Detesto de todo corazón
Son tantas las cosas que detesto de todo corazón, hijo mío querido, tantas las cosas que aborrezco de todo corazón, que me sería muy difícil poder enumerártelas. Es una verdadera bendición sentirse viva y con buena salud para poder dedicar algunas horas del día a detestar algo de todo corazón. Lo único que lamento es que tú no puedas acompañarme.
Detestar de todo corazón, Eliacim, detestar hondamente, atentamente, cuidadamente, sin resquicio alguno para la distracción o el hastío, es algo que no a todos se brinda, algo para lo que se precisa un paciente e incluso sacrificado entrenamiento.
Tu madre, hijo querido, detesta de todo corazón casi todo lo que le rodea: el aire que respira, la asistenta que le lava la vajilla, el gato que se deja acariciar, el agua que bebe, el pan que come, la confortable tetera, los programas de la radio, el cigarrillo que arde sin reproche, el vaivén de los viajes, los muebles familiares.
Más cómodo para los dos sería, Eliacim, que te enumerase las cosas que detesto, pero no de todo corazón. Acabaríamos antes y yo tendría más tiempo para seguir detestando de todo corazón.
Lo único que me acongoja, ya te lo decía antes, es que tú no puedas acompañarme. Pero hay cosas que no tienen remedio.