—Es sólo un escoplo —susurró Belissi.
—Pero tiene el extremo afilado —replicó Sesto, mientras recogía la herramienta y se la escondía debajo de la capa—. Le agujereará el pecho tan bien como cualquier otra cosa.
Belissi no lo escuchaba. Estaba mirando las agitadas aguas en busca de algo que Sesto no quería ni imaginar.
Era el tercer día de la fuga. Según la estimación de Curcozo, ya estaban atravesando las aguas medias del mar de Tilea. Los días continuaban siendo blancos y sin sol, y el viento seguía aullando. El mar estaba embravecido, se hinchaba y galopaba. Con todas las velas desplegadas, el Demiurge seguía navegando hacia Luccini.
Con el escoplo sujeto con una mano contra la cadera, Sesto echó a andar cubierta abajo, de vuelta a la toldilla de popa, luchando contra el violento balanceo del barco. Había tomado una determinación: iba a matar a Guido Dedos Ligeros. El escoplo se clavaría muy bien en el pecho del hombre. Por supuesto, después sería hecho pedazos por Curcozo, Alberto Largo, Vinagre Bruno y Guapo Onofre, pero ¿y qué? Moriría bien, vengado.
Sesto los veía ahora en la cubierta de popa; Guido estaba gritando órdenes por el tubo de comunicación. Tendría que acercarse, aproximarse como los barcos que se juntaban. Luego, una sola puñalada repentina…
—¡Vela! ¡Vela! —bramó el vigía desde lo alto.
La tripulación se volvió a mirar hacia popa.
Dioses, allí estaba. Lanzada como un dardo por el turbulento mar. La Zafiro, con la vela latina tan hinchada que parecía a punto de rasgarse. Veloz, veloz, más veloz que el pesado buque Demiurge.
Llegaba Luka. Exactamente como Sesto había predicho, Luka venía para acabar con aquel asunto.
De repente, la alegría de Sesto disminuyó. Guido estaba llamando a los artilleros, y se oyeron una serie de golpes cuando las escotillas de las troneras se alzaron a lo largo de las cubiertas, y los cañones avanzaron. La Zafiro era tan pequeña, tan ligera… ¿Cómo, en nombre de Manann, esperaba Luka vencer en aquel combate?
Sesto subió a la toldilla de popa justo a tiempo de oír cómo Guido daba la orden de virar.
Guido desvió los ojos hacia Sesto.
—¿Pensáis que ha venido a salvaros? —gruñó Dedos Ligeros—. ¡Pensadlo mejor, mi príncipe! ¡No tiene ninguna esperanza! ¡Virad! ¡Virad otra vez! ¡Virad para dispararle!
Curcozo transmitía órdenes. Kazuriband hacía girar el timón con fuerza, con ayuda del timonel de relevo.
—¡Si el bastardo de mi medio hermano desea hacer de esto una lucha, seré yo quien lo ataque! —bramó Guido—. ¡Si él tiene la temeridad, yo cuento con el ingenio y el poder! ¡El Demiurge lo hará desaparecer del mar!
Sonaron un golpe sordo y una detonación distantes, y la proa de la Zafiro quedó difuminada por el humo. Había disparado con los cañones de proa.
Sesto oyó que las bolas de cañón pasaban silbando por encima de su cabeza, pues los disparos habían sido demasiado largos. Bajó corriendo por la escala y puso a Belissi de pie.
—¡Tenemos que ponernos a cubierto! —dijo.
—¿Ella está aquí? ¿Madre Mía está aquí?
—¡No, por el amor de los dioses! ¡No, no está aquí! Pero Luka sí. ¡Tenemos que ponernos a cubierto!
La Zafiro volvió a disparar con los cañones de proa. Esa vez las sibilantes balas atravesaron las velas de mesana y dejaron metros y más metros de lona suelta agitándose al viento.
—¡Virad! —chilló Guido—. ¡Virad y disparadles!
El Demiurge giró lentamente hasta quedar con un costado hacia la balandra que iba hacia ellos.
A una orden de Guido, disparó una andanada.
La totalidad del buque se estremeció al salir las balas. El humo barrió la cubierta en torrentes. Sesto hizo que Belissi se echara, y le cubrió la cabeza.
La Zafiro continuaba avanzando. Si había sufrido algún desperfecto, no daba señales de ello. Volvió a disparar con las piezas de artillería de proa, de cañón largo, y esa vez estalló en pedazos la barandilla lateral de la toldilla de popa, y mató a cuatro marineros que se encontraban cerca.
El Demiurge disparó otra andanada en respuesta al ataque. Después del golpe y el rugido de la detonación, después de la sacudida de la cubierta, Sesto pudo ver otra vez a la Zafiro al disiparse el humo.
Estaba tocada. Los foques latinos habían desaparecido, arrancados del bauprés. La lona suelta se agitaba hacia atrás sobre las cubiertas de proa, desgobernada y violenta. La Zafiro comenzó a quedarse atrás. Los cañones de proa volvieron a destellar. Del mar, a poca distancia de los flancos del Demiurge, se alzaron columnas de agua.
La tripulación de Guido dio gritos de triunfo.
Por encima de los gritos, Sesto oyó otra voz. Desde lo alto de los aparejos llamaba un hombre, pero la advertencia era ahogada por las aclamaciones.
—¡Vela! ¡Otra vela! —chillaba el vigía—. ¡A estribor!
Sesto se volvió a mirar. Un enorme bergantín esmeralda estaba virando hacia ellos, corriendo con el viento. Al situarse lado a lado, a una milla de distancia, disparó sus cañones.
Un crepitar de llamas, un vómito de hollín. Luego, llegó el infierno. El costado de estribor del Demiurge fue cañoneado. Las barandillas se hicieron pedazos, el casco se rajó. Las velas fueron rasgadas y deshechas, y murieron hombres.
El Árbol Fulminado se acercó más y volvió a disparar.
* * *
Esforzándose por mantenerse de pie a pesar del fuerte oleaje, Luka Silvaro miraba hacia adelante. En la gris luz del día, a través de la lluvia, observó cómo el Demiurge y el Árbol Fulminado se acercaban el uno al otro, disparando los cañones. El barco de Jeremiah, expertamente pilotado, era el mejor situado para el combate. Los cañones de banda, que ocupaban tres cubiertas, vomitaban lenguas de fuego. El agua saltaba en columnas de la superficie del mar. Los trozos de madera de las barandillas destrozadas salían volando por al aire. El Demiurge vaciló, herido.
Otra salva, y el barco de Guido comenzó a navegar mal.
—¡Acercaos más! —vociferó Luka.
Ahora estaban orientados de costado hacia el Demiurge, y los cañones de banda de la Zafiro causaban terribles daños en el casco del buque. Un humo negro se elevaba en el aire y era arrastrado por el viento contrario.
—¡Más cerca!
—¡No podemos! —le chilló Silke—. ¡No con este mar!
—¡Al diablo el mar! ¡Acercadme a la distancia de la espada!
Mientras el Árbol Fulminado le cañoneaba el costado de estribor con proyectiles encadenados, el Demiurge se estremeció cuando la Zafiro se le pegó al costado de babor. Los hombres de Guido intentaron desesperadamente bajar tangones y defensas para rechazar a la balandra, pero los costados de los barcos rasparon el uno contra el otro. A despecho del feroz oleaje, se lanzaron garfios y cabos de amarre, y los barcos se apretaron entre sí.
Luka Silvaro se preparó para encabezar la carga de abordaje.
Abordar un barco sobre un mar tan picado ya era bastante difícil, pero hacerlo ante una feroz resistencia lo era todavía más. Los hombres de Guido se encontraban ante los paveses del lado de babor del Demiurge, armados con pértigas, podaderas y aceite hirviendo. Una hilera de arcabuceros disparaba granizadas de balas hacia abajo desde los aparejos del Demiurge, y varios hombres de Silke murieron antes de abandonar siquiera la Zafiro.
El Demiurge era una mole descomunal, y al estar cerca se encumbraba por encima de la Zafiro, que apenas tenía un tercio de su altura. No obstante, Luka se recordó a sí mismo que también era un buque descomunal cuando lo había capturado. Su mismísimo tamaño era su punto débil. Lo convertía en un blanco tremendamente grande.
Los propios arcabuceros de Silke, junto con los arqueros y con los marineros que manejaban los falconetes, abrieron fuego con una demoledora salva, que sonó como lona al rasgarse. Los disparos hicieron que los hombres de Guido se ocultaran tras las tablas del pavés. En la oscilante cubierta de la Zafiro, situada mucho más abajo, Casaudor y algunos de los hombres de armas comenzaron a lanzar granadas hacia lo alto, a lo largo del costado del buque. Algunas detonaciones volaron secciones del pavés, y hombres muertos o agonizantes cayeron entre los dos barcos, que iban chocando el uno contra el otro y separándose. Pero Casaudor tenía en mente otro objetivo. Lanzó la siguiente bomba humeante de manera que entrara por la tronera más cercana, situada a tres metros por encima de él.
La granada estalló dentro del buque e hizo saltar lejos la escotilla. Un momento después se produjo una explosión mucho más grande. Las llamas de la bomba habían llegado a la pólvora que había en el puesto del cañón. Toda una sección del sólido casco de roble que rodeaba la tronera voló hacia fuera y se produjo una ventisca de fuego y astillas. Con ella salió la propia culebrina, desalojada por la explosión, con el soporte en llamas. Voló por el aire como si hubiera despegado, y cayó en la zona media de la cubierta de la Zafiro con una fuerza tremenda, para luego rodar y detenerse, por fin, humeando. Algunos de los hombres de Silke corrieron hacia ella con cubos para apagarla.
Ahora había una gran brecha abierta en el costado del Demiurge, a la altura de la cubierta de cañones.
—¡Por allí! ¡Por allí! —vociferó Luka.
Los hombres de armas avanzaron corriendo a través del denso humo y lanzaron garfios y cabos por el agujero. Ya no había necesidad de enfrentarse con el sólido pavés y los defensores de la barandilla de lo alto. Se había abierto un punto de acceso mucho mejor.
Los hombres de armas de la Zafiro, con Luka a la cabeza, pasaron al otro lado de la brecha y entraron a través de la sección terriblemente dañada. El aire estaba negro de humo y hollín, y la cubierta de cañones en penumbra se hallaba sembrada de restos, algunos de carne humana. Los defensores de la cubierta superior dispararon hacia abajo, contra el destacamento de abordaje, pero los arcabuceros de Silke respondieron y acribillaron con sus balas las tablas protectoras.
Luka ya se encontraba dentro. El aire estaba caliente y mugriento. Los puestos de artillería más cercanos habían sido abandonados, presumiblemente tras la explosión de pólvora. Luka vio charcos y rastros de sangre sobre la cubierta, donde los hombres heridos por la metralla habían sido arrastrados fuera del lugar.
Avanzó, y al cabo de pocos segundos encontró la primera resistencia. Artilleros, la mayoría vestidos con poco más que pantalones de percal y pañuelo, acometieron al grupo de abordaje. Se habían armado con chafarotes y arietes. Luka y todos los hombres de armas que lo acompañaban iban pesadamente cargados con varias armas de fuego cada uno, todas cebadas y enhebradas en una guía para que fuera fácil usarlas. Luka cogió una pistola con llave de mecha en cada mano y disparó. Dos artilleros se desplomaron y murieron. Los hombres de armas que lo acompañaban también dispararon, y el estrecho pasillo quedó inundado de un acre humo blanco.
Luka dejó caer las armas que colgaban de la guía, que quedaron balanceándose junto a su cadera, y recogió las dos siguientes. Casaudor pasó junto a él, con una pistola de llave de sílex en una mano y una hacha de abordaje en la otra. Disparó contra uno de los bastardos de Guido que corría hacia él y, cuando el hombre caía, lo remató con un tajo de revés de la pesada hacha.
A su espalda, Luka oyó disparos y gritos cuando la siguiente oleada de los suyos atravesó el agujero.
Encontró escalones, una estrecha escala de madera que ascendía hasta la cubierta intermedia. El Saqueador que tenía al lado salió despedido hacia atrás, destripado al atravesarlo un disparo de mosquetón. Luka miró hacia arriba y vio al hombre del mosquetón en los escalones, intentando volver a cargar el arma. Disparó ambas pistolas, y el cuerpo del hombre cayó rebotando y golpeándose por la escalera.
Cuando ascendía precipitadamente por los escalones, sintió que el Demiurge se sacudía con fuerza en el momento en que otra andanada de los cañones de Colmillo le perforaba el costado de estribor. Oyó un sibilante sonido de corte procedente de la cubierta de lo alto —el inconfundible, horrible sonido de los proyectiles encadenados que hendían el aire—, e hizo una mueca de dolor ante los terribles alaridos que siguieron. Por la escotilla situada en lo alto de la escala, cayó sangre fresca, que chorreó por los bordes como el agua de los rociones de una mar gruesa.
Llegó a la cubierta con el primero de sus hombres de armas. El lugar era un caos de humo y madera rota, cuerpos y sangre. De inmediato, se encontraron con que ya se libraba una feroz batalla contra los tripulantes del Demiurge. Las pistolas detonaban; las espadas destellaban y tintineaban. Luka disparó la última de las pistolas que llevaba cargadas, y luego desenvainó el shamshir. Abrió un tajo en la garganta de un hombre que empuñaba un sable y usó como cachiporra para golpear al hombre la culata de la pistola con llave de mecha que llevaba en la mano izquierda.
Esta era la peor fase de cualquier lucha en el mar, y Luka lo sabía. Cuerpo a cuerpo, uno a uno. El combate a cañonazos era algo atronador, y por lo general, resolvía cualquier lucha antes de que se volviera tan personal como ésa, tan sucia. Pero cuando la cosa se veía reducida a la matanza cara a cara, todo dependía de la fuerza bruta, del terror y del temperamento salvaje del pirata. Se podía perder toda una contienda en peleas de ese tipo. Si los hombres de Guido rechazaban o mataban al grupo de abordaje, podrían soltarse y salir airosos, a pesar del sangriento castigo de que habían sido objeto hasta ese momento.
Resultaba difícil ver a más de un par de metros en cualquier dirección, debido a la densidad del humo. Los blancos jirones que se alzaban de las armas de mano se mezclaban con las hirvientes nubes negras cargadas de chispas y ceniza candente que ascendían de las secciones incendiadas del Demiurge. Los cañones del Árbol Fulminado habían guardado silencio. Colmillo había entrevisto que los hombres de Luka estaban ya a bordo del barco enemigo, y no quería herirlos. En cambio, los arcabuces detonaron cuando los mosqueteros treparon a los aparejos e iniciaron el ataque. El Árbol Fulminado se aproximó. Las balas penetraban en la cubierta o en carne. Los hombres huían. También caía una lluvia de flechas y perdigones disparados con hondas y ballestas especiales. La cubierta estaba sembrada de muertos.
—¡Por Manann, por el Rey Muerte y por los Saqueadores! —vociferó Luka, al mismo tiempo que enarbolaba el shamshir, y sus hombres lo aclamaron mientras luchaban.
Volviéndose, Luka llevó a cabo una trepanación radical en un Dedos Ligeros que intentó trabarse en combate con él, y luego le arrancó la hoja manchada de sangre. Un estoque destelló al avanzar hacia él y hacerle un corte de través en el brazo izquierdo. Con un grito ahogado de dolor, Luka volvió a presentar el arma, bloqueó el siguiente golpe y se encontró combatiendo con Alberto Largo.
—Has escogido el bando equivocado —gruñó Luka, y se lanzó al ataque.
* * *
Cerca de allí, Casaudor y un grupo de cuatro hombres de armas llegaron al cuarto de bitácora y se trabaron en combate con un destacamento de tripulantes de Guido. Pocos hombres tenían en los brazos la fuerza suficiente para blandir un chafarote como lo hacía Casaudor, que salpicó la cubierta de sangre al lanzarse contra los enemigos. Guapo Onofre se enfrentó con el primer oficial del Rumor a la vez que bramaba el nombre de su patrón, y le hizo un tajo en una mejilla con la punta de su nimcha árabe. Era una herida sangrante y profunda que dejaría en la cara de Casaudor una cicatriz para el resto de su vida.
Casaudor contraatacó, arremetiendo contra Guapo Onofre con el chafarote y obligándolo a retroceder. Onofre luchó para recuperar el terreno perdido, colérico y feroz, y de hecho, en la furia por destripar a Casaudor, hirió a uno de sus propios hombres.
Sus armas se enredaron y quedaron trabadas. Onofre gruñía al intentar que la ventaja que le proporcionaba el mayor largo de la hoja de su arma atravesara la guarda del chafarote de Casaudor. Pero éste sabía que el único modo de derrotar a los perros traicioneros como la chusma de Guido era superarlos en la traición.
Le propinó una patada de lleno en la entrepierna a Onofre. Cuando el hombre chilló y dio un traspié, casi doblado en dos de dolor, Casaudor ejecutó un barrido con el chafarote y lo estrelló de lado contra la cara de Onofre.
Al caer, muerto, sobre la cubierta, Guapo Onofre ya no merecía ese apodo.
A ciegas y con los oídos zumbando a causa del espantoso cañoneo, Sesto avanzaba entre el humo. Recogió el dadao de un Dedos Ligeros muerto que encontró tendido en la cubierta, cerca de la popa. La espada, una pesada arma que se manejaba a dos manos, procedente de Catai, le pareció engorrosa al cogerla, ya que estaba habituado a armas más ligeras y refinadas, como el sable o el estoque.
Pero la sujetó con fuerza. Al menos era una espada. Llevaba el escoplo de Belissi metido por dentro del cinturón.
Estaba acercándose a la escala de la toldilla de popa. Muy cerca, aunque invisible a causa de la densa nube de humo que los envolvía, oía el ruido de una tremenda lucha que tenía lugar en la zona de estribor de la parte central de la cubierta. Entreveía figuras que se afanaban y danzaban en la penumbra.
La cubierta se sacudió cuando detonó otra explosión en las profundidades del barco. ¿Una granada? ¿Un barrilete de pólvora que se había encendido? Si las llamas llegaban al pañol de municiones protegido con malla metálica que había en las profundidades, no quedaría cubierta que sacudir, ni Demiurge.
Un piquero arremetió contra Sesto, con la cara ensangrentada a causa de una herida que tenía en el cuero cabelludo. Sesto se apartó a un lado para evitar la pica, y con ambos brazos descargó un golpe de espada. El dadao, pesado pero con su único filo agudo como una navaja, cortó la punta de la pica y, de repente, Sesto se alegró de haberlo recogido.
El piquero, asustado, soltó el asta cercenada y retrocedió.
Aunque le fuera la vida en ello, Sesto no logró convencerse a sí mismo de acometer a un hombre desarmado.
—Corre —le sugirió.
El piquero hizo lo que le decía.
Tras aferrar el dadao con ambas manos, Sesto ascendió por el corto tramo de escalones hasta la toldilla.
A través del vapor caliente vio a Guido, que estaba cerca del timón, junto a Kazuriband, luchando para hacer girar la rueda y apartarse de la Zafiro. El timonel de relevo, decapitado por un proyectil encadenado, yacía muerto a sus pies. Curcozo se encontraba en la barandilla de babor, desde donde disparaba con un arcabuz contra la cubierta de la Zafiro, situada más abajo.
—¡Guido! —vociferó Sesto, mientras avanzaba, con la esperanza de que su entrada fuera lo bastante espectacular como para detener en seco al renegado.
Pareció que lo era, porque Guido contempló al joven de Luccini con horrorizada incredulidad.
Entonces, algo se interpuso entre Sesto y su objetivo. Vinagre Bruno, que golpeaba alegremente el tamboril contra un muslo, acometió a Sesto con un sable.
Sesto intentó desviar el ataque, pero el engorroso dadao era demasiado lento y pesado como para blandirlo del modo que él quería. Sólo consiguió bloquear el arma de Bruno trabándola de través con los gavilanes en forma de garfio de la vieja espada de Catai. Forcejearon durante un momento, sin que ninguno quisiera separarse del otro, ni otorgarle la ventaja. Luego Sesto invirtió todas sus fuerzas y retorció su espada. Sólo intentaba librarse del oponente. Casi por accidente, clavó la punta de la curva hoja debajo del extremo de la mandíbula de Vinagre Bruno.
La sangre, caliente y brillante, salió disparada hacia el rostro de Sesto. Vinagre Bruno dejó caer el sable y el tamboril, y retrocedió. Se aferraba la garganta y miraba a Sesto con incredulidad.
—Lo siento —dijo Sesto, debido a lo asombrado que estaba.
Vinagre Bruno cayó de espaldas, mientras en torno a él se acumulaba una prodigiosa cantidad de sangre, y sufrió estertores de agonía. El cuerpo se sacudió y vibró, en tanto sus pies y la parte inferior de sus manos tamborileaban sobre la cubierta con mayor vigor del que jamás había invertido en tocar su tamboril.
Sesto contemplaba, petrificado, a Bruno. Estaba completamente desprevenido cuando llegó Curcozo.
El primer oficial de los Dedos Ligeros arrojó a un lado el arcabuz descargado y corrió desde el otro lado de la cubierta mientras desenvainaba un puñal. Chocó con Sesto y lo aplastó contra la barandilla. Sesto lanzó un grito ahogado y soltó la espada. Curcozo le dio un puñetazo en la cara, y luego levantó la daga para clavársela en el ojo izquierdo.
* * *
Una expresión de consternación y decepción cruzó por el rostro de Alberto Largo. Dejó caer el estoque, que repiqueteó sobre la cubierta, y abrazó a Luka Silvaro. Luka sintió el aliento caliente del hombre contra la mejilla.
—¿Sientes eso? —preguntó.
—Lo siento —jadeó Alberto Largo.
El shamshir de Luka estaba clavado hasta la empuñadura en el vientre de Alberto Largo. Luka interrumpió el abrazo y le arrancó la hoja. La mayoría de las entrañas de Alberto Largo salieron como una explosión por la recién formada abertura.
Chillando a causa de un dolor que lo ahogaba, Alberto Largo cayó de rodillas.
—Como ya he dicho, escogiste el bando equivocado.
—Por el amor de Manann —replicó Alberto Largo, en cuyos labios burbujeaba la sangre—. Haz que sea rápido.
Luka Silvaro blandió el shamshir como si fuera una guadaña y lo complació.
* * *
El puñal de Curcozo descendió, pero de repente se alejó, tambaleante. Algo se había estrellado contra un costado de su cabeza y le había arrancado la oreja izquierda. Sesto cayó cuando el oponente lo soltó. Curcozo se alejó dando traspiés, con la sangre chorreándole por el grueso cuello, y se encontró cara a cara con el bucanero Ymgrawl.
—¡Te dejé por muerto! —gritó Curcozo.
—No tan muerto como te habría gustado —dijo Ymgrawl, y lo acometió con un tajo de chafarote. El sangrante primer oficial bloqueó frenéticamente con el puñal.
Se oyó una detonación, y una bala de pistola erró la cabeza de Ymgrawl por apenas nada. Ymgrawl se volvió, y, con la mano izquierda, arrojó su cuchillo de curtidor, que se clavó en el hombro derecho de Guido. Éste gritó y cayó, al mismo tiempo que soltaba la pistola de rueda con que acababa de disparar.
Kazuriband abandonó el timón y corrió hacia Ymgrawl, barriendo el aire con un dao de la dinastía Kang, con doble estría, que había pertenecido a su padre antes que a él. Ymgrawl se agachó y saltó hacia atrás, con lo que evitó el tajo, para luego estrellar su pequeño chafarote contra la enorme espada de Catai. Un golpe bajo, luego otro alto, y amenazó el lado izquierdo mal protegido de Kazuriband, con lo que obligó al timonel a acercar los brazos al cuerpo y parar los ataques muy de cerca.
Luego, Ymgrawl hizo una finta inteligente, acercó el chafarote hacia sí mismo y le asestó una estocada que atravesó el cuello de Kazuriband. Ymgrawl arrancó la hoja, y el timonel cayó de bruces.
Un gran puño se estrelló contra un costado de la cabeza de Ymgrawl y lo derribó sobre la cubierta. Siguieron otros dos puñetazos salvajes, que lo obligaron a enroscarse como una bola para protegerse. Curcozo alejó el chafarote de una patada, y rodeó el cuello del bucanero con sus carnosos dedos para estrangularlo.
Ymgrawl se debatía y pataleaba, pero el hombre, más corpulento, estaba encima de él y le resultaba imposible quitárselo de encima. Los dedos de Curcozo apretaron, e Ymgrawl comenzó a sentir que los tendones del cuello se le hinchaban y luego se hundían.
Se oyó un impacto muy fuerte, de metal obligado a penetrar en carne y hueso. La presa de Curcozo se aflojó repentinamente, y el hombre cayó hacia un lado del cuerpo de Ymgrawl. El bucanero se sentó, resollando y tosiendo, y vio el escoplo que sobresalía de la parte posterior del cráneo de Curcozo.
Ymgrawl alzó la mirada hacia Sesto.
—Se supone que yo soy el que os está protegiendo a vos —gorgoteó.
—Bueno, considéralo un acto de gratitud —replicó Sesto con una sonrisa.
Espada en mano, Luka había llegado a la toldilla de popa justo en el momento en que Casaudor encabezaba la carga de ascenso por la escala opuesta. Pero la lucha ya había concluido. Los cuerpos de Kazuriband, Curcozo, Vinagre Bruno y el timonel de relevo se encontraban tendidos sobre la cubierta ensangrentada. Sesto ayudaba a Ymgrawl a ponerse de pie.
Luka avanzó hacia ellos y zarandeó a Sesto por los hombros.
—¡Dioses de las profundidades, me alegro de verte!
Sesto sonrió. Un hombre inferior a él podría haber pensado que Luka sólo estaba interesado en preservar su recompensa, pero en sus ojos había una genuina expresión de felicidad por el hecho de que Sesto aún viviera.
—Sabía que vendrías —dijo con una ancha sonrisa.
Luka rio, y se subió sobre la barandilla para agitar los brazos en dirección al Árbol Fulminado.
—¡Alto el fuego! ¡Alto el fuego y esperad! —vociferó.
Luka vio que Colmillo agitaba los brazos desde la alta toldilla de popa para acusar recibo, y les daba órdenes a sus hombres.
—¿Puedo matarlo —preguntó Casaudor—, o quieres ese honor para ti?
Luka se volvió y vio que Casaudor tenía el filo de la espada contra la garganta de Guido. El patrón de los Dedos Ligeros yacía de espaldas y tenía un cuchillo largo clavado en el hombro derecho. En el semblante de Guido había una expresión de miedo abyecto.
—Eso es mío —dijo Ymgrawl al arrancar el cuchillo de curtidor del hombro de Guido, que gritó de dolor.
—No lo mates —dijo Luka con voz queda.
—Por todos los demonios del mar, no irás a darle otra oportunidad más, ¿verdad? —gritó Casaudor.
—¡No! —respondió Luka—. Ya las ha agotado todas. Pero logró que el mar mintiera por él, y antes de que muera averiguaré cómo lo hizo.