186

El pan que comemos

El hombre ara y abona, siembra y escarda la tierra, siega la mies, muele el grano, amasa la harina, cuece el pan y nos lo vende. ¡Qué gran estupidez!

El pan, hijo mío, es el más tópico y manido símbolo de la nutrición; el alma del hombre no es omnívora, Eliacim. ¡Queremos pan!, gritan los hambrientos. Yo me gano mi pan honradamente, dicen los funcionarios pobres. Te daré pan, anuncia el ejército sitiador a la plaza sitiada, si te entregas en tal o cual plazo; si no, te daré hierro, inmensas nubes de hierro. (El hierro, en cierto sentido, es el más tópico y manido símbolo de muerte y destrucción.)

El pan que comemos, hijo mío, es un sucio producto de las propagandas, un alimento nocivo para el cuerpo y para la memoria, el entendimiento y la voluntad.

Los grandes hombres, Eliacim, jamás comieron pan o, si lo comieron, fue siempre con gran cautela y ponderación, porque el pan, hijo mío, embrutece los sentimientos y, a veces, envenena los organismos y hunde a las gentes en la locura.

Los casos de alergia del pan, que suelen manifestarse por un eczema que corre por los brazos y por las piernas, tampoco son infrecuentes.

El pan que comemos, Eliacim, no debiéramos comerlo. El legislador del futuro prohibirá el consumo del pan.