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Gimnasia respiratoria

Es saludable, según he oído decir, hacer unos ejercicios de gimnasia respiratoria al levantarse. Los pulmones se desperezan y se tonifican, la sangre se orea y el corazón salta de gozo al recibirla tan fresca, tan lozana, tan recién lavada.

No sé todo lo que pueda haber en esto de verdad o de mentira, Eliacim. Lo que sí recuerdo es que, cuando a ti te metieron en la cabeza esta idea de la gimnasia respiratoria, estuviste unos días hablando solo, como un sonámbulo, y reprendiéndome por todo.

—¿Te encuentras mal, hijo?

—No; me encuentro bien, perfectamente bien, ¿por qué?

—No, por nada.

Tú estabas muy susceptible y cualquier cosa te enfurecía y te sacaba de quicio.

—¿Por qué me preguntas si me encuentro mal? ¿Es que me encuentras mal? ¡Tengo derecho a saber cómo me encuentras, si bien o mal! ¡Tengo un absoluto derecho a saberlo!

No, Eliacim, no; no exageremos. Tú no tenías derecho a saber cómo yo te encontraba, si bien o mal; yo siempre te he encontrado bien, tú lo sabes. Tú tenías la obligación de saber que yo siempre te encontraba bien. ¡Qué disgustos me diste aquella dichosa temporada de la gimnasia respiratoria, hijo mío!