2. Cosmos, conciencia y espíritu

A medida que progresemos y despertemos al alma que está en nosotros y en todas las cosas, nos daremos cuenta de que hay conciencia también en la planta, en el metal, en el átomo, en la electricidad y en todas las cosas que pertenecen a la naturaleza física.

SRI AUROBINDO, La síntesis del yoga

La diferencia entre la mayoría de las personas y yo es que para mí los “muros divisorios” son transparentes.

C. G. JUNG, Memorias, sueños y reflexiones

La visión del mundo de la ciencia materialista

Según la ciencia occidental, el universo es un conjunto enormemente complejo de partículas materiales que se ha creado esencialmente a sí mismo. La vida, la conciencia y la inteligencia son insignificantes y más o menos recién llegados accidentales a la escena cósmica. Al parecer, esos tres aspectos de la existencia aparecieron en una porción ínfima de un inmenso cosmos después de miles de millones de años de evolución de la materia. La vida debe su origen a azarosos procesos químicos en el océano primordial que reunieron los átomos y las moléculas inorgánicas para formar compuestos orgánicos. La materia orgánica adquirió, en una evolución posterior, la capacidad de autoconservación, reproducción y organización celular. Los organismos unicelulares se unieron en formas de vida multicelulares más amplias y posteriormente se desarrollaron hasta llegar a ser la rica colección de especies que habita en esta Tierra, incluido el Homo sapiens.

Se nos dice que la conciencia surgió en las últimas fases de esta evolución a partir de la complejidad de los procesos fisiológicos del sistema nervioso central. Que es un producto del cerebro y que, como tal, está confinado dentro de nuestro cráneo. Desde esta perspectiva, la conciencia y la inteligencia serían funciones limitadas a los seres humanos y a los animales superiores. Por ello, no existen ni pueden existir con independencia de los sistemas biológicos. Según esta forma de entender la realidad, el contenido de nuestra psique está más o menos limitado por la información que hemos recibido del mundo exterior desde el momento de nuestro nacimiento, a través de nuestros órganos sensoriales.

En este punto, los científicos occidentales están básicamente de acuerdo con el viejo dicho de la escuela de filosofía empírica británica: «no hay nada en el intelecto que no estuviera previamente en un órgano sensorial». Esta posición, articulada por primera vez por John Locke en el siglo XVIII, naturalmente excluye la posibilidad de percepción extrasensorial, el acceso a la información de cualquier tipo que no sea vehiculada a través de los sentidos, como la telepatía, la clarividencia o las experiencias fuera del cuerpo en las que se perciben con precisión lugares remotos. Además, la naturaleza y alcance de nuestras percepciones sensoriales viene determinada por las características físicas del entorno, así como por las propiedades fisiológicas y las limitaciones de nuestros sentidos. Por ejemplo, no podemos ver objetos si estamos separados de ellos por una pared sólida. Perdemos de vista el barco que atraviesa la línea del horizonte y somos incapaces de observar el otro lado de la luna. Igualmente, no podemos oír los sonidos si las ondas acústicas creadas por un fenómeno externo no alcanzan nuestros oídos con suficiente intensidad. Cuando estamos en San Francisco, no podemos ver y oír lo que nuestros amigos están haciendo en Nueva York, a menos, por supuesto, que esta percepción sea vehiculada a través de alguna invención tecnológica moderna, como la televisión o el teléfono.

Retos conceptuales procedentes de la investigación actual sobre la conciencia

Las experiencias que se tienen en estados no ordinarios de conciencia desafían seriamente esta comprensión estrecha del potencial de la psique humana y de los límites de nuestra percepción. Lo que podemos experimentar en estos estados no está limitado a los recuerdos de nuestra vida después de haber nacido ni al inconsciente individual freudiano, como los científicos materialistas nos han enseñado a creer. Las experiencias holotrópicas van mucho más allá de los límites de lo que el escritor y filósofo angloamericano Alan Watts en tono de burla llamó «el ego encapsulado en la piel». Esas experiencias pueden llevarnos a vastos territorios de la psique aún no cartografiados por los psicólogos y psiquiatras occidentales. En un esfuerzo por describir y clasificar todos los fenómenos revelados en los estados holotrópicos, he esbozado un nuevo mapa de la experiencia humana que amplía la comprensión convencional que se tiene de la psique. En este contexto, sólo destacaré brevemente los rasgos básicos de esta nueva cartografía. Una descripción más detallada puede encontrarse en mis anteriores libros (Grof 1975, 1988).

Para dar cuenta de todas las experiencias que pueden suceder en los estados holotrópicos, tuve que ampliar radicalmente la actual comprensión occidental de la psique añadiendo dos amplios ámbitos. El primero de ellos es un depósito de sensaciones y emociones físicas intensas vinculadas al trauma del nacimiento, como dolores físicos extremos en diversas partes del cuerpo, sentimientos de asfixia, ansiedad vital, desesperación e intensa cólera. Además, este ámbito también contiene un rico espectro de imágenes simbólicas correspondientes que giran alrededor de los temas del nacimiento, la muerte, el sexo y la violencia. Me refiero a este nivel de la psique como perinatal, a causa de su asociación con el nacimiento biológico (de la palabra griega peri = alrededor o cerca de, y del latín natalis = perteneciente al parto). Volveré posteriormente a este tema en el capítulo que explora las dimensiones espirituales del nacimiento, el sexo y la muerte.

El segundo ámbito adicional de la psique incluido en mi cartografía puede llamarse transpersonales, puesto que su característica básica es la experiencia de trascender las limitaciones habituales personales del cuerpo y del ego. Las experiencias transpersonales expanden ampliamente el sentido de la identidad personal al incluir elementos del mundo externo y otras dimensiones de la realidad. Una categoría importante de experiencias transpersonales conlleva, por ejemplo, una auténtica identificación vivencial con otras personas, animales, plantas y diversos aspectos de la naturaleza y del cosmos.

Otro amplio grupo de fenómenos transpersonales puede describirse conforme a lo que el psiquiatra suizo C. G. Jung (1959) llamaba el inconsciente colectivo. Este vasto depósito de recuerdos ancestrales, raciales y colectivos contiene toda la herencia histórica y cultural de la humanidad. También alberga principios organizadores primordiales a los que Jung llamó arquetipos. Según él, los arquetipos rigen los procesos de nuestra psique, así como los acontecimientos del mundo en general. También constituyen la fuerza creadora que se halla tras el mundo infinitamente rico de imágenes de la psique con sus panteones de reinos y seres mitológicos. En los estados holotrópicos, los contenidos del inconsciente colectivo se ponen a disposición de la experiencia consciente.

El estudio detallado de las experiencias perinatales y transpersonales muestra que los límites entre la psique humana individual y el resto del cosmos son en última instancia arbitrarios y pueden ser trascendidos. Este trabajo aporta pruebas evidentes que sugieren que, en definitiva, cada uno de nosotros está en contacto íntimo con la totalidad de la existencia. Esto significa en la práctica que cualquier cosa que podamos percibir como objeto en nuestro estado ordinario de conciencia puede también encontrar una experiencia subjetiva correspondiente cuando estamos en un estado holotrópico. Además de todos los elementos del mundo material, a lo largo y ancho del ámbito del espacio y del tiempo también podemos experimentar diversos aspectos de otras dimensiones de la realidad, como seres arquetípicos y territorios mitológicos del inconsciente colectivo.

En los estados holotrópicos podemos revivir con un extraordinario detalle todas las etapas de nuestro nacimiento biológico, recuerdos de la existencia prenatal e incluso un registro celular de nuestra concepción. Las experiencias transpersonales pueden hacer surgir episodios de las vidas de nuestros antepasados inmediatos o remotos, o introducirnos en el reino del inconsciente racial y colectivo. También pueden hacemos acceder a episodios que parecen ser recuerdos de previas encarnaciones o incluso vestigios de las vidas de nuestros antepasados animales. Puede que tengamos una identificación plenamente consciente con otras personas, grupos de personas, animales, plantas e incluso objetos y procesos inorgánicos. Durante dichas experiencias podemos obtener una información totalmente nueva y precisa sobre diversos aspectos del universo, incluidos datos que probablemente no hubiéramos podido adquirir a lo largo de nuestra vida actual a través de canales ordinarios. Cuando hemos vivido con suficiente profundidad la experiencia de estas dimensiones que están escondidas a nuestra percepción cotidiana, es bastante común que experimentemos profundos cambios en nuestra comprensión de la existencia y de la naturaleza de la realidad. Desde el punto de vista metafísico la comprensión profunda más fundamental que obtenemos es el damos cuenta de que el universo no es un sistema autónomo que haya evolucionado como resultado de una relación mecánica de las partículas materiales. Descubrimos que es imposible tomar en serio el postulado básico de la ciencia materialista que afirma que la historia del universo es simplemente la historia de la evolución de la materia. Y esto, porque hemos tenido la experiencia directa de las dimensiones divinas, sagradas o numinosas de la existencia de una forma muy honda y convincente.

El universo impregnado de alma

Como consecuencia de intensas experiencias transpersonales, nuestra visión del mundo generalmente se expande hasta incluir algunos elementos de las cosmologías de diversos pueblos nativos de antiguas culturas. Esta evolución es completamente independiente de nuestra inteligencia, de nuestra formación educativa o de nuestra profesión. Las experiencias auténticas y convincentes de identificación consciente con animales, plantas o incluso objetos y procesos inorgánicos facilitan la comprensión de las creencias de las culturas animistas que ven el universo entero como un ser con alma. Desde su perspectiva, no sólo todos los animales, sino también los árboles, los ríos, las montañas, el sol, la luna y las estrellas son seres vivos.

La siguiente experiencia muestra cómo es posible, en los estados holotrópicos de conciencia, tener la experiencia de objetos inorgánicos como seres divinos. Es la experiencia de John, un estadounidense inteligente y culto, que tuvo una intensa experiencia de pérdida de su identidad cotidiana y una identificación consciente con una montaña de granito, cuando estaba acampando con sus amigos en Sierra Nevada [EE. UU.] a una gran altitud.

Estaba descansando en una gran placa de granito con los pies metidos en una poza cuyas aguas caían en cascada montaña abajo. Disfrutaba del sol, absorbiendo sus rayos con todo mi ser. Cada vez estaba más relajado y sentía una profunda paz, más profunda de lo que nunca hubiera podido imaginar. El paso del tiempo se iba retardando gradualmente hasta que al final pareció detenerse. En aquel momento sentí el hálito de la eternidad.

Poco a poco fui perdiendo la sensación de mis límites y me fundí con la montaña de granito. Todo mi parloteo y agitación internos se acallaron y fueron sustituidos por una calma absoluta. Sentí que había llegado. Estaba en el estado de descanso definitivo en el que todos mis deseos y necesidades estaban satisfechos y todas las preguntas quedaban respondidas. De repente me di cuenta de que aquella profunda e insondable paz tenía algo que ver con la naturaleza del granito. Por increíble que pueda parecer, sentí que me había convertido en la conciencia del granito.

De repente entendí por qué los egipcios esculpían en granito estatuas de sus dioses y por qué los hindúes veían el Himalaya como la figura reclinada de Shiva. Era al estado imperturbable de conciencia a lo que rendían culto. Se necesitan decenas de millones de años para que la superficie del granito se rompa por los repetidos asaltos del tiempo. Durante todos esos milenios, el mundo orgánico y efímero atraviesa incontables cambios: las especies nacen, existen y desaparecen; se fundan las dinastías, gobiernan y después son sustituidas por otras; y miles de generaciones representan sus fútiles dramas. La montaña de granito se alza allí como un testigo majestuoso, como una diosa inmóvil e inalterable a los acontecimientos.

El mundo de los dioses y los demonios

Los estados holotrópicos de conciencia también pueden proporcionar profundas comprensiones internas de la visión del mundo de las culturas que creen que el cosmos está habitado por seres mitológicos y que está gobernado por diversos dioses bienaventurados o coléricos. En estos estados podemos tener acceso directo y vivencial al mundo de los dioses, demonios, héroes legendarios, entes suprahumanos y guías desencarnados. Podemos visitar el reino de las realidades mitológicas, de paisajes fantásticos y de moradas del Más Allá. Las imágenes de estas experiencias pueden proceder del inconsciente colectivo y pueden mostrar figuras y temas mitológicos de cualquier cultura de toda la historia de la humanidad. Profundas experiencias personales de este ámbito nos ayudan a darnos cuenta de que las imágenes del cosmos que se encuentran en las sociedades preindustriales no se basan en la superstición o en el “pensamiento mágico” primitivo, sino en experiencias directas de realidades alternativas.

Una prueba particularmente convincente de la autenticidad de estas experiencias es el hecho de que nos pueden aportar una información nueva y precisa sobre diversos seres y ámbitos arquetípicos, como cualquier otra experiencia transpersonal. La naturaleza, alcance y calidad de esta información suelen sobrepasar con mucho nuestro conocimiento intelectual previo en lo que se refiere a las respectivas mitologías. Observaciones de este tipo llevaron a C. G. Jung a asumir que, junto al inconsciente individual tal como lo describió Sigmund Freud, también tenemos un inconsciente colectivo que nos conecta con toda la herencia cultural de toda la humanidad.

Describiré aquí como ejemplo una de las experiencias más interesantes de este tipo que he observado durante los años de mi trabajo con estados holotrópicos de conciencia. Fue la experiencia de Otto, uno de mis clientes de Praga, al que traté de una depresión y de un miedo patológico a la muerte (tanatofobia). En una de sus sesiones psicodélicas atravesó la experiencia de una intensa secuencia de muerte y renacimiento psicoespiritual. Cuando la experiencia estaba terminando, tuvo la visión ominosa de entrar en un mundo subterráneo guardado por una terrorífica diosa con forma de cerda. En este punto sintió repentinamente una necesidad urgente de hacer un dibujo geométrico concreto.

Aunque yo normalmente pedía a mis clientes que durante las sesiones se mantuviesen en una posición recostada con los ojos cerrados y que mantuvieran las experiencias interiorizadas, al llegar a este punto, Otto abrió los ojos, se sentó y me pidió urgentemente que le llevase unas hojas de papel y utensilios de dibujo. Dibujó una serie completa de patrones abstractos complejos y, con gran insatisfacción y desesperación, continuó rasgando y arrugando impulsivamente aquellos complicados dibujos tan pronto como los terminaba. Estaba muy insatisfecho con sus dibujos y cada vez se sentía más frustrado, porque no era capaz de “dibujarlos correctamente”. Cuando le pregunté qué es lo que estaba intentando hacer, no fue capaz de explicármelo. Decía simplemente que sentía una compulsión irresistible a dibujar aquellos patrones geométricos y estaba convencido de que el lograr el dibujo correcto era de alguna forma una condición necesaria para terminar su sesión con éxito.

El tema claramente tenía una fuerte carga emocional para Otto y parecía importante entenderlo. En aquella época yo me hallaba todavía bajo una fuerte influencia de mi formación freudiana e intenté lo mejor que pude identificar los motivos inconscientes de este comportamiento extraño utilizando el método de la asociación libre. Pasé mucho tiempo en esta tarea sin mucho éxito. Todas las secuencias carecían simplemente de sentido. Más adelante, el proceso se desplazó a otras áreas y dejé de pensar en aquella situación. Todo el episodio permaneció para mí en el misterio más absoluto, hasta muchos años después, cuando ya vivía en los Estados Unidos. Durante mi estancia en Baltimore, un amigo me sugirió que Joseph Campbell podía estar interesado en las implicaciones de mi investigación en el área de la mitología y se ofreció a facilitarme un encuentro con él. Después de los primeros encuentros nos hicimos buenos amigos y él desempeñó un papel muy importante en mi vida personal y profesional. Joseph ha sido considerado por muchas personas como el mayor mitólogo del siglo XX y posiblemente de todas las épocas. Su intelecto era excepcional y su conocimiento de la mitología universal verdaderamente enciclopédico. Poseía un interés especial por la investigación de los estados no ordinarios de conciencia, que él consideraba muy relevantes para el estudio de la mitología (Campbell 1972). Tuvimos conversaciones fascinantes a lo largo de bastantes años durante los que compartí con él observaciones sobre experiencias arquetípicas oscuras de mi trabajo que no era capaz de entender. En la mayoría de los casos Joseph no tenía dificultad alguna en identificar las fuentes culturales del simbolismo en cuestión.

Los malekulanos tenían un elaborado sistema de rituales entre los que se encontraba la cría y el sacrificio de cerdos. Esta compleja actividad ritual tenía como objetivo superar la dependencia de sus madres y más adelante de la Diosa Madre Devoradora. Los malekulanos pasaban una gran cantidad de tiempo practicando el arte del dibujo de laberintos, puesto que esta maestría era considerada esencial para viajar con éxito al Más Allá. Joseph, gracias a sus conocimientos lexicográficos, pudo resolver gran parte de este rompecabezas que me había encontrado durante mi investigación. El interrogante que quedaba, y que él tampoco fue capaz de responder, fue por qué mi cliente tenía que encontrarse concretamente con esta divinidad malekulana en ese momento preciso de la terapia. Sin embargo, la tarea de dominar el viaje póstumo tenía sin duda sentido para alguien cuyo principal síntoma era el miedo patológico a la muerte.

C. G. Jung y los arquetipos universales

En los estados holotrópicos descubrimos que nuestra psique tiene acceso a panteones enteros de figuras mitológicas y a las esferas que habitan. Según C. G. Jung, esas figuras son manifestaciones de patrones universales primordiales que representan elementos constitutivos intrínsecos del inconsciente colectivo. Las figuras arquetípicas pueden ser de dos categorías totalmente delimitadas. La primera incluye a seres bienaventurados o coléricos que encarnan diversos roles y funciones universales concretos. Los más conocidos son la Gran Diosa Madre, la Terrible Diosa Madre, el Anciano Sabio, el Niño Eterno (Puer Eternus y Puella Eterna), los Amantes, la de la Guadaña y el Tramposo. Jung también descubrió que los seres humanos albergan en su inconsciente una representación generalizada del principio femenino que él llamó Ánima. Su homólogo, la representación generalizada del principio masculino en el inconsciente de las mujeres es el Animus. La representación inconsciente del aspecto oscuro y destructivo de la personalidad humana, en la psicología junguiana se llama la Sombra.

En los estados holotrópicos, todos estos principios pueden cobrar vida como complejas apariciones proteicas que condensan de una forma holográfica innumerables ejemplos concretos de lo que representan. Utilizaré aquí como ejemplo mi propia experiencia de un encuentro con el mundo de los arquetipos.

En la secuencia final de la sesión tuve la visión de un gran escenario brillantemente iluminado, situado en algún lugar que estaba más allá del tiempo y del espacio. Tenía un hermoso telón adornado y decorado con diseños muy complejos que parecían contener toda la historia del mundo. Intuitivamente entendí que estaba visitando el Teatro de la Obra Cósmica, que representaba las fuerzas que dan forma a la historia de la humanidad. Empecé a ser testigo de un magnífico desfile de figuras misteriosas que entraban en el escenario, se presentaban y lentamente volvían a irse.

Me di cuenta de que lo que estaba viendo eran principios universales personificados, arquetipos que, a través de una compleja interacción, creaban la ilusión de un mundo fenoménico, la obra divina que los hindúes llaman lîlâ. Eran personajes proteicos que reunían en sí muchas identidades, muchas funciones e incluso muchas escenas. Mientras los contemplaba, cambiaban continuamente sus formas en una interpenetración holográfica extremadamente intrincada, siendo uno y muchos al mismo tiempo. Yo era consciente de que tenían muchas y diversas facetas, niveles y dimensiones de significado, pero no era capaz de centrarme en ninguna en particular. Cada una de aquellas figuras parecía representar simultáneamente la esencia de su función, así como las manifestaciones concretas del principio que representaban.

Estaba Mâyâ, la figura mágica y etérea que simboliza el mundo de la ilusión, Ánima, que encarna lo Femenino Eterno, el Guerrero, una personificación de la guerra y de la agresión parecida a Marte, los Amantes, que representan todos los dramas sexuales y aventuras románticas a lo largo de los siglos, la figura real del Gobernante o Emperador, el Eremita retirado, el Tramposo burlador y elusivo, y muchos más. A medida que atravesaban el escenario, saludaban dirigiéndose a mí, como si esperaran ser apreciados por su representación estelar en la obra divina del universo.

Las figuras arquetípicas de la segunda categoría están representadas por diversas deidades y demonios relacionadas con culturas, zonas geográficas y períodos históricos concretos. Por ejemplo, en lugar de la imagen generalizada y universal de la Gran Diosa Madre, podemos tener la visión de una de sus formas culturales concretas, como la Virgen María, las diosas hindúes Lakshmi y Parvati, la egipcia Isis, la griega Hera y otras muchas. Igualmente, ejemplos concretos de la Diosa Madre Terrible podría ser, además de la diosa malekulana con forma de cerdo ya descrita, la diosa hindú Kali, la precolombina con cabeza de serpiente Coatlicue, o la egipcia Sekhmet con cabeza de león. Es importante recalcar que estas imágenes no tienen por qué estar limitadas a nuestra herencia racial y cultural. Pueden salir de la mitología de cualquier grupo humano, incluido alguno del que nunca hemos oído hablar.

En mi trabajo han sido particularmente frecuentes los encuentros o incluso la identificación con diversas deidades pertenecientes a diferentes culturas que otros dioses mataban o que se sacrificaban a sí mismas y después volvían a la vida. Estas figuras que representan la muerte y la resurrección tienden a emerger espontáneamente cuando el proceso de autoexploración interna alcanza el nivel perinatal y adopta la forma de un renacimiento psicoespiritual. En este punto, muchas personas tienen por ejemplo visiones de crucifixión o experimentan una identificación con la agonía de Jesucristo en la cruz. La emergencia de este tema en personas con un pasado euroamericano parece tener sentido, a causa del importante papel que el cristianismo ha desempeñado en la cultura occidental a lo largo de muchos siglos.

Sin embargo también hemos visto muchas experiencias intensas de identificación con Jesús durante nuestros seminarios de respiración holotrópica realizados en el Japón y en la India. Sucedían en personas cuya cultura era budista, sintoísta o hindú. A la inversa, muchos anglosajones, eslavos y judíos se han identificado durante sus sesiones psicodélicas o de respiración holotrópica con Shiva o Buda, el dios resucitado Osiris, la diosa sumeria Inanna, o las deidades griegas Perséfone, Dionisos, Atis y Adonis. Identificaciones ocasionales con la deidad azteca de la muerte y del renacimiento, Quetzalcoatl, la Serpiente Emplumada, o uno de los Héroes Gemelos del Popol Vuh maya, eran incluso más sorprendentes, puesto que estas divinidades aparecen en mitologías que en general no son conocidas en Occidente. Los encuentros con estas figuras arquetípicas fueron muy impresionantes y a menudo aportaron una información nueva y detallada que no tenía nada que ver con el pasado racial, cultural y educativo, ni con el previo conocimiento intelectual de las respectivas mitologías. Dependiendo de la naturaleza de los dioses y diosas en cuestión, estas experiencias fueron acompañadas por emociones extremadamente intensas que iban desde el arrebato extático al terror metafísico paralizante. Las personas que tuvieron la experiencia de estos encuentros normalmente vieron estas figuras arquetípicas con gran sobrecogimiento y respeto, como seres que pertenecían a un orden superior, estaban dotados de extraordinarias energías y poder y tenían la capacidad de moldear los acontecimientos de nuestro mundo material. Así pues, estos sujetos compartieron la actitud de muchas culturas preindustriales que habían creído en la existencia de dioses y demonios.

Sin embargo, ninguna de estas personas percibieron que sus experiencias de figuras arquetípicas fueran encuentros con el principio supremo del universo, ni pretendieron haber obtenido una comprensión definitiva de la existencia. Experimentaron a estas divinidades como creaciones de un poder superior que les trascendía. Esta comprensión profunda resuena con la idea de Joseph Campbell de que los dioses deben ser “transparentes a lo trascendente”. Deben funcionar como puente con la fuente divina, pero no confundirse con ella. Cuando estamos involucrados en una autoexploración sistemática o en una práctica espiritual, es importante evitar el escollo de volver opaca a una divinidad concreta y verla como la fuerza cósmica definitiva, en lugar de considerarla como una ventana abierta a lo Absoluto.

Confundir una imagen arquetípica concreta con la fuente esencial de la creación conduce a la idolatría, un error peligroso y divisor muy extendido en la historia de las religiones y de las culturas. Puede que una a las personas que comparten la misma creencia, pero sitúa a este grupo contra todos los demás que hayan escogido una representación diferente de lo divino. Entonces podrían intentar convertirles o conquistarles y eliminarles. Por el contrario, la auténtica religión es universal, onmiabarcante y lo incluye todo. Tiene que trascender las imágenes arquetípicas asociadas con una cultura y centrarse en la fuente esencial de todas las formas. La cuestión más importante del mundo de la religión es así la naturaleza del principio supremo del universo. En el próximo capítulo examinaremos las comprensiones profundas sobre este tema que se tienen en los estados holotrópicos de conciencia.