Miriam, la tañedora de lira
Tañer la lira, Eliacim, es menester de espíritus delicados, a mí me hubiera agradado mucho que, de haberte sido posible, te hubieras casado con Miriam, la tañedora de lira.
Sé que es más bien feúcha, sé que tiene un ojo de cristal, aunque de muy buena calidad, sé que está débil de salud, sé que anda ya por los sesenta, pero, ¿a ti qué te importa, si estás muerto?
Tañer la lira, Eliacim, es propio de almas exquisitas, de seres que viven con una mariposa de colores tatuada en el entrecejo; a mí no me hubiera disgustado nada tener una hija política que se pasara las largas veladas de invierno tañendo la lira sentada en unos cojines de terciopelo carmesí.
La humanidad va perdiendo afición al noble pasatiempo de tañer la lira y esta idea me produce una honda congoja.
¿Verdad, Eliacim, que, si te fuera posible, complacerías a tu madre y tendrías muchos hijos con Miriam la tañedora de lira?
Se lo voy a decir.