El ocio
Es provechoso el ocio, hijo mío; el ocio es un amable regalo de los dioses, una benévola bendición de los dioses. Yo pienso, Eliacim, que si se pudiese almacenar el ocio, si se pudiese manufacturar y comerciar con él como sucede con otros productos, se llegaría a prestar un gran servicio a los hombres. Los hombres ociosos, hijo mío, los hombres que albergan en su espíritu tal paz que nada les impele al trabajo, son la imagen misma de la más alta perfección moral.
Si tú hubieras llegado a hombre, Eliacim, a hombre maduro y padre, quizá comprendieras con mayor facilidad que esto que te digo es claro como la luz del sol. Bien sé que, a tu edad, Eliacim, nadie debe pediros sino adivinaciones, intuiciones, presentimientos. La experiencia es fruta que madura con mayor lentitud, y el ocio, hijo mío, es una experiencia difícil y larga.
En tus largos ocios submarinos, Eliacim, ¿te acuerdas alguna vez de mí?
En tus largos ocios submarinos, hijo mío, ¿no presientes, no intuyes, no adivinas que hubiéramos podido ser breve e intensamente felices en el momento en que nuestros ocios, el tuyo todavía tan tierno, coincidieran como la luna y el sol en los eclipses, uno encima del otro?