3. El principio cósmico creador

¡Oh vacío sin tierra!, ¡oh vacío sin cielo!,

¡oh espacio nebuloso y sin propósito!,

¡conviértete en el mundo!, ¡extiéndete,

eterno e intemporal!

Relato tahitiano de la creación

Lo que carece de sonido, de tacto, de forma y es imperecedero; lo que, por tanto, no tiene gusto ni olor, es constante, sin principio ni fin, superior a lo más grande y estable: cuando se percibe Eso, uno se libera de las fauces de la Muerte.

Katha Upanishad

La conciencia absoluta

Después de haber experimentado directamente las dimensiones espirituales de la realidad, la idea de que el universo, la vida y la conciencia podrían haberse desarrollado sin la participación de una inteligencia creadora superior nos parece absurda, ingenua e insostenible. No obstante, como ya hemos visto, el haber tenido la experiencia de que la Naturaleza está impregnada de alma y los encuentros con figuras arquetípicas no son en sí, y por sí mismos, hechos suficientes para satisfacer totalmente nuestro anhelo espiritual. Por ello investigué en los informes de las personas con las que había trabajado para alcanzar estados de conciencia percibidos como estados que alcanzaban las fronteras últimas del espíritu humano. Yo intentaba averiguar qué experiencias podían transmitir el sentimiento de encontrar el principio supremo del universo.

Las personas que han tenido una experiencia de lo Absoluto que satisfizo plenamente su anhelo espiritual casi nunca vieron imágenes figurativas completas. Cuando sintieron que habían alcanzado la meta de su búsqueda mística y filosófica, sus descripciones del principio supremo eran muy abstractas y sorprendentemente similares. Quienes contaron haber tenido esta revelación esencial concordaron extraordinariamente al describir las características vivenciales de este estado. Informaban de que la experiencia de lo Supremo implicaba la trascendencia de todas las limitaciones de la mente analítica, de todas las categorías racionales y de todos los límites de la lógica ordinaria.

Esta experiencia no se hallaba limitada por las categorías habituales del espacio tridimensional y del tiempo lineal tal y como los conocemos en la vida cotidiana. También contenía todas las polaridades concebibles en un amalgama inseparable y, por tanto, trascendía las dualidades de todo tipo. Una y otra vez, las personas que tuvieron esta experiencia compararon el Absoluto con una fuente radiante de luz de una intensidad inimaginable, aunque resaltaban que también difería en algunos aspectos significativos de cualquier otra forma de luz que conozcamos en el mundo material. Describir el Absoluto como luz pierde totalmente alguna de sus características esenciales, en particular el hecho de que también es un campo de conciencia inmenso e insondable dotado con una inteligencia infinita y un poder creador.

El principio cósmico supremo puede experimentarse de dos formas diferentes. A veces, todos los límites personales se disuelven o son drásticamente borrados y nos fundimos por completo con la fuente divina, haciéndonos uno con ella sin posibilidad alguna de distinción. En otras ocasiones tenemos un sentido de identidad separada, asumiendo el rol de un observador asombrado que está siendo testigo, como si estuviera fuera del mysterium tremendum de la existencia. Así pues, al igual que algunos místicos, podemos sentir el éxtasis de un amante embelesado que experimenta el encuentro con el Amado. Los textos espirituales de todos los tiempos abundan en descripciones de ambos tipos de experiencia de lo divino.

«Lo mismo que una polilla vuela hacia la llama y se hace una con ella —dicen los sufíes—, así nos fundimos con lo divino». Sri Ramana Maharshi, el santo y visionario hindú, describe en uno de sus poemas espirituales «un muñeco de azúcar que fue al océano a nadar y se disolvió completamente». Por contraste, la mística española santa Teresa de Jesús y Rûmî, el gran poeta persa de la trascendencia, se refieren a Dios como el Amado. De igual modo, los bhaktas, representantes hindúes del yoga de la devoción, prefieren mantener un sentido de relación no fundida con lo Divino. No quieren convertirse en el muñeco de azúcar de Sri Ramana que pierde completamente su identidad en el océano cósmico. El gran santo indio y místico Sri Ramakrishna exclamó en cierta ocasión con énfasis: «quiero probar el azúcar, no convertirme en azúcar».

Las personas que han tenido la experiencia del principio supremo descritas anteriormente saben que han encontrado a Dios. Sin embargo, la mayoría de ellos sienten que el término Dios no capta adecuadamente la profundidad de su experiencia, puesto que ha sido distorsionado, trivializado y desacreditado por las religiones y culturas dominantes. Incluso términos como Conciencia Absoluta o Mente Universal, que a menudo se utilizan para describir esta experiencia, parecen ser totalmente inadecuados para transmitir la inmensidad y el tremendo impacto de dicho encuentro. Algunas personas consideran que el silencio es la reacción más adecuada a la experiencia del Absoluto. Para éstas, es obvio que «los que saben no hablan y los que hablan no saben».

El principio supremo puede experimentarse directamente en estados holotrópicos de conciencia, pero se escapa a cualquier intento de descripción o explicación adecuados. El lenguaje que utilizamos para comunicar sobre asuntos de la vida cotidiana simplemente no es adecuado para esta tarea. Las personas que han tenido esta experiencia parecen coincidir en que es inefable. Las palabras y la estructura de nuestro lenguaje son herramientas dolorosamente inapropiadas para describir su naturaleza y dimensiones, particularmente a aquéllos que no la han tenido.

Con todas estas reservas, incluyo el siguiente informe escrito por Robert, un psiquiatra de 37 años, que en su sesión tuvo la experiencia de lo que consideró la realidad esencial:

El principio de la experiencia fue repentino y espectacular. Fui golpeado por un trueno cósmico de un poder inmenso que en un instante sacudió y disolvió mi realidad cotidiana. Perdí totalmente el contacto con el mundo que me rodeaba, que desapareció como por arte de magia. La conciencia de mi existencia cotidiana, mi vida y mi nombre resonaban débilmente como imágenes de un sueño en la periferia lejana de mi conciencia. Robert… California… Estados Unidos… planeta Tierra… Intentaba acordarme con dificultad de la existencia de estas realidades, pero de repente habían perdido todo sentido. Igualmente está ausente toda visión arquetípica de dioses, demonios y esferas mitológicas que eran tan predominantes en mis experiencias anteriores. En aquella ocasión, mi única realidad era una gran cantidad de energía en remolino de inmensas proporciones que parecía contener toda la Existencia de un modo totalmente abstracto. Tenía la brillantez de miríadas de soles, aunque carecía de la continuidad de las luces que había conocido en la vida cotidiana. Parecía ser pura conciencia, inteligencia y energía creadoras que trascendían todas las polaridades. Era infinita y finita, divina y demoníaca, terrorífica y extática, creadora y destructiva… todo esto y mucho más. Yo no tenía conceptos ni categorías para lo que estaba viendo. No podía mantener ningún sentido de existencia separada frente a aquella fuerza. Mi identidad ordinaria fue sacudida y disuelta; me convertí en uno con la Fuente. El tiempo había perdido cualquier tipo de sentido.

Con una visión retrospectiva, creo que debo haber tenido la experiencia de la dharmakaya, la Clara Luz Primordial que, según el Libro Tibetano de los Muertos, el Bardo Thödol, aparece en el momento de la muerte.

El encuentro de Robert con lo Supremo duró aproximadamente veinte minutos de tiempo de reloj, aunque durante toda la duración de su experiencia no existiera el tiempo para él como dimensión significativa. Mientras todo esto estaba sucediendo, él no tuvo contacto con el entorno y no fue capaz de comunicarse verbalmente. A continuación empezó lentamente a experimentar un retorno gradual a la realidad ordinaria, respecto a la cual escribió:

Después de lo que pareció como una eternidad, empezaron a formarse en mi campo de experiencia imágenes y conceptos concretos a modo de ensoñaciones. Empecé a sentir que algo como la Tierra con grandes continentes y países concretos podía existir realmente en algún lugar, pero todo ello parecía muy distante e irreal. Gradualmente, todo esto siguió cristalizando hasta formar las imágenes de Estados Unidos y California. Posteriormente conecté con mi identidad de todos los días y empecé a vivir imágenes huidizas de mi vida actual. Al principio, el contacto con esta realidad era extremadamente débil. Durante algún tiempo pensé que estaba muriéndome y que estaba experimentando el bardo, el estado intermedio entre la vida actual y el próximo renacimiento, tal como se describe en los textos tibetanos.

Estaba recuperando el contacto con la realidad ordinaria y alcancé un punto en el que sabía que sobreviviría a aquella experiencia. Estaba tumbado en el sofá con un sentimiento de éxtasis y sobrecogimiento por lo que se me había revelado. En contraste con estas circunstancias, estaba teniendo la experiencia de diversas situaciones dramáticas que habían sucedido en diferentes partes del mundo a lo largo de los siglos. Parecían escenas de mis anteriores renacimientos, muchas de ellas peligrosas y dolorosas. Diversos grupos de músculos de mi cuerpo palpitaban y temblaban, mientras que mi cuerpo era herido y moría en todos aquellos contextos diferentes. No obstante, mientras que mi historia kármica estaba siendo representada fuera de mi cuerpo, yo permanecía en un estado de profunda bienaventuranza, completamente desapegado de todos aquellos dramas.

Durante muchos días posteriores a esta experiencia, me fue fácil alcanzar en mis meditaciones un estado de paz y de serenidad. Estoy seguro de que esta experiencia tendrá una influencia duradera en mi vida. Parece imposible experimentar algo así y no ser profundamente afectado y transformado por ello.

El vacío fértil

Encontrarse con la Conciencia Absoluta, tener la experiencia de plena identificación con ella, no es la única forma de experimentar el principio supremo del cosmos o la realidad última. El segundo tipo de experiencia que parece satisfacer a aquéllos que buscan las respuestas últimas es particularmente sorprendente, puesto que no tiene un contenido específico. Es la identificación con la Vacuidad Cósmica y la Nada que se describe en los textos místicos como el Vacío. Es importante recalcar que no todas las experiencias de vacuidad que podemos encontrar en los estados no ordinarios de conciencia pueden calificarse como Vacío. Algunas personas utilizan a menudo este término para describir una sensación desagradable de falta de sentimiento, iniciativa o sentido. Para merecer el nombre de Vacío, este estado tiene que cumplir ciertos requisitos concretos.

Cuando encontramos el Vacío sentimos que es vacuidad primordial de proporciones y relevancia cósmicas. Nos convertimos en pura conciencia consciente de esa nada absoluta; sin embargo, al mismo tiempo tenemos una sensación extraña y paradójica de su plenitud esencial. Este vacío cósmico es también una plenitud, puesto que en él no parece faltar nada. Aunque no contiene nada de una forma concreta y manifiesta, parece comprender toda la existencia de una forma potencial. De este modo paradójico podemos trascender la dicotomía habitual entre vacío y forma, o entre existencia y no existencia. Sin embargo, la posibilidad de llegar a esta resolución no puede transmitirse adecuadamente con palabras. Tiene que vivirse para entenderla.

El Vacío trasciende las categorías habituales de tiempo y espacio. Es inmutable y se halla más allá de todas las dicotomías y de todas las polaridades, como luz y oscuridad, bien y mal, inmovilidad y movimiento, microcosmos y macrocosmos, agonía y éxtasis, singularidad y pluralidad, forma y vacío, e incluso existencia y no existencia. Algunas personas lo llaman Supracósmico y Metacósmico, indicando con ello que esta nada y vacuidad esencial parece ser el principio que subyace al mundo fenoménico tal como lo conocemos y que, al mismo tiempo, lo rige. Este vacío metafísico, preñado del potencial de todo lo que existe, se manifiesta como la cuna de todo ser, la fuente esencial de la existencia. La creación de todos los mundos fenoménicos es, pues, la realización y concretización de todas las potencialidades preexistentes. Cuando experimentamos el Vacío, sentimos que es la fuente de toda la existencia y que, al mismo tiempo, contiene toda la creación dentro de sí. Otra forma de expresarlo es afirmar que es la totalidad de la existencia, puesto que nada existe fuera de su ámbito. Según nuestros conceptos habituales y nuestras normas lógicas, esto parece encerrar algunas contradicciones básicas. Sin duda parecería absurdo pensar en el vacío como algo que contenga el mundo de los fenómenos, cuya característica esencial parece ser la de tener formas específicas. Igualmente, el sentido común nos dice que el principio creador y su creación no pueden ser lo mismo, que tienen que ser diferentes entre sí. La naturaleza extraordinaria del Vacío trasciende estas paradojas.

El siguiente ejemplo describe una experiencia de Vacío Cósmico por parte de Cristopher Bache, filósofo de las religiones, que durante muchos años se ha dedicado a una búsqueda espiritual sistemática:

De repente, un enorme Vacío se abrió en el interior de este mundo. La forma que adoptó fue la de una distorsión de mi campo visual, como si se hubiera insertado en mi visión una esfera gigante e invisible que estuviera forzando todas las líneas hacia el límite exterior de la imagen. Nada se fragmentaba ni se interrumpía, sino que todo se expandía y quedaba inmóvil para revelar su realidad subyacente. Era como si repentinamente Dios hiciera una pausa entre la inspiración y la expiración y todo el universo estuviera súbitamente suspendido, pero no disuelto sino sostenido en su sitio por una eternidad. Era como una enorme apertura bostezante en la existencia.

Al principio, esta sensación me dejó sin aliento, tanto en sentido literal como figurado, y esperé en suspenso a que se reiniciase el movimiento, pero éste no se reiniciaba. Yo era plena mente consciente, pero estaba totalmente en suspenso. Y este suspenso continuaba y continuaba. No podía creer lo mucho que duró. Mientras estaba inmerso en esta experiencia, me di cuenta de que era el Vacío del que nacen todas las formas. Era la Calma viva de la que fluye todo movimiento. Esta experiencia de pura concentración de conciencia sin ninguna clase de contenidos, que era anterior a la forma y estaba fuera de ella, tenía que ser lo que los filósofos orientales llamaban sunyatâ. Cuando se reanudó lentamente el movimiento y quedaron congeladas las formas, en el despertar del Vacío, se produjo una sensación exquisita de “talidad”. Renovado por el Vacío, toqué los límites de lo que es experimentar la existencia “tal como es”.

En diferentes ocasiones, las personas que han vivido la experiencia, tanto de la Conciencia absoluta como del Vacío, han tenido la comprensión profunda de que estos dos estados son esencialmente idénticos e intercambiables, a pesar del hecho de que puedan distinguirse experimentalmente entre sí y parecer conceptual y lógicamente incompatibles. Estas personas han afirmado haber sido testigos de la emergencia de la Conciencia Cósmica creadora a partir del Vacío o, a la inversa, de su retomo al Vacío y su desaparición. Otros han tenido simultáneamente la experiencia de estos dos aspectos del Absoluto, al identificarse con la Conciencia Cósmica y, al mismo tiempo, reconocer su vacuidad esencial.

La experiencia del Vacío como fuente de la creación también puede asociarse con el reconocimiento de la vacuidad fundamental del mundo material. La toma de conciencia de la vacuidad de la realidad cotidiana constituye el núcleo del mensaje de uno de los textos espirituales más importantes del budismo mahâyâna, el Sutra Prajñaparamitâ Hridaya o Sutra del Corazón de la Perfecta Sabiduría. En este texto, Avalokiteshvara se dirige a Shâriputra, discípulo del Buda, con las siguientes palabras: «La naturaleza de la forma es vacío, la naturaleza del vacío es forma. La forma no es diferente del vacío, el vacío no es diferente de la forma […] los sentimientos, las percepciones, las formaciones mentales y la conciencia son igualmente vacío».

Es interesante el hecho de que el concepto de vacío pleno y de “vacío fértil” también exista en la física moderna. Una declaración de Paul Dirac, uno de los fundadores de la física cuántica y “padre” de la antimateria, lo describe con estas palabras: «Toda la materia está creada de algún substrato imperceptible y […] la creación de la materia deja tras sí un “agujero” en este substrato que se manifiesta como antimateria. Ahora bien, este substrato en sí mismo no puede ser descrito con exactitud como material, puesto que llena uniformemente todo el espacio y es indetectable a cualquier observación. Pero se trata de una forma peculiarmente material de nada, a partir de la cual se crea la materia». El físico americano ya fallecido Heinz Pagels es aún más explícito: «La visión de la nueva física sugiere: “el vacío lo es todo en la física”. Todo lo que ha existido alguna vez o puede existir ya está ahí en la nada del espacio […] Esta nada contiene todo lo existente». (Pagels 1990).

En sus experimentos de aceleración y colisión de partículas elementales a altas velocidades, los físicos han observado cómo se crean nuevas partículas subatómicas, que surgen de lo que ellos llaman el “vacío dinámico”, y cómo desaparecen al volver a esta matriz. Por supuesto, la similitud es sólo parcial y no va mucho más allá. El problema de la creación cósmica no se limita al origen de los elementos fundamentales de la materia. Tiene importantes aspectos que están fuera del alcance de los físicos, como el problema del origen de las formas, del orden, las leyes y el sentido. El Vacío que podemos experimentar en los estados holotrópicos parece ser el origen de todos los aspectos de la creación, y no sólo de la materia bruta del mundo fenoménico.

En nuestra vida cotidiana, todo lo que sucede implica la existencia de complejas cadenas de causas y efectos. El postulado de la existencia de una causalidad lineal y estricta es un requisito necesario para la ciencia tradicional occidental. Otra característica fundamental de la realidad material consiste en que todos los procesos de nuestro mundo siguen la ley de la conservación de la energía. La energía no puede ser creada ni destruida, sólo puede ser transformada en otras formas de energía. Esta forma de pensar parece ser adecuada para la mayoría de los acontecimientos del macromundo, pero falla cuando remontamos las cadenas de causas y efectos al comienzo del universo. Cuando la aplicamos a los procesos de creación cósmica nos enfrentamos a enormes problemas: si todo está causalmente determinado, ¿cuál es la causa original, la causa de las causas, el “motor primordial”? Si la energía tiene que ser conservada, ¿de dónde surgió al principio de todo? ¿Y qué podemos decir del origen de la materia, del espacio y del tiempo?

La actual corriente cosmogenética del big bang, que sugiere que la materia, el tiempo y el espacio se crearon simultáneamente a partir de una “singularidad” sin dimensiones hace 15.000 millones de años, difícilmente puede ser aceptada como una explicación racional del misterio más profundo de la existencia. Y, en principio, no podemos aceptar que una respuesta satisfactoria carezca de racionalidad. La solución a estos problemas que brindan las experiencias trascendentes es de un orden y naturaleza completamente diferente. Tener la experiencia de la Conciencia Absoluta, del Vacío y de su relación recíproca posibilita trascender las desconcertantes paradojas que asedian a los científicos que teorizan sobre un universo material regido por las leyes mecánicas y de la causalidad. Los estados holotrópicos pueden suministrar respuestas satisfactorias a estas preguntas y paradojas; no obstante, estas respuestas no son lógicas, sino vivenciales y transracionales por naturaleza.

Cuando experimentamos la transición del Vacío a la Conciencia Absoluta o viceversa, no tenemos el sentimiento de absurdo que podríamos tener en el estado ordinario de conciencia, al considerar la posibilidad de que algo se origine de la nada o, a la inversa, desaparezca en la nada sin dejar huella. Por el contrario, existe una sensación de evidencia por sí misma, de simplicidad y naturalidad del proceso. Las profundas comprensiones existenciales a este respecto son acompañadas por el sentimiento de una clarificación repentina o de una reacción de “¡ajá!”. Puesto que en este nivel el mundo material se ve como expresión de la Conciencia Absoluta y esta última, a su vez, parece ser intercambiable con el Vacío, las experiencias trascendentes de este tipo brindan una solución inesperada a algunos de los problemas más difíciles y complejos que asedian a la mente racional.

Las comprensiones profundas de personas que han experimentado los estados holotrópicos de conciencia sobre la fuente de la existencia son sorprendentemente similares a las que se encuentran en la filosofía perenne. Ya he mencionado la descripción de la vacuidad cósmica del Sutra Prajñâpâramitâ. He aquí un pasaje del antiguo Tao Te King del sabio chino Lao-Tse (1988):

Existía algo sin forma y perfecto

antes de que naciera el universo.

Es sereno. Vacío.

Solitario. Inmutable.

Infinito. Eternamente presente.

Es la madre del universo.

A falta de un nombre mejor,

le llamaré Tao. Fluye a través de todas las cosas,

dentro y fuera, y retorna

al origen de las cosas.

Rûmî, el poeta místico y visionario persa del siglo XIII, describe el origen de la creación con estas palabras: «la no existencia burbujea ansiosa ante la expectativa de que se le dé existencia […] Pues la mina y el tesoro de la actividad de Dios no es otra cosa que existencia manifestándose». He aquí, por comparar, dos pasajes de la tradición mística judía. El cabalista del siglo XIII, Azriel de Gerona, dice lo siguiente: «puede que se te pregunte: “¿cómo hizo Dios al ser de la nada?, ¿acaso no hay una inmensa diferencia entre ser y la nada?”. Responde lo siguiente: “el ser está en la nada en la modalidad de nada, y la nada está en el ser en la forma de ser”. La nada es ser y el ser es nada». Y el cabalista del siglo XIV, David Been Abraham he-Lavan escribe: «Ayin, la Nada, es más existente que todos los seres del mundo; pero, como es simple y todo lo simple es complejo en comparación con su simplicidad, se la llama Ayin». Y según el místico cristiano Meister Eckhart: «la nada de Dios llena el mundo entero; su algo no está en ninguna parte».

Palabras para lo Inefable

Las comprensiones profundas e iluminadoras de las realidades últimas vividas en los estados místicos no pueden describirse adecuadamente en nuestro lenguaje cotidiano. Lao-Tse era muy consciente de ello y lo expresó sucintamente: «El Tao que puede expresarse no es el Tao eterno. El nombre que puede ser nombrado no es el Nombre eterno». Cualquier descripción y definición tiene que basarse en palabras que han sido desarrolladas para nombrar objetos y actividades del mundo material tal como se viven en la vida diaria. Por esta razón, el lenguaje ordinario resulta ser inapropiado e inadecuado cuando queremos comunicar experiencias y comprensiones internas descubiertas en diversos estados holotrópicos de conciencia. Esto es así especialmente cuando nuestra experiencia se centra en los problemas esenciales de la existencia, como el Vacío, la Conciencia Absoluta y la creación.

Quienes están familiarizados con las filosofías espirituales orientales, a menudo recurren a palabras de diversas lenguas asiáticas cuando describen sus experiencias espirituales y sus visiones internas. Para nombrar los estados elevados y trascendentes, se sirven de términos sánscritos, tibetanos, chinos o japoneses como samâdhi (unión con Dios), sunyatâ (Vacío), kundalini (Poder de la Serpiente), bardo (estado intermedio después de la muerte), anatta (no-Ser), satori (experiencia de iluminación), nirvâna, energía ch’i o ki y el Tao. A la inversa, samsara (el mundo del nacimiento y la muerte), maya (ilusión del mundo), avidyâ (ignorancia) y palabras por el estilo son empleadas cuando se refieren a la realidad cotidiana. Estas lenguas se desarrollaron en culturas con un alto grado de complejidad en lo que se refiere a los estados holotrópicos y a las realidades espirituales. A diferencia de las lenguas occidentales, contienen muchos términos técnicos que describen específicamente los matices de las experiencias místicas y de los temas relacionados con ellas. En última instancia, incluso estas palabras sólo pueden ser plenamente entendidas por aquéllos que han tenido las experiencias correspondientes.

La poesía, aun siendo una herramienta altamente imperfecta, parece un medio más adecuado y apropiado para transmitir la esencia de las experiencias espirituales y para comunicar realidades trascendentes. Por esta razón muchos de los grandes visionarios y maestros religiosos recurrieron a la poesía para expresar sus comprensiones profundas de tipo metafísico. Muchas personas con las que he trabajado recordaron y citaron pasajes de diversos poetas místicos. A menudo les oí decir que, después de haber tenido su propia experiencia mística, los poemas visionarios que previamente no habían comprendido o con los que no habían entrado en contacto adquirieron una nueva claridad y una nueva luz.

Particularmente populares entre las personas implicadas en una búsqueda espiritual parecen ser los poetas trascendentes del Próximo Oriente, como los místicos Ornar Kahyyâm, Rûmî y Kahlil Jibran, así como los visionarios indios Kabîr, la princesa Mira Bai y Sri Aurobindo. He escogido aquí un ejemplo de un poema de Kabîr, sabio indio del siglo XV, hijo de un tejedor musulmán de Benarés. En su larga vida, que duró 120 años, Kabîr se inspiró en lo mejor de la tradición hindú y sufí, y expresó su sabiduría espiritual en versos extáticos. El siguiente poema amplía los paralelismos que existen entre el ciclo natural del agua y el proceso creador descrito en la siguiente sección de este libro.

He estado pensando en la diferencia

que existe entre el agua

y las olas de su superficie.

Al elevarse, el agua sigue siendo agua,

al caer también es agua,

¿podríais darme una pista

de cómo concebirlas separadas?

Porque alguien haya creado la palabra “ola”,

¿tendré que distinguirla del agua?

Existe un Uno Secreto en nuestro interior;

los planetas de todas las galaxias

pasan por sus manos como cuentas.

Es una sarta de cuentas que habría que mirar

con ojos luminosos.

También poseemos nuestra propia tradición rica en poesía visionaria, representada por William Blake, D. H. Lawrence, Rainer Maria Rilke, Walt Whitman, William Butler Yeats y otros. Las personas que han experimentado estados místicos a menudo se refieren a estos poetas y recitan pasajes de sus obras. A modo de ejemplo, he aquí un poema de William Blake citado frecuentemente y que capta el misterio de lo divino inmanente:

Ver un mundo en un grano de arena

y en una flor silvestre un cielo,

contener el infinito en la palma de tu mano

y la eternidad en una hora.

El Más Allá interno

En la práctica espiritual y sistemática con estados holotrópicos de conciencia, podemos trascender repetidamente los límites ordinarios del ego corporal e identificarnos con otras personas, animales, plantas o aspectos inorgánicos de la naturaleza y también con diversos seres arquetípicos. En este proceso descubrimos que cualquier límite del universo material y de otras realidades es en última instancia arbitrario y relativo. Liberándonos de las limitaciones de la mente racional y del corsé del sentido común y de la lógica cotidiana, podemos romper las muchas barreras que nos separan, expandir nuestra conciencia en dimensiones inimaginables y experimentar posteriormente la unión y la identidad con la fuente trascendente de todo ser.

Cuando alcanzamos la identificación existencial con la Conciencia Absoluta, nos percatamos de que nuestro propio ser está esencialmente en armonía con toda la red cósmica, con toda la existencia. El reconocimiento de nuestra propia naturaleza divina, de nuestra propia identidad con la fuente cósmica, es el descubrimiento más importante que podemos hacer durante un proceso de profunda autoindagación. Ésta es la esencia de la conocida afirmación que se encuentra en las Escrituras hindúes, las Upanishads: «Tat tvam asi». La traducción literal de esta frase es “tú eres Eso”, que significa “tú eres de naturaleza divina” o “tú eres Dios”. Esta afirmación revela que toda nuestra identificación cotidiana con el “ego encapsulado en una piel”, la conciencia individual encarnada o “nombre y forma” (nâmarûpa) es una ilusión y que nuestra verdadera naturaleza es la de la energía creadora cósmica (Atman-Brahman).

Esta revelación sobre el hecho de que el ser humano y lo divino tienen la misma identidad es el secreto esencial del núcleo de todas las grandes tradiciones espirituales, aunque pueda expresarse en alguna medida de formas diferentes. Ya he mencionado que en el Atman hindú, la conciencia individual y Brahman, la conciencia universal, son uno. Los seguidores del siddha yoga oyen el postulado básico de su Escuela con muchas variantes: «Dios mora en tu interior en forma de ti». En las Escrituras budistas podemos leer: «mira dentro, tú eres Buda». En la tradición confuciana se nos dice que «cielo, tierra y seres humanos son un solo cuerpo».

Puede encontrarse el mismo mensaje en las palabras de Jesucristo: «el padre y yo somos uno», y san Gregorio Palamas, uno de los grandes teólogos de la iglesia ortodoxa cristiana, declaraba: «puesto que el reino de los cielos y, sin duda alguna, el Rey del Cielo […] está en nuestro interior». Igualmente, el gran sabio y cabalista judío Abraham ben Shemu’el Abulafia enseñaba que «Él y nosotros somos uno». Según el Profeta Mahoma, «quien se conoce a sí mismo conoce a su Señor». Mansûr al-Hallâj, el poeta sufí extático, conocido como “el mártir del amor místico”, lo describía de esta forma: «he visto al Señor en el Ojo del Corazón. Yo dije: “¿quién eres?”, Él respondió: “tú”». Al-Hallâj fue encarcelado y sentenciado a muerte por la siguiente afirmación: «Ana’l Haqq: yo soy Dios, la Verdad Absoluta, la Realidad Verdadera».

Lo divino y su creación

Ahora podemos resumir las comprensiones profundas de los estados holotrópicos de conciencia relativas al principio creador, la naturaleza de la realidad y nuestra propia naturaleza. Como ya hemos visto, estas comprensiones profundas repiten el mensaje de las grandes tradiciones espirituales del mundo. Sugieren que el mundo de la materia sólida —representado por el espacio tridimensional, el tiempo lineal y la causalidad permanente, tal como la experimentamos en nuestros estados ordinarios de conciencia— no tiene una existencia independiente por sí mismo. En lugar de ser la única realidad verdadera, como la describe la ciencia materialista, es una creación de la Conciencia Absoluta.

A la luz de estas comprensiones internas, el mundo material de nuestra vida cotidiana, incluido nuestro propio cuerpo, es un tejido complejo de percepciones y lecturas erróneas. Es un producto lúdico y algo arbitrario del principio cósmico creador, una “realidad virtual” infinitamente compleja, una obra divina creada por la Conciencia Absoluta y el Vacío Cósmico. En su naturaleza más profunda, nuestro universo, que parece contener innumerables miríadas de entidades y elementos separados, es sólo un ser de inmensas proporciones y de una complejidad inimaginable.

Lo mismo puede decirse de todas las demás dimensiones y ámbitos de la existencia que podemos descubrir en los estados holotrópicos de conciencia. Puesto que no existen fronteras absolutas entre la psique individual, ninguna parte de la creación y el principio cósmico creador en sí mismo, cada uno de nosotros es, en última instancia, idéntico a la fuente divina de creación. Así pues, somos colectiva e individualmente los guionistas y los actores de la obra cósmica. Puesto que en nuestra verdadera naturaleza tenemos la misma identidad que el principio cósmico creador, no podemos colmar nuestros anhelos emprendiendo cosas en el mundo material, con independencia de cuál sea su naturaleza y alcance. Nada que esté por debajo de experimentar la unidad mística con la fuente divina saciará nuestro más profundo anhelo.