Una extraña visita
Hoy he recibido una extraña visita, Eliacim; un médico con cara de loco (ignoro quién me lo mandó) que se pasó dos largas horas haciéndome preguntas impertinentes que prefiero ni relatarte siquiera. ¡Qué descaro, Eliacim; a mí, hubo momentos en los que hasta me daba la risa!
Me parece, hijo mío, aunque no sé si serán figuraciones que se me ocurren, porque a veces pienso que acabarán por volverme loca entre todos, me parece, Eliacim, te decía, que las costumbres están cambiando mucho y que hoy los médicos se permiten ciertas licencias, sobre todo ciertas licencias de expresión, a las que jamás se hubieran atrevido antes de la guerra.
El extraño médico que me visitó esta mañana, hijo mío (ignoro quién me lo mandó), hablaba en voz muy baja, en una voz que casi no se le oía, y yo, Eliacim, que no conseguí interesarme por su huera conversación, le fui contestando a voleo, sí o no, según me iba pareciendo.
A veces, sin embargo, se conoce que no le gustaban mis respuestas, porque si yo decía sí, por ejemplo, él me preguntaba, mirándome por encima de los lentes, ¿sí? Yo, entonces, como comprenderás, le decía, no, no, me he equivocado, usted perdone. ¿Para qué iba a llevarle la contraria?
El extraño médico, cuando yo rectificaba, me respondía, casi ceremonioso: está usted perdonada, señora. Y pasaba a la pregunta siguiente, a ver si tenía más suerte.
Mi extraña visita de esta mañana, Eliacim (ignoro quién me la mandó), no estuvo, aun dentro de su desbordada curiosidad incluso por los temas más íntimos, ¿cómo te diría?, excesivamente improcedente ni, mucho menos, grosero.
Es más, ya al marcharse me dijo que me encontraba muy guapa. No, le respondí, yo ya no soy la que era, ¡si usted me hubiera visto hace unos años!