Iba lanzado hacia ellos trotando a cuatro patas como un lobo cojo, a lo largo de la playa.
—¿Has acabado? —gritó Luka a Tende.
El timonel eboniano continuó con la salmodia, sin hacer caso del capitán, con la espalda vuelta hacia el demonio que cargaba hacia ellos.
—¡Tende! ¿Estás listo? —repitió Luka con tono más apremiante.
El ser continuaba avanzando. Zazara vomitó de terror.
—¡Por las lágrimas de Manann! —exclamó Alto Willm con voz ahogada, al mismo tiempo que alzaba el mosquete para disparar.
Luka aferró el cañón e hizo que lo bajara.
—¡No! ¡No rompas el círculo!
El demonio llegó hasta ellos. Sesto sintió que las entrañas se le transformaban en hielo mientras el monstruo los rondaba como si no se atreviera a atravesar la línea invisible trazada por Tende. Percibía el olor a corrupción que lo acompañaba. Saltaba alrededor del círculo sobre las cuatro extremidades, gimiendo y enseñando los dientes. Era tan grande, tan flaco, tan monstruoso…
—¿Tende? —susurró Luka, mientras apuntaba al demonio con la pistola.
Tende acabó la salmodia, se puso de pie y se reunió con ellos, mientras evitaba posar los ojos sobre el demonio.
—Mi querido amigo Luka —dijo—, espero que estés preparado. Esto es lo que has pedido.
Sesto notó un hormigueo en la espalda, como si le treparan bichos por ella. Se estremeció y sintió una pequeña detonación en los oídos. La tormenta arreció y…
Cesó. De repente, el silencio. No había viento. La negrura estaba inmóvil en torno a ellos. La torrencial lluvia aparecía congelada en el aire, como inmovilizada por los dioses. La escena estaba iluminada por un relámpago que había comenzado, pero no había acabado.
El demonio vaciló.
Incandescentes fantasmas verdes salieron girando en espiral del mar que tenían detrás, de dentro de los océanos profundos. Destellaron y relumbraron, retorciéndose como serpientes en el aire calmo, y cayeron sobre el demonio.
El ser gruñó y siseó mientras los fantasmas lo desgarraban y se le metían dentro, le inmovilizaban las extremidades y lo derribaban. Algunos de los centelleantes espectros eran como ondulantes wyrms; otros se retorcían como calamares; aun había otros que parecían desnudos hombres raquíticos con cabeza de cabra. Algunos no tenían cabeza, sino sólo apretados racimos de retorcidos cuernos. Se echaron todos a la vez sobre el demonio para arañarlo y desgarrarlo, cayendo sobre sus agitadas extremidades.
En el silencio de muerte que siguió, Luka miró hacia el exterior del círculo.
—Hola, Reyno —dijo.
El demonio se sacudió y gruñó bajo el peso de los relumbrantes fantasmas que lo mantenían inmovilizado. Uno de los espectros con cabeza de cabra metió las manos dentro de la boca del demonio y se la abrió a la fuerza.
—Hola, Luka —dijo el demonio, cuya voz sonó como el metal al raspar contra la piedra.
—¿Qué te ha sucedido, hermano mío?
—El mal. Puro mal…
—¡Cuéntamelo, Reyno! ¡Cuéntamelo!
El demonio gorgoteó.
—El Barco del Carnicero me hizo esto. ¡Arruinó a mi amado Sacramento, mató a la tripulación y, con su maldición final, me convirtió en esto!
—Lo siento, Reyno.
—¿Lo sientes? ¿Lo sientes? —El doliente sollozo del demonio resonó por la playa antinaturalmente silenciosa—. Yo lo siento por Delgado, por Jager, por Pepy y por todos los otros hombres dignos que he atacado esta noche. No tenía intención de…
La voz se apagó.
—¿Reyno? ¿Aún estás ahí? —lo llamó Luka.
Los fantasmas invocados por Tende luchaban para mantener inmovilizado al demonio. Pasados unos instantes, volvió a oírse la voz del demonio.
—¿Luka? Ya no puedo verte. ¿Qué será de mí?
Luka miró a Tende, pero el eboniano negó con la cabeza.
—¿Reyno? Háblame del Barco del Carnicero.
—¿Qué quieres saber?
—Cuéntame todo lo que sepas.
—Henri el Bretón es el Carnicero. Henri el Rojo, tres veces maldito. Él me hizo esto. ¡Él me hizo esto!
—¿Henri? ¿Henri el Rojo? ¿Cómo es posible que mi viejo amigo sea el Carnicero? —gruñó Luka.
—¿Cómo es posible que tu viejo amigo Reyno sea un demonio ávido de sangre? ¿Eh? ¡Huye, Luka! ¡Huye! El buque de guerra de Henri, el Kymera, es el Barco del Carnicero, y actualmente escupe veneno por los cañones en lugar de balas. ¡Veneno! ¡Mírame!
El demonio, que se debatía, se quitó de encima varios de los fantasmas y se puso de pie ante Luka, mientras los restantes intentaban derribarlo otra vez.
—Luka…
—Reyno…
Tende miró al capitán.
—No puedo retenerlo durante mucho más tiempo.
—Acaba con esto —asintió Luka sin volverse a mirarlo.
Tende comenzó a salmodiar.
Luka mantuvo la mirada fija en los insondables ojos del demonio.
—Adiós, Reyno, mi viejo amigo.
Los fantasmas se enroscaron alrededor del ser y renovaron el ataque. Lo cubrieron completamente y comenzaron a destrozarlo.
El demonio —Reyno en poder de la maldición— gritaba mientras los fantasmas lo hacían pedazos. El alarido se demoró en el aire hasta mucho después de que el tiempo se descongelara y volviera a comenzar la tempestad.
Al amanecer, concluida la tormenta, remaron en las lanchas de vuelta al Rumor y la Zafiro, que habían resistido la agitación de la noche con el ancla echada.
Cuando volvieron a subir a bordo, Sesto reparó en que a Tende le sucedía algo inexplicable. El enorme eboniano parecía más pequeño que antes, casi como si la brujería que se había visto obligado a practicar para salvarlos a todos lo hubiera encogido y disminuido.
Los barcos se prepararon para zarpar. Se elevaron plegarias y se hicieron ofrendas de amuletos a la memoria de las perdidas almas del Rumor. Luka volvió remando a la ensenada con botellas de aceite para lámparas, y le prendió fuego al barco naufragado con la llama de una antorcha. Como agradecidas por las llamas purificadoras, las cubiertas del barco ardieron con rapidez, y el fuego saltó hacia las ondulantes velas.
—¿Y ahora qué haremos? —preguntó Sesto.
—Ahora le daremos caza al Kymera.
—¿Así de sencillo?
—Sí, así de sencillo.
El Rumor viró al noroeste, y la Zafiro lo siguió. Detrás de ellos, en la solitaria ensenada de Isla Verde, el Sacramento alzaba las brillantes lenguas de su pira funeraria hacia el cielo de la mañana.