CONSUELITO APARECIÓ con una manta encima de la cabeza. Laura ya estaba vestida. La sombra de Jaime se dibujaba en la cocina. En el diván, el desorden era perfecto.
—¡Qué manera de llover! —se quejó Consuelo.
Laura intentaba ampararse tras la mesa camilla para que la mujer no descubriera sus pies descalzos. Jaime se vestía en la cocina. El torso desnudo, a punto de enfundarse en una camisa, se reflejaba con bastante nitidez en el cristal de una puerta. La mujer acababa de disparar su mirada contra el par de zapatos que aparecía tumbado a los pies del diván.
Laura cerró de golpe los cristales. El ruido de la lluvia quedó apagado.
—¡Quién lo iba a decir! —suspiró, mirando como chocaba el agua contra los cristales.
—Yo lo dije. Pero la señora cree que todo depende de su pie izquierdo.
Jaime salió vestido.
—¿Ya estás de vuelta, Consuelo?