CRISTINA NO PRUEBA BOCADO. Los tres gatos de la ventana pasan a la alcoba con el sigilo y la diplomacia propios de los felinos. Consuelo entorna los ojos no queriendo ver la ensaladilla de lechuga que según ella le hace daño al hígado, pero la enloquece.
—¿A qué hora sales con el hijo de Emma?
—A las seis.
—Entra mucha luz en este cuarto. ¿Quieres cerrar las persianas? ¿No vas a echar una siesta?
—No.
Los tres gatos, que esperan impacientes, apelotonados en el borde de la ventana, una ligera orden de Cristina para colocarse en la habitación y devorar insaciables media docena de sardinas, se marchan enfadados. Montgomery, sin embargo, ronca impasible.