Cuando J. F. Cooper publica su novela más famosa, El último mohicano, en 1826 los Estados Unidos sólo llevan medio siglo de andadura oficial como país independiente. Los inicios de su literatura se habían recorrido ya en la época colonial, cuando, hasta el siglo XVIII, dependían políticamente de Inglaterra. Estos comienzos fueron marcadamente didácticos y moralizantes, regidos por nombres íntimamente unidos a la religión, como Cotton Mather o Jonathan Edwards. Las obras escritas en la época de la revolución, de los inicios de Estados Unidos como país, son, por el contrario, de contenido político, de introducción teórica a los principios democráticos que se querían establecer, destacando los escritos políticos de Thomas Jefferson o Benjamin Franklin, que C. B. Brown, W. Irving y J. F. Cooper ayudan a afianzar.
Charles Brockden Brown es el primer escritor americano que intenta vivir únicamente de la literatura, y, por esa misma razón, se preocupa más de producir páginas y páginas, imitando apresuradamente el estilo gótico inglés, que de escribir literatura de calidad o de establecer unas bases firmes para una literatura americana original, independiente y autóctona. Brown escribe seis obras; la primera y más conocida es Wieland, publicada en 1798. Luego llegarán Ormond (1799), Edgar Huntly (1799), Arthur Mervyn (1800), Clara Howard (1801) y Jane Talbot (1801).
Los prólogos a sus novelas y los artículos periodísticos que escribió constituyen una interesante fuente de estudio, pues en ellos vertió sus ideas sobre la naturaleza y el propósito de la literatura, en los albores de la creatividad artística de los Estados Unidos. En sus escritos, tanto de ficción como de opinión, Brown parece inclinarse por la elocuencia de los personajes en defensa de un moralismo normativo, pero muy pronto el idealismo desafiante de los protagonistas se torna en pragmatismo. Y es que Brown se vuelve cada vez más escéptico respecto a los ideales teóricos.
Sus personajes se dividen generalmente en dos bandos que argumentan sus posibilidades hasta la victoria de los «buenos»; dialéctica que se articula como la lucha entre la inocencia y la experiencia, o lo que el propio autor denomina «sinceridad» y «duplicidad», todo ello contra un fondo de folletín gótico a la manera inglesa. Brown estaba implicado en las batallas dialécticas entre las teorías políticas de su tiempo, batallas en las que optaba por un federalismo conservador. Así pues, hace a sus personajes «buenos» renegar de todo vestigio revolucionario que pueda recordar la manera francesa.
En sus obras se aprecia aún la resistencia secular americana a la literatura como evasión y entretenimiento. Sus personajes tienen un propósito: constituyen estudios políticos, psicológicos o filosóficos de temas y debates de la época. Así, no encontramos un narrador omnisciente que dirija y ponga orden en la narración, sino que los personajes se ven implicados directamente en la acción por medio de diarios, cartas y confesiones. Las obras de Brown son serias, tensas y lugar de conflictos, más que de juego literario.
Al tiempo que Charles Brocken Brown está en plena producción de su obra, otro grupo de autores, surgidos de la universidad de Yale, los llamados «ingeniosos de Hartford», escriben sátira y poesía siguiendo unas pautas absolutamente británicas, si bien sobre un decorado de ambiente americano, pero con resultados tan mediocres que no merecen más que la reseña del intento. Hasta la aparición de la obra de Washington Irving y Fenimore Cooper no se puede hablar de un verdadero despegue de la literatura norteamericana; si bien el camino no fue fácil, pues como dijo Irving ya en 1813:
Inútil para los negocios en una nación donde todos son negociantes y dedicado a la literatura en un lugar donde el placer literario se confunde con la vagancia, el hombre de letras está prácticamente aislado, con muy pocos que le entiendan, menos aún que le valoren y casi nadie que le anime a seguir.
Washington Irving escribe la primera literatura genuina en el país y consigue, en primer lugar, el reconocimiento europeo, lo que le confiere popularidad en su propio país, a quien consiguió convencer de la posibilidad, impensable hasta entonces, de que un escritor americano pudiera vivir de su pluma. Demostró, así mismo, que en Estados Unidos se podía escribir literatura festiva, de puro entretenimiento, y no sólo escritos didácticos o políticos. Los europeos admitieron de muy buen grado a este autor venido de América y que escribía con humor sobre una sociedad urbana y razonablemente civilizada. De hecho, Irving escribe como un europeo pero con la mentalidad de un americano; es decir, escribe con un estilo inglés pero para cubrir las necesidades de un público lector americano.
Su Sketch Book de 1819 o The Alhambra (1832, Cuentos de la Alhambra) son crónicas históricas escritas por un hombre de letras, más que obras literarias en sí mismas. Irving es un pionero en demostrar la poca fiabilidad de la «objetividad» histórica, tema que satiriza en Knickerbocker’s History of New York, publicada en 1809. Y es que Washington Irving no es un escritor creativo, sino que utiliza muy bien las leyendas y anécdotas que recoge en las crónicas, añadiendo toques de su imaginación. Irving ilustra las historias que conoce, para las que se ha documentado previamente; y consigue conferir un pasado legendario al valle del Hudson, lo que va a ser muy apreciado por sus contemporáneos y por la crítica norteamericana posterior. Es Irving un buen escritor de historias cortas, en las que dosifica muy bien los detalles y los toques de humor, consiguiendo cuentos inmortales como «Rip Van Winkle» o «La leyenda de Sleepy Hollow».
Su fascinación con la historia española, acentuada por los meses que pasó viviendo en un ala de la Alhambra, dio lugar obras de temática española: una biografía de Cristobal Colón, The Life and Voyages of Christopher Columbus, publicada en 1828, a la que siguieron The Conquest of Granada (1829, La conquista de Granada), Voyages of the Companions of Columbus (1831), The Alhambra (Cuentos de la Alhambra) (1832) y Legends of the Conquest of Spain (1835). Irving utiliza un cronista de nombre español como referencia de autoridad para sus obras, Fray Antonio Agapida, el equivalente a Diedrich Knickerbocker en sus historias americanas.
Irving es un autor embebido en sus historias literarias y ajeno, aparentemente, a los ideales políticos de su tiempo, a pesar de vivir en medio de las conmociones del pueblo americano del siglo XIX. Sus héroes siguen siendo caballeros dieciochescos y los personajes que representan a los nuevos americanos (comerciantes e innovadores) son presa de nobles y heroicos aventureros. Y es que el autor americano admira a Inglaterra, especialmente a través de su literatura, e imita los valores tradicionales de aquélla. Es, sin embargo, y sin pretenderlo, un federalista nato: un defensor de los ideales aristocráticos en lucha continua por adaptarse a la idea de república y el principio de igualdad que ésta representa. Pero Irving participa también de la obsesión de muchos escritores americanos que se sienten culpables de su propia rebeldía ante la mayoría establecida, y que dudan entre el producto de su propia imaginación y lo que parece realidad consistente. Es, pues, un autor contradictorio, grande en sus logros y prosaico en sus intentos, como sólo podía ser, tratándose de un auténtico pionero literario.
James Fenimore Cooper es el creador de la épica norteamericana; buscando dar a su país el fundamento mítico de que aquél carecía, en su condición de nación recién formada, crea un héroe nacional de mil caras (colono, marinero, soldado, indio…), multifuncional y adaptable al futuro inmediato; y lo hace basándose en dos valores que él, Cooper, considera fundamentales: la libertad y la democracia. Es decir, el equivalente al derecho inalienable a la libertad individual hasta allí donde se entromete con la de los demás. Este ideario cooperiano no es otro que la teoría política de Thomas Jefferson, puesta en práctica sobre un fondo, un paisaje, directamente sacado de la geografía norteamericana.
Cooper no busca la originalidad ni el artificio literario, es, sencillamente, un narrador guiado por un ideal patriótico y por la búsqueda incansable del equilibrio entre democracia y aristocracia, mientras que el país estaba cambiando demasiado rápido para él: los «gentlemen» o «caballeros» estaban desapareciendo, cediendo ante el paso arrollador de comerciantes y fabricantes. Todo este proceso lo expresa el autor según la ética y la estética del movimiento literario imperante entonces en el mundo occidental: el romanticismo. Movimiento que, oportunamente, abarcaba las preocupaciones políticas del propio Cooper: el nacionalismo en su vertiente política y paisajística, tal como el simbolismo del mar y el bosque salvaje y libre para los norteamericanos, y el romance, que favorecía la exageración y promovía las casualidades propias del carácter épico; todo ello sobre unas líneas históricas que conferían verosimilitud a la obra, a la vez que inscribían a los Estados Unidos en la literatura.
Hay en Cooper influencias claras de Rousseau en tanto en cuanto siente una gran atracción por el héroe primitivo y «salvaje» y se opone a todo aquello que pueda interferir con el desarrollo natural de estos seres no contaminados por la cultura occidental. Walter Scott constituye la otra gran influencia del autor americano, de quien toma abiertamente el uso de los acontecimientos históricos para resaltar los valores de los héroes locales y nacionales. El toque cooperiano consiste en conciliar las dos tendencias europeas: sus héroes no serán sólo blancos, sino también indios, americanizando así su narrativa, lo que le va a hacer muy popular en Europa. Tanto como su idealización del indio y del hombre de la frontera, ambos descritos como personajes ágiles, astutos, conocedores del entorno y seguros de sí mismos. Cooper ofrece al espíritu aventurero occidental todo un continente virgen para explorar, y grandes extensiones de terreno salvaje donde sublimar siglos de historias fallidas y redimir culpas seculares.
La obra de estos autores, considerados los primeros clásicos de la literatura norteamericana, marcará las pautas a seguir y los temas a desarrollar a los escritores que les sucedieron, Edgar Allan Poe, Nathaniel Hawthome, Herman Melville, David Thoreau y Walt Whitman. Los primeros iniciaron la inscripción de su país en el ámbito literario, sus seguidores le confirieron categoría de arte.