El último mohicano tuvo una gran acogida por parte del público lector nada más salir a la luz; el propio Cooper recoge en una carta escrita en febrero de 1826, pocos días después de la publicación de la obra, que «el libro tiene un gran éxito en este país; más éxito, creo, que ninguno de sus antecesores» (Cooper, 1971:96). En los meses siguientes se escribieron cinco reseñas importantes en tres periódicos americanos y dos británicos respectivamente. La primera recensión de Gran Bretaña fue publicada en abril de 1826 en Literary Gazette and Journal of the Belles Lettres donde, en un amplio párrafo, se ensalzan el estilo literario de Cooper, su originalidad temática y, sobre todo, la capacidad del autor para construir unos personajes tan creíbles y vitales. Sin embargo, un mes más tarde, la London Magazine dedica cinco páginas a una crítica destructiva de la obra de Fenimore Cooper ya desde el mismo título de la recensión, donde El último mohicano es únicamente «La última novela americana». El recensor, quien evidentemente no había captado el sentido de la novela, se dedica a destacar el estilo barroco y exagerado del autor y a repetir que James Fenimore Cooper no es sino un mal alumno de Sir Walter Scott.
Los norteamericanos son más precisos en su apreciación de la obra literaria de su compatriota; si bien uno de sus amigos, el poeta W. C. Bryant, se queja a R. H. Dana, editor durante un tiempo de la North Amepican Review y que le había pedido que escribiera una crítica de El último mohicano, de que «tal parece que Cooper considera sus obras como de su exclusiva propiedad, y no como propiedad también del público, a quien él las ha entregado [al publicarlas]» (Clymer: 48), lo cual hace al autor extremadamente sensible a cualquier crítica, sea ésta negativa o positiva.
El New York Review and Atheneum publica la recensión más acertada de todas las contemporáneas a la publicación de El último mohicano, ya que el crítico capta el carácter de romance de la obra y destaca, precisamente, la capacidad de Cooper para crear un mundo lleno de circunstancias extraordinarias y de sucesos inesperados que bordean lo maravilloso. Una queja común de los lectores debía ser lo increíble de muchos de los episodios, porque el recensor sale al paso de dichas críticas reivindicando el derecho del autor a imponernos sus propias reglas de ficción. Así, destaca la capacidad de la obra para sorprendemos continuamente y el hecho de que Cooper nos conmine a «nadar en los ríos, a navegar por las cataratas, a reconocer las huellas del desierto, a escalar montañas e introducirnos bien en la niebla o entre la milicia» (Dekker/McWilliams: 90) siempre en compañía de Bumppo y de sus amigos nativos. En su análisis de los personajes este crítico reconoce con acierto y nos recuerda que Duncan Heyward, siendo un héroe arquetípico de romance, no es el héroe de este romance, y que su idilio con Alice es secundario a los avatares amorosos de Cora en relación con Uncas y Magua. La recensión acaba con una referencia explícita a los que acusaban a Cooper de copiar deficientemente a Walter Scott; Cooper, dice, «reúne su material fundamentalmente por medio de la observación aguda de los hombres y de las cosas, y no sacando sus ideas de los libros en que otros han vertido sus esfuerzos».
En mayo de 1826 la United States Literary Gazette destaca que El último mohicano ha cautivado incluso a aquellas personas que no eran admiradoras de la obra previa de Cooper. El crítico aplaude la novela en líneas generales, aunque se queja de lo que él considera un excesivo artificio, tanto en los detalles como en el desarrollo de muchos de los episodios. De nuevo surge aquí la desconexión que existía, en la mente de muchas personas dedicadas a la literatura, entre el carácter realista y mimético que caracterizaba la novela propiamente dicha y el carácter caprichoso y sorprendente del romance novelado. En todo caso el recensor abomina también del final tan triste y, para él, inesperado, que deja un amargo sabor de boca a los lectores, ya que «a todos nos gusta una buena boda o dos para poner las cosas en su sitio» (Dekker/McWilliams: 111). Sí se rinde el autor de la recensión ante el personaje de Natty Bumppo, a quien dice conocer ya de Los pioneros, y confiesa que no le importaría volver a vivir un mundo de aventuras en su compañía en una tercera novela; Cooper le compensará ampliamente convirtiendo a Bumppo en el eje de su pentalogía.
La recensión del North American Review, de julio del mismo año, está firmada por W. H. Gardiner. Dado que la revista había ignorado las dos obras anteriores de Cooper, esta crítica se extiende tanto a El último mohicano como a las cinco novelas que el autor había publicado entre ésta y la primera, Precaution. Gardiner considera a Fenimore Cooper como el primer novelista americano propiamente dicho y alaba el conocimiento que el autor tiene de la naturaleza de su propio país, así como el reconocimiento explícito que hace de la espectacularidad de aquélla, no sólo por grande sino también por variada, como queda reflejado en sus obras literarias. Después de abundar en temas y defectos ya reflejados en recensiones precedentes por otros críticos, Gardiner se explaya en su particular visión de cómo debe ser una heroína, de manera tal que ni las arquetípicas Cora y Alice se acercan al gentil ideal de aquél, y es que las mujeres de Cooper, dice, «son tristemente deficientes en gracia y soltura, elegancia en el porte, auténtica delicadeza y refinamiento natural (…); en una palabra, que no demuestran tener aquello que se supone que les es inherente: la verdadera formación de una señora de alcurnia» (Dekker/McWilliams: 111). Por si esto fuera poco, Cora hace gala de algo inadmisible en una verdadera heroína: «la exuberancia de su sangre negra». Gardiner se apresura a explicar que no quiere ofender a sus compatriotas de color, pero que las convenciones literarias son sagradas para un crítico. En la misma línea de análisis, el recensor confiesa que encuentra, sin embargo, a los indios demasiado civilizados, y que cree que son una pura invención idealista del autor y no un reflejo de la realidad de los pueblos nativos.
El final de la recensión de la United States Literary Gazette constituye un buen resumen de la actitud de los contemporáneos de Cooper hacia el autor:
El público le ha leído, le ha aplaudido y, sobre todo, está orgulloso de él. Los críticos no han escatimado halagos allí donde los merecía, mientras que la censura le ha sido administrada con mano dulce y reticente. Sus excelencias han sido comentadas con frecuencia. Todos las admitimos como sobresalientes, y sus méritos son apreciados total y universalmente (Dekker/ McWilliams: 103). A la actitud generalmente receptiva y positiva del mundo literario hacia Cooper en su momento histórico y al hecho de que el autor sea pionero en la historia de la narrativa de su país, es preciso añadir la importancia que aquél tuvo en la creación de unas pautas de desarrollo para la consolidación del territorio norteamericano. Fenimore Cooper nunca creyó que la sociedad americana hubiese nacido perfecta desde sus orígenes, sino que, antes al contrario, se erigió en defensor y crítico de su país porque lo consideraba perfectible, tanto en sus vertientes política y social como cultural o económica. Sus denodados esfuerzos en favor de la independencia cultural y una verdadera unión nacional justifican su extensa obra y las continuas polémicas y enfrentamientos en que el autor se debatió a lo largo de su vida.
En el capítulo XII de su novela Home as Found Cooper expone su teoría de «las tres etapas» por las que ha de pasar un país nuevo a fin de alcanzar el equilibrio final de una civilización consolidada. Cada etapa se caracteriza por el predominio de una clase social determinada cuyo comportamiento obedece a unas circunstancias concretas. Las tres etapas constituyen un ciclo completo en sí mismo, pero se van repitiendo y confundiendo una y otra vez con el movimiento continuo del pueblo americano hacia el oeste. El primer periodo comprende los comienzos de cualquier asentamiento, tiempo durante el cual las relaciones entre los distintos miembros de la nueva comunidad son amistosas y están presididas por la dependencia mutua, impuesta por las circunstancias y peculiaridades del medio en que tiene lugar la convivencia. Las diferencias entre los componentes de cualquier núcleo de población americano durante estos primeros años son poco importantes, si bien es el «gentleman» el que predomina en el mando y organización de la sociedad, con la actitud de familiaridad y camaradería que confiere una causa común. Cooper considera esta etapa como la más positiva, pues se corresponde con la inocencia y el optimismo de la infancia, y a ella dedica su atención en sus novelas Satanstoe, El cráter y la pentalogía del Leatherstocking, especialmente Los pioneros.
En una segunda fase, este periodo pastoral, caracterizado por la armonía y el equilibrio colectivos, es sustituido por unos años de inestabilidad social en los que surgen las luchas por el espacio, por el dinero y por el poder, y se establecen las envidias y rencores seculares entre las familias en liza. El movimiento continuo y de todo orden que se origina en tal conflagración contribuye a crear unas diferencias cada vez mayores, dividiéndose el asentamiento igualitario en diferentes clases sociales. Este fenómeno, negativo como es en sí mismo, es, para Cooper, inevitable a efectos del desarrollo posterior de la comunidad y marca la presencia del demagogo como figura antagónica del «caballero» que dominaba anteriormente. En la tercera etapa se suprime la inestabilidad existente, lo que da paso a unas relaciones sociales distintas; la comunidad que emerge está en condiciones de disfrutar los beneficios y las ventajas que conlleva la civilización, en la que las diferentes clases sociales cumplen diferentes funciones, sirven a distintos intereses y desarrollan capacidades variadas: cada persona y cada cosa ocupa el lugar que le corresponde de acuerdo con las nuevas leyes establecidas, lo que no precluye el movimiento de una función a otra, dentro de esas mismas leyes. El «gentleman» vuelve a ser protagonista natural de esta etapa.
La pentalogía del Leatherstocking pertenece al primer periodo en la escala de la evolución histórica, e incluso se remonta en ocasiones a épocas precedentes; pero la armonía propia de esta etapa no anula los peligros y desórdenes que la conducta de algunos de sus personajes anuncia para un futuro más o menos inmediato. El tiempo y el medio en que transcurren los hechos que narra el autor afectan a las características de sus personajes que, de una forma embrionaria, preludian las transformaciones profundas que han de producirse posteriormente. Las limitaciones que la frontera, lugar de inflexión entre la naturaleza y la sociedad embrionaria, impone sobre sus habitantes están ejemplificadas en la figura de Natty Bumppo, quien no puede convivir en el mismo círculo estrecho de las familias asentadas, regidas ya por una normativa demasiado determinante para él. Sin embargo, Bumppo reúne las cualidades propias de un «gentleman», como se aprecia en El último mohicano, en cuanto a dotes de mando, organización, sentimientos de solidaridad y ecumenismo racial y social.
Los dos aspectos en los que Natty se distancia de la idea de «gentleman» son los tocantes a la educación y la propiedad; no porque carezca de ellas sino porque las ha adaptado a las circunstancias de la vida en la frontera. Natty no posee la educación de quienes viven en un orden social complejo porque no tiene a su alcance los medios que le faciliten su adquisición, pero, sobre todo, porque no le sería de ninguna utilidad en el entorno en que se desenvuelve. La vida en los bosques exige unos conocimientos muy distintos de los que son necesarios para vivir en sociedad, y Natty demuestra tener una amplia formación adecuada a las necesidades del medio en el que transcurren sus días. Su propiedad, por otra parte, queda reducida a su rifle y, ocasionalmente, a sus perros y caballos, si exceptuamos la cabaña que posee en The Pioneers y que acabará quemando al final de la novela. Los bienes inmuebles o el dinero, posesiones de un caballero en cualquier núcleo de población, carecen de valor y significado para un cazador nómada, por muy caballerescos que sean su comportamiento y sus principios.
En Home as Found se recuerda a Bumppo como «un reconocido cazador, un hombre con la sencillez de un leñador, el heroísmo de un salvaje, la fe de un cristiano y los sentimientos de un poeta. Es difícil encontrar a alguien mejor que él, dentro de sus propias normas». La clave de su diferencia respecto a otros «gentlemen» radica precisamente en la frase «dentro de sus propias normas», que no son otras que defender la proporción y el orden o restaurarlos allí donde hayan sido alterados, sin por ello renunciar a su autonomía e independencia. Ésta le permite compartir con sus homónimos las características fundamentales de honestidad y defensa de la verdad, así como la fidelidad a sus amigos, a quienes no abandona en ningún momento, por muy graves que sean los peligros que haya de afrontar y aún a riesgo de poner en peligro su propia vida.
Esta actitud procede de su liberalidad, virtud de la que se ven privados otros personajes que presumiblemente se encuentran en una escala superior a la suya. Natty cree en la libertad individual y en la igualdad entre todas las personas, sin distinciones arbitrarias entre una raza y otra, sino únicamente conforme a las dotes inherentes a cada cual, consecuencia, a su entender, de unas circunstancias concretas. Esas ideas le permiten defender la forma de vida de sus acompañantes indios sin poner en peligro la entidad étnica de los blancos y, por añadidura, la suya propia. Natty no habla de eres superiores o inferiores, sino de criaturas diferentes que deberían vivir en un sistema de respeto mutuo que salvara esas mismas diferencias. Consistentemente, y al igual que hace el «gentleman» urbano, Natty Bumppo pide, en contrapartida, el respeto hacia su intimidad y su individualidad, el derecho a regir su vida de acuerdo con sus propias ideas y hábitos. Insistentemente recaba, en las diferentes novelas de la pentalogía, el derecho a una soledad que forma parte de su vida en los bosques; soledad que, paradójicamente, no habrá de alcanzar hasta el final de sus días, ya que la misma naturaleza de la narrativa le exige participar en todo tipo de aventuras comunitarias. Su derecho a la soledad y a la intimidad es particularmente conculcado cuando el representante de la ley se presenta, en The Pioneers, ante la cabaña de Bumppo con un mandamiento judicial que le autoriza a entrar en ella; éste reacciona prendiendo fuego a la choza antes de permitir que personas extrañas se entrometan en su vida privada.
Lo que pudiera parecer un grave peligro para el orden legal que se está estableciendo, queda resuelto con la apelación directa a la ley de los bosques. En ellos no se acata más ley que la divina, siempre que no se transgredan los derechos individuales de sus pobladores, cosa que, evidentemente, Natty Bumppo no está haciendo. Solamente en su novela La pradera, tercera obra de la pentalogía, llega Bumppo a reconocer la conveniencia de tener una ley que proteja a quienes no se puedan valer por sí mismos, pero advierte que el respeto a las leyes humanas sólo será posible siempre que no interfiera con las leyes provenientes de la autoridad divina. Este particular código de conducta proviene de la unión del Leatherstocking con la naturaleza, que se convierte en su única escuela; Natty se erige en su defensor porque en ella están recogidos los bienes que Dios ha otorgado a la raza humana. De la naturaleza sólo toma aquello que necesita porque, según sus propias palabras en El cazador de ciervos: «Puede que sea un cazador, es cierto, pero no soy un asesino.» Los bosques, y la naturaleza en general, constituyen el verdadero templo, en opinión de Natty, ya que a través de las maravillas que encierran manifiesta Dios su poder y sabiduría. Si las personas admitieran lo que él considera una verdad tan evidente, reconocerían sus limitaciones personales y la insignificancia del ser humano en el esquema de la creación, y abandonarían su actitud prepotente para situar la humildad como norma principal de sus actos.
Pero siempre hay seres inferiores que se resisten a reconocer las virtudes de los «caballeros» para así seguir manteniendo su opción al poder: son los demagogos, que si bien no triunfan hasta la segunda etapa histórica dejan sentir ya su influencia en el mundo idílico de las novelas del Leatherstocking. Estos hombres carecen de todo sentido moral y fundamentan su razón en su fuerza física o en sus mentiras, ya que ni tienen honor ni principios que guíen sus instintos más bajos. Su única razón de ser es el poder y su propia persona. Sus vidas están presididas por la falta de control interior, y sus actos son una cadena continua de destrucción y despilfarro, como ocurre en las escenas de caza y pesca dirigidas por Richard Jones en The Pioneers o en las incursiones en el campamento indio llevadas a cabo por Hurry Harry y Thomas Hutter en El cazador de ciervos. Así mismo Natty ve alterada su tranquila existencia en los bosques cercanos a Templeton porque Richard Jones cree que en la cabaña de aquél se esconden los tesoros de una mina que, en realidad, nunca había existido.
Entre los personajes nativos también se refleja la misma dicotomía, al ser la teoría de Cooper de los asentamientos válida para cualquier grupo humano. Mientras Chingachgook y Uncas reúnen en su persona las mismas virtudes y cualidades que se encuentran en Natty Bumppo y sus vidas marcan las pautas modélicas por las que deberían guiarse los demás miembros de su raza, Magua, entre otros, sólo aspira a reemplazar a aquéllos por medio de la violencia y el terror.
Cooper reconoce que el mundo de Natty y de Chingachgook tenía que terminar, porque el escenario de sus aventuras había de sufrir inevitables transformaciones que arrasarían necesariamente con aquéllos, anclados firmemente por sus arraigadas convicciones en sus hábitos y costumbres. Será la misma estabilidad de sus principios, unida a su nomadismo básico, la que impida la formación de una sociedad estable que propicie otros logros de la civilización: en el futuro orden social deseado por Fenimore Cooper no hay sitio para los personajes fundamentales de su obra literaria; los pilares de la «aristocracia» inteligente preconizada por él han de sucumbir para que se renueve el sueño americano.
Y es que Cooper extendía su teoría de las etapas más allá de los individuos y los núcleos urbanos a la misma idea de historia norteamericana: el primer periodo, pastoral, coincide, a su entender, con los años de la Revolución y los primeros pasos que sus compatriotas habían dado con el fin de establecer los principios y normas fundamentales por los que había de guiarse la nueva comunidad nacional. La necesidad de aunar esfuerzos para repeler al gobierno despótico inglés y, posteriormente, para sentar las bases del nuevo sistema democrático, había creado un espíritu de «sencillez republicana» que aminoraba las diferencias y salvaba posibles desavenencias generalizadas. La época coincide con la narrada en la pentalogía del Leatherstocking y permanece como punto de referencia continuo en la obra literaria e ideológica de Cooper.
La etapa que se sucede es la que corresponde a la democracia jacksoniana[38], época que coincide con la madurez personal y literaria del propio Cooper. El equilibrio del periodo anterior es reemplazado por una gran inestabilidad social fomentada por los demagogos y sustentada en la movilidad constante de las continuas remesas de inmigrantes llegadas a tierras americanas. Su desconocimiento de las leyes y principios que regulaban la convivencia del pueblo americano dentro del nuevo sistema democrático pone en peligro la pervivencia y ulterior desarrollo de éste, y favorece la labor de zapa de los demagogos que quieren aprovecharse de la nueva situación para su propio beneficio. Esta fase no es, sin embargo, nada más que un eclipse moral que se ha abatido sobre el pueblo americano, pues, a pesar de su prolongada existencia y de los peligros que entraña para el país, Cooper mantiene su fe en que el orden y el equilibrio que precisa la sociedad han de llegar otra vez, sensiblemente mejorados, y de nuevo dirigidos por la influencia benefactora de los «caballeros».
Esta firme convicción tiene su punto de apoyo en el hecho de que si bien la mayor parte de la comunidad americana ha sido cegada por las doctrinas de la demagogia, Cooper cree que sus raíces siguen sanas, por lo que tarde o temprano han de darse cuenta de su equivocación y enmendar su error. Consecuentemente, durante el tiempo en que las críticas de sus compatriotas hacia su persona y su obra fueron más duras, Cooper hace alusión reiteradamente al hecho de que había nacido con algunas décadas de adelanto y a que el tiempo le dará la razón: su fe en el futuro inmediato era manifiesta.
Efectivamente, pocos años después de la muerte del autor, sus ideas sobre la historia y la importancia de su emblemático héroe fueron asimiladas en un trabajo que iba a revolucionar la historiografía norteamericana y a causar un notable impacto en las ciencias económicas, la sociología y la política del país: se trata del ensayo «The significance of the frontier in American history» («El significado de la frontera en la historia americana»), leído ante la Asociación Histórica Americana, en Chicago en 1893, por su autor Frederick Jackson Turner. Según Turner el umbral de la frontera está en continuo movimiento debido a la sed de tierra libre que impele a los inmigrantes a acudir a Estados Unidos y a trasladarse hacia el oeste. El concepto de frontera, unido indefectiblemente al deseo de adquirir tierras, genera individualismo, puesto que sitúa a las personas en contextos aislados y con frecuencia hostiles, en los que se necesitan aptitudes amplias y variadas y se exigen reacciones «originales» en tanto que no aprendidas en décadas de historia en las ciudades del este; tampoco valía la experiencia secular europea, tan diferente en su contexto y su desarrollo a la tierra virgen del oeste americano. Por tal razón la gente tendía hacia una gran independencia, lo que dificultaba el establecimiento de un gobierno central fuerte.
Pero Turner cree que este mismo individualismo fomenta el espíritu democrático ya que las ideas más innovadoras vienen del oeste, mientras que los estados del este se estancan en sus nociones conservadoras. Turner analiza así mismo cómo los pueblos de la frontera desarrollan un carácter distintivo americano, más optimista y pragmático, a medida que se alejan de Europa y se involucran en la construcción de su propio hábitat en un medio desconocido y generalmente hostil. La imperiosa necesidad de obras públicas de envergadura canalizadas, por definición, desde el gobierno central, tales como carreteras, canales o ferrocarriles, contribuyó muy pronto a cimentar la unidad nacional y a favorecer el intercambio personal de comunidades bien distintas. Cuando la situación social resultaba insostenible en las ciudades del este debido a los problemas laborales y a las restricciones de trabajo, el oeste, con sus tierras libres, se presentaba como una auténtica promesa frente a la opresión capitalista; el oeste ofrecía libertad e igualdad social frente a los humillantes salarios pagados por los empresarios.
Así el oeste se convirtió en válvula de escape, tanto para los conflictos sociales como para los excesos de población, para los inmigrantes recién llegados, para los descontentos del este y para los soñadores y aventureros. Las teorías de Fenimore Cooper se materializaban así en los confines de su propio país, y su héroe, Natty Bumppo, se multiplicaba ahora en cada «caballero» que se internaba en territorio ignoto y solitario. Los «hombres de la frontera» se enfrentan, fundamentalmente, al hecho incontestable del trabajo duro y del sacrificio constante para sacar rendimiento a unas tierras que constituyen su esperanza de futuro; esta circunstancia condiciona todas sus características y los diferencia sustancialmente de la figura de Bumppo, ya que aquél no estaba atado a un lugar concreto ni a lazos familiares ni afectivos.
Estos pioneros, establecidos en lo que quieren convertir en su emporio familiar, se ven obligados a luchar contra los indios de la pradera, quienes, muy pronto, reconocen el peligro que el hombre blanco representa para su subsistencia y deciden hacerle frente de manera contundente. La mayor dificultad para los pueblos nativos residía en su falta de unidad, hecho que fue a menudo capitalizado por los blancos, quienes consiguieron suscitar más de una rencilla entre diferentes jefes nativos. La amistad del Leatherstocking y Chingachgook quedó pronto reducida a una historia literaria, emblemática pero imposible. Hasta los niños aprendían pronto a llevar armas con la mayor naturalidad y disparaban con gran habilidad gracias a las prácticas que llevaban a cabo con las milicias establecidas para la lucha contra los indios.
El verdadero hombre de la frontera organizó su vida, hasta donde las circunstancias se lo permitieron, de acuerdo con un arquetipo paradisíaco en el que la ley natural le permitía utilizar libremente el «jardín del mundo». Temerario, exuberante, sin una ley inmediata que lo controlara, violento y valiente, como lo define su propio mito, el hombre de la frontera actuó como un agente libre en medio de una naturaleza indómita; frente a la jerarquía de valores adoptada tradicionalmente en el este, es decir, inteligencia, refinamiento y moral cristiana, los «leatherstocking» del oeste oponen su fuerza, su naturalidad y su libertad. Pero unas cuantas décadas de regresión bajo el impacto de la frontera convierten a sus pobladores en seres confiados, desprovistos de toda sofisticación, y, por lo tanto, víctimas propiciatorias de los demagogos cooperianos, que nunca duermen, y pronto los especuladores imponen su ley y el oeste avanza hacia otras posiciones históricas de mayor relevancia.