Con un lamento terrible, como si las distantes, frágiles voces que sonaban dentro de la cabeza de Luka se proyectaran ahora desde el interior de cada boca reseca, los necrófagos se desplomaron. La luz roja se desvaneció, como la niebla que asciende en espirales hacia el cielo al amanecer, y el Kymera se transformó en un negro cascarón podrido.
Los cuerpos de los necrófagos caídos, con los chafarotes y picas aferrados en la mano, se transformaron en polvo y desaparecieron en el viento como las últimas cenizas de un fuego en un frío amanecer. El Kymera, que ahora no era más que una arca ennegrecida, empapada y plagada de gusanos, comenzó a hundirse. Los mástiles apolillados cayeron, las cuerdas podridas se rompieron y se deshicieron.
—¿Luka? —dijo Casaudor al llegar junto a él.
—La maldición ha sido anulada —jadeó Luka—. El Carnicero ha muerto.
—¡Hombres! ¡Aquí, ayudad al capitán! —vociferó Casaudor.
Tende llegó con paso tambaleante, junto con San Huesos y Benuto.
—¡Estoy bien! —dijo Luka, mientras se levantaba—. Volved al Rumor. Separad los barcos antes de que este bastardo se hunda.
Los Saqueadores corrieron al costado de babor, donde se pusieron a cortar cabos y garfios, para luego saltar por encima de la borda hacia el Rumor.
Luka se volvió y vio que Ymgrawl estaba detrás de él. El bucanero tenía el cuerpo de Sesto en los brazos.
—¿Está vivo? —preguntó Luka.
—Sí —asintió Ymgrawl.
—¿Podemos salvarlo?
Ymgrawl cerró los ojos y negó con la cabeza.
—¡Lleváoslo! Llevad a Sesto a bordo del Rumor y haced que lo vea Fahd.
El cocinero árabe era lo más parecido a un médico que había a bordo del barco de los Saqueadores.
Unos hombres se acercaron corriendo y recibieron el cuerpo laxo de Sesto de brazos de Ymgrawl.
—¿Adonde vais a ir? —preguntó el bucanero.
—A cortar las cuerdas para dejar libre al Árbol Fulminado —replicó Luka—. No merece ser arrastrado a las profundidades por este cascarón maldito.
* * *
Luka se alejó cojeando por la apolillada, humeante cubierta. Los tablones que pisaba estaban ennegrecidos, empapados y podridos, y pasó por encima de cadáveres mutilados, empapados esqueletos dispersos y armaduras herrumbrosas.
Arrancó una hacha de abordaje que estaba clavada en la cubierta y comenzó a cortar los cabos de los garfios y los vientos que mantenían al Árbol Fulminado unido al Kymera, sin hacer el menor caso de las puñaladas de dolor que se le clavaban en el costado y el hombro.
El agua, fría y rápida, comenzó a salir a borbotones por las escotillas del Kymera. La cubierta descendía. Luka cortó las últimas cuerdas y saltó por encima de la borda hacia el Árbol Fulminado. Volvió la mirada para ver cómo el Kymera se hundía como un plomo en el mar, al llenársele el vientre del agua que lo arrastró hacia las insondables profundidades.
Desde muy abajo llegó un alarido ahogado, como el de un muchacho rey tirano que hubiera despertado de un sueño eterno para encontrarse con que se ahogaba en la más profunda fosa oceánica.
El alarido se apagó. Las oscuras aguas se cubrieron de espuma, agitadas.
Luka avanzó cojeando por la cubierta peligrosamente inclinada del Árbol Fulminado. El humo desaparecía en al aire, y la torrencial lluvia apagaba el último de los fuegos. Había cuerpos por todas partes, enredados sobre la cubierta, cortados en pedazos durante la terrible lucha.
Luka vio a Honduro, muerto, con el corazón atravesado por un chafarote. Y una veintena más, como mínimo. Comenzaban a llegar las aves carrofieras.
Encontró a Colmillo.
Al anciano le habían atravesado el vientre con una pica, y se había desangrado en la toldilla de popa.
Aún estaba vivo, aunque apenas.
—¿Luka?
—Jeremiah, viejo perro. Volviste por mí.
—Estaba preocupado. Había una cuestión de tres veces, y me preocupaba no haberlas correspondido. —La voz de Colmillo era apenas audible y distante.
—Las has correspondido todas, y dos veces. No podría pedirte nada más.
—Bueno, eso está bien —replicó Colmillo—, porque no me queda más sangre que dar.
Luka inclinó la cabeza.
—¿Habéis acabado con él?
—¿Con quién?
—Con el Carnicero, Luka. ¿Habéis acabado con él?
—Hemos acabado con él, Jeremiah.
Colmillo dejó caer la cabeza. Se metió su única mano dentro del abrigo.
—Una cosa, Luka, para ti, ahora que todo lo que me quedaba se ha perdido para siempre. Toma.
Luka aceptó el pliego de pergamino mojado de sangre.
—Haz lo que yo no he podido hacer —suspiró Colmillo—. Abandona este oficio.
Luka estaba a punto de replicar, pero la cabeza de Colmillo cayó hacia un lado. Había muerto.
Luka se metió el pergamino dentro del fajín y corrió hacia la borda. El Árbol Fulminado, como si percibiera la muerte de su capitán, se estremecía y sacudía. Los tablones estallaban y la madera se partía. En un terrible estertor de muerte de madera desgarrada, el Árbol Fulminado, azote del mar de Tilea durante muchos años, se hundió en el mar.
Luka Silvaro se zambulló de cabeza desde la barandilla.