Los pisapapeles de bronce
Representando personajes mitológicos, literarios o históricos, Eliacim, los pisapapeles de bronce entran en algunas casas de las que después no salen jamás. Sería interesante que algún pensador nos hablase de la era de los pisapapeles de bronce, ese tiempo silencioso, solemne y envarado, hijo mío, en el que los orgullos domésticos, e incluso los oficiales, se cifraban, y aún se siguen cifrando, en el tamaño, y en el brillo, y en el peso de los pisapapeles de bronce.
En nuestra casa, Eliacim, desde tu falta, hijo mío, falta de todo, incluso de lo más superfluo, tal un pisapapeles de bronce. Nuestra casa, Eliacim, en su situación actual, semeja un poco la modesta economía de aquel joven poeta que caminaba por la vida con los zapatos rotos porque no ganaba más que para vicios.
Cuando tengo, ¡qué raramente!, alguna ráfaga de optimismo, algún rapto de ilusión que me suele durar menos que la muerte de los ahogados, Eliacim, pienso que alguna vez podrán rasgarse los negros nubarrones del horizonte para dejar pasar, como en una luminosa aparición, un pisapapeles de bronce representando a Ganímedes o al erótico rapto de Europa, tan sosegador.
Pero cuando retorno, con las orejas gachas, a la triste y usual realidad, Eliacim, veo que he nacido a destiempo, que ya no pude alcanzar la era de los pisapapeles de bronce representando personajes mitológicos, literarios, históricos.