4:00. Palm Springs, California
¡Bip! ¡Bip! ¡Bip!
Charlotte dio un brinco. Estaba sonando la alerta en el ordenador portátil de Jonathan. Dejó las cartas que había estado leyendo —cartas amenazadoras de Olivia a la abuela de Charlotte— se precipitó al despacho donde vio una luz roja destellando en la pantalla.
El intruso había entrado en el sistema.
Rápidamente cogió el teléfono y marcó el número del busca de Jonathan. Cuando oyó el tono, marcó: SOS, la señal que habían acordado de que el intruso había sido redirigido a las fórmulas falsas.
Al mirar la pantalla de seguridad vio a Johnny corriendo bajo la lluvia. Se encontraba en la planta de embotellado.
Charlotte volvió la vista al ordenador portátil. Después de que Jonathan enviara al suelo el ordenador más grande, inutilizándolo, había conectado el suyo portátil al sistema interno de Armonía. El corazón de Charlotte latía con rapidez cuando se sentó y se puso a mecanografiar con furia.
—Control más alt más insert —le había instruido Jonathan antes de marcharse hacia la planta de fabricación, armado con un escáner de pulso electromagnético y tenazas para cortar alambre—. Simultáneamente. Eso enviará la señal de nuevo, junto con mi cadena de código que actuará como sonda. Para cuando regrese, conoceremos el origen de la conexión. —Había añadido con ira apenas controlada—: Quiero estar a solas cinco minutos con ese hijo de puta antes de entregarle a los federales.
—Yo quiero diez —había dicho Charlotte. Jonathan había invalidado la página web para que nadie pudiera acceder a ella, pero la imagen estaba impresa en su cerebro.
—Ese hijo de puta conoce el lenguaje de marcas de hipertexto —había dicho Jonathan mientras borraba la fotografía obscena: una imagen pornográfica con la cara de Charlotte superpuesta al cuerpo desnudo de una mujer manteniendo relaciones sexuales con tres hombres.
Pero cuando iba a borrar toda la imagen, Charlotte le detuvo:
—Quiero guardarlo —dijo—. Y quiero todos sus mensajes, la lista de fechas de sus operaciones, todo lo que podamos conseguir de él. Este hijo de puta deseará no haber tenido nada que ver con Armonía Biotec. —Charlotte sacó entonces su ordenador personal portátil de su bolsa y se puso a redactar una crónica de todo lo que había ocurrido en las últimas diez horas—. Esto se distribuirá a todos los empleados, a los inversores particulares y a la prensa —dijo con seriedad—. Tal vez cumpla su amenaza, pero no antes de que yo le crucifique.
Ahora, media hora más tarde, Charlotte seguía tan furiosa que le temblaban los dedos al pulsar las tres teclas; se equivocó, dejándose una tecla. Soltó una maldición y volvió a empezar. Pero antes de poder ejecutar la orden, la ventana en la pantalla se cerró y se abrió otra al instante, sobresaltándola.
Y allí estaba, en la pantalla, el rostro de Adele Sutherland.
Por un momento Charlotte pensó que era una llamada que llegaba. Y entonces vio el mensaje en la parte inferior de la pantalla: «Grabado» y la fecha y hora de la llamada.
Cuando vio que indicaba una hora antes, se dio cuenta de que la llamada había llegado mientras ella tenía su encuentro con Desmond en la escalera. Y había sido poco después de que le hubiera parecido que Jonathan actuaba de un modo extraño.
Contempló la palabra «Grabado». Y entonces, titubeando sólo el tiempo necesario para pulsar las tres teclas para enviar el faro de Jonathan de nuevo al intruso, pulsó Repetir, y la esposa de Jonathan empezó a hablar…
Cuando vio el repentino barrido de una linterna en el resbaladizo pavimento, Jonathan se refugió rápido en el umbral de una puerta y atisbo a través de la lluvia. Alguien caminaba por los terrenos de Armonía Biotec. Consultó su reloj. Faltaban menos de dos horas para que se cumpliera el plazo.
Procuró mantener la calma. La señal del busca de Charlotte significaba que el intruso había vuelto a conectar y había sido redirigido al ordenador de Jonathan. En pocos minutos iban a saber dónde tenía lugar la conexión. Y entonces atraparían a ese hijo de puta.
Cuando vio el haz de la linterna dar la vuelta lentamente al edificio, Jonathan hizo esfuerzos para contenerse. Si echaba a correr demasiado pronto podría descubrirse. Sólo unos segundos…
«Paciencia, Johnny, muchacho, paciencia».
Mientras su cuerpo permanecía pegado a la mojada pared, su mente era un caleidoscopio de pensamientos furiosos, todos ellos en brillantes colores y explotando como fuegos artificiales: la obscena imagen con la cara de Charlotte en ella; Desmond atacándola como un animal; Quentin llamándole desde Londres, contándole la mentira de que le estaban redecorando el piso; Adele, con el dolor pintado en sus grandes ojos, hablando de jardineros, mientras al fondo…
Un gemido escapó de su garganta:
—Adele…
Jonathan la había conocido en una época en que su corazón estaba desconsolado, dolido y hambriento de amor. Habían transcurrido cinco años desde que enviara su poema a Charlotte, sesenta largos meses desde que ella le había llamado y dicho:
—Necesito mi espacio, Johnny. Hay muchas cosas que quiero hacer y necesito estar sola.
Recordaba que él había murmurado algo como:
—Sí, lo entiendo, Charlie. Yo también. Y de todos modos nos separan casi cinco mil kilómetros, demasiado…
Se sentía como si le hubiera golpeado un iceberg que se moviera con rapidez. Le había pasado por encima, convirtiéndole en una sombra congelada, desprovista de calor o sentimiento. Charlotte le había abandonado. Ya no se hallaba en su vida, ya no era su vida.
Después siguió viviendo como un autómata, sumergiéndose en sus estudios en el MIT casi como un maníaco, y después, con la ASN, ofreciéndose voluntario para trabajos en lugares remotos, trabajos con largos días y noches de vigilancia, misiones que exigían un constante pensamiento analítico, misiones peligrosas que le obligaban a permanecer con los pies en el suelo. Creía que si tenía las horas llenas no tendría que pensar en llenar su corazón. Y entonces conoció a Quentin y se hicieron socios; Quentin se ocupaba del trabajo con la gente y Johnny de lo que sabía hacer mejor: el trabajo técnico en solitario, entre bastidores. Formaban un buen equipo y Jonathan casi se estaba acostumbrando a estar vivo, cuando conoció a Adele.
Casi enseguida, su suavidad y calidez empezaron a deshelarle; su falta de impulso y de ambición creaban un cojín para el talante inquieto de Jonathan. Ella escuchaba durante horas los relatos que le hacía de sus hazañas con Quentin, y no pedía nada a cambio salvo su opinión sobre un arreglo floral o si creía que los granates iban mejor con su blusa que las perlas.
Adele no chocaba con él como hacía Charlotte, no había pasiones agotadoras o expectativas que le elevaban hasta el cielo sólo para dejarle caer en tierra como una piedra. Adele era constante, dependiente y siempre estaba allí para él. Y si tardaba horas en vestirse, decidiendo qué ponerse, eligiendo su «aspecto», él se decía que la amaba por ello, porque se estaba vistiendo para él.
Pero ahora pensó en su última llamada telefónica, la que había recibido una hora antes, y la repentina sensación de mareo que había experimentado al oír aquel ruido de fondo mientras ella le decía algo de hablar con los jardineros.
Y sintió que su mundo se tambaleaba y volvió a experimentar aquella sensación de mareo.
Charlotte veía a Adele decir: «El jardinero está aquí con un millón de preguntas» cuando Jonathan entró. Cuando vio lo pálido que estaba y la fría desolación que exhibían sus ojos, dijo:
—Lo siento. Cuando he devuelto el código de la señal me he equivocado de teclas. No tenía intención de fisgar.
Los ojos de Jonathan se desviaron hacia el rostro congelado en la pantalla. Charlotte vio que una expresión de dolor le cruzaba el semblante de un modo que conocía muy bien: Jonathan tratando de sujetar las riendas de sus emociones. Y comprendió la verdadera razón de su palidez; no era porque la hubiera pillado fisgando. Era por la misma razón por la que un rato antes se había comportado de un modo raro. Esperó a que él dijera algo, y como no lo hizo, dijo por él:
—Lo he oído, Johnny —dijo, refiriéndose al ruido de fondo mientras Adele hablaba. Ca-chunc, ca-chunc.
—Al principio no he querido creerlo —dijo él con voz tensa, tragando con dificultad—. Cuando ha colgado he pedido una identificación de llamada. El número es del Four Seasons Hotel. —Se volvió a ella con expresión de dolor en los ojos—. A mi socio no le están redecorando el piso y mi esposa no está en casa hablando con los jardineros.
Charlotte se levantó. Vio que Jonathan tenía lágrimas en los ojos.
—Lo siento —dijo.
—Dios mío —exclamó él, rechazando su compasión—. Parece que colecciono traiciones como otros hombres coleccionan sellos.
Ella le miró perpleja.
—Será mejor que compruebe cómo está la búsqueda —dijo bruscamente, cambiando de actitud y pasando por su lado procurando no tocarla.
Escribió con una sola mano en su ordenador portátil, pulsando enojado las teclas, primero para borrar el rostro confiado de Adele y luego para hacer aparecer la lista de fórmulas falsas.
Al percibir la dureza de su voz Charlotte deseó tocarle. También percibió amargura. Era el mismo tono que le había oído cuando mencionó que había dejado la ASN. ¿Qué había ocurrido que no le contaba a ella?
—Johnny —dijo. Se interrumpió. Les quedaban menos de dos horas de plazo. Él tenía razón. Tenían que concentrarse en esta misión. Adele, Quentin y el resto del mundo esperarían—. He descubierto algo en las cartas de Olivia —dijo, deseando poder aliviarle el dolor—. Olivia estaba obsesionada con recuperar la casa. Todas estas cartas, desde 1942 hasta 1957, amenazan a mi abuela, no la dejan en paz. ¡Literalmente son una campaña de terror realizada por una sola mujer! No sé cómo la abuela pudo callárselo todos estos años. Y pensar que…
Sonó la alerta de mensaje. Jonathan hizo aparecer el nuevo mensaje en la pantalla.
¿Están ahí los periodistas?
—Te escribe otra vez a través del cibercafé de West Hollywood. Respóndele, Charlie. Haré una búsqueda.
Charlotte se sentó, pulsó Respuesta y escribió: «No me asustas. No creo ni por un instante que lleves a cabo tu amenaza».
La respuesta fue casi inmediata:
Un camión de las noticias con conexión vía satélite y un periodista con un micrófono servirán. No me defraudes. Exactamente a las seis, si no sigues mis instrucciones cumpliré mi promesa.
—Procura que siga comunicándose —dijo Jonathan, conectando una pequeña caja gris del tamaño de una galleta a la parte posterior de su máquina. Parpadearon dos luces: una roja y otra verde—. Bien, funciona.
«¿Cómo matarás a miles de personas?», escribió. Unos segundos más tarde llegó la respuesta:
Créeme, tengo poder para ello. Haz lo que te digo, Charlotte, o miles de personas morirán, empezando por ti. No puedes escapar, como tampoco lo hizo tu abuela.
Jonathan observó las luces: una roja, la otra verde. Charlotte envió a su vez: «¿Estás diciendo que mataste a mi abuela?».
—Unos segundos más, Charlie —le pidió Jonathan.
¿Te ha gustado la fotografía de la Web, Charlotte?
Los dedos de Charlotte volaban, cometiendo errores: «Nop me has convnecido de que…».
Dos luces rojas.
—Se ha ido —dijo Jonathan.
—¡Maldita sea! —exclamó Charlotte poniéndose de pie—. Sabe que sospecho que mi abuela no murió de accidente. ¡Esto demuestra que es alguien próximo a mí! Pero ¿quién de esta empresa se juntaría con Rusty Brown?
—He encontrado su armario —dijo Jonathan mientras hacía una rápida búsqueda en la lista de fórmulas falsas, volando sus dedos sobre el teclado como si trataran de escapar—. No había nada dentro. Pero he hablado con un antiguo portero que me ha dicho que él y Brown solían ir a beber a un local de Highway One Eleven.
—El Coyote Bar Grill —dijo ella—. Muchos empleados van.
—Me ha dicho que Brown era un tipo reservado, y que nunca alardeaba de haber manipulado los productos. —Jonathan escribió una serie de órdenes y el mensaje buscando destelló en la pantalla—. Brown no parecía tener amigos, salvo un «petimetre» como ha dicho el portero. Al parecer este tipo se unía a ellos algunas veces: tomaba bebidas caras. Se mostraba simpático con Brown por algo. Rusty estaba preocupado por la valoración de su rendimiento, no consiguió el ascenso que esperaba. Así que este extraño que tomaba las bebidas caras empezó a decirle a Rusty que no debía tolerar que le trataran de ese modo, que debía enseñar a esta empresa con quién estaban tratando.
—¿Cuándo fue eso?
—Hace cinco meses.
Charlotte miró a Jonathan. Las fórmulas de los productos habían sido alteradas cuatro meses atrás.
—¿Rusty dijo que le habían prometido un aumento?
—Y también un ascenso. Grandes promesas para un nuevo empleado.
—¿El portero te ha podido describir al extraño?
—Me ha dicho que llevaba barba y el pelo largo recogido en una cola de caballo. También llevaba una gorra de béisbol. Pero eso no es lo extraño, Charlie, sino el modo en que Rusty fue contratado. Dijo que fue «reclutado», que Armonía Biotec le había llamado, afirmando que lamentaba que hubiera perdido su último empleo y que necesitaban a alguien con sus habilidades y talento.
—O sea que alguien que conocía su arresto y juicio decidió utilizar a Brown para destruir esta empresa mientras él permanecía completamente entre bastidores. Alguien próximo a mí me ha traicionado.
—No es una píldora agradable de tragar, ¿verdad?
Ella le miró con ceño. Otra vez aquel tono amargo.
—Johnny —dijo—, lamento lo de Quentin y Adele. Pero quizá no es lo que piensas. Quizá tuvieron un encuentro inocente en el Four Seasons.
Él meneó la cabeza. Quentin no había pasado la noche en su cama, Adele tampoco.
—Ya debería estar acostumbrado —dijo con voz dura mirando la pantalla.
—Johnny —dijo ella exasperada—, ¿vas a decirme de qué estás hablando? Tiene algo que ver con el hecho de que dejaras la ASN, ¿verdad? ¿Qué ocurrió?
Él la miró de un modo que la asustó. Casi pensó que veía odio en sus ojos.
—¿Vas a seguir haciéndote la inocente? —dijo él. Luego se volvió—. Qué diablos, ya no importa. Y de todos modos, dos años después de que me despidieran, cayó el Telón de Acero y la Guerra Fría terminó. Me habría quedado sin trabajo de todos modos.
Ella siguió mirándole con fijeza, la rigidez de sus hombros, la manera compulsiva en que tecleaba, como si su cuerpo fuera un polvorín a punto de explotar.
—¿Qué quiere decir «haciéndote la inocente»?
Él volvió a menear la cabeza.
—Ya no importa. Como tú dices, no podemos volver atrás. Nada de lo que hagamos cambiará lo que ocurrió.
—¿Y qué es lo que ocurrió? —preguntó Charlotte, percibiendo una estridencia nueva en su voz mientras algo empezaba a asomarse en su mente, algo monstruoso e increíble—. Cuéntame lo que sucedió.
Él se puso en pie y se pasó las manos por el pelo.
—Déjalo, Charlie.
—¿Por qué te pidieron que te marcharas, Johnny? ¿Por qué fuiste el chivo expiatorio?
—¡Porque nadie más conocía los detalles precisos de mi misión! —soltó—. Sólo yo. Y —añadió—: tú.
Ella le miró fijamente.
—No hablarás en serio.
—Concerté la reunión cuando estaba contigo en el restaurante. Nadie más lo sabía, Charlie.
—¿Cómo pudiste pensar que yo haría una cosa así? ¡Soy tu amiga!
—Los celos impulsan a la gente a cometer locuras.
—¡Estaba celosa, sí! Y dolida y desolada. ¡Pero eso jamás me habría hecho traicionarte, Johnny, y vete al diablo si lo pensaste!
Se volvió bruscamente y se marchó, atravesando el museo y saliendo a la lluvia.
Jonathan corrió tras ella, saliendo a la fría oscuridad y el despiadado aguacero. Cogió a Charlotte y la hizo girar en redondo.
—¡Charlie, lo siento! ¡No sabía qué pensar!
—¡Eres un hijo de puta! —exclamó ella—. Te guardas tu preciosa noticia mientras yo hago el idiota y luego me dejas, así, sin más. «Charlotte, voy a casarme». ¿Qué esperabas que dijera, Johnny?
—¡No lo sé, maldita sea, pero esperaba que dijeras algo!
Los ojos verdes de Charlotte echaban chispas.
—¿Esperabas que siguiera un guión que tú nunca me diste?
—¡Bueno, no esperaba que te levantaras y te marcharas!
Ella forcejeó para soltarse.
—¡Y al parecer me fui directa al KGB para contarles tu pequeña operación secreta! ¡Dios mío, no puedo creer que pensaras eso de mí!
—¿Y por qué no podía casarme? —rugió él—. ¡Fuiste tú quién dijo que quería libertad!
De pronto, dieciséis años se desplomaron como si la Tierra se hubiera abierto bajo sus pies; Charlotte se vio fugazmente suspendida en un vacío y, cuando se estrelló contra el suelo, volvía a ser 1981 y Johnny le había enviado un libro de poesía. Ella corrió a su habitación sin siquiera saludar a su abuela, cerró la puerta con un golpe, se arrojó sobre la cama y abrió la página del título donde Johnny había escrito: «Así es como me siento. Página 97». Pasó las páginas frenéticamente con manos temblorosas porque al fin estaba sucediendo, Johnny estaba rompiendo su cascarón de silencio y le decía cuánto la quería.
Y entonces el sueño se hizo añicos, cuando las frases saltaron de la página, palabras horrendas, frías, hirientes: «ir por mi camino», «espacio y soledad son mi pan y mi luz», «un alma sola, un alma solitaria».
Palabras que hablaban de marcharse, de recordar «los otoños de nuestro amor», amistad, «pues eso es la urdimbre y la trama de mi corazón».
Nada de amor.
Nada de amantes.
Charlotte ni siquiera lloró, tan aturdida la dejaron aquellas palabras. Le telefoneó a Boston:
—Quiero que seamos amigos, Johnny —le dijo. Se lo dijo de un modo que pareciera que había sido idea de ella, porque eso le ahorraba la humillación, le ayudaba a disimular el dolor que le producía el rechazo—. Sí, nos separan casi cinco mil kilómetros… sí, tu trabajo, y yo tengo el mío…
Cada palabra le causaba una herida como un cuchillo que cortara a Jonathan trocito a trocito separándole de ella. Jamás le diría cuánto le había dolido el poema, jamás le revelaría sus sentimientos, ni a él ni a nadie, jamás.
—¡Charlie, escucha! —le dijo ahora bajo la lluvia, buscándola a través de los años, a través de la tormenta—. ¡No importa lo que ocurriera! ¡Ahora no!
Ella sollozaba, tragando aire y lluvia.
—¡Charlie! —gritó él—. ¡Tenemos que volver a entrar! Ya ha terminado la búsqueda. ¡Hemos localizado al intruso!
—¿Por qué te importa? —gritó ella de pronto, mezclándose las lágrimas con las gotas de lluvia en sus mejillas. Le puso una mano en el pecho y le apartó—. ¿Por qué estás aquí?
—¡Charlie, sabes por qué estoy aquí! ¡Me preocupas!
Ella se separó un poco.
—Has dicho que te enteraste por la prensa de la muerte de la abuela. ¿Habría sido mucha molestia para ti llamarme? ¿O simplemente enviar una tarjeta? Te necesitaba. Te esperé…
—¡Pero si envié una tarjeta! ¡Y flores!
Ella alzó la barbilla y la lluvia le cayó sobre la cara y los mechones de cabello que se le habían, soltado se derramaron como un ramillete de cintas negras sobre sus mejillas y sus hombros.
—No recibí flores tuyas.
—Charlie, tengo un recibo —dijo él, las manos en gesto de súplica—. Estaba en Sudáfrica, intenté marcharme pero no me fue posible Me aseguré de que en la funeraria le dieran al florista un recibo firmado. Y te llamé. Dejé docenas de mensajes. Tú no respondiste a ninguno.
Se contemplaron mutuamente bajo el chaparrón.
—Alguien debió de interceptarlos —dijo él—. Alguien que no quería que tú y yo volviéramos a estar juntos.
—Johnny —dijo ella entre sollozos—, la abuela y yo tuvimos una pelea horrible la noche en que se marchó. ¡Le dije cosas terribles! Iba tras otra hierba, algo que iba a convertir en infusión. Le dije que deberíamos estudiarla, analizar su estructura química. Ella dijo que no. Nunca le gustó que sus preciosas hierbas fueran analizadas. No quería ni oír hablar de estructuras moleculares y productos químicos básicos y enzimas. Le dije que analizar sus preciosas hierbas fue lo que me llevó a la fórmula del GB4204 y entonces le dije que tío Gideon no le importaba…
—Charlie, tú no sabías nada.
—¿Por qué no me habló de ella y Gideon? ¿Y por qué se limitaba a rechazar el sundae de helado cada vez que se lo ofrecía? ¿Por qué no me decía, simplemente: «Me trae malos recuerdos»?
—Tenía su orgullo, Charlie. Igual que tú tienes el tuyo. Tú te callas igual que tu abuela.
Charlotte se apartó.
—No sé a qué te refieres.
Él le cogió el brazo.
—¡Sí lo sabes y es hora de que lo afrontemos!
—¡Suéltame!
Charlotte se liberó y echó a correr.
—¡Charlie! —gritó él echando a correr tras ella, agarrándole la muñeca y haciéndola girar en redondo—. Tenemos que afrontarlo. Tenemos que hablar de lo que ocurrió.
—¡Dijiste que querías estar solo!
—Después de que tú lo dijeras.
De pronto Jonathan se sintió abrumado por el recuerdo, que le asaltó como una ola bajo la lluvia: el tormento que había sentido después de recibir su llamada, imaginando su reacción a su poema, pensando que cogería un avión y volaría para estar junto a él y que nunca volverían a separarse.
—¡Tú lo dijiste primero! —gritó ella—. ¡Y fuiste tan cobarde que me enviaste un maldito libro en lugar de decírmelo a la cara!
—¿De qué diablos estás hablando?
—¡Te refrescaré la memoria!
Ella giró sobre sus talones y escapó corriendo, Jonathan tras ella, volando sobre el resbaladizo pavimento, cruzando la puerta de mantenimiento del edificio de oficinas, escaleras arriba, sus pasos resonando. Cuando llegaron al tercer piso, Charlotte olvidó la prudencia cuando abrió la puerta y entró en el tranquilo vestíbulo. Unos instantes más tarde se hallaba en su despacho, y Jonathan detrás, cerrando la puerta. Ella se precipitó a la caja fuerte de la pared y cogió el libro.
Se lo arrojó a Jonathan.
—Fuiste tú —dijo, respirando aceleradamente—. Tú acabaste con nuestra amistad.
Él la miró con fijeza, el libro en el suelo, a sus pies.
—De acuerdo —dijo ella, recogiéndolo—. Si estás demasiado asustado para leer tus cobardes palabras… —Pasó las páginas frenética y leyó—: «Espacio y soledad son mi pan y mi luz». —Le miró con aire desafiante—. Si estas palabras no son un adiós, ¿qué son?
Él frunció el entrecejo.
—Pero ése no es mi poema —replicó él, cogiéndole el libro de la mano—. Éste no es el que yo escribí.
Ella le miró parpadeando.
—¿Qué quiere decir el que tú escribiste?
—Bueno, claro, ¿por qué crees…? —Pasó más páginas—. Aquí.
Ella cogió el libro y leyó, posando sus ojos en la dedicatoria: Para Charlotte, de Jonathan Sutherland.
—No lo entiendo. Tú nunca me dijiste que habías escrito un poema.
—Quería que fuera una sorpresa —dijo él simplemente.
—¡Johnny, yo no lo sabía! ¡Creía que habías encontrado un poema en un libro!
—Pero aun así, Charlie, ése no es el que yo te decía que leyeras.
—Sí lo es. —Hojeó hacia la página del título, donde él había escrito: «Así es como me siento. Página 97».
Cuando lo leyó en voz alta, él dijo:
—¡Charlie! ¡Eso no es un siete, es un uno!
—¿Qué? ¿Quieres decir que me equivoqué de poema? ¡Pero porqué no me lo dijiste! ¡Te limitaste a enviarme el libro! ¡Sin ninguna explicación! ¡Yo no lo sabía!
—Bueno, quizá fue como has dicho; tenía un guión pero al parecer olvidé dártelo. Léelo ahora, Charlie, lee lo que mi corazón te dice.
Estoy a más de mil kilómetros por encima de la Tierra,
El frío espacio bosteza como para tragarme entero,
Sé por qué estoy aquí,
Se extienden las alas, tensos cables aguardando,
¡Tú!
La curva giratoria de la Tierra coge la primera barra amarilla
y la sostiene por un fugaz instante,
Una barra de puro amarillo, la curva de la vida misma,
Mi respiración se hace más lenta cuando tú te liberas y asciendes,
Gloriosa y divina hacia las estrellas,
Lanzo un grito cuando el cálido roce en mis velas emplumadas,
Disipa la duda por inútil,
Abajo, las diminutas olas centellean como diamantes sobre terciopelo,
Yo me giro y tropiezo como un recién nacido,
Y caigo como la piedra,
Las alas tensas, soy el cohete,
Soy más rápido que tú,
Tú eres majestuosa: yo la velocidad misma,
Me enderezo y me arrojo violentamente entre blancos cañones punteados,
Te derroto aquí, aún es oscuro,
Pero sé que todavía subes,
Tres años pasarán más o menos,
Al parecer,
Pero yo esperaré y tú me encontrarás,
Entre las olas ondulantes y crestadas,
Patas arriba,
La velocidad de Dios, mi amor,
hasta entonces.[9]
Charlotte permaneció callada un largo momento; luego alzó los ojos llenos de lágrimas.
—¡Oh, Johnny, qué bonito! ¡Y cuánto tiempo perdido!
—Es culpa mía. Debería haberte dicho algo. Pero cuando aquella noche me llamaste y dijiste que sólo querías que fuéramos amigos…
—Porque cuando leí el otro poema, que hablaba de querer ser sólo amigos… Sufrí tanto —dijo ella.
—¡Ni la mitad que yo! Dios mío, Charlotte, te quiero, lo sabes. Siempre te he querido.
Se arrojaron uno en brazos del otro, dejando a un lado el pasado y el dolor, buscándose los brazos y los cuerpos, conectando, hasta que se besaron con toda su pasión, un beso que había tardado dieciséis años en producirse.
Charlotte cerró los ojos y se rindió al abrazo de Jonathan, rodeándole el cuello con los brazos, las manos en su pelo mojado, la lengua en su boca, saboreándole, alimentando un hambre que sentía desde hacía demasiado tiempo. Jonathan la estrechaba con fuerza y ninguno de los dos podía respirar, la apretaba contra su cuerpo, pasándole las manos por el cabello, la espalda, la cintura, deseando sentirla toda a la vez mientras se deleitaba voraz con su boca.
—Johnny, Johnny, te quiero…
—Charlotte, mi vida…
Le abrió el broche para liberar su cabello y se lo acarició, apartándoselo a un lado para besarle el cuello mojado por la lluvia.
Charlotte notó la dureza de Jonathan apretada a su muslo. Bajó una mano hacia ella.
Y de súbito se oyó el enorme estruendo de un trueno.
El edificio tembló y todas las luces de las instalaciones de Armonía Biotec se apagaron.