Deséase amante de cintura estrecha
Tú publicaste, Eliacim, en la sección correspondiente, un anuncio que me llenó de dolor: Deséase amante de cintura estrecha.
¿Por qué, hijo mío, por qué esa cruel puntualización? Tu madre, Eliacim, tuvo durante muchos años una estrecha cintura por todos admirada, quizás aún tú la puedas recordar. Pero pasó el tiempo de las desgracias, hijo mío, y tu madre, que tuvo que olvidarse de casi todo, perdió, casi sin darse cuenta, su estrecha cintura, aquella estrecha cintura por todos admirada y de la que tú, quizá, todavía puedas acordarte.
Aun sin cintura estrecha, Eliacim, una mujer puede hacer muy feliz a un hombre, tan feliz que no llegue a saber, de una manera rigurosa, cuáles son, realmente, las cinturas estrechas y las cinturas anchas.
A mí me llenó de un amargo dolor, Eliacim, tu breve y desconsiderado anuncio. Yo también hubiera preferido tener un hijo que jamás se apartara de mí.
¿Por qué no me dices al oído seis u ocho palabras capaces de borrar el mal efecto que tu anuncio me hizo?