El matrimonio bien avenido
El matrimonio bien avenido a que me refiero, Eliacim, se dedica, con gran entusiasmo, a la murmuración. Si el vecino tiene negocios no muy claros, o la vecina tiene amores no diáfanos del todo, hijo mío, el matrimonio bien avenido a que me refiero se entera antes que nadie, toca a sanedrín y lo pregona. ¿No sabe usted?, el Morris nuevo de nuestro vecino Mr. R avén, según me han asegurado, ha salido del mercado negro, claro, ¡el dinero no puede permanecer oculto! O bien, ¿no sabe usted?, el lujo, a todas luces impropio para una hija de familia de la clase media, de nuestra vecinita Miss Agnes Whistle, ¿no recuerda usted?; sí, hombre, esa chica insignificante a la que vienen a buscar en coche todas las tardes, ¿ahora recuerda?, pues bueno, según me han afirmado, no dice nada, ¡pero es que nada!, a favor de su virtud. ¡Ay, Dios mío, Dios mío, esto es lo que traen las guerras, amigo mío, depravación y nada más que depravación!
Yo admiro muy sinceramente al matrimonio bien avenido a que me refiero, hijo mío, porque son gentes que han alcanzado una sólida reputación en todo el distrito. ¡Ah, Mr. y Mrs. Fishy!, se escucha decir a sus víctimas, ¡espejo de caballeros, él; ella, pozo sin fondo de virtudes!