ALICIA TIENE EN SU CUARTO —en lugar preferente— una amplísima fotografía de James Dean.
—¿A quién se parece?
—No lo sé —contestó Cristina un poco cansada. Ambas estudian juntas y preparan sus ejercicios para unos próximos exámenes. En la casa de Lola la calefacción funciona de maravilla. Allá en el Monte, a Cristina se le suelen quedar los pies fríos en cuanto se encierra en su alcoba a estudiar. Y la estufa de petróleo tira tan mal, que rara es la noche que no termina con dolor de cabeza. En cuanto hay un día de fiesta, o es domingo, telefonea a su amiga y se encierran las dos a estudiar juntas. Alicia es inteligente, pero distraída y vaga como nadie. Sólo la presencia de Cristina, su seriedad y su sentido común la incitan a coger un libro.
—No me distraigas, mujer.
—Deja eso. Vamos a descansar un rato.
—No. Te he dicho que hasta las cinco no hay nada que hacer. ¿Has terminado el problema?
—No… Es un embrollo.
—Pero si está muy claro, mujer.
—Odio las ecuaciones. Las odio con toda mi alma.
—Bueno, está bien. Descansa un rato. Abre esa ventana, que entre un poco de aire. Aquí vamos a asfixiarnos.
—¡Qué graciosa! Para que cojamos una pulmonía… Bueno: ¿a quién se parece?
Cristina observa sin detenimiento la foto del actor.
—No tengo ni idea…
—A Claude…
—¿A Claude?
—Sí, chica. Al mayor de los Brunot.
Desde que a principios de año —y están ya en febrero— llegaron al colegio los hermanos Brunot, las alumnas se cambian de vestido tres veces al día. Pero en ese pugilato de estúpida coquetería quien se lleva la palma es Alicia. Ha salido con los dos. Primero con el pequeño —quince años— «que de puro tonto es imbécil», según definición de Cristina. Y ahora, sólo hace dos días, lo ha cambiado por el mayor. Un año más. Dieciséis. Que por lo visto vive de los éxitos que le produce eso de parecerse a James Dean, y anda despertando a altas horas de la noche a todos los habitantes de la ciudad con el ruido que produce su furiosa motocicleta. A Lola, los éxitos amorosos de su hija la sacan de quicio.
—Mira que ese gamberro… Como vuelvas otra noche tarde y subida en este jaco infernal, te lo juro, Alicia, te doy un par de bofetadas que te van a durar toda la vida.
Pero Alicia se ríe.
—Ésta es una fresca, Cristina —se queja Lola—. Si supiera ella lo grave que es eso de jugar con fuego… Y que no me he sacrificado yo para que ahora me salga la cría respondona. Para botón basta con una muestra. ¿No te parece?
Cristina asiente. Pero en el fondo no se entera de nada de lo que dice Lola. Está pensando en otra cosa. Siempre le ocurre lo mismo. En su casa del Monte. Y es que ella, en la ciudad, se siente descentrada. Como gallina en corral ajeno.
—Cristina es muy seria —afirma Lola—. Así debieras ser tú…
—Demasiado —confiesa Alicia.
—Es mi carácter. Y no me hace ninguna gracia. Yo desearía ser como los demás…
—Ésta sale a su padre. Vaya un tío loco…
Meriendan con Lola en la misma habitación de Alicia.
—En cuanto aprobemos este examen, si lo apruebo, doy un guateque. ¿De acuerdo, mamá?
—Haz lo que quieras. Tú ya sabes que dentro de tres días me voy a Casablanca para ver cómo andan mis asuntos. Ya me encargaré yo de dejar la casa bien barrida. ¡Cualquiera se fía de los niños de ahora!
—¿Te gusta? —pregunta Cristina. Isabel, que está tumbada cerca de la chimenea, aterida de frío, alza la vista:
—¿Qué es eso?
—Un vestido. Mira…
La madre acaricia la tela.
—Te estás gastando todo el dinero que te regaló Daisy.
—No. Esto era imprescindible. Todos los que tengo son arreglos tuyos…
—A tu edad comprarte un vestido es un crimen. Todavía estás creciendo. Y además, ¿para qué lo quieres? En esta dichosa ciudad la gente joven no tiene donde ir.
El color salmón sienta bien a Cristina.
—Pero con esto te vas a helar de frío… Además lo encuentro osado para tus años. Osado y ostentoso. Una chica de tu edad no lleva ese escote…
—Es para una fiesta.
—Ya me lo figuraba yo. En casa de Lola, ¿no?
—Pues sí. Alicia ha aprobado los exámenes.
—Seguro. Si te has pasado todo el tiempo ayudándola a que saliera con éxito de ellos…
—Yo no he hecho más que explicarle…
—¿Y Lola forma parte de vuestra pandilla?
—¡Por Dios, mamá! Lola está en Casablanca.
—¿Y vosotras solas vais a organizar una fiestecita? Eso será sin el consentimiento de Lola.
—Al contrario: aprobado.
—Bueno, de tal palo tal astilla. Pues me parece que tú vas a quedarte sin ir.
Cristina no responde. Espera que llegue su padre. Con él se entiende mejor.