Un entierro sin ningún interés
Puedo asegurarte, Eliacim, que fue aquel un entierro sin ningún interés, un entierro aburrido y gris como las tardes del invierno, un entierro con demasiado frío y demasiada escasa emoción.
Cierto es que el cadáver, esa es la verdad, tampoco merecía la pena, pero aún así yo pienso que hubiera podido sacársele más partido, de haberse ocupado un poco la familia, cosa que no hizo.
Si tú estuvieras todavía en casa, Eliacim, hubieras asistido al entierro en mi representación. Lo malo es que, a tu regreso, con las carnes descompuestas y el ánimo deprimido, te hubieras creído, seguramente, en el derecho de increparme por haberte rogado que fueses a un entierro tan aburrido e insustancial.
—¡Mala suerte, hijo, mala suerte! Pero piensa que ni tú ni yo tenemos la culpa de que el entierro del pobre Mr. Quaking haya resultado, de hecho, un entierro sin ningún interés.
—Podías habértelo figurado.
—A pesar de todo, Eliacim, a pesar de todo.
Puedo asegurarte, Eliacim, como te decía, que fue aquél un entierro sin ningún interés, un entierro pesado y circunspecto como el discurso de un ministro, un entierro sin gracia y sin distinguida concurrencia. Va listo el pobre Mr. Quaking, como lo reciban en el otro mundo igual que lo despidieron de éste, Eliacim, te lo digo yo.