Capítulo 35

Era un brillante día caluroso, con viento favorable, el último que probablemente tendrían antes del invierno. Luka Silvaro subió cojeando a la toldilla de popa del Rumor, intentando no forzar los puntos de las heridas que le había cosido Largo.

Tende estaba ante el timón, con Benuto a su lado. Casaudor sonrió al ver acercarse al capitán.

—¿Hasta Águilas? —preguntó Luka.

—Con este mar agitado, sólo un día —replicó Casaudor.

Luka asintió con la cabeza.

—Continúa así, amigo mío. Estaré abajo.

—Señor —dijo Casaudor—, ¿qué será de nosotros ahora?

—Confía en mí —replicó Luka—. Nunca aceptaré que los Saqueadores salgan mal parados.

Luka empujó la puerta del camarote, lo atravesó cojeando y prácticamente se dejó caer en su asiento. Las heridas le dolían monstruosamente. La sangre manaba entre los puntos de las buenas costuras de Largo.

—¡Ay, Sesto! —suspiró para sí mismo—. ¿Qué debemos hacer? Hemos hecho lo que tu padre quería y hemos librado los mares de la cólera del Carnicero… ¿Y todo para qué? ¿Por una promesa de amnistía? ¿Por una recompensa? Parece algo tan vacuo ahora que los mares están abiertos. Una empresa tan desesperada, ¿y para qué?

El camarote continuó en silencio.

—He preguntado ¿para qué? —repitió Luka.

—Lo siento —dijo Sesto, que se incorporó sobre la cama con un gemido reprimido—. No me di cuenta de que me estabas hablando a mí.

—Y no te estaba hablando —dijo Luka—. Sólo pensaba en voz alta.

—¿Nos conducirás ahora a casa, a Luccini? ¿Para recoger el premio? —preguntó Sesto, que hizo una mueca de dolor a causa de la herida que cicatrizaba con lentitud.

—Si quieres ir a casa, por supuesto —asintió Luka.

Sesto sonrió.

—¿Es que no quieres que te otorguen la amnistía?

Luka se encogió de hombros.

—Me pregunto, amigo mío, una vez todo dicho y hecho, si no tendría problemas para ser respetable.

Sesto sonrió.

—Entiendo que eso pueda ser un problema. Bueno, Silvaro, yo pienso acompañarte. ¿Tenías alguna otra cosa en mente?

Luka sacó el pergamino doblado que llevaba en el abrigo y lo desplegó sobre la mesa.

—Jeremiah me legó su cruz. Pienso que podría navegar hacia ella. Entonces, podría recompensar a los Saqueadores mejor de lo que podría hacerlo cualquier príncipe de Luccini —miró a Sesto—. ¿Qué me dices?

—Digo que probablemente mi padre os haría ahorcar, con independencia de lo que yo dijera. Digo que estoy aburrido de la vida de la corte y que ansío grandes aventuras.

Sesto sonrió a Luka Silvaro.

—Continúa adelante y encuentra ese tesoro. Sigue navegando y llévame contigo.

—Por así decirlo —asintió Luka, y comenzó a gritar órdenes hacia lo alto.