148

El portamonedas del ahogado

Estaba reblandecido, Eliacim, deslucido, el portamonedas del ahogado, con su llave, su borrosa fotografía familiar y sus tres peniques.

A mí, al principio, me trajo un gran consuelo poder tocar con el pie al joven ahogado del portamonedas, pero después me impresionó mucho ver que no sonreía.

Cuando la ambulancia se llevó al joven ahogado, Eliacim, el portamonedas quedó, sin que nadie lo viera, sobre las frías y húmedas losas del muelle. Yo pensé que era un mal sitio aquel y, sin que nadie me viera, lo recogí y lo apreté contra el corazón.

Ahora, Eliacim, desde que me encontré el portamonedas del ahogado, duermo con él debajo de la almohada y me siento relativamente más feliz.

Al joven ahogado le habrían hecho autopsia, según es costumbre con los jóvenes que la mar devuelve. Yo le rezo una breve oración cada noche. Pero no quiero quemar su portamonedas, no podría hacerlo.