El éxito fundamental de Fenimore Cooper lo constituyen sus obras de la frontera, las novelas que tratan de la lucha territorial entre europeos y nativos al inicio de la colonización: se trata de una pentalogía que comprende The Pioneers (1823, Los nacimientos del Susquehanna o Los primeros plantadores), The Last of the Mohicans (1826, El último mohicano), The Prairie (1827, La pradera), The Pathfinder (1840, El buscador de pistas) y The Deerslayer (1841, El cazador de ciervos). Todas ellas giran en torno a un héroe, Natty Bumppo, conocido también como «Leatherstocking» (calzas de cuero) o «Hawk eye» (Ojo de halcón); éste alcanzará fama internacional de manera inmediata y dará renombre mundial a su creador.
Los factores que contribuyeron a la creación de Natty Bumppo como personaje literario, además del contacto directo que Cooper había tenido en su infancia con el bosque y la vida al aire libre, fueron fundamentalmente tres: la leyenda que había sido tejida en torno a Daniel Boone, quien incluso aparece mencionado en la pentalogía, la idea rousseauniana del hombre utópico que vive en contacto con la naturaleza y se halla exento de todo tipo de maldad, y, finalmente, una concepción ideal del hombre americano que lucha contra la naturaleza para encontrar una forma de vida. Natty Bumppo comienza su existencia como un hombre de características reales, y, gradualmente, a través de las aventuras que corre, de su relación con las distintas tribus indias, de su dominio del espacio natural y de las leyendas que se tejen en tomo a él, Bumppo se convierte en todo un mito de la historia y la literatura norteamericana.
De hecho, las novelas de Leatherstocking constituyen una auténtica odisea norteamericana en la que Natty Bumppo es el gran héroe. La pentalogía es un ciclo cerrado que representa el mito de Estados Unidos como tierra de promisión: desde The Pioneers a The Deerslayer, Natty progresa en sentido contrario, desde una edad avanzada hasta su juventud; así mismo Estados Unidos comienza como un territorio envejecido que va desprendiéndose de su arrugada piel a través de diferentes episodios históricos que le hacen renacer joven y prometedor.
Natty Bumppo, es el prototipo de pioneros, cazadores, vaqueros y otros personajes que en su marcha hacia el Oeste y mientras creaban el espacio de lo que iba a ser su país, desafían a la naturaleza y la modifican, en un proceso considerado positivo en tanto en cuanto conlleva el progreso social y la cultura. Esta contradicción entre hombre de la naturaleza y modificador de sus leyes está implícita en el desarrollo del Leatherstocking como personaje. Así como la contradicción derivada de las leyes de la naturaleza y la religión, que hace a Natty Bumppo dudar entre su ética adquirida y las exigencias, a veces crueles, de la supervivencia en un medio natural. El héroe cooperiano vive, en principio, en perfecta armonía con la naturaleza, tomando de ella solamente aquello que necesita para vivir, obedeciendo a un sentido natural de la propiedad.
El respeto que Natty siente por todo lo relacionado con la naturaleza y por sus moradores, los indios, así como la vida sencilla que lleva, se ven violentados por el avance inexorable de la civilización. El rechazo que Natty siente hacia esta ola incontenible le obliga a vivir en un retroceso continuo, cediendo geográficamente ante ella, aunque resistiendo siempre moralmente.
Natty se sabe controlado por la ley, y su respeto a la ley está unido a la idea de Dios, pero su ley no es la de la ciudad sino la de la naturaleza. Basándose en unos principios legales fundamentalmente naturales Natty Bumppo rechaza, más radicalmente que la ley institucional propia de las zonas pobladas, las flaquezas y debilidades que esa ley encubre.
Su ley y su postura, al ser naturales, son, por sí mismas, superiores. Por otra parte, el viejo cazador filósofo simboliza la concretización de una gran abstracción americana: el rechazo de una civilización de connotaciones europeas a favor del contacto con una naturaleza salvaje. Natty consigue permanecer equidistante de los dos mundos opuestos y confrontados, y esa posición, neutral por definición, unido al hecho de que es el último de su raza, al no tener descendencia ni directa ni colateral, le permite criticar y denunciar a la sociedad americana incipiente sin perder su privilegiada posición de héroe nacional. Para un autor, Fenimore Cooper, que se mueve, cada vez más dubitativamente, en una ambivalencia total, entre una aristocracia basada en la posesión de la tierra y una democracia que entregará el poder al «hombre común», el personaje de Natty Bumppo es la personificación de sus dudas y sus aspiraciones.
En El último mohicano, segunda novela publicada de la pentalogía, Natty Bumppo es un héroe de edad madura, perfecto conocedor del terreno que pisa e íntimo amigo de Chingachgook, el jefe indio mohicano, sabio y estoico, que pronto será, también, al final de la novela, el último de su estirpe.
En el primer capítulo se presentan los personajes de la trama y se dan las claves para el análisis de sus componentes narrativos. Los «endurecidos colonos» que luchan al lado de los soldados europeos ilustrados y de los experimentados guerreros nativos constituyen los tres grupos sociales que van a debatir su filosofía y su modo de vida en el territorio norteamericano. Los mencionados Natty Bumppo y Chingachgook son los representantes ideales de los colonos y de los indios respectivamente, y como tales, se desenvuelven con autoridad y facilidad en el terreno del nuevo mundo; los soldados, representantes del poder inglés, aún oficialmente invasor en el momento del desarrollo de la novela, subtitulada «A Narrative of 1757» («Una narración ambientada en el año 1757»), dependen totalmente de los dos sabios autóctonos para poder llevar a cabo su misión. Sin embargo, tanto ellos como las dos mujeres que custodian, aportan el elemento estilístico aún genuinamente europeo: confieren a la novela todo el sabor de un género que arrasaba entonces en el viejo continente, el gótico derivado del movimiento romántico.
Como corresponde a una obra pionera en su literatura nos encontramos con un autor omnisciente de principio a fin, alguien que narra, describe, opina, controla y crea la novela. Es también un narrador moroso y meticuloso, que no omite detalles en su descripción, hasta el punto de que muchas veces los acontecimientos parecen suceder minuto a minuto al ritmo cansino de la narración. Ésta se va complicando paulatinamente, con frecuencia de manera inesperada para el lector; se van agregando personajes, espacios y situaciones sin que sepamos a dónde quiere llevamos el autor. Hay poca información directa y pocos momentos prolépticos en la trama, a pesar de las descripciones detalladas; la información necesaria se va destilando poco a poco, sólo en la medida adecuada para que vayamos entendiendo cada momento.
Los personajes son «actores en escena» que reaccionan al entorno en que les colocan. Tal parece que Cooper describe decorados sobre los que componer sus figuras, y que no se preocupa en crear personajes sino personae literarias, que reaccionan convenientemente a los estímulos provocados por el autor en vez de arrastrar sus propios sentimientos y debilidades de capítulo en capítulo. El hecho de que parezca que no hay más voz en la página que la del que tiene en ese momento la palabra, propicia la sensación de que en la obra no hay vida suficiente como para conferir profundidad al texto. Sin embargo, la personificación romántica del entorno natural complementa sabiamente las carencias de los personajes y aviva el tono de la narración.
Fenimore Cooper sabe cómo manejar la atención de sus lectores; cuando los tiene embebidos en una escena, seguros de que controlan los resortes de la historia, introduce, por sorpresa, un elemento perturbador que amplía los cauces narrativos hasta límites insospechados. Esta técnica la practica de manera sostenida a lo largo de la novela, creando clímax y anticlímax continuos que desconciertan e interesan al lector. Tal práctica, característica del melodrama, se enmarca dentro del goticismo que permeabiliza la novela y que se articula en unas pautas semejantes a las seguidas en Europa: el uso de la historia, el carácter aristocrático del héroe, el miedo a sucesos imprevistos y perseguidores desconocidos que surgen en la oscuridad y que a la luz del sol se revelan como familiares, si no inocuos, y la importancia del espacio - la claustrofobia de los lugares pequeños y cerrados y la majestuosidad de la naturaleza en pleno vigor e independencia.
Los personajes principales, Natty Bumppo, Chingachgook y su hijo Uncas, enlazan todos ellos con la idea de aristocracia a través de la perfección de su carácter y de la pureza de su sangre; los mohicanos se han mantenido incorruptibles a través de los avatares políticos de la colonización europea tanto en sus ideales como en su raza, y consienten, orgullosos, en mantener su firmeza hasta la misma muerte, aunque ella signifique el final de un pueblo y de una cultura. Correspondientemente, Natty Bumppo insiste una y otra vez en su propia «limpieza» genética, en que es «un hombre de pura raza»; Bumppo quiere dejar constancia de que él es enteramente blanco, europeo, y, a la vez, está a la altura de Chingachgook, nativo americano e hijo de la naturaleza. Una vez que ambos personajes establecen su linaje en planos equivalentes de pureza y valor, la amistad entre indios y blancos, pueblos que ellos representan, quedaría realzada de manera total a través de la igualdad y la armonía.
Magua es el villano necesario en la narración; sin su persistencia y su maldad innata se perdería el elemento gótico de la persecución hasta sus últimas consecuencias. Magua, como contrapartida que es del héroe, participa también de su magnitud, si bien en sentido negativo. Magua es el oponente de Uncas, el joven indio gloria de su pueblo y esperanza de su tribu; Magua, sin embargo, había sido expulsado de entre los suyos, pero logra rehacerse fundamentalmente a través de su elocuencia. Al igual que los anti héroes trágicos de Shakespeare, Magua domina el arte de la palabra, y son muchos los pasajes en el texto en los que convence a las masas con la única arma de su voz, que modula e inflexiona convenientemente, y su argumentación, no por obvia y predecible menos efectiva; se trata del arte de la convicción, un lenguaje que Magua sabe muy bien cómo asumir.
Magua tiene otra concomitancia importante con Uncas: ambos se disputan el amor de Cora; pero mientras Uncas la desea en respetuoso silencio, Magua le hace abiertamente proposiciones imposibles y la rapta. Cora será, en último término, responsable de la muerte de ambos contendientes, cuando todos ellos se encuentren en un camino impracticable al borde de un precipicio. Uncas y Cora mueren en medio de la tensión creada, los dos de una manera rápida y expeditiva, como si el único fin de sus muertes fuera evitar a la sociedad la vergüenza de admitir la imposibilidad de su unión. Magua, sin embargo, muere una muerte épica, gótica, muy semejante en ejecución, si no en descripción, a la muerte paradigmática del monje del autor inglés Matthew Lewis[36]; mientras se desploma por el abismo mortal su espíritu malvado se doblega y desafía aún con la mirada, lo único vivo de su cuerpo ya inerte, a su heroico ejecutor.
Heyward, el adalid de la raza blanca, no acierta a ponerse a la altura de sus compañeros de aventura en tanto en cuanto el terreno que pisa es ajeno a su experiencia y a su valor probado en combate. Heyward ejemplifica al europeo arrojado y generoso, pero inadaptado aún al entorno americano. Magua no es enemigo para él, puesto que une la maldad a la experiencia, mientras que Heyward es inocente en toda la extensión de la palabra; así, el oficial inglés está a merced del indio durante toda la novela. Una sola vez intenta Heyward romper su desventaja y lo hace por medio de la palabra: utiliza todo su arte retórico para convencer a Magua, que los tiene prisioneros, y recurriendo a todos los estereotipos que los europeos habían creado sobre los indios intenta sobornarle ofreciéndole oro, alcohol, armas la poca suerte de Heyward es la causante de que el soldado se haya de medir con un guerrero también mucho más elocuente que él, que no sólo convence a sus hombres prometiéndoles cosas, sino que halaga su ego individual y colectivo, apela a su genealogía y sus tradiciones, y, todo ello, con las modulaciones apropiadas de la voz, los silencios oportunos y el gesto importante de quien adula desde una posición superior.
La raza blanca cuenta aún con dos representantes secundarios, David Gamut, el maestro de canto, ineficaz representante de la religión en la novela y, por lo mismo, inocuo bufón en la opinión de los nativos, y el padre de las dos mujeres, el general Munro, representante del ejército y, así mismo, fallido héroe europeo. Ambos son personajes funcionales, si bien el primero es mucho más importante para la acción que el segundo, ya que va a ser instrumental, en las últimas escaramuzas de la novela, para salvar a Uncas de una muerte vergonzante.
Tanto la religión como el arte de la guerra aparecen como tema de fondo a la persecución de los personajes principales; pero se trata más de una curiosidad en el proceso de confrontación entre europeos y norteamericanos que de un aspecto fundamental en el devenir de la novela. Gamut defiende el cristianismo bíblico más ortodoxo frente a la religión natural que profesa Natty Bumppo, de nuevo exponente ideal de la fusión de ambos mundos; el liberalismo religioso de Bumppo, permite ampliar el cielo cristiano para todos aquéllos, sean indios o sean franceses, que, obrando en consecuencia, es decir, siguiendo las máximas de quienes creen en su dios, crean en la vida eterna.
El tema de la guerra, o la estrategia militar, está inscrito en una consideración más amplia, la de los hechos históricos que están acaeciendo en ese momento en territorio americano, es decir, la guerra franco india[37]. Tanto Munro como Montcalm son personajes literariamente desdibujados, porque son, simplemente, nombres funcionales que prestan verosimilitud a la época de la narración y confieren a ésta la profundidad temporal necesaria para poder mitificar el pasado inmediato de la recién nacida nación y, también, para conferir a Natty Bumppo la categoría de héroe nacional. El ejemplo gráfico que indica la verdadera naturaleza del tema bélico en la novela lo constituye el momento en que Bumppo y sus compañeros de aventuras contemplan, desde la cima de un monte, el espectáculo de la guerra, la disposición de los dos ejércitos y sus diferentes estrategias en el momento de la batalla, como si de una aséptica maqueta se tratara, dispuesta para la clase didáctica de historia.
Pocas horas después, toda la frialdad científica de los europeos queda contrastada con una orgía de sangre propiciada por lo que se supone es la falta innata de caridad cristiana de los indios. Si la escena bélica europea se describía desde una perspectiva reposada, dando sensación de orden y de seguridad, la masacre llevada a cabo por los nativos se desata con un incidente melodramático, en el que un indio arranca a un bebé de los brazos de su madre y azota su cabeza contra una roca con saña gratuita; los gritos desesperados de la madre sólo provocan su asesinato y el inicio de una matanza absurda de mujeres y niños, habida cuenta de que la paz entre los dos bandos europeos ya estaba pactada.
Este último hecho pone de manifiesto la falta de cohesión entre los intereses de los indios y los europeos pero, también, la ambivalencia del propio Cooper hacia los nativos de su país. Bien es cierto que Chingachgook y Uncas son dechados de perfección, auténticos «caballeros» de su raza cuando son enjuiciados desde el paradigma anglosajón, y que Magua es elevado a la categoría de anti héroe, frío e inteligente; pero también es cierto que, como masa, son descritos como sanguinarios, traidores e irreflexivos, y se les denomina «salvajes» a lo largo de todo el texto. Sin embargo Cooper no escatima esfuerzos en dar información, si bien general, sobre el modo de vida de las distintas tribus, sus creencias, ritos y supersticiones, su organización política, sus características étnicas y su reacción a la irrupción de los blancos en su territorio.
En el capítulo XI se caracteriza a los indios con epítetos y adjetivos excesivamente negativos, pero el vocabulario es ilustrativo del tono general de la novela, si bien es cierto que los indios son el equivalente a los «malos» de la novela gótica europea, para los que tampoco se escatiman adjetivos peyorativos. Fenimore Cooper parece temer el potencial negativo de sus compatriotas nativos, aunque, al mismo tiempo, les está configurando como personajes literarios y dándoles a conocer a todo un público lector en ambos lados del Atlántico. El autor se aprovecha, como tal, de las prerrogativas que su descripción más oscura de los indios confiere a éstos; cuando el mohicano les libra, en su huida, de un incómodo testigo, el joven e inofensivo centinela francés, Natty Bumppo asiente, aliviado, y justifica la acción como algo inherente a la cultura nativa y, por tanto, no condenable: «Está hecho; y aunque habría sido mejor que no fuese así, ya no puede remediarse.» (p. 236).
No deja Fenimore Cooper de considerar que la historia de la época colonial que él está ayudando a codificar a través de sus novelas es una historia parcial, escrita siguiendo las pautas tradicionales europeas de «religión, ley y rey», y que quien tiene el poder de la palabra en sus manos adquiere la capacidad de inscribir su verdad para la posteridad. Admite Cooper que «toda historia cuenta con, al menos, dos versiones» (p. 95) y que, por tanto, tampoco todos los ingleses son caballeros natos ni observan necesariamente las leyes del honor. Al inicio del capítulo XVIII considera el autor el efecto que las páginas escritas ejercen sobre el lector y cómo aquéllas, sin embargo, no pueden dar una visión completa ni objetiva de los hechos ni de las personas que los llevan a cabo porque están mediatizadas, necesariamente, por la ideología política y la intención creativa del autor. Al enunciar estas consideraciones el autor norteamericano no sólo sigue los pasos de la corriente europea que guía su pluma, es decir, del romanticismo y la novela histórica, a la manera de Walter Scott, que surge de tal movimiento, sino que da cuerpo también a las teorías políticas que se debatían en su país y a las corrientes de opinión que estaban formando el «espíritu americano».
Tal espíritu es el de un mundo de hombres; ni las mujeres blancas ni las indias tienen más función en la parte histórica de la novela que ser soporte físico de los hijos y atender a las necesidades básicas de la tribu. Cora y Alice constituyen el elemento necesario en la narración para que ésta alcance el calificativo de melodrama y para que haya una justificación para la acción individualizada, al margen de la masificación de las batallas; de la misma manera que el resto de las mujeres blancas no son sino la excusa para demostrar, en la masacre del fuerte de William Henry, que los guerreros indios tienen un instinto sanguinario incontrolado.
Cora y Alice, las hijas del general Munro, participan de todas las características arquetípicas de la pareja de heroínas románticas: la una es rubia, la otra morena, y las dos son bellezas, cada una en su estilo. Cora, la mayor, es fuerte y arrojada, soporta todas las penalidades con entereza y sabe articular verbalmente sus sentimientos, además de pensar en posibilidades de acción en los momentos más comprometidos. Cora, codiciada tanto por Uncas como por Magua, hace frente a la situación sin desfallecimientos morales y aún encuentra valor para proteger y animar a su hermana. Alice, por el contrario, es el prototipo de la feminidad, la musa del europeo Heyward, la posible feliz esposa aristocrática y urbana en la civilizada Inglaterra; pero en el salvaje territorio de los Estados Unidos, Alice no podría sobrevivir si no fuera que su misma debilidad despierta sentimientos de protección entre la gente que la rodea. Alice se desmaya continuamente, ya que no soporta el asedio constante y las penalidades y fatigas de una aventura tan trepidante. Es ella, sin embargo, la que sobrevive a todas las vicisitudes, y su hermana Cora la que halla la muerte.
La propia naturaleza del este norteamericano se constituye en personaje fundamental de la novela; personaje que responde como un eco a los estados de ánimo de las figuras humanas que cruzan los diferentes escenarios: los ríos caudalosos, los bosques impenetrables, los cañones siniestros y las llanuras expuestas. A medida que avanza la narración, el toque romántico en la descripción de la naturaleza se incrementa, y de la mera información sobre la localización en que se desenvuelven Heyward y sus protegidas se pasa paulatinamente a la personificación del paisaje y a la idealización de sus figuras (p. 128).
El ejemplo más elocuente y también más citado es la descripción de las cataratas de Glenn, que el propio Cooper verifica con una nota explicativa; descripción que constituye hoy en día un documento histórico, toda vez que la erosión ejercida por la naturaleza misma y el avance de la civilización han modificado el entorno hasta convertir el escenario de El último mohicano en pura ficción. El encuentro de los personajes principales con la majestuosidad de las cataratas, en el momento trágico de su desesperada huida en la oscuridad de la noche y acosados por sus perseguidores, constituye un pasaje fundamental en la historia de la novela norteamericana: las cataratas de Glenn, no sólo supondrán un espectáculo majestuoso a los ojos y a los oídos de los europeos, sino que les acogerán en su seno, ofreciéndoles calor y protección, a la manera de los castillos y monasterios del viejo continente. Las aguas del río habían trabajado el interior de la roca para labrar dos habitáculos acogedores y estratégicos; lo que la cultura no había tenido aún ocasión de hacer, lo había suplido con creces la naturaleza norteamericana, ya que la posición de los perseguidos en las entrañas de las cataratas les permite mantenerse inadvertidos durante las horas suficientes para su recuperación.
El lugar y el momento es tan propicio para un episodio típico de la novela gótica, que Cooper no desaprovecha la ocasión. Así, se oyen gritos inhumanos y lamentos tremendos que son potenciados por el ambiente tenebroso que confieren la oscuridad y un bosque frondoso poblado por indios hostiles que acechan a los escondidos; tales sonidos surgen, además, como contrapunto a un momento de idealización, también gótico, en que el grupo de heroicos resistentes, relajados por la seguridad que la catarata les ofrece y mecidos por el ruido y la fuerza de sus aguas, entonan un salmo «a capella» guiados por Gamut y embelesados por la voz angelical de Alice. El peligro se personifica en esta escena como algo diabólico y llega a inquietar incluso a los experimentados oídos de Natty Bumppo y Chingachgook; si bien al rayar el día todo tendrá la explicación lógica y racional característica, fundamentalmente, de la novela gótica norteamericana.
Pero, desde ese episodio, el miedo y el sobresalto serán elementos omnipresentes en la novela, y los diferentes acontecimientos que se suceden constituirán desviaciones o sublimaciones de tal sentimiento. Alice no se recobrará ya a lo largo de toda la obra y los sentidos de Cora, Heyward y el lector mismo, estarán continuamente expectantes, atentos a otra manifestación tan contundente como aquélla de los poderes del mal. Tan sólo Natty Bumppo y los mohicanos, y Magua como personificación del mal él mismo, se desenvolverán con aplomo en el resto de la novela, leyendo el libro de la naturaleza sin miedos preconcebidos y guiándose por ella para resolver la situación surgida en cada momento.
Será la amistad sincera, el hermanamiento entre Bumppo y Chingachgook, la que superará los desacuerdos y restañará las heridas históricas entre las diferentes facciones que lucharon en el territorio americano de la época. Chingachgook, el último de su estirpe, portador de toda una sabiduría ancestral natural, y Natty Bumppo, heredero de una historia secular y también el último de su linaje, ya que morirá sin descendencia, se funden en un destino común: la desaparición necesaria de un mundo en comunidad para que pueda surgir la sociedad, un mundo más amplio, variado y complejo, pero que necesita, para sobrevivir, tener memoria de sus héroes.