o cuando la integridad o la supervivencia del cuerpo se ven seriamente amenazadas. Las personas profundamente deprimidas porque están atravesando una gran crisis vital, y que se hallan al borde del suicidio, pueden experimentar repentinamente una profunda apertura espiritual y trascender su sufrimiento. Otras muchas personas descubren los espacios místicos durante experiencias cercanas a la muerte, cuando sufren accidentes, heridas, enfermedades u operaciones peligrosas.

La muerte, un acontecimiento que acaba con nuestra existencia individual como seres encarnados, constituye un punto de conexión lógico con el ámbito transpersonal. Los acontecimientos que conducen a la muerte o relacionados con ella y los que la siguen en el tiempo son frecuentemente una fuente de apertura espiritual. El sufrimiento de una enfermedad terminal o estar en contacto estrecho con personas moribundas, sobre todo familiares o amigos íntimos, puede activar las propias actitudes sobre la muerte y la impermanencia, y tener una importancia fundamental para el despertar místico. La formación de los monjes en el budismo tibetano vajrayana exige pasar mucho tiempo con los moribundos. Algunas tradiciones tántricas hindúes practican meditaciones en cementerios, lugares de cremación o cerca de cadáveres.

En la Edad Media, a los monjes cristianos se les pedía que imaginasen en sus meditaciones su propia muerte y evocasen todas las fases de descomposición de su propio cuerpo hasta la desintegración total en polvo. «¡Recuerda la muerte!» «¡Polvo eres y en polvo te convertirás!», «¡La muerte es segura, la hora incierta!», «¡Así pasa la gloria del mundo!» eran las máximas que guiaban esta práctica. Esta era mucho más que una complacencia mórbida en la muerte, como podrían pensar algunos occidentales hoy día. Las experiencias de encuentro profundo con la muerte pueden desencadenar estados místicos. Al aceptar la impermanencia y nuestra propia mortalidad en un profundo nivel vivencial, también descubrimos la parte de nosotros que es trascendente e inmortal.

Diversos libros antiguos de los muertos ofrecen detalladas descripciones de intensas experiencias espirituales que suceden en el momento de la muerte biológica (Grof 1994). La investigación actual en el campo de la tanatología, la ciencia que estudia la muerte y el morir, ha confirmado muchos aspectos importantes de estas descripciones (Ring 1982, 1985). También ha mostrado que aproximadamente un tercio de las personas que han estado cerca de la muerte experimentan poderosos estados visionarios que incluyen, entre otras cosas, una revisión condensada de toda la vida, el paso a través de un túnel, el encuentro con seres arquetípicos, el contacto con realidades trascendentes y visiones de luz divina. En muchos casos puede implicar auténticas experiencias fuera del cuerpo, durante las que la conciencia desencarnada de la persona percibe con exactitud lo que está sucediendo en diversos lugares cercanos o remotos. Los que han sobrevivido a estas situaciones suelen atravesar una profunda apertura espiritual, una transformación de la personalidad y cambios radicales en sus valores de vida. En un fascinante proyecto de investigación que se está realizando actualmente, Kenneth Ring (1995) está estudiando las experiencias cercanas a la muerte de personas ciegas de nacimiento, para intentar confirmar que en los estados desencarnados son capaces de ver su entorno.

Al hablar de desencadenantes de experiencias unitivas, no olvidaremos una categoría particularmente importante: las situaciones asociadas con la función reproductora humana. Muchas personas, tanto hombres como mujeres, comunican que han experimentado profundos estados místicos al hacer el amor. En algunos casos, una experiencia sexual de gran intensidad puede desempeñar un papel decisivo en lo que los antiguos textos hindúes yóguicos describen como despertar de la kundalini o “poder de la Serpiente”. Los yoguis consideran la kundalini como la energía creadora del universo, que es femenina por naturaleza y que yace dormida en la zona del sacro del cuerpo sutil humano, hasta que es activada por un gurú, por la práctica de la meditación o por algunos otros factores. Esta conexión íntima entre la energía espiritual y el impulso sexual desempeña un papel esencial en el kundalîni yoga y en las prácticas tántricas.

Para las mujeres, las situaciones que van unidas a la maternidad pueden convertirse en otra fuente significativa de experiencias unitivas. Al concebir, llevar al hijo en su seno y dar a luz, las mujeres participan directamente en el proceso de creación cósmica. En circunstancias favorables se manifiesta y se vive conscientemente la naturaleza sagrada de estas situaciones. Durante el embarazo, el parto y la crianza no es infrecuente sentir una conexión mística con el feto o el bebé e incluso con el mundo en general. Más adelante volveremos a la relación entre el misticismo y la tríada nacimiento/sexo/muerte.

Otros desencadenantes importantes de estados unitivos son las poderosas tecnologías que alteran la mente y que pueden facilitar y catalizar su aparición. Las experiencias holotrópicas han desempeñado un papel fundamental en la vida espiritual y ritual de la humanidad, y durante siglos se ha hecho un gran esfuerzo para desarrollar formas de inducirlas. En la introducción a este libro se revisaron brevemente las “tecnologías de lo sagrado” —antiguas, aborígenes y actuales—, que abarcan desde el chamanismo a través de los ritos de paso, los misterios de muerte y renacimiento y diversas formas de práctica espiritual hasta las terapias vivenciales modernas y la investigación de laboratorio sobre la conciencia.

Lo inmanente y lo trascendente divino

En los estados holotrópicos de conciencia, ya se produzcan espontáneamente o sean inducidas por técnicas antiguas o modernas de alteración de la mente, es posible trascender de diversas formas los límites individuales del yo encarnado. Estas experiencias nos brindan la oportunidad de convertirnos en otras personas, grupos de personas, animales, plantas o incluso en los elementos inorgánicos de la naturaleza y del cosmos. En este proceso, el tiempo no parece ser un obstáculo, y los acontecimientos del pasado y del futuro se manifiestan como si ocurrieran en el presente.

Experiencias de este tipo conllevan una profunda comprensión muy convincente de que todos los límites del mundo material son ilusorios y de que el universo entero tal como lo conocemos, tanto en sus aspecto espacial como temporal, es un tejido unificado de acontecimientos producidos en la conciencia. En estas experiencias se vuelve evidente que el cosmos no es una realidad material ordinaria, sino una creación de la energía cósmica inteligente o de la Mente Universal. Estas experiencias desvelan así lo “Divino Inmanente”, deus sive natura, o dios manifestado en y como el mundo fenoménico. También desvelan que cada uno de nosotros estamos esencialmente en armonía con todo el tejido de la creación y con todas sus partes.

Mientras que estas experiencias transpersonales cambian espectacularmente nuestra comprensión de la naturaleza y de la realidad material cotidiana, existen otras que revelan dimensiones de la existencia que de ordinario están completamente ocultas a nuestra percepción. Esta categoría incluye entes desencarnados, dioses y demonios diversos, reinos mitológicos, seres suprahumanos y el mismo principio creador divino. Por contraste con lo “Inmanente Divino”, podemos hablar en este caso de lo “Trascendente Divino”, puesto que los reinos y seres que encontramos en estas circunstancias no forman parte de nuestra realidad cotidiana; pertenecen a un ámbito y orden de la existencia diferentes.

Las experiencias de este tipo demuestran que las creaciones cósmicas no se hallan limitadas a nuestro mundo material, sino que se manifiestan en muchos niveles y en muchas dimensiones. Igualmente, la posibilidad de tener experiencias unitivas no se halla confinada al mundo material, sino que se extiende a otros ámbitos. Así pues, no sólo podemos ver y encontrar a los habitantes de las regiones arquetípicas, sino que también podemos fundirnos realmente con ellos y convertirnos en ellos. Y en los límites extremos de nuestra autoexploración vivencial, podemos descubrir el mismo principio creador y reconocer nuestra identidad fundamental con él.

La experiencia de lo Inmanente Divino revela la naturaleza sagrada de la realidad cotidiana y la unidad subyacente del mundo de la materia, que para un observador desprevenido parece estar hecho de objetos separados. Al revelar que todos los límites dentro del mundo material son arbitrarios, estas experiencias hacen que sea patente el hecho de que cada uno de nosotros tiene en esencia la misma identidad que todo el campo espacio-temporal y que, en definitiva, poseemos la misma energía creadora cósmica. Comparativamente, las experiencias de lo Trascendente Divino no nos muestran sólo nuevas formas de entender y percibir el mundo familiar de nuestra vida cotidiana, sino que también revelan la existencia de dimensiones de la realidad que ordinariamente son invisibles, o “transfenoménicas”, en especial aquéllas que abundan en formas y patrones cósmicos primordiales que G. C. Jung (1956) llamó arquetipos.

Como ya hemos visto, el mundo de los arquetipos, aunque normalmente imperceptible, no está totalmente separado de nuestra realidad material de cada día. Está íntimamente entretejido con ella y desempeña un papel esencial en su creación. De esta forma representa una dimensión superior que forma e informa la experiencia de nuestra vida cotidiana. La esfera arquetípica constituye así un puente entre el mundo de la materia y el campo indiferenciado de la Conciencia Cósmica. Por ello, la experiencia de lo divino trascendente es algo más que simplemente la experiencia de otro “canal cósmico”. También suministra comprensiones profundas del proceso por el que se crea la realidad material; nos proporciona un “vislumbre de la cocina cósmica”, como la llamaba uno de mis clientes de Praga.

La obra cósmica ofrece muchas oportunidades de tener experiencias que temporalmente nos permiten salir del papel que estamos desempeñando en el guión cósmico, reconocer la naturaleza ilusoria de la realidad cotidiana y descubrir la posibilidad de volverse a unir con la fuente. Los estados holotrópicos facilitan una comprensión de estas experiencias unitivas diametralmente opuesta a la posición de la corriente psiquiátrica dominante. En lugar de ser distorsiones de la percepción correcta del mundo material causadas por procesos patológicos del cerebro, estas experiencias brindan comprensiones profundas de la verdadera naturaleza de la realidad. Revelan la existencia de fenómenos que representan estados intermedios en el proceso de la creación entre la conciencia indiferenciada y la Mente Universal, por una parte, y de la experiencia específicamente humana del mundo material, por otra. Como conllevan la trascendencia de los límites individuales y expanden el sentido de la propia identidad en la dirección holotrópica, sirven como hitos importantes a lo largo del viaje del despertar espiritual.

El enigma del espacio y el tiempo

Antes de cerrar nuestra exposición sobre el proceso cósmico como un tejido complejo de experiencias hylotrópicas y holotrópicas, tenemos que exponer otro aspecto importante de la creación cósmica, concretamente su relación con el espacio y el tiempo. Cuando describimos el proceso creador como movimiento de unidad indiferenciada hacia la pluralidad, nuestros condicionamientos probablemente nos llevarán a imaginar que este proceso tuvo que empezar en un lugar concreto y desarrollarse en un tiempo lineal. Sin embargo, las etapas fundamentales de este proceso se producen en regiones que están más allá del tiempo y del espacio tal como los conocemos. Como ya hemos visto, el principio cósmico creador trasciende todas las distinciones y polaridades cualesquiera que sean y esto incluye el espacio y el tiempo.

Todo lo que nos encontramos en nuestra vida cotidiana tiene coordenadas de espacio y tiempo distinguibles y definidas. Nuestra experiencia del tiempo como algo lineal y del espacio como algo tridimensional es muy convincente y categórica. Como consecuencia, tendemos a creer que estas características de tiempo y espacio son imperativas y absolutas. En las experiencias holotrópicas podemos descubrir, para nuestra sorpresa, que existen muchas alternativas reales a nuestra percepción y comprensión habituales de estas dos dimensiones. En los estados visionarios podemos tener la experiencia, no sólo del presente, sino también del pasado y, algunas veces, incluso del futuro. Las secuencias de acontecimientos pueden parecer circulares, desarrollarse a lo largo de trayectorias espirales o realmente ir hacia atrás. El tiempo también puede detenerse o trascenderse totalmente. En los niveles en los que sucede la creación cósmica, el pasado, el presente y el futuro coexisten en lugar de ser sucesivos y, en consecuencia, todas las fases de los procesos están sucediendo simultáneamente.

El concepto y la experiencia del espacio parecen ser igualmente arbitrarios cuando estamos en un estado holotrópico. Puede crearse de una forma lúdica cualquier número de espacios diferentes en diversas disposiciones jerárquicas y ninguno de ellos parece ser más objetivo, real e imperativo que los demás. La transición del microcosmos al macrocosmos no tiene por qué ocurrir de una forma lineal. Lo pequeño y lo grande pueden intercambiarse libremente, al azar, de una forma caprichosa. La identificación existencial con una sola célula se convierte sin esfuerzo en la identificación con toda una galaxia y viceversa. Estas dos dimensiones también pueden coexistir en el espacio vivencial de la misma persona. En consecuencia, se trasciende y deja de existir la paradoja desconcertante de lo finito frente a lo infinito que experimentamos en el estado ordinario de conciencia.

Para ilustrar las complejidades con que se experimentan el tiempo y el espacio en los estados holotrópicos, describiré una de las aventuras más extraordinarias de la conciencia que haya vivido en cuarenta años de exploración de mi interior. Sucedió en una sesión psicodélica, con una fuerte dosis, que viví en el centro de investigación psiquiátrica de Maryland poco después de mi llegada a los Estados Unidos en 1967. He aquí un pasaje de mi descripción de dicha sesión:

En algún momento de la segunda parte de mi sesión, me encontré en un estado de mente muy inusual. Era un sentimiento de serenidad, bienaventuranza y felicidad mezclados con sobrecogimiento frente al misterio de la existencia. Sentía que estaba experimentando algo similar a lo que los primitivos cristianos debían haber vivido. Era un mundo en el que los milagros eran posibles, aceptables e incluso verosímiles. Yo reflexionaba sobre los problemas del tiempo y del espacio y tenía una gran dificultad en entender cómo podía haber creído alguna vez que el tiempo lineal y el espacio tridimensional eran absolutamente dimensiones imperativas de la realidad.

Me pareció obvio, por el contrario, que no existe ningún límite en el reino del espíritu y que el tiempo y el espacio son constructos arbitrarios de la psique. De repente me di cuenta de que no tenía que estar circunscrito a las limitaciones del tiempo y del espacio, y que podía viajar en una continuidad espacio-tiempo con total libertad y sin ninguna restricción. Este sentimiento era tan convincente y abrumador que lo quise comprobar experimentalmente. Decidí probar si podía viajar a casa de mis padres en Praga, que estaba a muchos miles de kilómetros de distancia.

Tras determinar la dirección y considerar la distancia, me imaginé volando a través del espacio al lugar de mi destino. Tuve la experiencia de trasladarme a través del espacio a una enorme velocidad, pero, para mi gran decepción, no llegaba a ningún lado. No podía comprender por qué no funcionaba el experimento, ya que mi sentimiento de que aquel viaje espacial podía realizarse era muy convincente. De repente me di cuenta de que estaba todavía bajo la influencia de mis antiguos conceptos de tiempo y espacio. Continuaba pensando sometido a las coordenadas de direcciones y distancias y había abordado la tarea en consecuencia. Se me ocurrió que el enfoque adecuado sería hacerme creer que el lugar de mi sesión era realmente idéntico al lugar de mi destino. Entonces me dije a mí mismo: «Esto no es Baltimore, esto es Praga. Exactamente aquí y ahora estoy en el piso de mis padres en Praga».

Cuando abordé de esta forma mi objetivo, tuve sensaciones peculiares y extrañas. Me encontré en un lugar desconocido y muy congestionado lleno de circuitos electrónicos, tubos, cables, resistencias y condensadores. Después de un breve período de confusión me di cuenta de que mi conciencia estaba atrapada en un aparato de televisión localizado en la esquina de la habitación del piso de mis padres. De alguna forma, estaba intentando utilizar los altavoces para oír y el tubo de imagen para ver. Pasados unos momentos tuve que reírme puesto que me di cuenta de que aquella experiencia era una parodia que ridiculizaba el hecho de ser aún prisionero de mis antiguas creencias sobre al espacio, el tiempo y la materia.

La única forma de vivir la experiencia de lugares distantes que podía concebir y aceptar era sirviéndome de la televisión, aun cuando, por supuesto, dicha experiencia tenía que ajustarse a la velocidad de las ondas electromagnéticas. En el momento en que me di cuenta y creí firmemente que mi conciencia podía trascender cualquier tipo de limitación, incluida la velocidad de la luz, la experiencia cambió rápidamente. El aparato de televisión se apagó por dentro y me encontré caminando por el piso de mis padres en Praga.

En aquel punto no sentía ningún efecto de la droga y la experiencia era tan real como cualquier otra situación de mi vida. La puerta del dormitorio de mis padres estaba medio abierta. Miré dentro, vi sus cuerpos en la cama y les oí respirar. Caminé hacia la ventana y miré el reloj que había en la esquina de la calle. Marcaba seis horas de diferencia respecto a la hora de Baltimore en la que estaba teniendo lugar el experimento. A pesar del hecho de que la hora reflejaba la diferencia real de tiempo entre las dos zonas, no pensé que fuera una prueba rotunda. Como mentalmente conocía la diferencia horaria, mi mente podía haber creado fácilmente la experiencia.

Me tumbé en el sofá que se hallaba en una esquina de una de las habitaciones para reflexionar sobre mi experiencia. Era el mismo sofá en el que había tenido mi última sesión psicodélica antes de mi partida a los Estados Unidos. Mi solicitud para que me autorizasen a viajar a este país con una beca había sido inicialmente denegada por las autoridades checas. Mi última sesión en Praga tuvo lugar en un momento en el que estaba esperando mi respuesta a mi petición.

De repente, sentí una ola de ansiedad abrumadora. Una idea extraña y asombrosa surgió en mi mente con una fuerza y capacidad de persuasión inhabituales: tal vez nunca había abandonado Checoslovaquia y quizás estaba regresando de mi sesión psicodélica en Praga. Quizá la respuesta positiva a mi petición, el viaje a los Estados Unidos, mi incorporación al equipo de Baltimore y haber participado en una sesión eran sólo un viaje visionario motivado por mi pensamiento que se hallaba reforzado por un fuerte deseo. Estaba atrapado en una insidiosa espiral, en un círculo vicioso espacio-temporal, y era incapaz de determinar mis coordenadas reales, históricas y geográficas.

Durante bastante tiempo quedé suspenso entre dos realidades, ambas igualmente convincentes. Fui incapaz de afirmar si estaba experimentando una proyección astral a Praga a partir de mi sesión en Baltimore o volviendo de una sesión en Praga en la que había vivido un viaje imaginario a los Estados Unidos. Sin remedio me vino a la mente el filósofo Chuang-Tse, que se despertó de un sueño en el que se veía como una mariposa y durante cierto tiempo dudó de si en realidad no sería una mariposa soñando que era un ser humano.

Coincidencias y sincronías significativas

En este contexto me gustaría exponer otro aspecto importante de los estados holotrópicos que tiene implicaciones trascendentales para nuestra comprensión del tiempo y del espacio. Las experiencias transpersonales a menudo están asociadas con coincidencias extrañas y significativas que no pueden ser explicadas en términos de causalidad lineal. En un universo tal como lo describe la ciencia materialista, todos los acontecimientos deben obedecer a la ley de causa y efecto. Cualquier coincidencia que desafíe una explicación causal se atribuye al hecho de que los fenómenos en cuestión son demasiado complejos y a que carecemos del conocimiento para explicar todos los factores que intervienen. A causa de todas estas “variables ocultas” y desconocidas, sólo puede predecirse estadísticamente el resultado final, pero sin detalles concretos. No obstante, la improbabilidad estadística de ciertas coincidencias en nuestra vida cotidiana es de vez en cuando tan asombrosa que nos hace cuestionarnos sobre la adecuación de dicha interpretación.

Un amigo mío me contó recientemente una coincidencia extraordinaria que había tenido lugar en su familia. Su esposa y su hermana, que vive en una ciudad distinta, fueron despertadas la misma noche por la presencia de un murciélago en sus dormitorios respectivos. Ambas respondieron a este suceso simultáneo en sus vidas de la misma forma. Aunque ocurrió en medio de la noche, inmediatamente llamaron a su padre, le despertaron y le contaron aquel acontecimiento extraordinario. Como la mayoría de nosotros sabemos, las situaciones que rompen las probabilidades estadísticas son menos frecuentes de lo que se supone. A lo largo de todos estos años yo he vivido personalmente muchas coincidencias extraordinarias en mi propia vida. Una de ellas fue particularmente relevante por las importantes consecuencias que tuvo y, por ello, vale la pena describirla.

En 1968, cuando el ejército soviético invadió Checoslovaquia, yo estaba en los Estados Unidos con una beca en la Universidad Johns Hopkins de Baltimore. Tras la invasión, las autoridades checas me conminaron a que regresara inmediatamente, pero decidí no acatar el requerimiento y permanecer en los Estados Unidos. Como consecuencia, no pude visitar mi país natal durante casi veinte años. A lo largo de todo este tiempo no pude mantener un contacto abierto con mis amigos y colegas de Checoslovaquia. Hubiera sido políticamente peligroso para ellos, porque mi estancia en los Estados Unidos era considerada ilegal. Tras la liberación de la Europa del Este, la junta directiva de la Asociación Transpersonal Internacional (ITA), de la que yo era presidente, decidió celebrar su siguiente encuentro en Checoslovaquia, y yo viajé a Praga para encontrar alguna posible sede para este encuentro. Tras mi llegada al aeropuerto de Praga, tomé un taxi para ir al piso de mi madre. Después de pasar algún tiempo juntos y ponemos al día, ella se fue a ver a un vecino para arreglar algunos asuntos y yo me quedé solo en el piso. Me senté en una butaca con una taza de té y empecé a reflexionar sobre mi misión. A causa de mi larga ausencia, había perdido todos mis contactos, desconocía la situación del momento y no tenía ninguna idea de por dónde empezar. Durante diez minutos estuve reflexionando sobre todas estas circunstancias, pero no llegaba a ninguna conclusión. De repente, el hilo de mis pensamientos fue interrumpido por la llamada insistente del timbre de la puerta. Tras abrirla, reconocí a Thomas, un colega psiquiatra más joven que yo y que en los viejos tiempos había sido uno de mis mejores amigos. Antes de mi partida para los Estados Unidos habíamos participado juntos en algunas investigaciones sobre estados no ordinarios de conciencia y nos habíamos asistido mutuamente en las sesiones psicodélicas. Se había enterado de mi visita a Praga por un conocido y venía a darme la bienvenida.

Para mi asombro, me enteré de que en el momento en que Thomas estaba saliendo de su apartamento, había sonado el teléfono de su casa. Era Ivan Havel, un prominente científico especializado en inteligencia artificial y hermano del presidente checo Václav Havel. Él y Thomas habían ido a la misma escuela y seguían siendo buenos amigos desde entonces. Resultó que Ivan Havel era uno de los dirigentes de un grupo de científicos progresistas que durante la época comunista habían celebrado reuniones secretas para investigar el nuevo paradigma y la psicología transpersonal.

El grupo había oído hablar de mi trabajo en una conferencia de Vasili Nalimov, un científico disidente soviético amigo mío. Ivan Havel sabía que Thomas y yo éramos amigos y le llamaba para hacer de intermediario entre yo y su grupo. Gracias a esta singular serie de coincidencias, sólo me tardé diez minutos en tener acceso al apoyo ideal para el congreso de la ITA: un grupo de profesionales muy competentes y vitalmente interesados en el tema, así como el jefe del estado, que resultó ser un estadista con una profunda orientación espiritual. El congreso se celebró en 1993 bajo los auspicios de Václav Havel y tuvo mucho éxito.

Probablemente el caso más famoso de coincidencia es una divertida historia sobre un cierto monsieur Deschamps y una clase especial de puding de ciruelas, contada por el astrónomo francés Flammarion y citada por Jung. Un tal monsieur de Fontgibu le había dado a Deschamps, cuando éste era niño, un pedazo de este raro puding. Durante los siguientes diez años no tuvo la oportunidad de probar aquella exquisitez hasta que hizo un viaje a París. Allí vio el mismo puding en el menú de un restaurante y pidió al camarero que le sirviera una porción. Sin embargo, resultó que el último pedazo había sido ya pedido… ¡por monsieur de Fontgibu!, que resultó estar en el mismo restaurante en aquel mismo momento. Muchos años después, monsieur Deschamps fue invitado a una fiesta en la que se servía aquel puding como una rareza especial. Mientras lo estaba comiendo, se dio cuenta de que lo único que faltaba era monsieur de Fontgibu. En aquel mismo instante se abrió la puerta y entró un anciano en un estado de gran confusión. Era monsieur de Fontgibu, que había irrumpido en la fiesta por error, ya que le habían dado una dirección equivocada del lugar al que tenía que acudir.

La existencia de coincidencias extraordinarias de este tipo es difícil de reconciliar con la comprensión del universo desarrollada por la ciencia materialista. Es más fácil imaginar que estos sucesos tienen un significado más profundo y que son creaciones lúdicas de la inteligencia cósmica. Esta explicación es particularmente plausible cuando contienen un elemento de humor, como es a menudo el caso. Utilizaré aquí como ilustración una verdadera historia de la vida del astronauta americano Neil Armstrong, el primer hombre que pisó la luna. Si se combina la probabilidad astronómica de que algo de este tipo suceda por azar con el exquisito humor de esta historia, nos encontramos sin duda ante una de las “coincidencias” más singulares de todos los tiempos.

Al descender del módulo lunar, justo antes de que su pie tocase la superficie de la luna, Neil Armstrong pronunció sus famosas palabras: «Un pequeño paso para el hombre, un paso gigante para la humanidad». Mucho menos conocido es que, al subir de nuevo al módulo lunar tras dejar la superficie de la luna, murmuró otra frase: «¡Buena suerte, señor Gorski!». Tras su regreso a la Tierra, algunos periodistas intrigados le preguntaron qué significaba aquella frase, pero Armstrong se negó a revelarlo. Algunos pensaron que podría haber sido dirigida a algún cosmonauta soviético, pero no había ninguno de este nombre. Tras diversos esfuerzos frustrados por parte de los periodistas, se olvidó todo el asunto.

El año pasado, en una fiesta en Florida, alguien suscitó de nuevo la cuestión. En esta ocasión, Neil Armstrong se sintió libre para desvelar el sentido de su frase puesto que, entre tanto, señor Gorski y su esposa habían muerto. Cuando Neil era niño, los Gorski eran los vecinos de la puerta de al lado. Un día, Neil estaba jugando a la pelota en su jardín con sus amigos. En algún momento, la pelota aterrizó en el jardín de los Gorski bajo la ventana abierta de su dormitorio y a Neil le tocó recuperarla. Los Gorski se hallaban en medio de una acalorada discusión. Cuando Neil estaba recogiendo la pelota, oyó a la señora Gorski gritar: «¿Sexo oral? ¿Quieres sexo oral? ¡Tendrás sexo oral el día en que el niño de al lado se pasee por la luna!».

Aunque coincidencias de este tipo son extremadamente interesantes por sí mismas, el trabajo de C. G. Jung añadió otra dimensión fascinante a este fenómeno que presenta todo un reto. Las situaciones expuestas anteriormente supusieron una concatenación altamente improbable de acontecimientos en el mundo de la materia. Jung observó y describió numerosos casos de coincidencias asombrosas en los que diversos acontecimientos de la realidad consensual estaban vinculados significativamente a experiencias intrapsíquicas, como sueños o visiones. Para este tipo de coincidencia acuñó el término de sincronía.

En su famosa obra, Sincronía: un principio de conexión no causal (Jung 1960), definió la sincronía como «acaecimiento de un estado psíquico simultáneo a uno o más acontecimientos externos que parecen guardar paralelismos significativos con el estado subjetivo momentáneo». Situaciones de esta clase muestran que nuestra psique puede entrar en una interacción lúdica con lo que parece ser el mundo de la materia. El hecho de que esto pueda suceder borra las fronteras entre la realidad subjetiva y la realidad objetiva.

Entre los muchos ejemplos de sincronías de la propia vida de Jung, he aquí uno especialmente famoso; ocurrió durante una sesión de terapia con una de sus clientes. Dicha paciente tenía muchas resistencias al tratamiento y al concepto de realidades transpersonales. Hasta el momento en que ocurrió este acontecimiento concreto, no había hecho casi ningún progreso. En algún momento había tenido un sueño en el que se le daba un escarabajo dorado. Durante el análisis de este sueño, Jung oyó un sonido de algo que golpeaba la ventana. Fue a comprobar lo que sucedía y encontró en el cristal un brillante escarabajo rosa pálido que intentaba entrar en la habitación. Era un ejemplar muy raro, lo más cercano al escarabajo dorado que podía encontrarse en aquella latitud. Nada así le había ocurrido antes a Jung. Él abrió la ventana, hizo entrar al escarabajo y se lo mostró a su paciente. Esta sorprendente sincronía produjo un gran impacto en ella y el acontecimiento se convirtió en un punto crucial de su terapia.

Las sincronías y la exploración interior

Los acontecimientos sincrónicos son particularmente frecuentes en la vida de personas que experimentan estados holotrópicos de conciencia durante la meditación, las sesiones psicodélicas, una psicoterapia vivencial o crisis psicoespirituales espontáneas. Las experiencias transpersonales y perinatales suelen ser acompañadas por coincidencias extraordinarias. Por ejemplo, cuando en nuestra exploración interna nos acercamos a la experiencia de la muerte del ego, repentinamente puede producirse en nuestra vida una acumulación de situaciones y accidentes peligrosos. No estoy hablando aquí de acontecimientos en los que nosotros tenemos una participación importante, sino aquéllos que son producidos por otras personas o por factores externos independientes. Cuando nos enfrentamos a la muerte del ego y tenemos la experiencia de renacer a nuestro proceso interno, dichas situaciones tienden a aclararse tan mágicamente como se produjeron. Parece que se nos da la alternativa de la muerte psicológica interior o de un daño físico o destrucción literal.

Igualmente, cuando tenemos una intensa experiencia de tipo chamánico que conlleva una guía espiritual en forma de animal, dicho animal puede continuar apareciendo de repente en nuestra vida en circunstancias diferentes, con una frecuencia que está más allá de cualquier probabilidad razonable. En uno de nuestros módulos de formación de seis días, una psicóloga que participaba en él vivió durante su sesión de respiración holotrópica una intensa secuencia chamánica en la que un búho desempeñaba un importante papel como su animal de poder y espíritu guía. Aquel mismo día, ella volvía de un paseo por el bosque pensando en el búho. Cuando estaba conduciendo de vuelta a su casa al terminar el módulo de formación, advirtió un gran pájaro herido al lado de la carretera. Detuvo su automóvil y se acercó; era un gran búho con un ala rota. El búho se dejó coger y ella lo llevó al interior del auto sin que diese ninguna muestra de resistencia. Ella cuidó al búho hasta que fue capaz de volar y regresar a su entorno natural.

En el momento de una confrontación interna con las imágenes arquetípicas del Animus, Ánima, el Viejo Sabio o la Madre Terrible, ejemplos ideales de estas figuras tienden a emerger en nuestra vida ordinaria. También ha sido la experiencia de muchas personas a las que, cuando se implicaron en un proyecto inspirado en dominios transpersonales de la psique, les ocurrieron sincronías extraordinarias que hicieron su trabajo sorprendentemente fácil. Sin duda, mi experiencia con el congreso de la ITA de Praga que he descrito, podría entrar en esta categoría.

Cuando estamos implicados en una investigación interna sistemática que incluye trabajar con estados holotrópicos, podemos esperar con una certeza razonable encontrarnos, antes o después, con sincronías significativas. A veces sólo advertiremos coincidencias individuales ocasionales, pero en otras ocasiones podemos vernos desbordados por un total desencadenamiento de las mismas. Según su contenido pueden ser muy inspiradoras, opresivas o terroríficas. En otro caso pueden llevar a graves problemas en la vida de cada día si son convincentes o acumulativas.

La psiquiatría tradicional no distingue entre las verdaderas sincronías y la falsa interpretación psicótica del mundo. Puesto que la visión del mundo materialista es estrictamente determinista y no acepta la posibilidad de “coincidencias significativas”, cualquier indicio de un sincronismo extraordinario en el discurso del cliente será automáticamente interpretado como una pérdida de referencias, como el síntoma de una enfermedad mental grave. Sin embargo no existe ninguna duda sobre la existencia de sincronías genuinas, en la que cualquier persona que tenga acceso a los hechos ha de admitir que las coincidencias del caso están más allá de cualquier probabilidad estadística razonable.

La investigación sobre la conciencia y la física moderna

Jung era muy consciente del hecho de que el fenómeno de la sincronía era incompatible con el pensamiento tradicional de la ciencia. Como la creencia en la causalidad, como la ley fundamental de la naturaleza, estaba tan extendida y tan profundamente arraigada, dudó muchos años antes de publicar sus observaciones sobre los acontecimientos que se resistían a entrar en este molde. Postpuso la publicación de su obra sobre este tema hasta haber recogido él mismo y otras personas centenares de ejemplos convincentes de sincronías, para estar absolutamente seguro de que tenía algo válido que exponer.

Mientras se enfrentaba a este fenómeno, Jung se interesó en el desarrollo de la física cuántica de la realidad y en la visión alternativa del mundo que estaba aportando. Mantuvo muchos intercambios intelectuales con Wolgang Pauli, uno de los fundadores de la física cuántica, y se familiarizó con los conceptos revolucionarios de este campo. Jung era consciente del hecho de que sus propias observaciones parecían mucho más plausibles y aceptables en el contexto de la nueva imagen emergente de la realidad. Un apoyo suplementario a las ideas de Jung provino nada menos que de Albert Einstein; durante una visita personal, éste le animó a proseguir la elaboración de su concepto de sincronía, porque era un concepto totalmente compatible con el nuevo pensamiento de la física (Jung 1973).

Como toda esta exposición sobre la naturaleza arbitraria y ambigua del tiempo y del espacio podría parecer inverosímil, e incluso imposible, a alguien que no haya tenido experiencias transpersonales, parece apropiado mencionar algunas alternativas asombrosas a nuestra comprensión habitual de la realidad, que han emergido a lo largo de este siglo en la física moderna. Las fantásticas y aparentemente absurdas comprensiones profundas procedentes de los estados holotrópicos palidecen considerablemente cuando las comparamos con las atrevidas hipótesis sobre el microcosmos y el macrocosmos mantenidas por muchos representantes prominentes de la física moderna. Las teorías más osadas sobre la naturaleza de la realidad que han sido formuladas por los físicos cuánticos, los astrofísicos y los cosmólogos son tomadas en serio cuando pueden ser respaldadas por ecuaciones matemáticas, mientras que conceptos similares se consideran de forma crítica, e incluso se ridiculizan, si proceden de la investigación sobre la conciencia o de la psicología transpersonal.

Según la teoría dominante sobre la génesis del cosmos, hubo una situación, hace aproximadamente 15.000 millones de años, en el que el tiempo y el espacio no existían. Éstos fueron creados junto con la materia durante el big bang, momento en que nació el universo en una explosión cataclísmica de proporciones inimaginables a partir de un punto o singularidad sin dimensiones. Y, a la inversa, miles de millones de años después de este momento, el tiempo y el espacio pueden dejar de nuevo de existir cuando el universo se colapse. Un proceso singular ya está sucediendo en nuestro cosmos en aquellos lugares en el que estrellas gigantes agonizan y se contraen rápidamente, dejando de existir y originando lo que los físicos llaman “agujeros negros”. En el interior de estos agujeros negros, más allá de una determinada frontera que los físicos denominan “horizonte de sucesos” el tiempo, el espacio y las leyes físicas no existen ya tal como los conocemos.

A principios de siglo, en un avance conceptual sin precedentes, Albert Einstein sustituyó el espacio tridimensional y el tiempo lineal de Newton por un continuo espacio-tiempo de cuatro dimensiones. En el universo de Einstein se puede viajar en el espacio-tiempo de la misma forma que viajamos habitualmente a través del espacio. La famosa ecuación de Einstein sugiere que el tiempo se vuelve más lento proporcionalmente al aumento de velocidad de un sistema en movimiento, y se detiene cuando la velocidad de éste alcanza la de la luz. En un sistema en movimiento más rápido que la luz, el tiempo iría hacia atrás. El físico californiano Richard Feynman recibió el premio Nobel por su descubrimiento de que una partícula que avanza en el tiempo es idéntica a una partícula que retrocede en el tiempo.

Los físicos teóricos John Wheeler, Hugh Everett y Neil Graham llegaron a ser conocidos por su “hipótesis de múltiples mundos”, conforme a la cual el universo se divide a cada instante en un número infinito de universos. En su libro, que fue un éxito de ventas, Kip S. Thorne (1994), profesor de física teórica en el Instituto de Tecnología de California, expuso seriamente la posibilidad de utilizar en el futuro “agujeros de gusanos”, por ejemplo, para transportarse a diversos lugares del universo que se hallan a años luz e incluso para retroceder en el tiempo. Según David Bohm (1980), colaborador durante mucho tiempo de Albert Einstein, el mundo tal como lo conocemos supone sólo un aspecto de la realidad: su “orden explicado” u “orden desplegado”. Su matriz generadora es el “orden implicado”, una región normalmente oculta, en la que tanto el espacio como el tiempo se hallan “plegados”.

He incluido esta breve incursión en el mundo de la física moderna porque el pensamiento imaginativo y creativo de esta disciplina presenta un asombroso contraste con el enfoque corto de miras que tienen de la psique y de la conciencia humana los psiquiatras y psicólogos convencionales. Es sin duda alentador ver hasta qué punto los físicos han sido capaces de superar muchos prejuicios hondamente enraizados en su investigación para comprender el mundo de la materia. Quizá las hipótesis más desconcertantes de la física contemporánea nos ayuden a abordar con una mente abierta los hallazgos extraordinarios y cargados de retos de la investigación actual sobre la conciencia.

La danza cósmica

Podemos ahora intentar resumir las comprensiones profundas procedentes de los estados holotrópicos que describen la existencia como una aventura existencial y profunda de la Conciencia Absoluta: una danza cósmica sin fin, una obra exquisita o un drama divino. Al producirla, el principio creador genera a partir de sí y dentro de sí innumerables imágenes individuales, unidades divididas de conciencia que adoptan diversos grados de relativa autonomía e independencia. Cada una de ellas supone una oportunidad para tener una experiencia única, para llevar a cabo un experimento de la conciencia. Con la pasión de un explorador, de un científico y de un artista, el principio creador experimenta con todas las experiencias concebibles en sus infinitas variaciones y combinaciones.

En esta obra divina, la Conciencia Absoluta encuentra la posibilidad de expresar su inmensa riqueza, abundancia y creatividad internas. A través de sus creaciones vive una multitud de roles individuales, encuentros, dramas complejos y aventuras en todos los niveles inimaginables. Esta obra de obras divina abarca desde las galaxias, los soles, los planetas y las lunas que giran a su alrededor, hasta las partículas nucleares, los átomos y las moléculas, pasando por las plantas, los animales y los seres humanos. Otras obras se desarrollan en las esferas arquetípicas y otras dimensiones de la existencia que no podemos percibir en nuestro estado ordinario de conciencia.

En ciclos sin fin de creación, conservación y destrucción, la Conciencia Absoluta supera los sentimientos de monotonía y aburrimiento trascedentes. La negación temporal y la pérdida de sus estados prístinos alternan con episodios de su redescubrimiento y recuperación. Estos períodos, que están llenos de agonía, angustia y desesperación, son seguidos por episodios de bienaventuranza y arrebatos de éxtasis. La recuperación de la conciencia original no diferenciada tras su pérdida temporal se vive como algo apasionante, sorprendente, fresco y nuevo. La existencia de la agonía proporciona una nueva dimensión a la experiencia del éxtasis, el conocimiento de la oscuridad refuerza la estima de la luz y la amplitud de la iluminación es directamente proporcional a la profundidad de la ignorancia anterior. Por añadidura, a cada incursión en los mundos fenoménicos que es seguida por el retorno a su conciencia original, la Mente Universal se enriquece con las experiencias de los diferentes roles vividos. Al haber concretado más su potencial interno, ha aumentado y profundizado el conocimiento de sí mismo.

Para tener esta comprensión del proceso cósmico es necesario asumir que la Mente Universal experimenta conscientemente todos los aspectos de la creación como objetos de observación y como estados subjetivos. Así, no sólo puede explorar todo el espectro de las percepciones, emociones, pensamientos y sensaciones específicamente humanas, sino también el estado de conciencia de todas las demás formas de vida del árbol evolutivo darwiniano. En el nivel de la conciencia celular, puede vivir la excitación de la carrera del esperma y la fusión de éste con el óvulo durante la concepción, así como la actividad de las células del hígado o de las neuronas del cerebro.

Trascendiendo los límites del reino animal y expandiéndose en el mundo vegetal, la Conciencia Absoluta puede convertirse en una secuoya gigante, vivirse como planta carnívora que atrapa y digiere una mosca o participar en la fotosíntesis de las hojas y en la germinación de las semillas. Igualmente, los fenómenos del mundo inorgánico, desde las relaciones entre los átomos hasta llegar al quásar y al pulsar, pasando por los terremotos y las explosiones de las bombas atómicas, proporcionan interesantes posibilidades de experimentación. Y puesto que en su naturaleza más profunda nuestra psique es idéntica a la Conciencia Absoluta, estas posibilidades vivenciales se hallan abiertas a todos nosotros en circunstancias concretas.

Cuando vemos la realidad desde la perspectiva de la Mente Universal, se trascienden todas las polaridades que experimentamos habitualmente. Esto se aplica a categorías como espíritu-materia, estabilidad-movimiento, bien-mal, masculino-femenino, belleza-fealdad o agonía-éxtasis. En última instancia, no existe una diferencia absoluta entre sujeto y objeto, observador y observado, experimentador y experimento, creador y creación. En definitiva, todos los roles del drama cósmico tienen sólo un protagonista que es la Conciencia Absoluta. Ésta es la única verdad esencial sobre la existencia revelada en las antiguas Upanishads hindúes. En los tiempos actuales encuentra una hermosa expresión artística en el poema del maestro budista vietnamita Thich Nhat Hahn, titulado “Llámame por mis verdaderos nombres”:

No digas que partiré mañana

porque todavía estoy llegando.

Mira profundamente; llego a cada instante

para ser el brote de una rama de primavera,

para ser un pequeño pájaro de alas aún frágiles

que aprende a cantar en su nuevo nido,

para ser una oruga en el corazón de una flor,

para ser una piedra preciosa escondida en una roca.

Todavía estoy llegando para reír y para llorar,

para temer y para esperar,

pues el ritmo de mi corazón es el nacimiento y la muerte

de todo lo que vive.

Soy el efímero insecto en metamorfosis

sobre la superficie del río,

y soy el pájaro que cuando llega la primavera

llega a tiempo para devorar ese insecto.

Soy una rana que nada feliz

en el agua clara de un estanque,

y soy la culebra que se acerca

sigilosa para alimentarse de la rana.

Soy el niño de Uganda, todo piel y huesos,

con piernas delgadas como cañas de bambú,

y soy el comerciante de armas

que vende armas mortales a Uganda.

Soy la niña de doce años

refugiada en un pequeño bote,

que se arroja al mar

tras haber sido violada por un pirata,

y soy el pirata

cuyo corazón es incapaz de ver y amar.

Soy el miembro del Politburó

con todo el poder en mis manos,

y soy el hombre que ha de pagar su deuda de sangre

a mi pueblo, muriendo lentamente

en un campo de concentración.

Mi alegría es como la primavera, tan cálida

que abre las flores de toda la Tierra.

Mi dolor es como un río de lágrimas,

tan desbordante que llena los cuatro océanos.

Llámame por mis verdaderos nombres

para poder oír al mismo tiempo mis llantos y mis risas,

para poder ver que mi dolor y mi alegría son la misma cosa.

Por favor, llámame por mis verdaderos nombres

para que pueda despertar

y quede abierta la puerta de mi corazón,

la puerta de la compasión.