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El sastre sentimental

Cerca de nuestra casa, Eliacim, se ha instalado un sastre sirio muy sentimental, que llora cuando hace frío y regala campánulas a las muchachas cuando llega la primavera. Sus precios, hijo mío, no son nada baratos, sino más bien algo más caros que los de los otros sastres, pero la gente le ha cobrado simpatía, porque es muy bueno y muy sentimental, y él ve crecer incesantemente su clientela.

El sastre sirio, hijo mío, se llama Joshua y lleva una melena negra, muy lucida, que le cae como con displicencia sobre los hombros.

Joshua, hijo mío, tiene una pata de palo, pero no quiere decir donde la perdió, ni cómo, ni cuándo; para mí pienso, Eliacim, que Joshua vino al mundo con una pierna de menos, porque, cuando alguien le dice ¿Joshua, dónde y cómo y cuándo se quedó usted cojo?, él rompe a llorar con gran desconsuelo, como cuando hace frío.

El otro día, Eliacim, hablé a Joshua del mar Egeo y también lloró. Para compensarle un poco le encargué que me cortara un tailleur casi sin forma, pero esta mañana, al irme a probar, vio que había tomado mal las medidas y una vez más se echó a llorar. Joshua, hijo mío, es un sastre sirio tan sentimental que se pasa más de la mitad de la vida llorando.

—¿Le es a usted igual que el tailleur le esté un poco estrecho?

A tu madre, hijo mío, ya le pasó la edad de la coquetería, ya le pasó hace varios años.

—Bien, ¡si no es mucho!

Joshua volvió a llorar.

— ¡Ay, sí, señora, sí es bastante! ¡Ay, qué inmensa desgracia la que sobre mí pesa!

Yo traté de consolarlo, Eliacim.

—No se preocupe, Joshua, a mí me es igual que el tailleur me esté estrecho, yo lo que quería era ayudarle a usted, me resulta usted un sastre muy simpático.

Joshua se tiró al suelo ahogado por el llanto.

—¡Ay, la caridad, siempre la caridad, y no el mérito del artista!

Yo, Eliacim, le pagué el tailleur y se lo dejé en la tienda. Verdaderamente, aunque pesase veinte libras menos y midiese veinte pulgadas menos, no hubiera cabido dentro de él.