BIOGRAFÍA DEL AUTOR

James Fenimore Cooper nació el 15 de septiembre de 1789 en Burlington, New Jersey. Pero no iba a ser ése el escenario en el que transcurrieran sus años de infancia y adolescencia, sino la villa de Cooperstown, New Cork, fundada por su padre. La condición fronteriza de esta población ofreció a Cooper una oportunidad única de establecer un contacto directo con la naturaleza. Si bien J. F. Cooper fue un hijo de la frontera, también lo fue del juez William Cooper, federalista por convicción y dueño de grandes extensiones de terreno. La educación académica que Cooper recibió nunca fue muy amplia, pero hay dos fuentes de las que tomó sus primeros conocimientos: la naturaleza y las enseñanzas de su padre.

El juez William Cooper era un hombre constante en su trabajo y firme en sus ideas; su fuerte temperamento no le dejaba vislumbrar la menor posibilidad de rectificar las normas por las que se guió durante su vida. Ésta fue la herencia más inmediata que el hijo había de recibir; legado paterno que se manifestó de diversas formas en la vida de Fenimore Cooper, aunque todas confluyen en un mismo punto: la superioridad moral del hombre honesto. El respeto a las doctrinas religiosas y su puesta en práctica, el patriotismo sincero y el orgullo por el trabajo realizado fueron normas de vida que nunca serían olvidadas por el escritor. En 1799 Cooper deja el domicilio paterno y se dirige a Albany para continuar sus estudios, circunstancia que le permite entrar en contacto con miembros de las familias más importantes del lugar, lo que sin duda constituía una de las metas perseguidas por su padre el juez. Posteriormente Cooper ingresó en la universidad de Yale, pero fue expulsado tras sucesivos actos de indisciplina, truncando así el proceso de su educación.

Ante Cooper se habían cerrado las puertas de las instituciones académicas y la posibilidad de realizar el sueño de su padre, pero una nueva escuela se abría ante él: el mar. En octubre de 1806 se embarcó en el «Sterling» con rumbo a Europa por un periodo de un año; el trayecto abarcó desde la isla de Wright hasta Águilas y Almería en las costas españolas. Durante esta experiencia Cooper afianzó la anglofobia que estaría presente a lo largo de su vida, a pesar de la tendencia pro inglesa del clan Cooper; lógicamente también aumentó sus conocimientos náuticos y afianzó su vocación marinera. Su ingreso en la armada norteamericana no se hizo esperar, pero la trágica muerte de su padre y su matrimonio con Susan Augusta De Lancey le instaron a abandonar también esta opción en su vida.

El carácter comercial y pragmático de los Cooper difería de la tradición señorial de los De Lancey, pero les unía tanto la ideología federalista como el interés por la posesión de la tierra. El matrimonio le proporcionará a Cooper unos considerables ingresos económicos y una situación social muy estimable. La biografía de Cooper se iba delimitando con mayor precisión y las distintas etapas de sus años anteriores (la naturaleza, la educación y el mar) confluían para dar paso al hombre definitivo: el «gentleman».

La vida sedentaria junto a su esposa y sus cinco hijas le acercó a la lectura de obras literarias; de esta actividad a la escritura sólo medió un paso: se cuenta la anécdota de que Cooper comentó a su mujer mientras leía una novela inglesa que «yo mismo podría escribir un libro mejor». A los 30 años publicó la primera de una larga lista de novelas, a pesar de que hasta ese momento la redacción de una simple carta le había supuesto un verdadero esfuerzo. Su notable éxito y su creciente vocación literaria le impulsaron a trasladarse a Nueva York en 1822, ciudad que respondió con fervor a su deferencia; en 1823 se vendieron tres mil quinientos ejemplares de The Pioneers en la misma mañana de su publicación. Nueva York también le proporcionaba mejores oportunidades de recopilar información para nuevas obras, y le permitía entablar amistad con personas afines a él e interesarlas en sus sucesivas novelas y proyectos.

El éxito social y literario, sin embargo, no se vio acompañado por una economía familiar solvente. La mala administración de sus hermanos le había privado de su herencia paterna, las relaciones con la familia De Lancey se habían roto, al menos temporalmente, y sus proyectos como agricultor y comerciante sólo habían resultado en fracasos y deudas; las necesidades familiares eran cada día mayores y los beneficios de sus libros no parecían subsanar los problemas financieros. Todo ello repercutió en la salud de Cooper que, de nuevo, buscó en un viaje a Europa una salida a su angustiosa situación. Con esta medida esperaba promocionar sus obras en el viejo continente y enjuagar sus crecientes deudas con las nuevas ventas.

Cooper llegó a Inglaterra con toda su familia el 2 de julio de 1826, con la intención de permanecer un par de años en el continente europeo, si bien la estancia se prolongó por espacio de siete años. Cooper llegó a Europa en calidad de cónsul de los Estados Unidos en Lyon, cargo más honorífico que económicamente rentable. Traía también un buen número de cartas de presentación, según la costumbre de la época, que habían de ayudarle a abrir las puertas de la sociedad de los distintos países que pensaba visitar; se encontró, sin embargo, con que un medio mucho más personal y eficaz le había allanado el camino: sus novelas. Su fama como escritor le había precedido en su travesía y, a través de aquélla, establecería un contacto directo con destacadas personas de las artes y las letras.

En un principio el círculo de sus amistades quedó reducido a un grupo de compatriotas residentes en París, al que se sumaban la emigrante rusa princesa Barbara Galitzin y el marqués de Lafayette, quienes le pondrían en contacto con destacadas personalidades de la sociedad francesa y europea. La amistad que nació entre el marqués y Cooper tendría un significado especial para el pensamiento político y social del autor. Las obligaciones sociales de Cooper fueron aumentando con el paso del tiempo y llegaron a ocupar gran parte de su actividad diaria, en detrimento de su creación literaria. Los círculos más selectos de la sociedad francesa, con todo su esplendor y refinamiento, acogían al gran escritor norteamericano que muchos ansiaban conocer. Pero las firmes ideas de Cooper y su fuerte temperamento pronto darían un giro sustancial a este idilio inicial, si bien el autor no ejercerá de manera notoria la defensa de los intereses americanos y la crítica de las instituciones y de la sociedad europea hasta la década de los cuarenta.

París sería siempre el punto de referencia desde donde Cooper emprendería diversos viajes por distintos países europeos. Suiza impresionó profundamente al autor tanto por la fuerza y belleza de sus paisajes como por su organización política, pero fueron el arte y la historia de Italia los que conmovieron a la familia Cooper, que permaneció largos meses en diversos lugares del país. Antes de volver a América los Cooper aún viajaron por Bélgica y Alemania, a lo largo del río Rhin, por el que sentían una especial predilección, y visitaron de nuevo Suiza y las ciudades de París y Londres, desde donde partieron en su viaje de regreso en septiembre de 1832.

Durante todo ese tiempo Cooper vivió al margen de la política e ignorante de los acontecimientos que estaban teniendo lugar en su país, pero los intensos rumores de un cambio político en Francia e incluso la posibilidad de una revolución centraron de nuevo al autor en la situación contemporánea. Durante los tres años que median entre 1830 y 1832, y debido a los grandes cambios y crisis que estaban ocurriendo en Europa, Cooper y Lafayette establecieron un vínculo amistoso que sólo la muerte iba a romper. De esta relación nacieron una serie de empresas que acapararon el interés del autor y dieron una nueva orientación a su actividad literaria; en sus páginas se debatirá lo político y lo literario, y el crítico y el moralista mantendrán una lucha continua por conseguir la supremacía: cada opción tratará de imponer su ley, y en la contienda se logrará unas veces el equilibrio de fuerzas, mientras que otras la balanza se inclinará en uno u otro sentido.

La participación de Fenimore Cooper y Lafayette en la defensa por la libertad del pueblo polaco, después de su levantamiento contra la dominación rusa en noviembre de 1836, sirvió para mantener vivo el espíritu liberal que inspiraba a ambos. Ambos fueron elegidos presidentes de los comités de sus respectivos países para apoyar la causa polaca en su trágica lucha por la independencia; el objetivo no era únicamente económico, sino que pretendían atraer la atención y conseguir la participación de sus respectivos gobiernos en el conflicto. A pesar de todos los esfuerzos el levantamiento fracasó, y Cooper y Lafayette lo lamentaron no solamente por lo que ello suponía para el pueblo polaco sino también porque representaba un duro golpe a sus ideas liberales. Para Cooper supuso, así mismo, el fin de su intervención directa en los asuntos políticos europeos.

Durante años había tenido la oportunidad de poner en práctica sus ideas políticas y sociales, impregnadas de un fuerte liberalismo y que, según su propia opinión, correspondían al espíritu democrático norteamericano. Había contado con la inestimable ayuda de Lafayette, quien a los ojos del autor norteamericano era la viva representación del caballero, del «gentleman»: poseía una esmerada educación, una buena posición económica y social y, sobre todo, practicaba el liberalismo como credo político. Pero, fundamentalmente, su vida suponía la puesta en práctica de unos principios éticos que le incluían dentro de la «aristocracia» de talento defendida por Cooper.

De vuelta en América, de nuevo instalado con su familia en Nueva York, Cooper siguió siendo el «gentleman» demócrata, en lucha perenne y privada entre el pragmatismo y el idealismo, tratando de encontrar un equilibrio. El contraste entre su ideología apartidista y el afán lucrativo de la ciudad y de la nación en general le convertía en un extraño en su propio país. La migración constante que siempre ha caracterizado al pueblo norteamericano, unido a las transformaciones políticas, sociales y económicas, habían convertido a una ciudad como Nueva York en un lugar desconocido para Cooper. El largo desacuerdo entre él y su esposa sobre el lugar más adecuado para fijar su residencia se decidió definitivamente a favor de Otsego Hall, en Cooperstown, estado de Nueva York, con periodos más o menos largos de estancia en la ciudad de Nueva York o en Filadelfia.

El enfrentamiento creciente entre Cooper y sus compatriotas tuvo su desenlace más llamativo en el malentendido con la prensa americana, en el que se resumía el antagonismo irreconciliable de dos filosofías opuestas. En esta disputa se distinguen dos aspectos: uno tiene un marcado color local y está representado en el aspecto externo de la controversia del «Three Mile Point». El otro aspecto que Cooper defiende es el derecho a su intimidad y, por extensión, la necesidad de controlar el uso indebido que de la libertad de expresión hacían por entonces los periodistas. «Three Mile Point» era una pequeña parcela situada en la orilla oeste del lago Otsego y uno de los pocos terrenos que el juez William Cooper no había vendido a los colonos; mientras él vivió nadie puso en tela de juicio sus derechos de posesión, aunque era un terreno abierto a todos los habitantes de la villa. A su muerte expresó en el testamento su voluntad de dejar el terreno a todos sus descendientes hasta 1850. Los habitantes de Cooperstown siguieron haciendo uso del lugar y poco a poco se fue extendiendo la idea de que era un lugar público que William Cooper, en su magnanimidad, había otorgado a sus conciudadanos. Cuando Fenimore Cooper decide reivindicar, en 1837, los derechos familiares, el descontento fue general y los ciudadanos llegaron a plantear la quema de los libros del autor que estaban en la biblioteca de la villa, si bien al final se contentaron con retirarlos de los estantes. Los periódicos se apresuraron a recoger el sentir popular, rompiendo una lanza por los desasistidos ciudadanos que veían sus derechos pisoteados. Cooper luchó hasta el final, no tanto por el valor económico de la parcela, prácticamente nulo, sino por defender lo que él consideraba derechos inalienables y principios fundamentales: la propiedad y la libertad.

El malestar generado por sus polémicas con la prensa lleva a Cooper a pedir a sus hijas que no autoricen ninguna biografía oficial suya, deseo que cumplen con tanta eficiencia que incluso queman los diarios más personales del autor. Pero su andadura vital y, sobre todo, sus obras hablan por sí solas. James Fenimore Cooper, que murió en Cooperstown el 14 de septiembre de 1851, tuvo siempre presente a lo largo de su vida las necesidades y posibilidades de su país, a cuyo servicio puso tanto sus medios personales como su capacidad creadora. Sus obras varían en cuanto a valor estético, pero en todas y cada una de ellas América, de una forma u otra es su principal protagonista. En todo momento Cooper buscó lo que él consideraba la verdad y quiso hacer de la honestidad su norma de vida, deseando, al mismo tiempo, que sus compatriotas comprendieran que tal virtud era imprescindible para el desarrollo de las instituciones y el logro de una auténtica estabilidad que redundara en la independencia nacional y el reconocimiento internacional, de vital importancia en el siglo XIX para los Estados Unidos.

Dada la extensión de la obra literaria de Cooper se ha de simplificar mucho para reducirla a tres periodos claves: un momento que se inicia con Precaution (Precaución) y termina en 1825 con Lionel Lincoln (Lionel Lincoln o el sitio de Boston), siendo el mar y la frontera los temas fundamentales de esta etapa. El segundo periodo está marcado por su viaje a Europa (1826 - 1833) y abarca desde El último Mohicano hasta The Deerslayer (El cazador de ciervos), publicada en 1841, e incluye todos los diarios europeos y sus mejores tratados políticos; constituye la cima del éxito en su carrera literaria. El último tramo representa la decadencia del autor o, al menos, la época en que el éxito le abandona; Cooper trata ahora, fundamentalmente, temas muy cercanos a su realidad inmediata.

Una de sus últimas obras, The Crater (El cráter), escrita cuatro años antes de su muerte, describe una sociedad ideal poblada por americanos y establecida en una isla del Pacífico; este mundo utópico es arruinado por los frecuentes litigios políticos y religiosos, el periodismo y el libertinaje. La isla había surgido como consecuencia de un terremoto, y la venganza de Cooper, ante el desmoronamiento de sus expectativas para unos Estados Unidos ideales y democráticos, consiste en crear un nuevo terremoto que hunde toda la isla en el mar.