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Las máquinas de escribir

Si me sobrasen unas libras, Eliacim, me compraría una máquina de escribir para pasarme el día dándole a las teclas, aunque fuera de un modo desordenado y arbitrario.

Yo creo, Eliacim, que las máquinas de escribir son los objetos más misteriosos que existen, los objetos que acercan más al hombre y a la mujer a los feos ángeles que no quisieron conformarse con su suerte.

Si tuviera una máquina de escribir, hijo mío, la limpiaría esmeradamente cada mañana, para que nadie pudiera afearme mi falta de cuidado, y, si la supiese discreta y capaz de guardar un secreto, en ella te escribiría mis cartas, Eliacim, para que su lectura te resultase más fácil y también para que pudieran verlas, desde lejos, tus amigos.