4. El proceso de la creación

Así como de un fuego resplandeciente, chispas por millares se producen con la misma forma, así de lo Imperecedero, amigo mío, múltiples seres se producen y allí también avanzan.

Mundaka Upanishad

Aun cuando hagas cien nudos

sigue siendo una sola cuerda.

RÛMÎ

El misterio del impulso creador

La toma de conciencia de que todos los mundos fenoménicos, incluido nuestro plano material, son realidades virtuales creadas por la Conciencia Absoluta, nos lleva a plantearnos algunas cuestiones de gran interés. La fusión y la unión con el principio cósmico creador, tal como se describió en el capítulo anterior, es sin duda una experiencia extraordinaria y muy deseable desde el punto de vista de un ser humano individual. Muchas tradiciones espirituales consideran que alcanzar este estado es la meta definitiva de la búsqueda espiritual. Sin embargo, quienes realmente alcanzan la unión con la Mente Universal se dan cuenta de que la situación es mucho más compleja.

Estas personas descubren que lo que alguna vez consideraron que era la meta del viaje espiritual es también el origen de la creación. Para ellos se vuelve evidente que, para crear los mundos fenoménicos, lo Divino tiene que abandonar su estado original de unidad prístina e indiferenciada. Teniendo en cuenta lo fantástica que es la experiencia de identificación con la Conciencia Absoluta desde el punto de vista humano, parece extraño que el principio creador deba buscar una alternativa, o al menos un complemento, a la simple experiencia de sí mismo. Esto conduce naturalmente a la cuestión sobre la naturaleza de las fuerzas que compelen a la Conciencia Absoluta a abandonar su estado primordial y a emprender el proceso de crear realidades vivenciales como el mundo en que vivimos. ¿Qué es lo que probablemente podría motivar a lo Divino a buscar la separación, el dolor, la lucha; en resumen la imperfección y la impermanencia, que son precisamente los estados de los que estamos intentando escapar cuando nos embarcamos en la aventura espiritual?

Las personas que en su exploración interna logran la identificación con la Conciencia Absoluta suelen tener profundas comprensiones fascinantes de la dinámica de la creación. Antes de que empecemos a examinar estas revelaciones, es importante recordar que los estados holotrópicos en general, y aquéllos que implican niveles trascendentes de conciencia en particular, no se prestan muy bien a descripciones verbales. Cuando revisamos estos informes, podemos encontrarlos interesantes e intelectualmente estimulantes, o sentirnos inspirados por ellos, pero no debemos esperar de ellos explicaciones lógicas que puedan satisfacer plenamente nuestra mente racional. A causa de las limitaciones inherentes a nuestras facultades intelectuales, los intentos humanos de entender las “razones” o “motivos” de la creación nunca serán completamente satisfactorios. La razón es un instrumento inadecuado para el análisis de las dimensiones trascendentes de la existencia y de los principios que operan en un nivel altamente metafísico. En última instancia, la verdadera comprensión de estos asuntos sólo es posible por medio de la experiencia personal.

Las personas que describen sus experiencias de identificación con lo Divino no son capaces de evitar las perspectivas antropocéntricas ni de superar las limitaciones del lenguaje. Así pues, el impulso creador de la Conciencia Absoluta se describe a menudo relacionándolo con los diversos estados psicológicos que conocemos en nuestra vida cotidiana, como el amor, el anhelo o la soledad. Sus autores suelen escribir con mayúsculas las iniciales de estas palabras para indicar que están intentando expresar analogías trascendentes u “octavas superiores” de dichos sentimientos en lugar de estados directamente comparables a los que conocemos en nuestra vida cotidiana. Ésta es una práctica muy conocida en los escritos de pacientes psiquiátricos que han tenido la experiencia de revelaciones inhabituales sobre temas trascendentes y se esfuerzan por describir lo que les ha sucedido.

Los informes de personas que en sus estados holotrópicos de conciencia han tenido comprensiones profundas sobre la “motivación” del principio creador divino para generar mundos de experiencias contienen algunas contradicciones interesantes. Una categoría importante de estas comprensiones profundas recalca los recursos fantásticos y las capacidades inconcebibles de la Conciencia Absoluta. Otro grupo de revelaciones sugiere que, en el proceso de creación, la Conciencia Absoluta busca algo de lo que carece y que echa en falta en su estado original primordial. Desde una perspectiva ordinaria, estas dos categorías de comprensiones profundas parecen contradecirse entre sí. En los estados holotrópicos, sin embargo, desaparece este conflicto y ambas categorías pueden coexistir fácilmente.

La cornucopia divina

El impulso de crear suele describirse como una fuerza elemental que refleja la inimaginable riqueza y la abundancia interna de lo Divino. La fuente cósmica creadora es tan inmensa y desborda tantas posibilidades ilimitadas que no puede contenerse a sí misma y tiene que expresar la plenitud de su potencial escondido. La experiencia de esta cualidad de la Conciencia Absoluta a veces se compara a una visión de cerca de los procesos termonucleares del sol, el principio que da la vida y es la fuente de energía de nuestro planeta. Las personas que han tenido esta experiencia se dan cuenta de que el sol es la expresión más inmediata de lo divino que podamos experimentar en el mundo material y entienden por qué algunas culturas veneraron al sol como dios.

Sin embargo, habitualmente resaltan que esta similitud no debería ser tomada demasiado literalmente, puesto que existen importantes diferencias entre el sol como cuerpo astronómico y el Sol Cósmico, el principio creador responsable de la creación. El sol físico sólo contribuye con la energía necesaria a los procesos de la vida, mientras que la fuente divina también proporciona el Logos de la creación: su orden, formas y sentido. Sin embargo, en nuestra vida cotidiana, observar el sol parece ser la aproximación más aproximada que tengamos a la experiencia de la fuente divina de la creación tal como se nos revela en los estados holotrópicos.

Otras descripciones ponen el acento en el inmenso deseo de la Mente Universal de lograr conocerse a sí misma y experimentar toda la plenitud de su potencial. Esto sólo puede hacerse mediante la exteriorización y la manifestación de todas sus posibilidades latentes en forma de un acto creador concreto. Exige la polarización en sujeto y objeto, la dicotomía entre observador y observado. Estas comprensiones profundas recuerdan la forma en que se explica la creación en ciertos textos cabalísticos, según los cuales hubo una vez un estado previo de no existencia, en el que «el Rostro no contemplaba el Rostro». La razón para la creación fue que «Dios deseaba contemplar a Dios». Igualmente, el gran místico persa Jalâluddîn Rûmî escribió: «Yo era un tesoro escondido […] creé todo el universo y su única finalidad fue manifestarMe» (Hines 1996).

Otras dimensiones importantes del proceso creador que frecuentemente se ponen de relieve son el carácter lúdico, el propio deleite y el humor cósmico del Creador. Éstos son elementos que han sido muy bien descritos en los antiguos textos hindúes, que hablan del universo y de la existencia como lîlâ, o Juego Divino. Según este punto de vista, la creación es una obra cósmica intrincada e infinitamente compleja que Dios, Brahman, crea a partir de sí mismo y dentro de sí. Él es el autor que ha concebido la obra, así como su productor, director y también todos los actores que hacen la multitud de papeles que hay en ella. Esta gran obra de obras cósmica se representa en muchas dimensiones, a muchos niveles y a escalas inimaginables.

La creación también puede verse como un experimento colosal que expresa la inmensa curiosidad de la Conciencia Absoluta, una pasión análoga a la de un científico que consagra su vida a la exploración y la investigación. Sin embargo, el experimento cósmico es, de una forma natural, infinitamente más complejo que cualquier cosa que pudiera concebir el esfuerzo colectivo de todos los científicos del mundo. Todos los descubrimientos fascinantes de la ciencia, que desentrañan el microcosmos y las remotas regiones del universo, apenas arañan la superficie del enigma insondable de la existencia. La ciencia, en su estado actual, sólo investiga la naturaleza y el contenido de los productos finales de la creación por procedimientos cada vez más refinados, pero no revela nada sobre el proceso misterioso que subyace en ella y la manifiesta.

La cuestión que repetidamente emerge de los estados no ordinarios de conciencia es el grado de control que tiene lo Divino en el proceso de creación. Es un problema al que se enfrentó a menudo Albert Einstein. Ésta es la formulación de sus propias palabras: «lo que realmente me interesa es si Dios tuvo elección en la creación del mundo». Las respuestas de las personas que han alcanzado este nivel de comprensión profunda no son unánimes. A veces parece que la Conciencia Absoluta está plenamente a cargo de la creación en su totalidad y en todos sus detalles. En este caso, todas las sorpresas de la obra cósmica sólo las tienen los protagonistas individuales y son debidas a la retirada repentina del velo de ignorancia que revela aspectos significativos del conocimiento divino que previamente les estaba oculto.

A veces, las personas que experimentan estados holotrópicos se hacen conscientes de una alternativa significativa a este escenario. Comprueban que podría ser posible que sólo los parámetros básicos de la creación estén claramente definidos, pero que el resultado final detallado siga siendo impredecible incluso para lo Divino. Este último modelo de la obra cósmica puede compararse a un caleidoscopio o a un juego de ajedrez. El inventor del caleidoscopio obviamente se dio cuenta de que al girar el tubo que contiene los espejos especialmente dispuestos y las piezas de cristal de colores produciría patrones de hermosas imágenes cambiantes. Sin embargo, seguramente no podía haber previsto todas las constelaciones y combinaciones concretas que podrían surgir cuando alguien mirase a su través.

Igualmente, el inventor del ajedrez podría ver el potencial general de un juego que se juega en un tablero de 64 cuadrados blancos y negros con figuras que tienen funciones y movimientos definidos. Pero hubiera estado absolutamente fuera de cuestión anticipar todas las infinitas posibilidades de las situaciones concretas a las que podía conducir el juego de ajedrez. Naturalmente, la complejidad de la creación es infinitamente mayor que la del caleidoscopio o la del ajedrez. Aunque la inteligencia de la Conciencia Absoluta sea inmensa, es concebible que el desarrollo de la obra cósmica pueda estar más allá de su control y pueda proporcionar auténticas sorpresas.

Esto se halla íntimamente conectado con la cuestión de nuestro propio rol en la obra cósmica. Si el guión universal estuviera escrito por lo Divino en todos sus detalles, no nos dejaría como actores individuales ninguna posibilidad de participación activa y creativa. Lo mejor que podemos hacer es despertar al hecho de que en el pasado nuestra vida no ha sido auténtica porque no hemos estado bien informados de los aspectos fundamentales de la existencia y de nuestra propia naturaleza. Sin embargo, si algunos resultados son impredecibles incluso para lo Divino, diversas tendencias indeseables, como la actual crisis global, podrían requerir nuestra ayuda. En ese caso, realmente podríamos convertirnos en verdaderos jugadores activos y colaboradores útiles de la Conciencia Absoluta en el juego divino.

Algunas personas que han tenido comprensiones penetrantes sobre los “motivos” para que exista la creación, también recalcan su aspecto estético. En nuestra vida diaria, a menudo nos asombramos por la belleza intrínseca del universo y de la naturaleza, así como por aquellos aspectos de la creación en los que ha intervenido la actividad humana, como puede ser cualquier obra de arte o cualquier estructura arquitectónica exquisitas. En los estados holotrópicos se refuerza enormemente la capacidad para apreciar el lado estético de todos los diferentes aspectos de la vida y de la existencia. Por emplear la expresión de William Blake, «cuando se limpian las puertas de la percepción» es difícil perderse la asombrosa belleza de la creación. Desde esta perspectiva, el universo en que vivimos y todas las realidades de la experiencia en otras dimensiones también parecen ser obras de arte consumadas, y el impulso para crearlas puede compararse con la inspiración y la pasión creadora de un magnífico artista.

El anhelo divino

Como mencioné anteriormente, a veces las comprensiones profundas sobre las fuerzas que subyacen a la creación revelan “motivos” para la misma, que son de diferente orden y que hasta parecen estar en conflicto con los descritos anteriormente. Éstos no reflejan abundancia desbordante, riqueza, autosuficiencia esencial y maestría del principio cósmico creador, sino un cierto sentido de deficiencia, necesidad o deseo. Por ejemplo, es posible descubrir que, a pesar de la inmensidad y perfección de su estado de ser, la Conciencia Absoluta se da cuenta de que está sola. Esta Soledad encuentra su expresión en un inmenso anhelo de tener compañía, comunicar y compartir: una especie de Anhelo Divino. La fuerza más poderosa que se halla detrás de toda la creación se describe en este caso como una necesidad del principio creador de dar y recibir Amor. Otra dimensión crítica del proceso creador, que pertenece a esta categoría y que ocasionalmente ha sido comentada, parece ser el deseo primordial por parte de la fuente divina de vivir la experiencia del mundo material tangible. Según estas comprensiones profundas, el Espíritu tiene un deseo profundo de experimentar lo que es opuesto y contrario a su propia naturaleza. Quiere explorar todas las cualidades que no tiene en su naturaleza primordial y convertirse en todo lo que no es. Siendo eterno, infinito, ilimitado y etéreo, anhela lo efímero, lo impermanente, lo limitado por el tiempo y el espacio, lo que es sólido y corpóreo. Esta relación dinámica entre espíritu y materia fue descrita en la mitología azteca como la tensión entre dos divinidades: Tezcatlipoca (el Espejo Humeante), que simboliza la materia, y Quetzalcóatl (la Serpiente Emplumada), que representa el espíritu. Una hermosa ilustración de esta danza cósmica entre Quetzalcóatl y Tezcatlipoca puede encontrarse en el pergamino azteca conocido como Codex Borbonicus. La comprensión del papel activo de la conciencia en la creación no se halla necesariamente limitada a la religión, la filosofía y la mitología. Según los físicos modernos, el acto de observación consciente cambia la probabilidad de que se produzca la realización efectiva de ciertos acontecimientos, participando de este modo en la creación de la realidad material. En una de sus conferencias en que exploraba las implicaciones filosóficas y espirituales de la física cuántica, el físico Fred Alan Wolf se refirió al papel activo que la conciencia desempeña en la creación del mundo material. Entre las diversas hipótesis sobre los mecanismos que subyacen a este proceso, sugirió que la razón definitiva de la creación del mundo material podría ser el añadir conciencia y espíritu a la experiencia de la materia. En la vida cotidiana, este anhelo de la materia por parte del espíritu podría ser la raíz más profunda de todos nuestros apegos y ambiciones humanas. Otro importante “motivo” para la creación que se menciona ocasionalmente es el elemento de monotonía. Por muy inmensa y gloriosa que pueda parecer la experiencia de lo Divino desde el punto de vista humano, para lo Divino es siempre la misma y, en este sentido, monótona. La creación puede verse como un esfuerzo titánico que expresa un anhelo trascendente de cambio, acción, movimiento, drama y sorpresa. Las innumerables realidades existenciales en muchas y diferentes dimensiones y a muchos niveles ofrecen un número infinito de oportunidades para posibles aventuras de la conciencia y el autoentretenimiento divino. Las formulaciones extremas que describen la creación como un acto enfocado a superar la monotonía de la Conciencia Absoluta e indiferenciada se refieren incluso al Aburrimiento cósmico. Esto resuena de nuevo con pasajes de textos cabalísticos medievales que describen que una de las razones por las que dios creó el universo fue la de superar el aburrimiento. La creación de diversos mundos fenoménicos también hace posible que la Conciencia Absoluta pueda escapar del intolerable Aquí y Ahora Eterno hacia una experiencia predecible y cómoda de tiempo lineal, espacio limitado e impermanencia. Ésta sería, pues, la polaridad opuesta y la imagen especular negativa del miedo humano a la muerte y a la impermanencia que subyace en nuestro profundo anhelo de inmortalidad y trascendencia. Para las personas que han tenido esta experiencia, la amenaza de extinción de la conciencia puede ser permanentemente sustituida por la toma de conciencia de que, en última instancia, no hay ninguna salida posible fuera de la conciencia. Todos los que han tenido la fortuna de vivir estas profundas comprensiones del laboratorio cósmico de la creación parecen estar de acuerdo en que cualquier cosa que pueda decirse sobre este nivel de realidad, en forma alguna puede hacer justicia a lo que han visto. El impulso monumental y de proporciones inimaginables que es responsable de la creación del mundo fenoménico parece contener todos los elementos que acabamos de exponer, por contradictorios y paradójicos que puedan parecer a nuestra sensibilidad y sentido común ordinarios, y aún muchos más. Es claro que, a pesar de todos nuestros esfuerzos por comprender y describir la creación, la naturaleza del principio creador y del proceso de creación, sigue siendo un misterio velado e insondable.

Figura 1. Quetzalcóatl y Tezcatlipoca. Las leyendas del Méjico precolombino afirman que los mundos de la materia y del espíritu coexisten y que cada uno de ellos posee algo que el otro necesita. En esta pintura del Codex Borbonicus azteca, la tensión dinámica entre Espíritu y Materia se representa como una danza cósmica y complementaria de Quetzalcóatl (en su forma de Ehecatl, dios del viento y de la respiración) y Tezcatlipoca, el Espejo Humeante.

Fuente: Stanislav Grof, Books of the Dead. Thames & Hudson, Londres, 1996, p. 93. Reproducido con autorización de la Bibliothèque de l’Assemblée Nationale, 126 rue de l’Université, 75007 París.

La dinámica del proceso creador

Además de las revelaciones relativas a las “razones” de la creación (el “por qué” de la creación), las experiencias que se tienen en los estados holotrópicos aportan con frecuencia comprensiones profundas e iluminadoras sobre la dinámica y los mecanismos concretos del proceso creador (el “cómo” de la creación). Éstos se hallan relacionados con la “tecnología de la conciencia”, que genera experiencias con características sensoriales diferentes y, al orquestarlas de una forma coherente y sistemática, crea realidades virtuales. Aunque las descripciones de estas comprensiones profundas varían en los detalles, el lenguaje y las metáforas utilizadas para describirlas suelen distinguir dos procesos interrelacionados y mutuamente complementarios que se hallan implicados en la creación de los mundos fenoménicos.

El primero de ellos es la actividad que divide la unidad indiferenciada original de la Conciencia Absoluta en un número cada vez mayor de unidades derivadas de conciencia. La Mente Universal se embarca en una obra creativa que implica secuencias complicadas de divisiones, fragmentaciones y diferenciaciones. El resultado final es el de mundos de experiencias que contienen innumerables entes separados dotados de formas específicas de conciencia y que poseen una conciencia selectiva de sí mismos. Parece existir un consenso general en que éstos nacen mediante divisiones y subdivisiones múltiples del campo originalmente unificado de la conciencia cósmica. Así pues, lo Divino no crea algo fuera de sí, sino mediante transformaciones dentro del campo de su propio ser.

El segundo elemento importante en el proceso de la creación es una forma única de “división” o de “pantalla cósmica” de aislamiento con la que los entes filiales conscientes pierden progresivamente contacto con su fuente original y conciencia de su naturaleza prístina. También desarrollan un sentido de identidad individual y un estado de separación absoluta entre sí. En las fases finales de este proceso existen pantallas intangibles, pero relativamente impermeables, entre estas unidades separadas y también entre cada una de ellas y el océano indiferenciado original de Conciencia Absoluta. Es importante recalcar que esta sensación de separación es puramente subjetiva y, en última instancia, ilusoria. En un nivel más profundo, la unidad no dividida e indiferenciada continúa subyacente en toda la creación.

Los términos “división” y “pantalla cósmica” no son totalmente adecuados en este contexto, puesto que sugieren una separación mecánica de elementos y una ruptura de la totalidad en partes. Estas imágenes concretas son mucho más adecuadas para oficios que tienen que ver con materiales diversos, como la construcción o la carpintería, que para la dinámica a la que me estoy refiriendo. Es por esto por lo que muchas personas toman prestada la terminología de la psicología y comparan este proceso con mecanismos como el olvido, la represión o la disociación. Aquí estamos hablando del fenómeno que el escritor y filósofo Alan Watts llamó “el tabú de conocer quién se es”. Según las comprensiones profundas obtenidas en diversos estados holotrópicos, las unidades separadas de conciencia no son necesariamente sólo seres humanos y animales, sino también plantas y elementos del mundo inorgánico, entes desencarnados y seres arquetípicos.

La relación entre la Conciencia Absoluta y sus partes es única y compleja, y no puede ser entendida por medio del pensamiento convencional y de la lógica ordinaria. Nuestro sentido común nos dice que una parte no puede ser simultáneamente el todo y que el todo, al ser un conjunto de sus partes, tiene que ser más grande que cualquiera de sus componentes. Y como el todo es el conjunto de sus elementos constitutivos, podemos entenderlo estudiando sus partes. Hasta hace muy poco, éste había sido uno de los postulados fundamentales de la ciencia occidental. Por añadidura, las partes deben tener una localización específica en el contexto del todo y ocupar una determinada parte de su tamaño general. Aunque todo lo que acabamos de decir de la relación entre el todo y las partes parece ser cierto y obvio en nuestra vida cotidiana, ninguna de estas características y limitaciones puede aplicarse en un sentido absoluto al juego cósmico.

En el entramado universal, y a pesar de su individualidad y de sus diferencias específicas, las unidades separadas de conciencia permanecen en otro nivel esencialmente idénticas con su fuente y entre sí. Éstas poseen una naturaleza paradójica, al ser totalidades y partes al mismo tiempo. La información esencial sobre cada una de ellas se distribuye por todo el campo cósmico y dichas partes tienen, a su vez, un acceso potencial a la información sobre toda la creación. Esto se hace más obvio en lo que respecta a los seres humanos, de los cuales tenemos pruebas directas de estas relaciones gracias a todo el espectro de experiencias transpersonales.

En los estados transpersonales tenemos el potencial de vivirnos como algo que forma parte de la creación, lo mismo que el mismo principio creador. Esto también es así para las demás personas que pueden vivirse como cualquier cosa y como cualquier persona, incluidos nosotros mismos. En este sentido, todo ser humano no sólo es una pequeña parte constitutiva del universo, sino también el campo entero de la creación. Una interconexión similar parece existir en el reino animal y botánico, e incluso en el mundo inorgánico. Las observaciones relativas a la evolución de las especies y las paradojas de la física cuántica apuntan sin duda en esta dirección.

Esta situación recuerda a las descripciones de los antiguos sistemas hindúes espirituales, particularmente el jainismo y el budismo avatamsaka. Según la cosmología jainista, el mundo de la creación es un sistema infinitamente complejo de unidades engañadas de conciencia, o jîvas, atrapadas en diferentes aspectos y etapas del proceso cósmico. Su naturaleza prístina está contaminada por estar involucradas en la realidad material y, particularmente, en los procesos biológicos. Los jainistas asocian estas jîvas no sólo con las formas de vida orgánica, sino también con los objetos y procesos inorgánicos. Cada jîva, a pesar de su estado de aparente separación, permanece conectada con todas las demás jîvas y contiene un conocimiento sobre todas ellas.

El Sutra Avatamsaka utiliza una imagen poética para ilustrar el estado de interconexión de todas las cosas. Es el famoso collar del dios védico Indra: «Se dice que en el cielo de Indra hay una malla de perlas, dispuestas de tal modo que si se mira a una de ellas, todas las demás se ven reflejadas. Igualmente, cada objeto del mundo no es simplemente él mismo, sino que abarca todos los demás objetos y, de hecho, todo lo que existe». Conceptos similares pueden encontrarse en la escuela de pensamiento budista Hwa Yen, la versión china de la misma enseñanza. Hwa Yen es una visión holística del universo que encarna una de las comprensiones más profundas que la mente humana haya jamás alcanzado. La esencia de esta filosofía puede expresarse sucintamente en pocas palabras: «Uno en Uno, Uno en Muchos, Muchos en Uno, Muchos en Muchos». El concepto de interpenetración cósmica mutua característica de esta escuela queda bellamente ejemplificada en la siguiente historia:

La emperatriz Wu, que tenía dificultades para comprender la complejidad de la filosofía Hwa Yen, preguntó a Fa Tsang, uno de los fundadores de la escuela, que le hiciera una simple demostración práctica de la interrelación cósmica. Fa Tsang la llevó a una gran sala, cuyo interior estaba completamente cubierto de espejos, tanto las paredes, como el techo y el suelo. Encendió una vela en el centro de esta sala y la suspendió del techo. Inmediatamente se vieron rodeados por miríadas de velas resplandecientes de diferentes tamaños que llegaban hasta el infinito. Esta fue la forma que tuvo Fa Tsang de ilustrar la relación de lo Uno con lo múltiple.

A continuación, colocó en el centro de la sala un pequeño cristal de muchas caras. Todo lo que estaba alrededor del cristal, incluidas las innumerables imágenes de velas, fue recogido y reflejado en el pequeño interior de aquella piedra brillante. De esta forma, Fa Tsang fue capaz de demostrar cómo en la Realidad Esencial, lo infinitamente pequeño contiene lo infinitamente grande y lo infinitamente grande contiene lo infinitamente pequeño sin obstrucción alguna. Tras hacer esto, señaló que este modelo estático era en realidad muy limitado e imperfecto, y que jamás podía captar el movimiento multidimensional y perpetuo del universo y la libre interpenetración del Tiempo y la Eternidad, así como el pasado, el presente y el futuro.

Metáforas de la creación

Las personas que en estados holotrópicos han tenido la visión de la dinámica de los procesos cósmicos de creación e intentan describir sus comprensiones profundas carecen con frecuencia de los medios adecuados de expresión verbal. Normalmente tienden a recurrir a diversas imágenes simbólicas, metáforas y paralelismos de la vida cotidiana, con la esperanza de que esto les ayude a ilustrar algunas de las experiencias e ideas que están intentando comunicar. Me serviré del mismo enfoque en la siguiente descripción del proceso creador, utilizando como ilustración imágenes extraídas de la circulación del agua en la naturaleza. Referencias a estos fenómenos naturales son particularmente frecuentes en las descripciones de las sesiones que contienen visiones cosmológicas. Antes del inicio de la creación, la Conciencia Cósmica es un campo indiferenciado e ilimitado de inmenso potencial creador. Dentro de él, la creación empieza como una onda, como una perturbación de la unidad original que se manifiesta como un juego imaginado de imágenes de diversas formas. Al principio, los entes creados mantienen su contacto con la fuente, ya que la separación es sólo un intento relativo e incompleto. Utilizando la metáfora del agua, la unidad original e indivisa de la Conciencia Absoluta tendría la forma de un océano profundo y en calma de una magnitud inimaginable. La imagen que ilustra mejor la etapa inicial del proceso de creación es la formación de olas en la superficie del océano.

Desde un punto de vista, las olas pueden verse y describirse como entidades separadas e individuales. Por ejemplo, es posible hablar de una gran ola verde y rápida, o de una que es buena o peligrosa para los surfistas. Al mismo tiempo es obvio que, a pesar de su relativa individualidad, la ola forma también parte integrante del océano. La diferenciación del océano por parte de las olas es un fenómeno lúdico, ilusorio e incompleto. Una repentina brisa puede formar olas en la superficie del océano, pero cuando el viento se calma, estas olas recuperan su plena identidad original con el océano.

En la fase que he descrito hasta aquí, la fuente creativa genera imágenes diferentes de sí misma, pero éstas retienen la conexión con la fuente y la conciencia de su identidad esencial. La creación auténtica exige que sus productos se separen y se hagan claramente distinguibles de la matriz creadora. En rigor, la creación sólo empieza cuando se corta la conexión con la fuente y se establece una identidad separada. Al principio esto sólo puede suceder en un momento fugaz. La imagen metafórica correspondiente sería la de una ola rompiéndose contra el viento o la costa. Cuando el cuerpo sólido de agua estalla en miles de pequeñas gotas, éstas asumen por un instante una identidad separada y una existencia independiente mientras vuelan por el aire. Esta situación sólo dura un instante, hasta que todas ellas caen de nuevo y se reúnen con el océano.

En la siguiente fase, la separación es mucho más definida y las unidades separadas de conciencia asumen su identidad e independencia individual durante un considerable período de tiempo. Éste es el principio de la división, la acción de la “pantalla cósmica” o la disociación y el olvido cósmicos. La unidad original con la fuente se pierde temporalmente y se olvida de su identidad divina. Un paralelismo metafórico de esta situación podría ser el agua que tras la marea queda atrapada en una oquedad de la roca del acantilado al retirarse el océano durante la marea baja. Este fenómeno implica una separación a largo plazo entre las aguas maternales del océano y el agua de la oquedad. Sin embargo, durante la siguiente marea alta se restablecerá la unión y la masa separada de agua retornará a la fuente.

La continuación del proceso de individuación tiene como consecuencia una situación en la que la separación es completa, convincente y puede parecer permanente. Se produce entonces una metamorfosis radical y las unidades separadas de conciencia asumen una nueva identidad muy diferente de la anterior. La unidad original es oscurecida y ocultada, pero no se pierde totalmente. Esta fase de creación puede ilustrarse como una masa de agua que se ha evaporado del océano y ha formado una nube. Antes de convertirse en nube, el agua sufre una profunda transformación. En estos momentos la nueva entidad posee una forma específica y característica y una vida por sí misma, pero las pequeñas gotitas de agua que pueden formarse en ella revelan la fuente y origen de este nuevo fenómeno. Pueden condensarse fácilmente, precipitarse en forma de lluvia e iniciar su camino de reunión con el océano.

En la fase final, la separación es completa y la unión con la fuente parece totalmente perdida. La transformación es radical y total, olvidándose la identidad original. La forma de esta nueva unidad es distinta, muy compleja y se ha solidificado. Al mismo tiempo, el proceso de divisiones múltiples ha avanzado y la conciencia de la entidad creada parece representar sólo una parte infinitamente pequeña del todo original. Un buen ejemplo de esta fase es el copo de nieve que se cristalizó en la nube a partir del agua originalmente evaporada del océano. El copo de nieve representa sólo un fragmento infinitesimal en la masa de agua del océano y tiene una forma y estructura individual muy concreta. La sorprendente diversidad de formas que pueden adoptar los copos de nieve ilustra muy bien la riqueza de la creación que caracteriza el mundo fenoménico. El copo de nieve tiene muy poca similitud con la fuente y, para poder reunirse de nuevo con ella, tiene que sufrir cambios fundamentales en su estructura y perder su identidad.

Podríamos avanzar un paso y pensar en un bloque de hielo. En él, el agua está tan radicalmente transmutada y es tan diferente de su forma original que no podríamos ser capaces de reconocer su identidad con el agua si no tuviéramos el conocimiento intelectual del proceso de congelación y de sus efectos. En agudo contraste con el agua, el hielo es denso, sólido, duro y rígido. Al igual que el copo de nieve, para volver a su condición acuática original tiene que sufrir una completa destrucción y perder lo que parecen ser sus características esenciales.

Imágenes similares que comparan los diversos aspectos de la creación con el agua pueden encontrarse en los textos místicos de todos los tiempos. Así es como Rûmî describe lo Divino y sus obras: «Ese es el océano de Unidad, en el que no hay pareja ni consorte. Sus perlas y peces no son otros que sus olas […] el espíritu es verdaderamente y siempre uno, pero sus manifestaciones en diferentes planos de creación son diferentes. Lo mismo exactamente que el cielo, el agua y el vapor no son tres cosas sino únicamente tres formas de la misma cosa, el Espíritu es uno, pero sus formas son múltiples. En los reinos más trascendentes mora como un ente extremadamente delicado y sutil, pero a medida que descendemos hacia las regiones menos sutiles, este Espíritu también adopta formas menos sutiles».

En la situación extrema, la fuente no sólo se pierde y es olvidada sino que se niega su existencia. Podría ser difícil encontrar una imagen que se ajuste a esta fase de creación y que pueda relacionarse con la circulación del agua en la naturaleza. El mejor ejemplo a este respecto es el ateo. Así es como una de las personas con las que he trabajado veía el dilema del ateo en un estado holotrópico de conciencia:

Un ateo encarna la última expresión del humor cósmico. Es una unidad separada de la conciencia divina que ha dedicado su existencia temporal a una batalla tragicómica en pos de una tarea imposible. Insiste y está decidido a probar que el universo y él mismo sólo son conjuntos accidentales de materia y que el creador no existe. Un ateo ha olvidado completamente que posee un origen divino, no cree en la existencia de Dios e incluso puede atacar apasionada y violentamente a todos los creyentes. Sri Aurobindo describió al ateo como «Dios jugando al escondite consigo mismo».

Además de las imágenes utilizadas aquí, todo el ciclo de circulación del agua en la naturaleza se utiliza a menudo en su totalidad para ilustrar el carácter del proceso cósmico. Según el tiempo que haga, el océano ofrece un hermoso y complejo juego de olas que constituye todo un mundo por derecho propio. El agua del océano se evapora y se convierte en nubes que, a su vez, poseen su propia y rica dinámica externa e interna. El agua de las nubes se precipita y regresa a la tierra en forma de lluvia, granizo o nieve. Éste es el principio del camino de la reunión. La nieve o el granizo se funden, las gotas de agua se unen en charcos y éstos forman hilos de agua, arroyos y grandes ríos. Después de múltiples confluencias, esta masa de agua alcanza el océano y se reúne con su fuente original.

El macrocosmos y el microcosmos: Como es arriba así es abajo

Otra esfera de la vida cotidiana que proporciona imágenes útiles que ilustran el proceso creador es la biología, en especial la relación que existe entre las células, los tejidos, los órganos y el organismo como un todo, por una parte, y los organismos, las especies y los ecosistemas, por otra. Esta situación puede utilizarse para demostrar cómo, en los procesos creadores, las diversas unidades de conciencia son entes individuales y autónomos por derecho propio, al mismo tiempo que partes de totalidades más amplias y, en última instancia, de todo el tejido cósmico.

Las células son estructuralmente entidades separadas, pero funcionalmente son elementos constitutivos de los tejidos y de los órganos. A su vez, los tejidos y los órganos son formas individuales de órdenes progresivamente superiores, pero también tienen roles significativos como partes de todo el organismo. En un cierto sentido el huevo fertilizado contiene todo el organismo, y el desarrollo embriológico es un despliegue de su potencial interno. Igualmente la encina podría verse como una bellota que ha desplegado su potencial.

También podríamos seguir este proceso en la dirección opuesta y profundizar en el microcosmos. Las células contienen orgánulos que están hechos de moléculas y éstas están compuestas de átomos. Los átomos pueden dividirse en partículas subatómicas y éstas, a su vez, en quarks, que se consideran habitualmente los elementos más pequeños de la materia. En ninguno de los ejemplos citados pueden entenderse las partes como entidades separadas e independientes del sistema que constituyen. Sólo tienen sentido en el contexto de totalidades más amplias y, en definitiva, como partes de la totalidad de la creación.

El cuerpo humano se desarrolla a partir de una única fuente indiferenciada, el óvulo fertilizado, mediante una compleja secuencia de divisiones que tienen como consecuencia la producción de un gran número y una variedad altamente especializada y diversificada de células. En su forma final existe una disposición jerárquica en la que cada parte también es un todo integrado. Un sistema complejo de regulaciones neurológicas y bioquímicas, que trascienden los límites anatómicos en todos los niveles, asegura la unidad funcional de las partes constitutivas. Además, cada célula alberga una serie de cromosomas que contienen información genética sobre todo el organismo. La ingeniería genética, ciencia que todavía se halla en sus primeras fases, ya ha sido capaz de crear un clon a partir del núcleo de una sola célula, es decir, una réplica exacta del organismo original. La información de todo el cuerpo se halla, por tanto, contenida en cada una de sus partes de un modo que hace muy apropiada la comparación con el proceso creador cósmico, tal como se ha descrito anteriormente.

En la visión del mundo de la ciencia tántrica, la relación entre el cosmos y el organismo humano no se ve como una simple metáfora o una ayuda conceptual. Los antiguos textos tántricos sugieren que el cuerpo humano es literalmente un microcosmos que refleja y contiene el macrocosmos entero. Si uno pudiera explorar totalmente su propio cuerpo y su propia psique, ello le aportaría el conocimiento de todos los mundos fenoménicos (Mookerjee y Khanna 1977). Esto se representa gráficamente en el Yantra Purushakára, la imagen de la Persona Cósmica. En esta figura, el mundo material en el que vivimos se sitúa en la zona del vientre, la parte superior del cuerpo y la cabeza contienen los diferentes reinos celestiales y el resto del vientre y las piernas albergan los mundos subterráneos.

Buda describió la relación entre el cuerpo y el mundo con estas palabras: «en verdad os digo que en el interior de este cuerpo insondable se halla el mundo, su amanecer y su ocaso». En la cábala, los diez sefirot, principios arquetípicos que representan diversas etapas de la emanación divina, se ven como el cuerpo divino de Adán Kadmón con cabeza, brazos, piernas y órganos sexuales. El cuerpo humano es una réplica en miniatura de esta forma primordial. Conceptos similares pueden encontrarse también en el gnosticismo, la tradición hermética y en otros sistemas esotéricos.

Esta profunda conexión entre el organismo individual humano y el cosmos sugerida por diversas tradiciones esotéricas ha sido expresada en los famosos principios: «como es arriba así es abajo» o «como es fuera así es dentro». Las observaciones procedentes de las investigaciones modernas sobre la conciencia han arrojado una nueva luz sobre este antiguo concepto místico, que parece casi absurdo desde el punto de vista de la ciencia materialista. La psicología transpersonal ha descubierto que en los estados holotrópicos es posible identificarse vivencialmente con casi cualquier aspecto de la realidad física, el pasado y el presente, así como con diversos aspectos de otras dimensiones de la existencia. También ha confirmado que el cosmos entero es una forma misteriosa y codificada en la psique de cada uno de nosotros, que se vuelve accesible en una autoexploración profunda y sistemática.

La exposición de las posiciones jerárquicas del universo también podría extenderse más allá de los límites de los organismos individuales, puesto que cada forma de vida es sólo una parte de grupos y sistemas más amplios. Los animales forman colonias, bandadas, rebaños y manadas, y pertenecen a familias y especies. Los humanos forman parte de una familia, un clan, una tribu, una cultura, una nación, un género, una raza, etc., etc. Los organismos vivos —plantas, animales y seres humanos— pertenecen a diversos ecosistemas que se han desarrollado dentro de la biosfera de nuestro planeta. En la compleja estructura dinámica del universo, cada parte constituyente es una identidad separada y, al mismo tiempo, es miembro de un todo más amplio. Individualidad y participación en un contexto más amplio están dialécticamente combinadas e integradas.

Figura 2. Yantra Purushakára o Yantra del Hombre Cósmico, una gran visión macro y microcósmica del universo. Esta pintura tántrica del siglo XIII procedente de Rajastán, India, representa al ser humano que ha realizado su inmenso potencial y se ha convertido en el universo entero. Los siete planos ascendentes (lokas) representan experiencias de reinos celestiales, el plano central las experiencias del plano terrenal (bhurloka) y los planos descendentes los estados subnormales de conciencia.

Fuente: Philip Rawson, Tantra: el culto indio del éxtasis (serie Arte e Imaginación), lámina 20, publicada por Thames and Hudson Ltd., reproducida con la autorización de la Colección Ajit Lookerjee. Fotografía de Jeff Teasdale.

Figura 3. El Hombre Cósmico Hermético. Ilustración procedente de un texto hermético del siglo XII de Robert Flud, Utriusque cosmi historia, tal como está reproducido en el libro de A. Roob, Alchemie und Mystik, Colonia, 1996, p. 543, que representa al ser humano como un microcosmos que refleja el macrocosmos. Los círculos concéntricos, que representan las esferas planetarias, están relacionadas con la estructura física del cuerpo. Las nueve esferas angélicas denotan la capacidad de servirse de la razón, el intelecto y la mente pura para lograr el estatus de Hombre Cósmico e incluso de Dios.

Fuente: Reproducido con autorización del Departamento de Manuscritos Antiguos de la Biblioteca central de la Universidad de Mannheim.

Figura 4. Adán Kadmón, el Hombre Universal primordial de los cabalistas se representa aquí sosteniendo el zodíaco y todo el sistema solar. La imagen de Adán Kadmón que encarna las diez emanaciones divinas, o sefirot, fue considerada por los místicos judíos como el reflejo y representación más perfectos de la Divinidad.

Fuente: Reproducido de The Secret Teachings of All Ages de Manley Hall, a quien pertenece el copyright, y con autorización de la Philosophical Research Society de Los Ángeles, CA.

La parte y el todo

La nueva relación que la ciencia moderna ha descubierto entre el todo y sus partes fue explorada y sistemáticamente descrita por el escritor y filósofo británico Arthur Koestler. En su libro Janus, titulado con el nombre del dios romano de dos caras, Koestler acuñó el término holón para reflejar el hecho de que todo lo que existe en el universo es simultáneamente un todo y una parte. La raíz de esta palabra, hol, sugiere totalidad e integridad (del griego holos = todo) y el sufijo ón, que se utiliza habitualmente en los nombres de partículas elementales, denota una parte o un elemento constitutivo. Los holones son entidades de dos caras, como Jano, en los niveles intermedios de cualquier jerarquía, que pueden ser descritas como totalidades o como partes, según cómo se les mire: desde “abajo” o desde “arriba” (Koestler 1978). El concepto de holones ha sido recientemente más desarrollado de una forma muy sofisticada y creativa por Ken Wilber (1995).

Los holones pueden acumularse en aglomerados más amplios. Las bacterias, por ejemplo, pueden formar un cultivo, o las estrellas pueden formar una galaxia. Estos son holones sociales compuestos por elementos del mismo orden. Estos holones también pueden crear holones emergentes de un orden superior. Los átomos de hidrógeno y los de oxígeno pueden combinarse en moléculas de agua, las macromoléculas pueden formar células y las células pueden organizarse en organismos multicelulares. Éstos son ejemplos de holones de un orden progresivamente superior. Lo que es importante desde el punto de vista de nuestra exposición es que en los estados holotrópicos todos los holones, individuales o sociales, tienen sus estados subjetivos correspondientes. Estos estados nos permiten identificarnos vivencialmente, de una forma auténtica y convincente, con cualquier aspecto de la existencia que en nuestra conciencia cotidiana ordinaria sentimos como un objeto separado de nosotros.

Así pues, podemos identificarnos conscientemente con átomos, moléculas o células concretas del cuerpo, ya sea como entidades individuales o como conjuntos. Además de vivirnos como otros seres humanos individuales, también podemos atravesar la identificación existencial con grupos humanos enteros, como, por ejemplo, todas las madres, todos los soldados o todos los cristianos del mundo. Podemos tener la visión de un solo lobo o de una manada de lobos y observarlos como objetos. Por añadidura, también podemos identificarnos vivencialmente con un solo lobo, así como experimentar la conciencia de toda una manada de lobos e incluso de toda la especie lobuna.

Alguna de las personas que han tenido la experiencia de estados holotrópicos nos han informado de haber experimentado la conciencia de un ecosistema, de la totalidad de la Vida como fenómeno cósmico o de todo nuestro planeta. En los estados transpersonales, todos los aspectos de la existencia, tal como se manifiestan en diferentes niveles y esferas de la realidad, pueden quedar potencialmente disponibles a la experiencia consciente. Ésta es una observación muy importante que aporta un fuerte apoyo a la comprensión del universo y de la existencia como una obra divina de la Conciencia Absoluta.

La siguiente descripción es un resumen de la sesión de Kathleen, que participó en nuestro programa de formación psicodélica para profesionales del Centro de Investigación Psiquiátrica de Maryland. Es un ejemplo de experiencia transpersonal que abarca toda la vida y refleja su lucha por la supervivencia. Tuvo como resultado final un profundo sentimiento de compasión por todos los seres vivos y un aumento espectacular de su conciencia ecológica.

Parecía haber conectado de una forma muy profunda con la vida de la Tierra. Al principio atravesé una serie de identificaciones con animales de diversas especies, pero después la experiencia se fue haciendo cada vez más amplia. Mi identidad se expandió no sólo horizontalmente en el espacio para incluir todas las formas vivas, sino también verticalmente, en el tiempo. Me convertí en el árbol evolutivo de Darwin con todas sus ramificaciones. Por increíble que esto pueda parecer, ¡me viví a mí misma como la totalidad de la vida!

Sentí la cualidad cósmica de las energías y experiencias implicadas en el mundo de las formas vivas, la curiosidad sin fin y la experimentación que caracterizan la vida, así como el impulso de autoexpresión y autopreservación que actúa en muchos niveles diferentes. Tomé conciencia de lo que estábamos haciendo a la vida y a la Tierra desde que desarrollamos la tecnología. Y puesto que la tecnología es también un producto de la vida, la cuestión crucial a la que tenía que enfrentarme era si la vida de este planeta podría sobrevivir.

¿Es la vida un fenómeno viable y constructivo, o un producto maligno de la superficie de la Tierra, que contiene algún defecto fatal en su programa que le condena a la autodestrucción? ¿Es posible que ocurriera algún error básico cuando, al principio, se estableció el proyecto de la evolución de las formas orgánicas? ¿Pueden los creadores de universos cometer los errores que cometen los humanos? En aquel momento me parecía una idea plausible, aunque terrorífica; algo que nunca había considerado antes.

Kathleen se debatió algún tiempo con la cuestión de si era posible que el principio creador pudiera haber cometido un error fundamental al iniciar la creación y que no controlara plenamente el proceso. Llegó a la conclusión de que esto era probablemente así y de que lo Divino podría necesitar ayuda de los humanos para preservar su creación. Habiendo optado por lo que yo he descrito previamente como teoría del “caleidoscopio” o “juego de ajedrez” de la creación, Kathleen decidió convertirse en colaboradora activa de lo Divino en la batalla por la conservación de la vida. He aquí el resto de su sesión:

Al identificarme con la vida, experimenté y exploré todo un espectro de fuerzas destructivas que operan en la naturaleza y en los seres humanos, y vi sus extensiones y proyecciones peligrosas en la tecnología moderna amenazando con hacer la Tierra inhabitable. En este contexto me convertí en las innumerables víctimas de la máquina militar de las guerras modernas, en los prisioneros de los campos de concentración muriendo en cámaras de gas, en los peces envenenados en ríos contaminados, en las plantas eliminadas por herbicidas y en los insectos rociados con productos químicos.

Todo esto alternaba con experiencias pasajeras de bebés sonrientes, niños adorables que jugaban en la arena, animales recién nacidos y pájaros que salían del cascarón en nidos cuidadosamente construidos; en sabios delfines y ballenas que cruzaban las aguas cristalinas del océano y en imágenes de hermosos prados y bosques. Sentí una profunda empatía con la vida, una fuerte conciencia ecológica y una determinación real de unirme a las fuerzas que afirman la vida en este planeta.

Ideas similares al concepto del holón de Koestler fueron expresadas en el siglo XVIII en el trabajo del filósofo y matemático Gottfried Wilhem von Leibniz. En su Monadología, Leibniz (1951) describió el universo como algo compuesto por unidades elementales llamadas mónadas. Estas mónadas tienen muchas características de las jîvas jainistas. Lo mismo que en la visión del mundo jainista, en la filosofía del Leibniz todo el conocimiento del universo entero puede deducirse de la información contenida en cada una de las mónadas.

Es interesante el hecho de que Leibniz originase la técnica matemática que sirvió para el desarrollo de la holografía óptica, un nuevo campo que proporcionó por primera vez una base científica sólida al conflicto de la interpenetración mutua. Los hologramas ópticos demuestran muy claramente las relaciones paradójicas que pueden existir entre las partes y el todo, incluyendo la posibilidad de recuperar la información del todo a partir de cada una de sus partes. Es posible que al crear los mundos fenoménicos, la Conciencia Absoluta esté utilizando los mismos principios que encuentran su expresión material en la holografía óptica. En cualquier caso, el modelo holográfico es el mejor marco conceptual del que disponemos hasta la fecha para explicar el mundo de los fenómenos transpersonales.

La creación y el mundo del arte

En los estados holotrópicos podemos darnos cuenta de que la existencia, la vida humana y el mundo que nos rodea constituyen una aventura fantástica de la conciencia, un drama cósmico sorprendentemente complejo e intrincado. Esto guarda un paralelismo con los conceptos que se encuentran en los antiguos textos hindúes. Las escrituras hindúes se refieren a la obra divina del universo como lîlâ y sugieren que la realidad material tal como la percibimos en nuestra vida cotidiana es un producto de una ilusión cósmica fundamental llamada mâyâ. El teatro, el cine y la televisión son representaciones ilusorias de la realidad artificialmente creadas. Por esta razón, estos medios y diversos aspectos de las actividades artísticas relacionadas con ellos constituyen otra fuente reiterada de imágenes metafóricas que las personas que han experimentado estados holotrópicos utilizan para describir el proceso de la creación. La situación del actor es muy paralela al rol que cada uno de nosotros desempeñamos en el drama cósmico. Mientras están en el escenario representando un papel, los buenos actores pueden en gran medida perder contacto con su identidad real y convertirse en los personajes que representan. En la noche de la representación, casi pueden creer que son Otelo, Juana de Arco, Ofelia o Cyrano de Bergerac. Pero la conciencia de su identidad real sigue estando disponible y es recuperada después de que cae el telón y se apagan los ecos de los aplausos del público. En menor medida, en los espectadores que contemplan una buena película o una obra de teatro bien representada puede producirse un proceso similar de identificación con los personajes del drama y una pérdida temporal de su propia identidad. El actor o la actriz poseen su personalidad básica cotidiana a la que pueden volver cuando termina la obra. Las personas que han experimentado estados holotrópicos sugieren frecuentemente que algo similar sucede en los ciclos de renacimientos. Al principio de cada vida asumimos una personalidad y un rol diferentes, y en el momento de morir volvemos a nuestra identidad esencial antes de volver a renacer.

Particularmente interesante desde su punto de vista es la situación del autor, porque puede utilizarse para ilustrar la complejidad de nuestra naturaleza y el problema del determinismo frente al libre albedrío. Puesto que todas las fronteras del universo son en última instancia arbitrarias, no poseemos una identidad fija; cada uno de nosotros somos el creador y también la creación. El grado de libertad que tenemos cambia espectacularmente según el aspecto de la creación y el nivel de los procesos creadores con los que nos identifiquemos. Es ésta una situación similar a la del autor de una obra de teatro o la del guionista de una película. Todos los personajes de una obra tienen su origen en la imaginación del autor y, por tanto, son inicialmente diferentes aspectos de una sola mente creadora. Con el objeto de que la obra pueda representarse de una forma realista y efectiva, los protagonistas tienen que ser representados como personas separadas.

Esto ofrece al autor una oportunidad de tener una identidad ambigua en relación con la obra y sus personajes. Mientras escribe, el autor o la autora tiene una gran libertad para crear y modelar los personajes, así como para determinar el curso de los acontecimientos. No obstante, el mismo autor puede decidir convertirse en uno de los actores de su obra. William Shakespeare, por ejemplo, podría decidir representar el papel de Hamlet o Richard Wagner cantar la parte correspondiente a Tannhauser. En estos casos estarían limitados y determinados en gran medida por los mismos guiones que, en otro contexto y a otro nivel, crearon con más o menos libertad. De un modo similar, cada uno de nosotros aparece en la obra divina en un papel dual de creador y actor. Una actuación plena y realista de nuestro papel en la obra cósmica requiere la suspensión de nuestra verdadera identidad. Tenemos que olvidar nuestra autoría y seguir el guión.

El problema de la ambigüedad de nuestra identidad y de nuestro rol en el drama cósmico exige unas palabras de advertencia. En las últimas décadas, este tema ha sido a menudo mal entendido y mal expresado en el movimiento de la Nueva Era y en la espiritualidad popular. En los estados holotrópicos es posible conectar con un nivel de conciencia en el que parece muy plausible que realmente hayamos escogido a nuestros padres y las circunstancias de nuestro nacimiento. También podemos experimentar un estado de conciencia en el que parece obvio que somos en esencia seres espirituales y que, como tales, hemos tomado la libre decisión de renacer y participar en el drama cósmico. Igualmente podemos tener la experiencia muy intensa de identificación con el principio creador o Dios. Todas estas experiencias pueden parecer muy reales y convincentes.

Sin embargo, sería un grave error extraer de dichas comprensiones internas cualquier conclusión en lo que se refiere a nuestra identidad ordinaria o a nuestro yo encarnado. De esta forma es claro que nosotros no tomamos ninguna de las decisiones aludidas. Si se aplican al ego corporal, afirmaciones como «tú eres Dios y has creado tu universo» confunden y son engañosas. Recuerdo un seminario en el Instituto Esalen de Big Sur, California, en el que quien lo dirigía impuso de forma autoritaria esta afirmación a los participantes. Una de las mujeres del grupo quedó gravemente trastornada, por ser madre de un hijo discapacitado. La afirmación del responsable del taller implicaba que ella había escogido el estado de salud de su hijo y había creado voluntariamente aquel problema. Esto habría significado que ella, tal como se identificaba a sí misma con su vida cotidiana, era plenamente responsable de la desgracia de su hijo. Situaciones de este tipo implican una seria confusión de niveles y una utilización incorrecta de la lógica, cuya expresión técnica es “error de transcripción lógica”.

Los seres y ámbitos arquetípicos

Ahora podemos volver a la dinámica del proceso creador cósmico tal como se revela en los estados holotrópicos de conciencia. Ya he descrito y expuesto frecuentes comprensiones penetrantes que sugieren que la Mente Universal crea realidades virtuales a través de una combinación compleja de divisiones múltiples, disociaciones cósmicas y olvido. La Conciencia Absoluta se proyecta en innumerables seres individuales que se viven a sí mismos como separados entre sí y también alienados de su origen. En una interacción dinámica constante y recíproca, generan mundos de experiencia inmensamente ricos. La esfera material en la que vivimos y que nos es íntimamente familiar parece ser sólo uno de estos mundos, la avanzadilla más lejana de esta actividad creadora. De especial interés es un ámbito que se halla entre nuestra realidad cotidiana y la Conciencia Absoluta e indiferenciada. Es un ámbito mitológico que ha sido extensamente estudiado y descrito por C. G. Jung y sus seguidores. A diferencia de la realidad material, no es accesible a la percepción sensorial ordinaria y sólo puede experimentarse directamente en estados holotrópicos de conciencia. Jung se refirió a él como el dominio arquetípico del inconsciente colectivo. Los seres que habitan estos ámbitos parecen estar dotados de una energía extraordinaria y poseen un aura que tiene un carácter sagrado o numinoso. Por esta razón, habitualmente se perciben y describen como dioses.

Los acontecimientos que se producen en esta esfera mítica se desarrollan en un espacio y tiempo que no son idénticos a la experiencia que tenemos de estas dimensiones en el nivel material. Las secuencias arquetípicas carecen de la integridad geográfica e histórica características de los sucesos de la realidad material. A diferencia de los acontecimientos de nuestro mundo, a los que se puede asignar coordenadas concretas espaciales y temporales, las secuencias míticas no pueden situarse en un entramado coherente de espacio o tiempo. Mientras que es fácil localizar geográficamente Londres o asignar una fecha histórica concreta a la revolución francesa, es imposible hacer lo mismo con el cielo de Shiva o la batalla entre los dioses del Olimpo griego y los titanes. Las historias inspiradas por el dominio mítico habitualmente empiezan «Érase una vez, en un país muy lejano», para desanimar a quienes las escuchan del intento de situarlas geográfica o históricamente en el mundo conocido de la realidad cotidiana.

Sin embargo, la ausencia de coordenadas fijas espaciales y temporales no hace que el mundo arquetípico sea ontológicamente menos real. Los encuentros con seres mitológicos y las visitas a paisajes míticos, tal como se viven en los estados holotrópicos, pueden ser en muchos aspectos acontecimientos tan reales como los de nuestra vida cotidiana o incluso más. El dominio arquetípico no es un producto de la fantasía y de la imaginación humana. Posee una existencia independiente por sí misma y un alto grado de autonomía. Al mismo tiempo, su dinámica parece estar íntimamente conectada con la realidad material y la vida humana.

Los arquetipos pertenecen claramente a un orden superior respecto a los acontecimientos del mundo material y rigen, forman e informan lo que sucede en nuestra realidad cotidiana. Las comprensiones profundas procedentes de los estados holotrópicos de conciencia concernientes a estas conexiones son similares a las ideas que se han expresado en diversos libros escritos por los autores inspirados por la psicología jungiana. Estos escritores han mostrado que nuestra personalidad, nuestro comportamiento y nuestro destino pueden entenderse aplicando los principios divinos arquetípicos que operan en nuestra conciencia o a través de ella (Bolen 1964, 1989), y también que en nuestros dramas humanos cotidianos damos vida a diversos temas mitológicos (Campbell 1972).

La siguiente experiencia de Helen, una antropóloga de 42 años, ilustra la forma en que se experimenta el mundo arquetípico en los estados holotrópicos de conciencia y las comprensiones penetrantes que puede proporcionar.

La secuencia que siguió fue de tal grandiosidad y magnificencia que todavía siento una profunda sensación de sobrecogimiento sólo con pensar en ello. Fue una visión de un mundo que poseía algunas características en común con nuestra realidad cotidiana, aunque la cantidad de energía de que estaba dotado y la amplitud con que existía estaban más allá de todo lo que previamente hubiera imaginado. Vi figuras antropomórficas famosas, hombres y mujeres, vestidos con espléndidos ropajes e irradiando un inmenso poder. Parecían las antiguas descripciones griegas del monte Olimpo, en el que los dioses festejaban con néctar y ambrosía. Sin embargo, esta experiencia sobrepasó de lejos cualquier cosa que yo hubiera podido asociar anteriormente con esta imagen.

Estos seres suprahumanos estaban implicados en lo que parecía una interacción social, pero su intercambio parecía ser de una enorme relevancia. Sentía que lo que estaba sucediendo allí estaba íntimamente conectado con nuestra realidad cotidiana y que estaba determinando los acontecimientos del mundo material. Recuerdo un detalle particularmente impresionante que puede servir para ilustrar esta conexión y sus dimensiones. En un determinado momento vi, en el dedo de uno de aquellos seres divinos un anillo espléndido con una piedra que parecía ser una versión cósmica de un diamante. El reflejo de una de sus caras me impactó como un fulgor cegador de luz y me di cuenta de que se proyectaba a nuestro mundo como la explosión de una bomba atómica.

Posteriormente y en relación con esta experiencia me vino a la mente una película que había visto hacía tiempo. Creo que se llamaba El vellocino de oro[1] y representaba las aventuras de Jasón y los argonautas. La acción de esa película se desarrollaba a dos niveles. Uno de ellos describía el reino de los dioses del Olimpo, sus relaciones, aventuras amorosas, conflictos, luchas y alianzas. Cada uno de los dioses y diosas poseían su propia esfera de influencia en el cosmos. Los protagonistas de la historia eran favoritos de algunos dioses y blanco de la cólera de otros. Las emociones de los dioses se manifestaban en un plano terrenal como la dinámica de los elementos de la naturaleza, cambios repentinos de fortuna o encuentros humanos significativos.

A la vista de esta experiencia y de las comprensiones profundas asociadas con ella, me sentí arrepentida del orgullo científico con el que yo solía desechar las cosmologías de las “culturas primitivas” como superstición y pensamiento mágico. Caí en la cuenta de que esto reflejaba la ingenuidad de nuestra sociedad sobre los estados no ordinarios de conciencia. Para mí era muy claro que una vez que sometemos las observaciones de estos estados a un estudio serio, nuestra visión materialista del mundo tiene que ser revisada drásticamente. Podríamos no utilizar los términos “dioses” y “demonios”, como hacen en las culturas “primitivas”, y sustituirlos por términos más respetables como “figuras arquetípicas”. Sin embargo, una vez que nos hemos familiarizado con la dimensión arquetípica, no somos capaces de ignorar ni de negar su existencia y su importancia en el orden universal de las cosas.

Aunque este relato describe una visión de regiones arquetípicas celestiales, otras personas han tenido la experiencia de visitas a esferas habitadas por diversas criaturas de la oscuridad, tal como las conocemos por las descripciones mitológicas de infiernos o mundos subterráneos de diferentes culturas. El siguiente pasaje de una descripción escrita por Arnold, maestro de 40 años, es un ejemplo de este tipo de experiencia.

La siguiente secuencia me llevó a un mundo de túneles subterráneos y a lo que parecían ser los sistemas de alcantarillado de las grandes metrópolis del mundo —Nueva York, París, Londres, Tokio—… Era como si me estuviera familiarizando íntimamente con la infraestructura de estas ciudades, con partes y aspectos que son indispensables para su existencia. Para mi sorpresa, me di cuenta de que allí existía todo un mundo, oculto a la vista de la mayoría de las personas y generalmente no apreciado en absoluto. Yo me sumergía cada vez más profundamente en un sistema de oscuros laberintos hasta que caí en la cuenta de que el ámbito en el que estaba entrando ya no pertenecía al mundo de nuestra realidad cotidiana.

Aunque sin duda parecían las entrañas más profundas de la tierra, se trataba en realidad de un reino mitológico habitado por extrañas criaturas arquetípicas. Me parecía que estaba viendo la infraestructura del cosmos, que es algo esencial para que éste exista y para que funcione adecuadamente. Al igual que el mundo subterráneo de las ciudades, estaba oculto y no era apreciado. Estaba habitado por seres gigantescos y monstruosos de formas fantásticas. Éstos estaban dotados de energías titánicas que hacían pensar en movimientos tectónicos, terremotos y explosiones volcánicas.

No podía remediar el sentir un gran aprecio por estas criaturas hogareñas que vivían su vida en la oscuridad y pacientemente llevaban a cabo la labor ingrata de hacer funcionar la máquina del universo. Era evidente que ellas acogían mi visita y respondían con gran alegría a mis cumplidos gestuales. Parecía que estaban habituadas a ser temidas y rechazadas, y mostraban un ansia de amor y aceptación casi infantil.

Como indican estas experiencias, existen diversas dimensiones de la realidad que no forman parte del mundo fenoménico de nuestra vida cotidiana. Parecen constituir diversas clases y niveles de realidad vivencial, diferentes “canales cósmicos”, por utilizar una analogía con el mundo de la electrónica moderna. Habitualmente tomamos el mundo material con todas sus maravillas y complejidades como algo dado, y rechazamos la posibilidad de que puedan existir otras esferas de realidad. Sin embargo, si pensamos en ellas, el misterio puro de la existencia —el hecho de que cualquier cosa exista totalmente y de que sea posible tener la experiencia de mundos de cualquier clase— es tan maravilloso y abrumador que vuelve trivial la cuestión de cuál es su naturaleza y su contenido concreto.

Desde una perspectiva más amplia, la experiencia de una hermosa puesta de sol en el océano Pacífico, la visión del Gran Cañón o el panorama del centro comercial de Manhattan no son menos milagrosos que el cielo de Shiva o el inframundo de los egipcios. Si aceptamos la existencia de un principio supremo que tiene a su disposición la tecnología de la conciencia y que es capaz de generar experiencias, el hecho de que podamos crear realidades con muchas características diferentes no presenta ningún problema mayor. Sería comparable a la tarea de un equipo cinematográfico o televisivo para servirse de la tecnología actual y producir películas o programas con temas mitológicos, en lugar de historias de la vida cotidiana.

La obra misteriosa del universo

Puesto que los filósofos hindúes se refieren al proceso cósmico como lîlâ, u obra divina, parece apropiado ilustrar las comprensiones profundas holotrópicas de la naturaleza de la realidad utilizando la analogía de una película, que es una versión tecnológica moderna del espectáculo de magia. La intención de los productores de películas es crear una buena imitación, una versión imaginaria de la realidad material. Para ello se sirven de todos los medios disponibles necesarios para alcanzar su objetivo. Habitualmente es muy fácil para los espectadores imaginar que las escenas que se desarrollan en la pantalla representan acontecimientos reales en el mundo material. En algunos casos, el impacto de una película en algunos espectadores puede ser tan fuerte que éstos respondan emocionalmente a la misma como si fuera real. Esto sucede a pesar del hecho de que saben intelectualmente que lo que están viendo no es sino un juego de ondas electromagnéticas de diferentes frecuencias dentro de un solo campo unificado de luz.

En los estados holotrópicos de conciencia podemos descubrir para nuestra sorpresa que este mismo principio puede aplicarse a nuestra experiencia de la realidad de cada día. Lo que nos parece un mundo de objetos sólidos es un juego de vibraciones esencialmente vacío. Naturalmente, nuestra experiencia del mundo es más plena y rica que la de una película, puesto que incluye algunas dimensiones que la tecnología cinematográfica actual es incapaz de transmitir, como las cualidades táctiles, olfativas y gustativas. En su famosa novela de ciencia ficción Un mundo feliz, Aldous Huxley describe una futura forma de entretenimiento en la que se supera esta dificultad, puesto que las experiencias de los espectadores no se hallan limitadas en la novela a las esferas óptica y acústica, sino que incluye estas otras cualidades de los sentidos. Los investigadores contemporáneos en el campo de la realidad virtual ya están experimentando con guantes especialmente diseñados que enriquecen la experiencia de los mundos visuales y acústicos electrónicamente creados, añadiéndoles la dimensión táctil.

Ya he descrito la experiencia de lo “divino inmanente” en el que el mundo material se percibe como una obra dinámica de energía creativa cósmica. Esta experiencia también revela la unidad indivisa que subyace al mundo de la separación. Muestra que lo que encontramos en la vida cotidiana no son individuos diferenciados ni objetos sólidos, sino aspectos integrantes de un campo unificado de energía. Por absurda que pueda parecer a un realista ingenuo, esta conclusión concuerda plenamente con los descubrimientos de la física moderna. Éstos demuestran que lo que habitualmente percibimos como materia sólida es esencialmente vacío. La ciencia del siglo XX ha proporcionado así bases para la desconcertante afirmación de los sabios hindúes de que nuestra percepción del mundo formada por objetos materiales densos es una ilusión (mâyâ).

Desarrollemos ahora un poco más la analogía entre la filmación de una película y la creación de la realidad material. Observando simplemente la película, no podemos entender completamente los procesos que implica, puesto que algunas respuestas importantes sobre lo que nos está sucediendo no pueden encontrarse en la pantalla. Lo que vemos en las películas no tiene una existencia y sentido independientes por sí mismos. La película es el producto de un proceso muy complejo y sus fases esenciales no están incluidas en nuestra experiencia inmediata de observación. Para entender realmente los acontecimientos que estamos presenciando, tendríamos que sustituir la experiencia ingenua de contemplar la película por un análisis sistemático y profundo del proceso que la crea.

En primer lugar, tendríamos que desplazar nuestra atención de la pantalla, giramos y descubrir el artilugio responsable de las ilusiones que estamos percibiendo. Detectaríamos que su componente esencial es una potente fuente de luz que proyecta las imágenes en la pantalla. Tras una inspección más atenta, también encontraríamos el carrete de celuloide que determina las formas y colores que estamos viendo. Esta situación es asombrosamente similar al famoso símil de la cueva que Platón utilizó en el diálogo de La república para describir la naturaleza ilusoria del mundo material.

En este diálogo, Platón (1961 b) compara la condición humana a una situación en la que un grupo de personas está encerrado en una caverna. Están firmemente encadenados al suelo de forma que sólo pueden mirar frente a ellos y hacia arriba. Detrás de estos prisioneros hay un fuego resplandeciente y un pequeño muro sobre el que unos titiriteros exhiben figuras humanas y de animales así como otros objetos. Los prisioneros están absortos contemplando las sombras en la pared que es el único aspecto de toda la situación que pueden percibir realmente. Fascinados por el espectáculo, son completamente inconscientes de la verdadera naturaleza de esta situación.

En el símil de Platón, los objetos de nuestro mundo material conocido se comparan a las sombras formadas en la pared de la cueva por un fuego, mientras que la verdadera naturaleza de la realidad permanece oculta para nosotros. Platón también sugiere que los prisioneros de la cueva creen que los ecos de los sonidos que emergen detrás de ellos son realmente producidos por las sombras. En el ejemplo que hemos puesto de una película podríamos igualmente identificar no sólo el origen de las imágenes, sino descubrir también el origen de los sonidos, remontándonos hasta la cinta magnética que los genera.

Cuando continuamos nuestra exploración, un examen más cercano del proceso de la proyección revelará que lo que percibimos como movimientos suaves y continuos consiste en realidad en secuencias rápidas de imágenes discontinuas y parpadeantes. Además, esto guarda paralelismos con las comprensiones profundas procedentes de los estados no ordinarios de conciencia en lo que concierne a la naturaleza de la realidad. Repetidamente he oído informes a este respecto de personas que han tenido diversas formas de experiencias holotrópicas. Las mismas comprensiones profundas pueden encontrarse en las fuentes espirituales tradicionales. Por ejemplo, según el budismo tibetano, la realidad es radicalmente discontinua. El mundo está constantemente «encendiéndose y apagándose a la existencia», disolviéndose y recreándose de un instante a otro. Del mismo modo, nosotros no poseemos una existencia continua del nacimiento a la muerte, sino que morimos y renacemos todo el tiempo. Una versión moderna y basada científicamente en el mismo concepto aparece en la filosofía de Alfred North Whitehead (1929).

El próximo paso para indagar con más profundidad la experiencia de la película nos lleva a salir completamente de la sala de proyección. Entonces descubrimos que la película empezó como una idea en la mente de alguien y que todos los procesos necesarios para realizar la película fueron motivados por la intención de concretar la historia en la pantalla y transformarla en una experiencia vivida y convincente. La realidad descrita en la película no posee una existencia independiente por sí misma. No puede entenderse plenamente si la sacamos de este contexto más amplio. La razón esencial de la existencia de la película es la intención de proporcionar un tipo concreto de experiencia. Según las comprensiones profundas que se tienen en los estados holotrópicos, ocurre lo mismo en lo que respecta a nuestra experiencia del mundo material.

Una persona ingenua, como un niño o un nativo de una cultura preindustrial que no ha tenido contacto con la tecnología moderna, podría confundir una película bien hecha con la realidad. En el futuro, las películas holográficas, con sonido holofónico, la televisión holográfica y, en especial, la avanzada tecnología de la “realidad virtual” harán que esta distinción sea aún más difícil de establecer. Sin embargo, ya hoy día, la idea de que nuestro cosmos pueda ser una “realidad virtual” producida por una inteligencia superior no parece tan rocambolesca como podía parecerlo hace cien o incluso cincuenta años.