1928

JULIO NO ESTABA EN CASA. Ni siquiera en la ciudad.

—A veces desaparece como por encanto… —explica Lidia.

—¿Una mujer? —inquiere Laura.

—Galletas y confituras… —contesta Lidia, y de pronto propone:

—¿Por qué no vas con las niñas a la finca de Agla, Jaime? Así verán la casa de verano.

Estaban los cuatro reunidos en la sala.

—¡Por Dios mamá, con este calor…!

—A mí me duele mucho la cabeza —anuncia Isabel.

—¿Tú eras la que no sabías jugar al tenis, Laura?

—Me defiendo. Ya te lo dije.

—Pues lo haces mejor que Lili Álvarez.

—Y no estoy groggy. Me gustaría echar un vistazo a esa casa de verano.

—Es un bungalow.

—Yo voy a decir en la cocina que preparen un costo.

—Yo no voy; Lidia; de veras, me duele mucho la cabeza.

—Vamos los dos. Anda, Jaime.

—De ninguna manera —se opuso Lidia Cardovan—. Los dos solos ni hablar. No es que me importe… Pero conozco a la gente del lugar.

—Mamá, a veces eres absurda.

—Tienes razón, hijo.

—No pareces inglesa.

—Es que no soy inglesa. Soy española.

—Está bien.

—¿Por qué no os acompaña Consuelo?

—Por mí… —se encoge de hombros Jaime.

—Caballero, damisela y dueña en busca del Unicornio… —ironiza Laura.

Consuelo no pone buena cara.

—Este calor es de agua.

—No seas mojigata, Consuelo. A mí no me duele la pierna izquierda.

—Está bien. Diré ahí fuera que ensillen una mula.

—¿No se puede ir andando? —pregunta Laura.

—Está lejos. Y el camino es malo.

—Mejor. Que vayan a pie. Tú no, porque estás muy gorda, Consuelo. No sé lo que haces.

—Pues gorda y todo tengo quien me diga cosas al oído.

—Ya. Todo se sabe. Bueno, de acuerdo. Os conviene hacer un poco de ejercicio. Así Jaime olvidará por unas horas que existe una nación llamada Francia.

—¿La estáis oyendo? Eres injusta, mamá. Desde que han llegado las niñas, se puede decir que no dejo la casa en todo el día.

—¡Ya! Porque la dejas en toda la noche —aclara Isabel—. Que todo se sabe…

—Estas niñas… ¿No las habrá mandado Scotland Yard?

—¡Niñas, niñas! —protesta Laura—. Por favor, ya está bien. No tenemos nada de niñas.

—En Andalucía llaman niñas a mujeres de noventa años.

—Si, en compensación.

—Bueno, basta de charlas. Vamos a tener que cortar algunas ramas de ese dichoso cedro. ¿No notáis que cada día está esta habitación más oscura?

—No, por Dios. Sería un crimen —se opone Laura.

—Yo encuentro que ese árbol es un estorbo. En las habitaciones hace falta luz y sol.

Consuelo y Lidia salen juntas. Jaime sube al piso alto con el pretexto de ponerse unas botas. Las niñas de Arlánzazu se quedan solas.

—Isabel, ¿tu jaqueca no será acaso una jaqueca pretexto?

—Amor, con amor se paga. Si yo consigo «enganchar» a Julio, justo sería que tú volvieras loco a Jaime.

—Jaime no es Julio, hija.

—Laura, no seas tonta. Acuérdate de lo que nos dijo mamá.