92

Las gafas ahumadas

Con tus gafas ahumadas para el sol, Eliacim, con aquellas gafas con las que estabas tan gracioso como un francés, tuve un gran disgusto el día que las perdí en el autobús.

Yo, Eliacim, llevaba siempre conmigo tus gafas ahumadas, para acariciarlas y pasármelas con cuidado por las mejillas y por los párpados cuando nadie me miraba, y un día, el otro día, las perdí de una forma inexplicable, de una forma que me llenó de congoja y de abatimiento.

(Está visto, Eliacim, bien visto ya que todo fuerza y lucha por separarnos, por cortar las débiles amarras qué aún pudieran unirnos. Quisiera el aplomo que nadie tuvo en nuestra casa, hijo mío, para poder sentirme más fuerte en la pelea.)

Con tus gafas ahumadas para el sol, Eliacim, no estabas hermoso, pero sí estabas sintomático. Yo tuve un gran disgusto el día que las perdí en el autobús, un gran disgusto del que podría culpar a mucha gente, aunque no lo hago.