90

Una excursión cualquiera

1

Cuando ibas a una excursión, hijo mío, a una excursión cualquiera, y te sentías explorador del Himalaya o firme puntal de la más sacrificada ciencia, yo, Eliacim, me echaba a temblar sólo pensando en tu vuelta, que solía ser una verdadera catástrofe.

De tus excursiones, hijo mío, aunque la excursión fuese una excursión cualquiera y sin la menor importancia, volvías rendido y de mal humor, con las facciones desencajadas, el cabello y el pulso en desorden, los ojos con el brillo de la fiebre y la ropa deshecha.

Pero yo no te decía nunca nada, Eliacim; yo siempre fui muy respetuosa con la derrota.

2

O bien. Cuando las orejas se te ponían más transparentes que nunca, hijo mío, y en torno a tu cabeza nacía el halo precursor de las excursiones, Eliacim, yo sonreía por dentro, con una sonrisa que jamás me quise representar sincera, porque sabía lo mucho que las excursiones representaban para la juventud.

Pero me callaba, me callaba siempre, pasase lo que pasase. Algunas madres tenemos la habilidad de aparentar la más supina ignorancia sobre el resultado de las excursiones.