Músicos callejeros
Con su acordeón y su violín, hijo mío, los músicos callejeros tocan, a la puerta de las tabernas, en homenaje a los bebedores de buenas inclinaciones.
Con su corneta y su violín, hijo mío, los músicos callejeros tocan, a la puerta de las iglesias, en loor de los novios que ignoran cómo van a poder vivir.
Si no diese lugar a murmuraciones, Eliacim, yo metería en casa a todos los músicos callejeros que encontrase tocando polcas y marchas a la puerta de las tabernas y de las iglesias. Nuestra casa es grande, hijo mío, como tú sabes, y pienso que en ella habían de caber tu madre y sus músicos callejeros, sus tibios y aromáticos músicos callejeros, aquellos que cubren su cabeza con una gorra de visera de hule y llevan una lira tatuada sobre el corazón. Los músicos callejeros, Eliacim, suelen ser, con frecuencia, héroes de las minúsculas tragedias que echan agua a la vida de los hombres, quizá para que los más ruines espectadores se diviertan viendo cómo algunos hombres pelean por no ahogarse.
Pero los músicos callejeros, Eliacim, que prefieren irse ahogando poco a poco, como las ballenas viejas, no toman parte en la lucha a la que renunciaron para tocar la música, desde la mañana a la noche, mientras pasean, lentamente, por la ciudad, asomándose a las tabernas y a las iglesias, en busca del bondadoso bebedor y del novio pobre que, casi de milagro, todavía les da de comer.
En los fríos días del invierno, Eliacim, yo pienso y pienso en los músicos callejeros, en los hombres que tocan los violines enfermos, los acordeones enfermos, las cornetas y las flautas enfermas, hijo mío, y siento grandes remordimientos de conciencia que no puedo evitar.
Sí, Eliacim; si no diese lugar a murmuraciones yo llenaría nuestra casa de músicos callejeros que el diecisiete de abril, tu cumpleaños, se brindarían, gustosos y sonrientes, a interpretar, a la puerta de tu vacío cuarto, las piezas que más pudieran agradarte.
Sería un día muy feliz, Eliacim, un día inmensamente dichoso para todos, pero me falta valor, hijo mío, me falta, ¡todavía!, el valor necesario.