La salida de la escuela
Todos los días por la mañana, Eliacim, leo con mucho detenimiento la sección de sucesos del periódico, a ver cuántos niños han muerto aplastados a la salida de la escuela. Aunque te parezca pasmoso, Eliacim, casi ningún día mueren niños aplastados a la salida de la escuela, y éste es un misterio que no conseguiré aclararme jamás.
La salida de la escuela, hijo mío, con tanto indefenso bárbaro en libertad saltando por entre los automóviles y los camiones, es un espectáculo deprimente para un país civilizado.
Yo no sé si sería mejor, Eliacim, más conveniente para todos, que los automovilistas recibieran órdenes muy severas y concretas de atropellar un par de niños o tres cada dos días, a ver si se llegaba a poner coto a tanta desaforada alegría sin sentido. Los maestros ya han demostrado hasta el límite su falta de capacidad.
Ignoro si los directores de periódico, albergando en sus corazones unos impropios y mal entendidos sentimientos de filantropía, habrán ordenado a sus redactores tirar al cesto de los papeles todas las noticias referentes a los siempre plausibles atropellos infantiles, porque a mí no me cabe en la cabeza, hijo mío, que no mueran a diario, aplastados a la salida de la escuela por los automóviles y por los camiones, media docena de niños y otras tantas niñas.
Quizá sea mejor que esto venga sucediendo así, pero quizá también esté sonando ya la hora de aplicar los grandes remedios que suelen necesitarse para salir al paso de los grandes males.