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Me siento desesperada, aunque no desesperada con entusiasmo

Pienso que ha de ser horrible sentirse desesperada con entusiasmo, Eliacim, sentirse desesperada con todos los resquicios de la ilusión taponados con la estopa del odio, Eliacim, herméticamente taponados con la viscosa e impermeable pasta del odio.

Pero yo, hijo mío, por fortuna, aunque me siento desesperada, no me siento desesperada con entusiasmo, no me siento desesperada con grandeza y sin remisión, como las altas olas de la mar, el viento que huye por los montes o la garduña soltera que se rasca la lepra en las más ásperas cortezas del bosque.

La desesperación de las madres de familia, Eliacim, aunque estas madres, como a mí me sucede, se hayan ido quedando sin familia, nunca alcanza los sublimes matices, los nobilísimos acentos de la desesperación de las vírgenes olvidadas, hijo mío, los corazones que se desesperan entusiásticamente, Eliacim, como los bailarines de ballet borrachos a quienes la policía acusa de espionaje a favor de los alemanes.

Sí, Eliacim, yo me siento desesperada, sordamente, humildemente desesperada, pero me da una gran paz interior el saber que no me siento desesperada con entusiasmo, como las mariposas viejas, aquellas que no encontraron un rincón propicio para tejer su capullito de tenue seda y palidecen al sol, como las telas de colores, mientras la luna sigue su apacible camino.